aquí. Nada especial, solo un par de vuelos de reconocimiento, pero ninguno de los dos habéis estado mucho por aquí últimamente. ¿Muy ocupados con las hembras?
—Trabajando.
—Entonces trabajáis día y noche. Caramba, ¿acaso estáis preocupados por el dinero? ¿Necesitáis un préstamo?
—Pero no tuyo. No podría pagar los intereses.
—Muy cierto —dijo el verdugo y entrecerró los ojos—. Entonces, ¿dónde estáis?
—Por ahí. Y ahora, obviamente, aquí.
—Mi impresión es que ya no vivís aquí.
—¿Entonces por qué estás sentado en algo que es mío?
—Apuesto a que si voy a tu habitación, el armario está vacío.
—Y supongo que asaltar las casas ajenas es parte de tus vuelos de reconocimiento; a menos que hayas cambiado de estilo.
s’Ex se recostó contra el sofá y cruzó los brazos bajo el manto.
—¿Acaso crees que sería capaz de irrumpir aquí y husmear por ahí sin que estuvierais? Eso sería impensable.
—¿Estás diciendo que no lo has hecho? —iAm entornó los ojos—. ¿De veras?
—No. O podría estar mintiendo. Pero me parece que vosotros ya no estáis viviendo aquí.
—Tal vez solo has venido en momentos en que no estamos.
—Muy bien. Pensemos en lo que está pasando hoy. ¿Por qué llevas puesta tu chaqueta? ¿Por qué las cucharas que están sobre la encimera están limpias? Ah, y esa revista. Es del mes pasado. Y sin embargo está abierta como si la estuvieses «leyendo» —dijo s’Ex e hizo una señal con los dedos para indicar las comillas—. Y un paquete de patatas abierto no significa que tengáis la despensa llena.
Maldición.
—¿Acaso GQ no se considera contrabando dentro del Territorio?
s’Ex volvió a sonreír.
—Digamos que a Su Majestad le gusta mantenerme contento.
Era eso, o que la misma reina también le tenía miedo.
iAm bajó los párpados.
—Dime lo que has venido a decirme.
—Pensé que eso era lo que hacía. ¿O acaso estábamos usando lenguaje de signos y yo no me he dado cuenta?
Solo que en ese momento el verdugo se puso serio, frunció el ceño mientras clavaba la mirada en la taza y se quedó muy quieto.
Y cuanto más duraba el silencio, más extrañas se ponían las cosas. A s’Ex no le gustaba perder el tiempo y carecía de paciencia; por lo general el cabrón era tan decidido como una sierra.
Pero iAm decidió esperar por dos razones: en primer lugar, no tenía otra opción. Y en segundo lugar, a estas alturas ya se había acostumbrado a esperar.
Gracias a los problemas de Trez, iAm tenía ahora una máster en «no poder hacer nada».
s’Ex volvió a fijar la vista en iAm y dijo:
—El gran sacerdote va a venir a decirte que la hora de Trez ha llegado. La reina quiere lo que le prometieron y la hija está lista para recibirlo. A partir de ahora, cualquier retraso tendrá consecuencias manifiestas. Así que si tienes alguna manera de lograr que tu hermano haga lo que debe, hazlo. Ahora mismo.
—Porque si no ella te ordenará matarlo, ¿no es cierto? —preguntó iAm con expresión lúgubre.
El verdugo negó con la cabeza.
—Todavía no. Voy a empezar por vuestros padres. Primero vuestra madre. Y luego vuestro padre. Y no va a ser bonito lo que les va a pasar —dijo el verdugo, sin que le vacilara la mirada—. Me han ordenado que primero la ate y le afeite la cabeza, luego debo violarla y cortarla para que muera desangrada. Vuestro padre debe verlo todo y lo que tengo que hacerle a él será todavía peor. Si les tenéis algún respeto, habla con tu hermano. Haz que regrese al Territorio. Oblígalo a hacer lo correcto. Ella no se va a detener hasta que lo atrape y, solo para que no haya dudas, debes saber que no dudaré en cumplir con mi deber.
iAm puso las manos contra la encimera de granito y se apoyó sobre los brazos. La situación con sus padres era… complicada, por usar un término de Facebook. Pero eso no quería decir que quisiera verlos muertos o torturados.
