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  2. El rey
  3. Capítulo 38
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un momento V estaba de pie junto al rey, y enseguida se estaba defendiendo de un ataque tan gratuito… como feroz.

Y ahí las cosas se salieron por completo de madre.

Como si Wrath se diera cuenta de que estaba al borde de un terrible abismo, rápidamente se separó de V y empezó a destrozar la sala de billar. Lo primero que se encontró fue la mesa, junto a la que estaba Butch, y el policía apenas tuvo tiempo de levantar el cenicero antes de que Wrath la agarrara y la levantara como si no fuera más que una mesita de jugar a las cartas. La mesa de caoba salió entonces volando con su tapete de fieltro y todo casi hasta el techo, y después de llevarse por delante la lámpara que colgaba encima, cayó con tanta fuerza que resquebrajó el mármol del suelo.

Sin perder ni un segundo, el rey se lanzó en picado sobre su siguiente víctima: el pesado sofá de cuero del que Rhage acababa de levantarse.

Volando a metro y medio del suelo, el sofá salió disparado hacia donde estaba John y al caer empezó a dar vueltas y vueltas, mientras lanzaba cojines en todas direcciones. Y luego su compañero se estrelló contra el bar, pulverizando las botellas que estaban en la parte superior de la estantería, mientras el licor salpicaba las paredes, el suelo y hasta el fuego que ardía en la chimenea.

Pero Wrath todavía no había terminado.

A continuación agarró una mesita auxiliar y la lanzó por encima de su cabeza en dirección a la televisión. Y aunque no le dio a la pantalla de plasma, sí logró destrozar un espejo antiguo…, pero el Sony no se salvó por mucho tiempo. La mesita de café que estaba entre los dos sofás se encargó de destrozarlo y hacer desaparecer la imagen sin sonido de los dos tíos de Boston y el viejo del sur con el bate de béisbol de DirectTV.

Los Hermanos simplemente dejaron que Wrath siguiera. No porque tuvieran miedo de salir heridos. Joder, Rhage agarró el primer sofá antes de que destrozara una columna del arco que formaba la entrada. Tampoco es que fueran estúpidos.

Wrath – Beth × todo el día = Locura total.

Así que era mejor dejar que se desahogara destrozando el lugar. Pero, joder, era un espectáculo muy doloroso…

John saltó a un lado cuando un barril entero de cerveza llegó volando hacia su cabeza. Por fortuna Vishous pudo agarrarlo antes de que se estrellara contra el suelo de mosaico del vestíbulo, lo cual habría sido muy difícil de arreglar.

—Tenemos que contenerlo —murmuró alguien.

—Amén —contestó otro—. Si lo dejamos seguir con el resto de la casa, habrá cosas que ni Fritz podrá limpiar.

—Yo me encargo.

Todo el mundo se giró a mirar a Lassiter. El ángel caído, con su mala actitud y un gusto todavía peor para todo, apareció de repente de la nada y, por una vez en la vida, parecía muy serio.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó V cuando el ángel se llevó a la boca un delgado bolígrafo dorado.

Pues resultó que no era ningún bolígrafo. Con un soplido rápido, Lassiter disparó un pequeño dardo que atravesó el salón y alcanzó a Wrath en el hombro. El impacto fue como si el rey hubiese recibido un disparo en el pecho.

Se desplomó de inmediato como un árbol.

—¿¡Qué diablos has hecho!? —dijo V y se abalanzó sobre el ángel. Pero Lassiter lo detuvo de inmediato.

—Iba a terminar haciéndose daño, o dañando la casa, ¡o hiriéndoos a alguno de vosotros, cabrones! Y no os caguéis de miedo. Wrath solo disfrutará de una pequeña siesta…

En ese momento Wrath dejó escapar un ronquido.

Moviéndose con cuidado, la Hermandad se acercó como si estuvieran viendo un oso grizzly y John se unió a ellos. Cuando se formó un círculo alrededor del Bello Durmiente, se oyeron varias maldiciones entre dientes.

