un mar de serviles desconocidos que la trataban como un objeto precioso y no un ser vivo.
Y ahora, en el momento culminante, en el momento para el cual había sido criada…, todos esos años de preparación parecían haber sido en vano.
El rey no estaba feliz: había expulsado a todos los que estaban en el salón en que se encontraban y no le había quitado ni uno solo de los velos que tenía encima, tal como debía haberlo hecho si quería aceptarla de alguna manera. En lugar de eso se paseaba a su alrededor, mientras la fuerza de su agresividad cargaba el aire.
Y lo más probable es que ella lo hubiese contrariado aún más con su temeridad. No se suponía que nadie le hiciera sugerencias al rey…
—Siéntate.
Anha obedeció y dejó que sus débiles rodillas se aflojaran bajo el peso de su cuerpo. Y aunque esperaba estrellarse contra el suelo frío y duro, cayó sobre un gran asiento acolchado que recibió su cuerpo cuando se desplomó.
El chirrido de las tablas del suelo le informaba de que el rey estaba otra vez dando vueltas a su alrededor, con aquellos pasos pesados y aquella presencia tan magnífica que ella podía percibir su tamaño aunque no pudiera ver nada. Mientras su corazón palpitaba y el sudor le bajaba por el cuello y los senos, ella esperaba el siguiente movimiento del rey…, y temía que fuera violento. Por ley, él podía hacer con ella lo que quisiera. Podía matarla o arrojársela a la Hermandad para que hicieran uso de ella. Podía desvestirla, quitarle la virginidad y luego rechazarla, con lo cual le arruinaría la vida para siempre.
O simplemente podía desvestirla y darle su aprobación, pero respetando su virtud hasta la ceremonia de la noche siguiente. O incluso, quizás…, tal como lo había imaginado en sus sueños más vanos…, él podría mirarla brevemente y recubrirla con regalos de telas suntuosas, lo que indicaría su intención de incluirla entre sus shellans, con lo cual su vida en la corte sería más fácil.
Había oído demasiadas cosas acerca de los cortesanos como para esperar un poco de amabilidad de su parte. Y era muy consciente de que, a pesar de que iba a aparearse con el rey, estaba sola. No obstante, si tuviera alguna dosis de poder, aunque fuera pequeña, tal vez podría apartarse de todo aquello hasta cierto punto y dejarles las maquinaciones sobre la corte y el reinado a hembras más ambiciosas y avaras que ella…
De pronto se detuvieron los pasos y oyó el quejido de las tablas del suelo justo delante de ella, como si él hubiese cambiado de posición.
Este era el momento y ella sintió cómo su corazón se congelaba, como si no quisiera atraer la atención de la daga de Su Majestad…
En un segundo sintió que le quitaban la capucha y una gran corriente de aire frío llegó hasta sus pulmones.
Anha se sobresaltó al ver lo que había frente a ella.
El rey, el soberano, el representante supremo de la raza vampira… estaba de rodillas frente a la silla que le había alcanzado para que se sentara. Y eso ya habría sido suficientemente impactante, pero, de hecho, su actitud aparentemente suplicante no fue lo que más la impresionó.
El rey era increíblemente bello y aunque había intentado prepararse para muchísimas cosas, nunca se le había ocurrido que podría encontrarse frente a una visión tan magnífica.
Tenía los ojos del color de las pálidas hojas de la primavera y estos brillaban como la luz de la luna sobre un lago mientras la observaba. Y su rostro era el más apuesto que hubiese contemplado en la vida, aunque tal vez ese no era ningún cumplido, teniendo en cuenta que nunca antes se le había permitido poner sus ojos en un macho. Y su pelo era tan negro como las alas de un cuervo y le caía por su ancha espalda.
Pero eso tampoco fue lo que penetró con más intensidad en su conciencia.
Lo que más la impactó fue la preocupación que vio en la expresión del rey.
—No tengas miedo —dijo él con una voz que era al mismo tiempo sedosa y áspera—. Nadie te hará daño jamás porque yo estoy aquí.
Anha sintió que las lágrimas afloraban a sus ojos. Y luego su boca se abrió y brotaron estas palabras:
—Mi lord, no deberíais arrodillaros.
—¿Y de qué otra manera podría saludar a una hembra como vos?
Anha trató de responder, pero al sentirse observada de esa manera por el rey, su cabeza se llenó de confusión; este poderoso macho que se inclinaba ante ella no parecía real. Para asegurarse de una vez por todas de que sí lo era, levantó la mano y la movió buscando cerrar la distancia que había entre ellos…
¿Qué estaba haciendo?
—Perdonadme, mi lord…
Él atrapó su mano y el impacto de su piel contra la de él la hizo jadear. ¿O fueron los dos los que jadearon?
—Tócame —le ordenó él—. En donde sea.
Cuando él la soltó, ella puso su mano temblorosa sobre la mejilla de él. Estaba tibia y suave.
El rey cerró los ojos y se inclinó hacia delante, mientras todo su cuerpo se estremecía.
Al ver que él se quedaba así, ella sintió una oleada de poder; pero no era una demostración de arrogancia ni de ambición egoísta. Solo sentía que había logrado apoyar un pie en lo que hasta ahora parecía una caída sin fondo.
¿Cómo era posible algo así?
—Anha… —dijo él entre dientes, como si su nombre fuera una invocación mágica.
No se dijeron nada más porque todo el lenguaje parecía de repente innecesario; los discursos y las palabras eran incapaces de transmitir aunque fuera una mera idea, mucho menos una definición, del vínculo que los estaba uniendo.
Finalmente ella bajó los ojos.
—¿No deseáis ver más de mí?
El rey dejó escapar un rugido ronco.
—Te veré toda entera…, y eso no será lo único que haga.
