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  2. El rey
  3. Capítulo 39
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necesitaba tener la cortesía de contárselo ella misma a su compañero y no usar a su hermano de mensajero.

El problema era que Wrath ya no tenía móvil. No necesitaba tenerlo; cuando había asumido oficialmente las tareas de rey, había sido «retirado» de la Hermandad por tradición, ley y simple sentido común. Aunque eso no había impedido que le dispararan.

Sin embargo, en la mansión había muchos teléfonos.

Eran las seis de la mañana. Probablemente Wrath seguía trabajando en su escritorio.

Beth marcó el número del estudio y escuchó mientras el teléfono repicaba una vez. Luego dos. Luego tres.

Wrath ya no tenía buzón de voz porque la glymera había abusado horriblemente de ese recurso. Esa era la razón por la cual ahora tenía esa maldita cuenta de correo electrónico.

Luego intentó marcar la línea que llegaba a su habitación, una línea tan secreta que ella nunca había oído repicar el teléfono que estaba junto a su cama. Pero nada.

A estas alturas le quedaban varias opciones. La clínica del centro de entrenamiento, en caso de que estuviera herido. Pero ¿cómo podía pasar algo así? Wrath ya no salía de la casa. La cocina, excepto que estaban a punto de servir la Última Comida y Wrath probablemente no bajaría a ese caos sin ella. Aunque nunca había dicho nada, Beth tenía la sensación de que Wrath se sentía incómodo en los lugares ruidosos y llenos de gente, debido a que sus sentidos del oído y el olfato quedaban saturados y se le hacía difícil ubicar a la gente en el espacio.

Solo le quedaba un número que pudiera intentar.

Al buscar a la persona entre sus contactos, Beth recordó otro trozo de pasado.

Se imaginó a Tohr entrando por las puertas correderas de su viejo apartamento. El Hermano se había cernido sobre ella inmenso, como una pesadilla. Pero la verdad es que siempre había sido, y era, un aliado. Aquella noche habían compartido unas cervezas con galletas de avena mientras veían Godzilla y así fue como comenzó su amistad.

Tohr se encontraba en una situación muy distinta ahora. Después de perder a Wellsie, ahora estaba fortaleciendo su relación con Otoño.

Pero Beth tampoco era la misma.

Cuando la llamada entró, solo timbró una vez antes de que le contestaran:

—Beth.

Beth frunció el ceño al oír el extraño tono de Tohr.

—¿Estás bien?

—Ah…, sí, claro. Me alegra que llames.

—Ah… ¿por qué? —¿Acaso Wrath le habría contado a la Hermandad que ella no iba a dormir en la casa? Probablemente no—. No importa. Yo… solo estoy buscando a Wrath. ¿Sabes dónde está? Ya he llamado al estudio y a nuestras habitaciones, pero nadie contesta.

—Ah, sí. Claro.

¿Qué?

—Tohr. ¿Qué diablos pasa?

Al sentir cómo un miedo terrible se le instalaba en el centro de su pecho, su imaginación empezó a volar. ¿Y si…?

—Nada. De verdad… Bueno, tenemos una visita inesperada que está por llegar a la clínica, así que estoy cuadrando todo el dispositivo de seguridad.

Ah, vale. Beth estaba paranoica. Aunque eso era mejor que tener razón.

—En cuanto a Wrath, la última vez que lo vi…, estaba… —Hubo una pausa y luego un ruido, como si Tohr se hubiese cambiado el teléfono de mano—. Estaba tomándose un descanso.

—¿Un descanso?

—Estaba dormido.

Beth sintió que no podía tener la boca cerrada.

—¿Dormido?

—Sí, estaba descansando.

—¿De veras?

Ella se encontraba preocupada y confundida, sin saber qué pensar ni qué sentir, repasando la relación de atrás para adelante y de adelante para atrás, planeando la conversación que podrían tener, hecha un nudo de ansiedad… y, mientras tanto, ¡Wrath estaba durmiendo una siesta!

—Bueno, genial —se oyó decir Beth—. Me alegra que esté descansando.

—Beth…

—Mira, tengo que colgar. —Sí, ella estaba muy, pero que muy ocupada—. Pero si despierta, dile que…

No, no quería que le dijeran que ella había llamado. Los hombres no eran los únicos con derecho a mantener su orgullo; las mujeres no tenían por qué ser el «sexo débil».