Cuando s’Ex se puso de pie y tomó su capucha de verdugo, iAm se oyó decir:
—No has tocado el café.
—Podrías haberlo envenenado —dijo el verdugo y se encogió de hombros—. Nunca corro riesgos, lo siento.
—Muy astuto —dijo iAm y se quedó mirando al macho—. Pero, claro, tú eres un verdadero profesional.
—Y mi reputación está bien justificada, iAm.
—Lo sé —dijo iAm y soltó una maldición entre dientes—. Conozco muy bien tu trabajo.
—No me provoques. Yo no tuve padres, pero desearía haberlos tenido. Así que no me hace ilusión hacer esto.
—Mierda, esto no depende de mí —dijo iAm y cerró los dos puños—. Y no sé si a Trez le va a importar, para serte sincero. Trez odia a nuestros padres.
s’Ex sacudió la cabeza.
—Esa no es una buena noticia. Para ninguno de vosotros.
—¿Por qué diablos ella no se busca a otro?
—En tu lugar, yo no haría esa pregunta —dijo s’Ex y miró a su alrededor—. Por cierto, está muy bien el apartamento. Muy de mi estilo, y he disfrutado mucho de la vista en este rato.
iAm entrecerró los ojos al oír el extraño tono de esas palabras. Hijo de puta…
—Tú lo entiendes, ¿no es cierto?
—¿Qué? ¿Que alguien quiera salir del Territorio, para tener la libertad de vivir su propia vida? —De repente la cara de s’Ex se transformó en una máscara—. No sé de qué hablas.
El verdugo dio media vuelta y caminó hacia la puerta corredera. Mientras se movía con la elegancia de un depredador, su manto volaba detrás de él.
—s’Ex.
El macho miró por encima del hombro.
—¿Sí?
iAm tomó la taza de café que le había servido, se la llevó a los labios y comenzó a tomársela de una sola sentada, aunque el líquido caliente le quemó las entrañas.
Cuando puso la taza vacía sobre la mesa, el verdugo le hizo una reverencia.
—Eres un hombre más honorable que muchos, iAm. Y esa es la razón por la que vine a hablar contigo. En realidad me caes bien, pero eso no te va a servir de mucho a partir de esta noche.
—Lo agradezco.
El verdugo miró a su alrededor, como si estuviera grabando los recuerdos del lugar para más tarde.
—Cuando regrese al s’Hisbe, trataré de retrasar las cosas todo lo que pueda, pero ahora depende de ti. Tal vez sea tu hermano quien tiene la soga al cuello, pero eres tú quien debe llevarlo a donde tiene que ir.
—Él está contaminado, ¿sabes?
—¿En qué sentido?
—Ha estado follando con humanas. Con muchas humanas.
s’Ex echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Eso espero. Si yo estuviera aquí fuera, haría lo mismo.
—Pero apuesto a que tu reina no opina igual.
—Ella también es tu soberana y, en tu lugar, yo no jugaría esa carta, ¿sabes? —s’Ex le apuntó con el índice desde la distancia—: Ella lo sometería a un proceso de purificación del cual no tendría por qué salir vivo pero, si lo lograra, debes saber que nunca volvería a ser el mismo. Por eso tienes que mantener la boca cerrada con respecto a su vida amorosa, créeme. Ah…, y AnsLai no sabe que he venido. Así que mejor mantenerlo en secreto, ¿vale?
Después de que el verdugo desapareciera, iAm cerró las puertas correderas. Luego se dirigió al bar que estaba en el extremo y se sirvió un bourbon.
Parecía que la estrategia de Trez para mantenerse libre de prisión estaba haciendo agua. Su adicción al sexo no sería el escándalo que él esperaba que fuera.
Genial.
Y si s’Ex no se hubiese presentado hoy ahí para contarle que mantuviera todo eso en secreto, solo Dios sabe lo que habría ocurrido.
No había oído nunca nada sobre los procesos de purificación, pero se los podía imaginar.