El aroma de la excitación masculina se hizo más denso en el aire y, de manera increíble, el cuerpo de ella respondió enseguida a aquella llamada. Pero, claro, esa sensual agresividad de él estaba bajo el control de su particular voluntad: él no iba a poseerla de inmediato. No, parecía que iba a respetar su virtud hasta honrarla con una ceremonia de apareamiento apropiada.
—La Virgen Escribana respondió mis plegarias de forma milagrosa —susurró ella, mientras parpadeaba entre lágrimas. Todos esos años de preocupación y de espera, el yunque que había colgado durante tres décadas sobre su cabeza…
El rey sonrió.
—Si yo hubiese sabido que podía existir una hembra como tú, yo mismo le habría suplicado a la madre de la raza. Pero yo no tenía fantasías, y eso está bien. No habría hecho nada más que sentarme a esperar a que te cruzaras en mi destino, desperdiciando el tiempo.
Y con esas palabras el rey se levantó y se dirigió hacia un lugar donde había un montón de ropajes. Todos los colores del arcoíris estaban allí representados y ella había aprendido desde muy tierna edad a saber qué significaba cada color en la jerarquía de la corte.
El rey eligió para ella el rojo. El color más valioso de todos, la señal de que ella sería la favorita entre todas sus hembras.
La reina.
Y ese honor debería haberle bastado. Solo que al pensar en las múltiples hembras que él poseería, ella sintió que se le rompía el corazón.
Cuando el rey regresó a donde estaba ella, debió de percibir su tristeza porque preguntó:
—¿Qué te aflige, leelan?
Anha sacudió la cabeza y se dijo que no tenía derecho a sufrir por tener que compartirlo. Ella…
El rey negó con la cabeza.
—No. Solo serás tú.
Anha se estremeció.
—Mi lord, esa no es la tradición…
—¿Y acaso no soy el soberano de todo? ¿Acaso no puedo ordenar la vida y la muerte de mis súbditos? —Al ver que ella asentía, una expresión de dureza cubrió su cara e hizo que ella sintiera compasión por cualquiera que tratara de contrariarlo—. Entonces yo seré quien determine cuál es la tradición. Y solo tú serás para mí.
Las lágrimas volvieron a inundar los ojos de Anha. Ella deseaba creerle, y sin embargo eso parecía imposible, a pesar de que él la hubiese envuelto, todavía totalmente vestida, con seda del color de la sangre.
—Mi lord, me honráis —dijo ella, mirándolo a la cara.
—No lo suficiente —contestó él, y enseguida, con un movimiento rápido, atravesó el salón hasta una mesa sobre la que había un surtido de gemas preciosas.
El regalo de las joyas fue lo último en lo que Anha pensó cuando él le levantó la capucha, pero ahora sus ojos se sorprendieron con aquel despliegue de riqueza. Ciertamente ella no merecía esas cosas. No hasta que le diera un heredero.
Lo cual, de repente, ya no parecía una tarea tan difícil.
Cuando el rey regresó a su lado, ella se sobresaltó. Rubíes, tantos que no pudo contarlos; de hecho, se trataba de una bandeja entera…, entre los que se encontraba el anillo saturnino que, según sabía, siempre había adornado la mano de la reina.
—Acepta estas y confía en mí —dijo el rey, al tiempo que volvía a postrarse a los pies de ella.
Anha sintió que la cabeza le daba vueltas.
—No, no, estas son para la ceremonia…
—Ceremonia que tendremos aquí y ahora —dijo, al tiempo que le tendía la mano—. Dame tu mano.
Anha sintió cómo le temblaban todos los huesos mientras le obedecía y dejó escapar un gemido cuando el rubí saturnino se enroscó alrededor del dedo corazón de su mano derecha. Al mirar la gema, vio cómo la luz de las velas se reflejaba contra sus múltiples caras, centelleando con la misma belleza con que el amor enciende el corazón desde dentro.
—Anha, ¿me aceptas como tu rey y compañero, hasta que lleguen ante ti las puertas del Ocaso?
—Sí —se oyó decir ella con sorprendente fuerza.
—Entonces yo, Wrath, hijo de Wrath, te tomo como mi shellan, para protegerte y cuidarte a ti y al hijo que podamos tener, con la misma certeza con que cuidaré de mi reino y sus ciudadanos. Serás mía para siempre. Tus enemigos son mis enemigos ahora, tu linaje se mezclará con el mío y solo conmigo compartirás tus amaneceres y anocheceres. Este vínculo nunca será deshecho por ninguna fuerza interna o externa… y —ahí hizo una pausa— a lo largo de todos mis días habrá una y solo una hembra para mí y tú serás la única reina.
Y con esas palabras levantó la otra mano y los dos entrelazaron todos sus dedos.
—Nadie nos separará. Nunca.
Aunque Anha no lo sabía en ese momento, en los años futuros, mientras el destino seguía su camino transformando el presente en historia pasada, regresaría a este instante una y otra vez. Más adelante reflexionaría sobre cómo esa noche los dos estaban perdidos y el hecho de verse el uno al otro fue lo que les dio la fuerza necesaria para seguir adelante.
Años más tarde, mientras dormía al lado de su compañero en su cama matrimonial y lo oía roncar suavemente, ella sabría que lo que le había parecido un sueño había sido en realidad un milagro viviente.
Y mucho más tarde, en la noche en que ella y su amado fueron asesinados, cuando sus ojos se aferraron al rincón donde había escondido a su heredero, su futuro, la única cosa que era más grande que ellos dos…, ella pensaría en que todo esto estaba predestinado. Tanto la tragedia como la fortuna, todo había sido prefigurado y había comenzado ahí, en ese instante, cuando los dedos del rey se entrelazaron con los suyos y los dos se fundieron el uno