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  2. El rey
  3. Capítulo 30
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vez era un elefante azul pálido.

—Toda la estructura cerebral parece normal…

El doctor se lanzó luego a una disquisición médica que, por fortuna, parecía significar algo para Manny, teniendo en cuenta que él era el único que asentía. En cuanto a los tortolitos, ellos se desentendieron de todo y su ensimismamiento era, de hecho, un hermoso espectáculo.

Al menos hasta que las lágrimas de alegría por la buena noticia se mezclaron con las de la tristeza y todo se volvió borroso para Beth.

Hora de excusarse un momento.

Beth murmuró entonces algo sobre la necesidad de hacer una llamada telefónica y salió al pasillo. El pabellón dedicado a las resonancias se encontraba aislado en el sótano de uno de los muchos edificios que componían el St. Francis y fuera no había mucha actividad que digamos: ningún paciente yendo de un lado para otro, ni carritos con suministros médicos, ni personal caminando apresuradamente con sus zuecos de suela blanda.

Beth se agarró la cabeza con las manos, apoyó el trasero contra la pared y se deslizó hasta quedar sentada en el suelo. Gracias a Dios John parecía estar bien. Así que al menos una parte de su familia estaba bien…

Necesito que oigas bien esto y debes saber que es la pura verdad. No voy a aparearme contigo cuando llegue tu periodo de fertilidad. Nunca…

Mierda, pensó Beth mientras se restregaba los ojos. Ahora tenía que regresar a casa y afrontar todo eso.

Minutos después, el grupo salió de la sala central y Beth se puso de pie, tratando de parecer solo aliviada por los resultados de la resonancia.

El neurólogo miraba fijamente un cheque que tenía en la mano, mientras sacudía la cabeza.

—Por Dios, Manello, ¿acaso te ha tocado la lotería?

Más o menos. Gracias a las inversiones de Darius, cincuenta mil dólares de donación para el departamento de Neurología no eran ninguna tontería.

Y pensar que lo único que había tenido que hacer el médico era meter a su hermano en aquella extraña máquina durante media hora.

—No, pero te agradezco mucho que nos hayas atendido tan rápido —murmuró Manello.

El médico se giró entonces hacia John, mientras doblaba el cheque y se lo metía en el bolsillo.

—Así que, sí, mi recomendación sería tomar medicamentos anticonvulsivos, pero si estás en contra de hacerlo, lo único que te puedo decir es esto: trata de llevar un registro del momento y el lugar de los ataques. Fíjate si hay un patrón, tal vez lo haya, o tal vez no. Y llámame si necesitas algo. Recuerda lo que te dije, el hecho de que yo no haya visto nada no significa que ya estés completamente fuera de peligro. Los ataques se están presentando porque debe de haber algo que está funcionando mal y punto.

—Gracias, tío. —Manello le tendió la mano al médico—. Eres el mejor.

Los antiguos colegas se estrecharon la mano.

—Cuando quieras, y lo digo en serio. Y…, ya sabes, si alguna vez quieres regresar, te aceptarán en un segundo. Aquí se te echa mucho de menos.

Manny desvió la mirada hacia Payne, y la sonrisa disimulada que esbozó fue otra fuente de envidia para Beth.

—No, estoy muy bien por ahora, pero gracias.

Luego continuaron un poco más la charla sobre los viejos tiempos hasta que finalmente se despidieron.

Cuando los vampiros se separaron del humano, Manny los guio a través de un laberinto de pasillos de baldosas que parecían tan exactamente iguales que Beth llegó a pensar que se habían perdido. Pero no, o bien el hombre que iba al frente tenía una buena brújula en su lóbulo frontal o recordaba bien los diez años que había pasado trabajando en ese lugar, porque después de unos minutos llegaron a la primera planta y salieron a través de las mismas puertas giratorias por las que habían entrado.

