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  2. El rey
  3. Capítulo 34
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gemir por el dolor en la cabeza y la pierna.

—¡Perra! ¡Despierta!

El hombre le dio una bofetada y Sola sintió el sabor a sangre en la boca, así que se imaginó que le habría roto el labio. Pero cualquier dolor adicional era casi imperceptible frente a la agonía de la pierna.

—¡Perra! —Otra bofetada, todavía más fuerte—. ¡No te atrevas a jugar conmigo!

El hombre la agarró entonces de la parka y se la abrió de un tirón. Cuando su cabeza se estrelló contra el suelo de cemento, fue imposible contener un gruñido.

—Perfecto, por fin te desperté. —Entonces le rasgó la camisa y se produjo una pausa—. Mmmm, qué bonito.

El sujetador se abrochaba por delante y, cuando el hombre lo soltó, Sola sintió un golpe de aire helado contra la piel.

—Ay…, sí…

Sola apretó los dientes mientras él la acariciaba y tuvo que obligar a sus músculos a mantenerse relajados cuando él metió la mano por debajo de la cinturilla del pantalón. Al igual que le había sucedido con la bengala que encontró en el maletero del coche, en este caso solo tenía una oportunidad y necesitaba que el cabrón estuviese lo suficientemente distraído.

Aunque sentía que estaba a punto de vomitar.

El guardia le quitó los vaqueros junto con las bragas después de varios tirones y luego su trasero quedó desnudo contra el suelo helado y áspero.

—Esto me lo debes, perra. Ahora voy a tener que contarle al jefe sobre ese pobre desgraciado al que mataste… ¡Ah, malditas botas!

El hombre desató entonces frenéticamente los cordones de las botas de Sola y se las quitó, una detrás de la otra. Mientras estaba en esas, ella sintió la tentación de tratar de darle una patada en la cara, pero era consciente de que no tendría suficiente fuerza para hacerle verdadero daño desde esa posición, y si se apresuraba a golpearlo y perdía, estaba segura de que el hombre terminaría encadenándola a esa maldita pared.

Cuando el hombre le metió la mano entre las piernas, Sola no pudo evitar la reacción instintiva de su cuerpo ante semejante invasión y, a pesar de las órdenes de su cerebro, sus piernas se cerraron de inmediato contra la muñeca del guardia.

—¿Ya estás despierta? —dijo el hombre apretando los dientes—. Te mueres de ganas de esto, ¿no?

Relájate, pensó Sola. Estás esperando una cosa y solo esa cosa.

El hombre retiró la mano y luego el sonido de una cremallera que se abría con brusquedad le dio a Sola el incentivo extra que necesitaba para dejar que sus piernas se abrieran. Necesitaba que él tratara de montarla.

Y vaya si lo intentó.

Mientras ella abría las piernas de par en par, el hombre se puso a cuatro patas y empezó a acomodarse.

Al primer intento, ella aprovechó.

Con un súbito estallido de energía, se levantó y lo agarró de las pelotas como si tuviera la intención de castrarlo. Y, en efecto, esas eran exactamente sus intenciones.

Mientras le retorcía los testículos con toda su fuerza, Sola hizo caso omiso del dolor en su pierna y su cabeza y apretó todavía más la mano. El guardia dejó escapar un aullido agudo, como el de un perrito faldero que hubiese caído en una freidora, y se fue de lado.

Eso era todo lo que Sola necesitaba. Después de quitárselo de encima, se puso de pie de un salto, mientras él se cubría la polla y las pelotas con las manos y se ponía en posición fetal.

Sola miró rápidamente a su alrededor, necesitaba…

Cojeando, fue hasta la pared de las cadenas de las que seguramente iban a colgarla, quitó una y la trajo arrastrando por el suelo. Luego se envolvió la cadena alrededor del puño, de manera que los pesados eslabones formaron una jaula alrededor de su mano, y se sentó sobre la cabeza y los hombros del guardia.

—¿Quieres un buen polvo, cabrón? A ver si te gusta este.