—Si lo has matado…

Lassiter guardó su pequeño artilugio dorado.

—¿Acaso os parece que esté muerto?

No, de hecho, parecía como si el pobre cabrón estuviera en paz consigo mismo y con el mundo, y su cuerpo estaba tan relajado que las botas colgaban hacia los lados.

—Querida… Virgen… Escribana…

Todo el mundo miró hacia el arco de la entrada. Fritz estaba allí con un maletín Louis Vuitton en una mano y la expresión de alguien que acabara de presenciar un accidente de tráfico.

John cerró los ojos.

Sinceramente esperaba que Beth hubiera entrado en esa casa, hubiera cerrado la puerta como había prometido hacer y se tomara un buen descanso durante el día.

Uno de los dos ya estaba fuera de combate y nadie necesitaba que el segundo también cayera.

21

Después de que Fritz y John se fueran, Beth entró por fin en la casa de su padre y, cuando lo hizo, el paso implacable del tiempo retrocedió en un segundo. En un instante, desaparecieron los minutos, las horas, los días, las semanas y los meses.

De repente, Beth volvió a ser la mujer que había sido antes de conocer a Wrath, una humana de veintitantos años que vivía con su gato en un estudio diminuto, tratando de sobrevivir en el mundo sin nada ni nadie que la respaldara. Claro que Beth adoraba algunas cosas de su trabajo, pero su jefe, Dick el Desgraciado, era un misógino lascivo y abominable. Y sí, su sueldo era más o menos decente, solo que no le quedaba mucho después de pagar la renta, y tampoco había ninguna posibilidad de progresar en el Caldwell Courier Journal. Ah, y cualquier tipo de aventura amorosa había sido hasta ahora tan ficticia y lejana como el Llanero solitario.

Aunque en realidad tampoco es que le interesaran mucho los hombres. O las mujeres.

Salvo, claro, aquella vez, en el campamento…

Beth cerró la puerta y tuvo el cuidado de echar la llave. Fritz tenía llave, así que cuando llegara con sus cosas podría entrar sin problema, pero nadie más podría hacerlo.

A medida que el silencio la rodeaba, Beth sintió como si estuviera en una jaula. ¿Cómo demonios había terminado ahí? ¿Pasando un día entero sin Wrath? Hacía tan solo un día, cuando estaban en su refugio de Nueva York, una separación como esta le habría resultado inconcebible.

Al entrar al salón a mano izquierda, Beth dio una vuelta alrededor, mientras recordaba cómo, cuando había ido allí por primera vez, estaba convencida de que Wrath era un narcotraficante, un criminal y un asesino. Al menos se había equivocado en los dos primeros, pero Wrath le había demostrado haber acertado en lo último cuando casi asesina a Butch O’Neal delante de ella en un callejón.

Después de aquel pequeño horror, habían ido a ese lugar, donde habían encontrado a Rhage, que estaba cogiéndose unos puntos en el baño de abajo. Fue un poco más tarde cuando Wrath la llevó a través de la pintura, por la escalera que llevaba al nivel subterráneo…, hasta el refugio secreto.

Ahí le había contado quién era ella en realidad.

Lo que ella era.

Ese sí que fue un verdadero descubrimiento. Solo que al contar con ese pequeño dato, Beth pudo entender muchas cosas que hasta ese momento la confundían. Por ejemplo, por qué se sentía tan desconectada de la gente que la rodeaba, esa sensación de no ser parte de nada, de impaciencia que había ido aumentando a medida que se acercaba al momento de la transición.

Pensar que ella creía que lo único que necesitaba era salir de Caldwell.

No. El momento del cambio ya estaba en camino y, de no ser por Wrath, ella habría muerto. Sin duda.

Wrath la había salvado en muchos sentidos. La había amado con su cuerpo y su alma. Le había dado un futuro con el que ella nunca había soñado.