Fritz estaba esperando en la acera y aquel enorme Mercedes negro parecía el de un diplomático. Por eso les era tan útil: la gente prefería no acercarse mucho al coche, suponiendo que sus dueños debían de ser personas realmente importantes o gente que estaba muy bien armada. Fritz siempre lograba que le cedieran el paso en los cruces y los estacionamientos, aunque, claro, conducía exactamente al contrario de como se movía.

El anciano mayordomo conducía como un piloto de Fórmula Uno.

¿Nos vamos?, le preguntó John a Beth con señas cuando estuvo justo delante de ella, como si estuviera tratando de llamar su atención.

—Aaay, perdón. —Beth se echó el pelo hacia atrás—. ¿No te quieres ir con Xhex?

—Yo voy para el club —dijo la hembra—. Como Trez no está, tengo que revisar que todo vaya bien.

Y esa era una buena excusa, aunque era imposible no notar las miradas que se estaban cruzando entre todos.

—No tienes que preocuparte por mí —murmuró Beth.

Claro que no, dijo John. Solo me vas a hacer un favor si regresas conmigo, así no tendré que irme solo.

Fritz saltó de inmediato para abrirle la puerta y, cuando se montó en la parte trasera del coche, Beth alcanzó a ver a Manny dándole un beso a Payne, al tiempo que John hacía lo propio con Xhex.

Mientras la tristeza volvía a apoderarse de ella, Beth pensó con ilusión en la posibilidad de emborracharse para no tener que enfrentarse a su marido. El único problema era que eso no iba a resolver nada y, además, ella siempre había despreciado a las mujeres que se embriagaban. Nada le parecía más feo ni más patético.

John se montó por el otro lado y de inmediato el Mercedes arrancó, siguiendo la calle que rodeaba todo el centro médico. Con avisos que indicaban cosas como: URGENCIAS, CENTRO DE REHABILITACIÓN, CENTRO DE COLUMNA, parecía una autopista cuyas salidas llevaran a ciudades a las que realmente no querías ir.

A su lado, su hermano no dejaba de mirarla, como si ella fuera un cartucho de dinamita y él estuviera calculando cuánto le faltaba para estallar.

—Estoy bien.

Vale, no te voy a presionar. Pero quiero que sepas que estoy aquí si quieres hablar.

—¿Qué? —John respondió a la pregunta de Beth pasándole un pañuelo blanco—. ¿Para qué quiero un…?

Fantástico. Había empezado a llorar.

Genial.

Mientras se secaba unas lágrimas de las que no había sido consciente, Beth sacudió la cabeza y lo soltó todo:

—Quiero tener un bebé.

Joder…, eso es genial, dijo su hermano. Es…

—Una pesadilla, en realidad. Porque Wrath se opone.

Ah, articuló John con los labios.

—Sí, así es. Me he enterado justo antes de salir.

Por Dios, no has debido venir.

—Necesitaba salir de esa casa. Y quería ayudarte.

Bueno… Probablemente Wrath solo está preocupado por ti. El embarazo es una cosa terrible para las hembras. Al decir eso, John contrajo los músculos de la cara. Me refiero a que a Xhex no le gustan los niños y tengo que confesarte que eso resulta un alivio para mí.

Dándole vueltas al pañuelo que tenía en la mano, Beth dejó caer la cabeza hacia atrás.

—Pero si yo estoy dispuesta a asumir los riesgos, siento que él debería respaldarme. Y, por cierto, el argumento de Wrath no fue precisamente la preocupación por mi salud. Solo dijo que no se iba aparear conmigo durante el periodo de fertilidad. Y punto.

John suspiró.

—Lo sé. No estamos en el mejor momento —dijo Beth y se giró para mirar a su hermano—. Os envidio tanto a ti y a Xhex. Parecéis tan sincronizados.

¡Ja! Deberías habernos visto hace un año. John se encogió de hombros. Pensé que no íbamos a lograrlo.

—¿De veras?