Entonces levantó el brazo por encima de la cabeza y lo descargó con toda su fuerza sobre el cráneo del hombre. Este dejó escapar un rugido y trató de taparse la cabeza con los brazos, formando una barrera a su alrededor.

Bien. Más tarde le haría la lobotomía.

Sola apuntó entonces a la parte de abajo de las costillas, ese espacio de carne y piel que protegía los riñones y el bazo, y lo golpeó ahí una y otra vez, hasta que él ensayó una nueva posición defensiva. De regreso a la cabeza, lo golpeó con más fuerza esta vez, hasta que quedó cubierta de sudor, a pesar de que estaba prácticamente desnuda y el aire del sótano debía de estar a casi 0 grados.

Una vez.

Y otra.

Y otra.

Sola siguió golpeándolo en cada lugar vulnerable que encontraba.

Y lo más extraño es que parecía tener toda la energía del mundo mientras lo hacía: como si estuviera poseída y sus heridas se desvanecieran en el olvido ante la necesidad superior de garantizar su supervivencia.

Nunca antes había matado a nadie. Desde que tenía once años había robado a la gente. También había mentido cuando tenía que hacerlo. Y había irrumpido subrepticiamente en toda clase de lugares a los que no había sido invitada.

Pero la muerte siempre le había parecido un nivel al que no quería llegar. Al igual que la heroína para los consumidores de marihuana, era el abuelo de todos, y una vez cruzabas ese límite, realmente te convertías en un criminal.

Sin embargo, a pesar de todo eso, unos minutos, u horas, o días después… Sola se puso de pie junto a un cuerpo completamente ensangrentado.

Respiró profundamente y dejó que su brazo descansara. Al relajarse, la cadena se desenrolló y cayó al suelo con un sonido metálico.

—Muévete —se dijo entre jadeos—. Tienes que moverte.

Por Dios…, cuando le había rezado al cielo para que la dejara sobrevivir, nunca había pensado que Dios le daría el poder de quebrantar uno de su Diez Mandamientos.

—Muévete, Sola. Tienes que moverte.

Mareada, con náuseas y con un dolor de cabeza tan fuerte que a veces veía borroso, trató de pensar.

Botas. Iba a necesitar sus botas. Las botas eran más importantes que los pantalones para caminar por la nieve. Así que se agachó y agarró la primera que encontró, pero esta se le deslizó enseguida de la mano.

Sangre. Estaba cubierta de sangre. En especial su mano derecha.

Sola se limpió entonces las palmas de las manos en la parka y volvió a ocuparse de las botas. Una y otra. Después se ató los cordones, no con mucha fuerza, pero con doble nudo.

Y ahora tenía que pensar en su víctima.

Se quedó contemplando el desastre por un segundo.

Mierda, esta era una imagen que iba a ver en su mente durante mucho, mucho tiempo.

Suponiendo que sobreviviera, claro.

Sola se santiguó, se agachó sobre el hombre y lo palpó. El arma que encontró fue una bendición, al igual que el iPhone…, pero tenía clave, joder. Además, no daba señal, aunque quizás eso cambiara cuando subiera a la primera planta.

Lo único que necesitaba era la llamada de emergencia y luego podría tirarlo.

Al salir de la celda, cerró la puerta de barrotes tras ella. Estaba bastante segura de que el tío estaba muerto, pero las películas de terror y toda la saga de Batman sugerían que lo mejor con los chicos malos era tenerlos bien asegurados.

Sola hizo una rápida evaluación del lugar. Había otras dos celdas como la de ella, las dos vacías, y eso era todo.

Fuera del área abierta había un pasillo y luego unas escaleras a las que tardó una eternidad en llegar. Maldita pierna. Antes de subir, se detuvo un segundo a escuchar. No se oía a nadie arriba, pero se sentía un claro olor a hamburguesa.

Sola supuso que debía tratarse de la última cena de su secuestrador.