—De hecho, yo misma se lo diré. Voy a estar en casa de mi padre organizando unas cosas. —Sí, porque la casa estaba hecha un desastre—. Pero regresaré al anochecer.

La sensación de alivio que se sintió a través del teléfono fue impresionante.

—Ah, qué buena noticia. Me alegra mucho.

—Bueno, entonces… —Por alguna razón, Beth no lograba colgar.

—¿Beth? ¿Todavía estás ahí?

—Sí, aquí estoy —dijo, mientras se masajeaba una pierna—. Oye, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro. Adelante.

Después de todo, Wellsie y Tohr habían tenido varias diferencias, y Beth siempre se enteraba de ellas a través de la hermosa pelirroja, antes de que se la hubieran llevado de forma tan prematura. Joder, a Wellsie no le daba ningún miedo decir exactamente lo que pensaba, ni siquiera a su hellren. Y aunque nunca se enfurecía sin tener una buena razón, lo mejor era no torearla.

La gente la respetaba.

¿Qué pensarán de mí? se preguntó Beth.

—¿Beth?

Si había alguien que ciertamente podía ayudarle con Wrath, y hacerlo con discreción, ese era Tohr. De hecho, él era la persona a la que solían enviar cuando la gente necesitaba ayuda con el rey.

—Beth, ¿qué sucede?

Beth abrió la boca con intención de contarlo todo, pero había un problema: la persona con la que necesitaba hablar era Wrath. Cualquier otro sería solo un sustituto.

—¿Todavía te gusta Godzilla?

Hubo una pausa y luego el Hermano soltó una de sus típicas carcajadas de barítono.

—¿Me estás diciendo que va a haber otra maratón de Godzilla?

Beth se alegró de estar sola, porque tenía la sensación de que su sonrisa era todavía más triste que sus lágrimas.

Ella solo quería regresar a la época en que las cosas eran más sencillas. Más fáciles. Más cercanas.

—Solo estaba pensando en los buenos tiempos —dijo atropelladamente.

Al instante, el tono de Tohr se volvió serio.

—Sí…, fueron buenos tiempos.

Ay, mierda. Aunque estaba enamorado de su nueva compañera, Otoño, debía de resultarle muy doloroso recordar a su primera esposa… y al bebé que ella llevaba en el vientre.

—Lo siento. Yo…

Tohr se recuperó más rápido que Beth.

—No te sientas mal. El pasado es lo que es, bueno y malo, pero está escrito y es inmutable. Y, ¿sabes?, eso está bien.

Beth sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

—¿Por qué lo dices?

Hubo una larga pausa.

—Porque las buenas partes son más luminosas debido a que puedes confiar en ellas. Y las partes malas no pueden volverse ya más trágicas exactamente por la misma razón. El pasado es seguro porque es indeleble.

De repente Beth pensó de nuevo en aquella primera cita con Wrath en el salón de arriba. A pesar de que la distancia lo hubiese pintado con un resplandor de color rosa, aquello no había sido exactamente rosa, ¿o sí?

Al pensar de nuevo en ello, Beth recordó que Wrath estaba enfadado cuando ella llegó esa noche. Hasta el punto de que antes de terminar los cuatro platos de la cena, ella pensó en irse.

El asunto no había sido ni remotamente tan perfecto como lo pintaba la nostalgia.

—Tienes razón, Tohr.

—Sí. —Tohr se aclaró la garganta—. ¿Y sabes? No es demasiado tarde. Todavía puedes regresar si te vienes ya.

—Recuerda que yo no tengo problemas con el sol.

Beth prácticamente pudo sentir a través del móvil cómo se estremeció él.

—Sí, tienes razón.

Entonces Beth se compadeció y cambió de tema prometiendo que tendría cuidado y regresaría a casa por la noche.

Después de colgar, se acostó en la cama de su padre. Mientras contemplaba el techo, se imaginó a Darius haciendo lo mismo durante el día, algunas veces acompañado de Wrath, quien estaría en la otra habitación.

Wrath era un verdadero recluso antes de conocerla. Peleaba solo, dormía solo y, sobre todo, no tenía nada que ver con el asunto del trono. Hasta que se casó con ella, se había negado a gobernar.