Joder, sí. Ella quería salir a combatir y yo me sentí bien hasta que entendí que le podían hacer daño. John hizo una seña con la mano alrededor de su cabeza. Y eso me volvió loco. Me refiero a que, como macho, tu hembra lo es todo. Esa es una cosa que no creo que vosotras las hembras entendáis de verdad. En lo que tiene que ver con Xhex, con su seguridad, realmente no controlo mis emociones, ni mis pensamientos, ni mis acciones. Es una especie de psicosis.

Al ver que Beth no decía nada, John le tocó el brazo para asegurarse de que le prestara atención.

Me parece que eso puede ser lo que os está pasando a ti y a Wrath. Sí, tú puedes decir que lo importante es el bebé, pero si tienes en cuenta la tasa de mortalidad de las hembras… Para él, en cambio, el tema es que tú sobrevivas, y eso es más importante que tener un hijo o una hija.

Dios, tal vez se estuviera portando como una bruja, pero… realmente ahora no quería entender la posición de Wrath. En especial si se la planteaban de una manera tan racional, suponiendo que eso era, en realidad, lo que Wrath sentía.

Beth todavía se sentía demasiado herida y furiosa.

—Muy bien, sí, tal vez todo eso sea cierto. Pero déjame hacerte una pregunta: ¿le negarías a Xhex la posibilidad de tener un bebé si ella lo quisiera? —Al ver que John no respondía, Beth, agregó—: ¿Ves? No lo harías.

Técnicamente, no respondí.

—Pero tu cara lo ha dicho todo.

Sí, pero es fácil para mí decir eso… porque ella no quiere tener un bebé. Tal vez pensara distinto si la situación fuera diferente. Los riesgos son reales y no hay mucho que puedas hacer desde el punto de vista médico.

—Todavía creo que es mi cuerpo y, por tanto, mi decisión.

Pero tú eres su principal preocupación. Así que él sí tiene derecho a opinar.

—Tener derecho a opinar es una cosa. Pero imponer un veto es otra. —Beth volvió a sacudir la cabeza—. Además, si tú eres capaz de expresar la posición de un macho enamorado, Wrath también podría hacerlo. No tiene excusa solo porque sea el rey. —Cuando resonaron en su cabeza trozos de la conversación, Beth sintió náuseas—. Su solución es medicarme. Como si fuera un animal. Yo…, yo no sé si podría superarlo.

Tal vez deberías darte un respiro. Algo como… irte hasta que se te pase la rabia. Y luego regresar y hablar la cosas.

Beth se puso la mano sobre el vientre y, al notar la capa de grasa que había ahora ahí, se sintió muy estúpida por haberse sentado tantos días a comer helado con Layla. No había logrado acelerar su periodo de fertilidad; si algún día venía, claramente lo haría a su propio ritmo. Así que lo único que había hecho era engordar y levantar una barrera entre ella y su marido.

Lo que tenía que preguntarse, en palabras del Dr. Phil, era si eso le estaba funcionando.

Y ¿qué podía contestar?

Joder, tal vez debería ver al Dr. Phil con más frecuencia. Todas las mañanas repetían el show durante cuatro o cinco horas, de lunes a viernes. Y seguro el Dr. Phil tendría algún programa sobre parejas que no estaban de acuerdo en el tema de los hijos.

¿Por qué no te vas unos días a casa de nuestro padre?, le preguntó John.

Beth recordó enseguida imágenes de ella y Wrath al principio, en especial el recuerdo de su primera cita oficial. Joder, las cosas parecían tan perfectas entonces. Los dos se habían enamorado muy fácilmente. Wrath la había invitado a la casa y, por primera y única vez en su relación, se había puesto un traje de Brooks Brothers. Se habían sentado en el comedor y Fritz les había servido la cena.

Ahí fue cuando Wrath le dijo que ella sabía a…

Beth dejó escapar un resoplido y, agarrándose la cabeza, trató de respirar con calma. Pero no sirvió de nada. Su cabeza parecía tener el equivalente mental de una arritmia y los recuerdos de su pasado feliz se mezclaban caóticamente con las preocupaciones por su dudoso futuro.

Lo único que tenía claro

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