Caminando pegada a la pared, con el arma delante de ella, trató de hacer el menor ruido mientras subía, aunque tuvo que parar un par de veces para recuperar el aliento.

En la planta de arriba había varias luces encendidas, pero no mucho más: un par de camas en un rincón, una cocina con platos sucios en el fregadero…

Había alguien acostado en la tercera cama junto al baño.

Por favor, que sea el otro tío muerto, pensó Sola…, y, mierda, ¿qué clase de noche era aquella para estar pensando en eso?

La pregunta se respondió sola cuando se acercó a mirar.

—Ay —exclamó y se tapó la boca con la mano, antes de dar media vuelta.

¿Había hecho eso ella con aquella bengala? Por Dios…, y ese olor no provenía de alguien preparándose un Big Mac. Era carne humana chamuscada.

Concentrarse, tenía que concentrarse.

Las únicas ventanas del lugar eran unas ventanitas alargadas de esas que por lo general se ven en los sótanos, ubicadas a una distancia considerable del suelo, de manera que no había forma de mirar hacia fuera. Y solo había tres puertas: por la que había subido del sótano, la que estaba abierta y dejaba ver un inodoro, y la última…, que ciertamente parecía reforzada.

Tenía una barra que se empujaba desde dentro.

Sola no se preocupó por buscar más armas. La cuarenta milímetros que llevaba en la mano era suficiente, pero sí fue hasta la cocina para encontrarse con una sorpresa extra en la encimera…

El premio gordo.

Las llaves del coche, arrojadas casualmente allí con el mando de las puertas. Si Sola no hubiese estado tan asustada, se habría puesto a llorar como una chiquilla.

Pero, claro, cualquier coche probablemente tendría un GPS, al igual que el teléfono.

Aunque comparado con la opción de salir de allí a pie…

Sola agarró las llaves sin pensarlo dos veces.

Luego fue cojeando hasta la puerta, mientras su visión se volvía borrosa por momentos, puso las manos sobre la barra…

Y se lanzó contra el panel de acero con fuerza.

Pero nada se movió.

Cuando volvió a intentarlo, vio que la puerta estaba cerrada desde fuera. ¡Joder! Y cuando revisó las llaves, no encontró ninguna otra en el llavero. Nada…

Ah, claro, pensó.

Montado junto a la puerta, había un pequeño sensor de seguridad.

Desde luego, un lector de huella, que funcionaba desde dentro y desde fuera.

Sola miró por encima del hombro, hacia el cuerpo que yacía al fondo, específicamente la mano que se había salido de la cama y estaba colgando a unos centímetros del suelo.

—A la mierda.

Al regresar junto al muerto, Sola sabía que arrastrarlo hasta la puerta iba a ser muy difícil. En especial con su pierna herida. Pero ¿qué otra alternativa tenía?

Mientras miraba a su alrededor…

En la esquina, frente a un escritorio improvisado, había una silla con rueditas, de las que se ven en las oficinas. Incluso tenía apoyabrazos.

Definitivamente eso era mejor que arrastrarlo por el suelo.

Falso. Meter al cara chamuscada en la silla fue más difícil de lo que había pensado, y no porque el cuerpo ya estuviera rígido, pues al parecer el pobre tío había muerto poco después de que ella lo desfigurara con la luz de emergencia. El problema era la silla, que no dejaba de alejarse cada vez que ella lograba acercar al muerto a la superficie almohadillada.

Eso no iba a funcionar. Además, el hedor de esa carne era insoportable.

Sola dejó entonces el cadáver, que ahora solo yacía a medias sobre la cama, y fue hasta el baño para tratar de vomitar. Pero en primer lugar no tenía nada en el estómago para devolver y, en segundo lugar, las arcadas empeoraron su dolor de cabeza.

De regreso junto al muerto, Sola lo agarró de los sobacos y se apoyó en la pierna buena para levantarlo. Las botas del hombre cayeron sobre el suelo, una después de otra, cuando Sola logró incorporarlo totalmente de la cama y aquellas Timberland

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