Una cosa era segura: nunca en su vida había pensado que llegaría a deberle un favor a ese despiadado verdugo. Pero, claro, parecía que Trez no era el único que se resistía a las restricciones que regían en el Territorio.
La pregunta era… ¿y ahora qué? Y lo peor es que solo tenía unos diez minutos para pensarlo, antes de que llegara el gran sacerdote.
15
–No esperaba volver a verte. Dijeron que te habías ido de la ciudad.
Mientras se inclinaba sobre la pantalla del ordenador, el jefe de Neurología del St. Francis parecía estar hablando solo. Y eso no solo se debía a que Manny Manello no le respondía nada, sino a que al médico tampoco parecía importarle.
Beth dio un paso adelante para ver con sus propios ojos la pantalla, aunque la verdad es que las distintas imágenes del cerebro de su hermano que se veían en el monitor no significaban nada para ella. Afortunadamente, sin embargo, el tío de la bata blanca, el de las impresionantes credenciales, veía las cosas desde un ángulo totalmente distinto.
La pequeña antesala en penumbra en la que todos estaban apretados parecía salida de un episodio de Star Trek, llena de aparatos de alta tecnología que zumbaban y parpadeaban permanentemente, y separada de la sala donde se encontraba el inmenso escáner de resonancias magnéticas por una gruesa ventana de cristal. Sentado frente a aquella consola, el neurólogo parecía, de hecho, una especie de teniente Sulu, al mando de varias pantallas de ordenador, teclados, uno o dos teléfonos y otro ordenador portátil.
—¿Cuánto duró el ataque más reciente? —preguntó el neurólogo con voz distraída.
—Cerca de quince minutos —respondió Beth, mientras John la miraba.
—¿Sufrió algún entumecimiento o cosquilleo?
Al ver que John negaba con la cabeza, Beth dijo:
—No, ninguna de las dos cosas.
Hacía unos diez minutos que John había salido de aquella inmensa rosquilla hueca y se había quitado la bata de hospital para volver a ponerse su ropa: unos vaqueros relativamente inocuos, una camiseta de los Giants y, como siempre, botas de combate. Ya le habían quitado la vía a través de la cual le habían inyectado los medios de contraste y ahora solo tenía un pequeño redondelito blanco en el lugar del pinchazo.
Había dejado sus armas en casa.
Sin embargo, Xhex sí estaba totalmente armada, mientras esperaba junto a él, con una gorra de Nike bien calada sobre los ojos. Payne era el otro refuerzo y la guerrera iba vestida totalmente de negro, con la misma clase de chaqueta suelta que llevaba la hembra de John.
Beth también llevaba una gorra. Hacía un tiempo que había abandonado el mundo humano, y no conocía a nadie en particular en el hospital, pero no había razón para agregarle otra complicación a este viaje.
Ay, Dios, que todo esto salga bien, por favor, pensó Beth, mientras el médico volvía a revisar las imágenes.
Justo detrás de él, aunque el hombre no podía verla, estaba la doctora Jane, en su versión fantasmal, mirando también aquellas imágenes en blanco y negro.
Cuantos más ojos, mejor.
—¿Qué piensas? —preguntó Manny.
Hay que decir que el neurólogo tuvo el buen tacto de hablar solo cuando estuvo seguro de lo que iba a decir; entonces se giró hacia el pequeño grupo y, dirigiéndose a John, dijo:
—No hay nada ahí que me parezca anormal.
Al oír aquellas palabras, el grupo dejó escapar un suspiro de alivio. Y lo primero que hizo John fue agarrar a Xhex y acercarla a él, después de lo cual el resto del mundo desapareció para ellos.
Al verlos, Beth sabía que debería concentrarse en la buena noticia, pero la verdad es que lo único en lo que podía pensar era en el hecho de que no solo estaba sola mientras esperaba saber si su hermano tenía algún tipo de embolia o tumor, o Dios sabe qué cosa horrible, sino que entre ella y su marido había en este momento un inmenso elefante rosa metafórico que no iba a desaparecer en el futuro cercano.
Un elefante rosa, como si fueran a tener una niña.
O tal