Beth no sabía cuántas veces la gente le había agradecido el hecho de que ella lo hubiese hecho cambiar de opinión; como si su amor fuera una poción mágica que hubiera convertido a una bestia en…, bueno, aunque no se podía decir que ahora Wrath fuera un tío completamente civilizado, sí era al menos alguien que estaba dispuesto a asumir sus responsabilidades.

¿De verdad estaría dormido?

Pero, claro, ¿cuándo había sido la última vez que Wrath había dormido todo el día? No desde antes de que le dispararan.

Antes de que se le cerraran los ojos, Beth se levantó y activó la alarma de seguridad cuyo panel estaba sobre la cabecera de la cama. Después de teclear el código, volvió a acostarse.

¿Y cuál era la clave de ocho dígitos? La fecha de su nacimiento: mes, día y año.

Otro ejemplo de la manera en que su padre estaba pensando siempre en ella, mucho antes de que ella entrara al mundo vampiro. Tal vez V fuera quien instaló el equipo y lo mantenía todo al día, pero había sido Darius quien había elegido el código hacía muchos años.

Después de apagar la luz, Beth se acomodó sobre la colcha.

Unos momentos después, volvió a encender la luz.

Cuando duermes sin tu marido, eso de sentirse totalmente segura es relativo.

22

Sola no recordaba haber sentido tanto frío nunca.

Envuelta en un saco de dormir, con dos ventiladores lanzándole aire caliente a la cara, Sola no podía dejar de temblar en el asiento trasero del Range Rover.

Pero, claro, había como media docena de buenas razones para estar en shock, de esas que empiezan en la cabeza y dejan tu cuerpo en estado de congelación.

Al cambiar de posición, Sola sintió un agudo dolor en la pierna que le recordó que también había un imperativo físico para sentirse así. ¿Cuánta sangre habría perdido?

—Ya casi llegamos.

Sola volvió la cabeza al oír aquella voz de acento tan fuerte. Aunque no había casi luz en el interior del todoterreno, pudo imaginarse la cara de Assail como si estuviera bajo un foco: ojos profundos del color de la luz de la luna, cejas negras muy bien definidas, labios llenos, mandíbula apretada. El pelo negro como la noche, que le salía desde la frente.

Sin embargo, un segundo después, Sola vio que Assail tenía la parte inferior de la cara cubierta de sangre… e incluso vio unos afilados colmillos.

¿O había sido una pesadilla? Le estaba costando trabajo distinguir la fantasía de la realidad.

Sola abrió la boca como si tuviera la intención de decir algo, pero no brotó ningún sonido.

—Mi cabeza… no está funcionando bien.

—Todo está bien. —Como impulsado por el instinto, Assail trató de agarrarle la mano, pero luego la dejó caer como si no supiera qué hacer.

Sola hizo un esfuerzo para tragar saliva, pues tenía la boca seca.

—¿Más agua? ¿Por favor?

Assail se movió tan rápido que parecía que hubiera estado esperando la oportunidad de hacer algo. Cuando abrió otra botella de Poland Spring, ella trató de sacar las manos del saco de dormir, pero se enredó. La tela de nailon parecía tan pesada como el asfalto.

—Quédate quieta —dijo él con voz suave—. Permíteme ayudarte.

—Mis manos tampoco funcionan bien.

—Lo sé —dijo Assail y le acercó la botella a la boca—. Bebe.

Pero eso tampoco fue tan fácil. Sola sintió que sus dientes empezaban a castañetear.

—Lo siento —dijo, al ver que el agua se escurría por todas partes.

—Ehric, ¿cuánto falta? —preguntó Assail con voz brusca.

En ese momento, el Range Rover se detuvo de repente.

—Creo que hemos llegado, o al menos que hemos llegado a alguna parte.

Sola frunció el ceño al mirar por encima del hombro del conductor el paisaje que tenía delante. Bajo los faros del coche, la destartalada reja parecía de aquellas que podría ver en una granja de ganado… abandonada. La mitad de la reja colgaba torcida sobre el suelo, una tablas viejas sostenidas apenas por un alambre oxidado.

—¿A dónde vamos? —preguntó ella con voz ronca—. Pensé que… regresar… casa.

—Primero tienen que examinarte. —Assail

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