¿Y ahora? Lo único que Beth deseaba era regresar a ese momento inicial. Las cosas solían ser tan fáciles entonces…

Al acercarse a la enorme pintura de un rey francés que llegaba desde el techo hasta el suelo, Beth oprimió el interruptor que desplazaba hacia un lado el óleo y su pesado marco de oro. Cuando se abrió el pasadizo, Beth esperaba encontrarse en medio de la más absoluta oscuridad; después de todo, hacía mucho tiempo que nadie vivía allí. Pero así como todo estaba aspirado, limpio y reluciente, las lámparas de gas chisporroteaban en sus faroles de hierro forjado, iluminando los peldaños de piedra y las paredes que descendían hacia el sótano.

Por Dios, y también todo olía igual que antes. Se sentía un poco de humedad, pero dentro de la más absoluta limpieza.

Arrastrando la mano por la piedra irregular de la pared, Beth descendió hasta el sótano. Las dos habitaciones que había abajo le ofrecían dos opciones: izquierda y derecha, y ella eligió la de la izquierda.

La habitación que había sido refugio de su padre durante las horas de luz.

Las fotografías de ella seguían en el mismo lugar en que su padre las había dejado: toda clase de fotos en distintos marcos, que cubrían el escritorio, las mesitas auxiliares y la repisa de la chimenea.

Pero la imagen precisa que ella estaba buscando se encontraba junto al reloj despertador.

Era la única foto en que aparecía su madre y, sí, con solo una mirada a la mujer Beth recordó de dónde habían salido su grueso pelo negro, la forma de su cara y la postura de sus hombros.

Su madre.

¿Qué clase de vida habría tenido aquella mujer? ¿Cómo la habría conocido Darius? Por lo que Wrath le había contado aquella vez, sus padres no habían estado mucho tiempo juntos antes de que ella descubriera lo que era Darius… y saliera huyendo. Solo cuando se enteró de que estaba embarazada regresó a verlo, asustada por lo que podría traer al mundo.

Pero su madre había muerto al dar a luz.

Y después de eso Darius se había mantenido al margen, con la esperanza de que su hija no heredara sus rasgos vampiros.

Algunos mestizos o híbridos nunca pasaban por el cambio. Otros no sobrevivían a la transición. Y aquellos que lo lograban y salían al otro lado convertidos en vampiros estaban sometidos a distintas e impredecibles leyes biológicas. Beth, por ejemplo, podía salir durante el día, siempre y cuando usara protector solar y gafas de sol. Butch, por otro lado, no se podía desmaterializar.

Así que solo Dios sabía qué podría pasar en un embarazo. Pero si tenía suerte, Beth tendría su periodo de fertilidad y Wrath de alguna manera cambiaría de opinión para que ella trajera al mundo a…

Bueno, así era como había muerto su madre, ¿no?

—Mierda.

Beth se sentó sobre el colchón y se agarró la cabeza. Tal vez Wrath tuviera algo de razón. Tal vez todo el asunto de la concepción resultaba demasiado peligroso para andar jugando con ello. Pero eso no justificaba la manera como él la había tratado y por eso la discusión seguía vigente.

Por Dios Santo, estando ahí, rodeada de las fotografías que Darius le había tomado, Beth se convenció todavía más de lo mucho que deseaba un hijo.

Beth dejó caer entonces los brazos, sacó su BlackBerry, tecleó la clave y revisó si tenía algún mensaje que no hubiese visto. Nada. Mientras le daba vueltas y vueltas al móvil, Beth pensó que le gustaría tener un iPhone. Sin embargo, V no solo era totalmente anti-Apple, sino que estaba convencido de que el legado de Steve Jobs era la raíz de todos los males del mundo…

Algunas veces a las parejas les iba mejor cuando hablaban por teléfono.

Y aunque Wrath no había sido muy amable, eso no significaba que ella tuviera que seguir su ejemplo. Si su propósito era darse un respiro durante las siguientes doce horas, realmente

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