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  2. El rey
  3. Capítulo 24
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la Elegida precisamente para que eso ocurriera.

Wrath miró a Beth con rabia.

—Sí, ¿en qué momento de la conversación iba a salir ese tema? Esta noche no, ¿cierto? ¿Acaso estabas guardando el asunto para mañana? —Wrath se inclinó sobre el escritorio—. Tú ya sabías que yo no quería. Te lo había dicho.

Más pasos nerviosos. Wrath podía oír cada pisada. Pasó un rato antes de que se detuviera.

—¿Sabes qué? Me voy a ir de aquí ahora mismo —dijo Beth—, y no solo porque tenga que salir esta noche. No puedo estar cerca de ti durante un tiempo. Y luego, cuando regrese, vamos a hablar de esto largo y tendido, vamos a contemplar los dos lados del tema… ¡No! —ordenó Beth al ver que Wrath estaba a punto de abrir la boca—. No digas ni una palabra más. Si lo haces, tengo el presentimiento de que voy a querer hacer las maletas para marcharme de aquí para siempre.

—¿A dónde vas?

—Contrariamente a lo que todo el mundo piensa, tú no tienes derecho a saber dónde estoy en cada momento del día y la noche. En especial después de esta discusión.

Wrath volvió a maldecir, se quitó sus gafas de sol y se masajeó el puente de la nariz.

—Beth, escucha. Yo solo…

—Mira, ya te he escuchado suficientemente por ahora. Así que haznos un favor a los dos y quédate justo donde estás. Al paso que vas, ese escritorio y esa silla dura van a ser lo único que te quede, en todo caso. Así que será mejor que te acostumbres a ellos.

Wrath cerró la boca y oyó cómo Beth salía del estudio. Y cómo se cerraron de un golpe las puertas después de que ella saliera.

Estaba a punto de correr tras ella, pero luego recordó que la doctora Jane había dicho algo sobre la resonancia de John en ese hospital humano. Seguramente era allí adonde iba Beth, ella había dicho que quería acompañarlo.

De repente, Wrath se acordó del ataque que había sufrido John y lo que había pasado después. Más tarde le había preguntado a Qhuinn lo que John estaba tratando de comunicarle a Beth. Si le estaban diciendo algo a su shellan, él quería conocer los detalles, gracias.

Te mantendré a salvo. Yo te protegeré.

Muy bien, eso sí que era raro. Normalmente Wrath no tenía problemas con John Matthew. De hecho, el chico siempre le había agradado, hasta el punto de que era casi aterradora la facilidad con que el guerrero mudo había entrado en la vida de todos los miembros de la casa, y se había quedado allí.

Era un gran soldado. Tenía la cabeza bien puesta sobre los hombros. Y la falta de voz no era problema excepto con Wrath, porque obviamente él no podía leer el lenguaje de gestos.

Ah, y en cuanto al análisis de sangre que había demostrado que era el hijo de Darius, la verdad era que, cuanto más tiempo pasaba con el chico, más evidente resultaba la conexión.

Pero para él se rebasaba el límite cuando cualquier macho trataba de inmiscuirse entre él y su compañera, ya fuera un hermano de sangre o no. Él era el único que iba a mantener a Beth segura y que la iba a proteger. Nadie más. Y se habría enfrentado a John después…, pero lo más raro era que el chico tampoco parecía saber lo que había dicho: John no conocía la Lengua Antigua como para mantener una conversación y, sin embargo, tanto Blay como Qhuinn habían confirmado que eso era lo que parecía estar articulando con los labios.

Pero, en fin. John iba a recibir tratamiento y, en lo concerniente a Beth, John no sería problema. Sin embargo, este tema del bebé…

Pasó un largo rato antes de que Wrath retirara las manos de los apoyabrazos del trono y, cuando lo hizo, sintió que le dolían las articulaciones.

Al paso que vas, ese escritorio y esa silla dura van a ser lo único que te quede.

¡Qué desastre! Pero la conclusión era que… él sencillamente no era capaz de perderla por un embarazo. Y a pesar de lo grave que fuera este altercado entre ellos, al menos los dos seguían vivitos y coleando y así se iban a quedar: no había manera de que él se arriesgara voluntariamente a perderla solo por un hijo o una hija hipotéticos. Hijo o hija que, por cierto, suponiendo que sobrevivieran hasta llegar a la edad adulta, estarían condenados a sufrir con este legado real tanto como estaba sufriendo él.

Y eso era lo otro para él. Wrath no tenía ningún interés en condenar a un inocente a toda esta mierda de ser rey. Era lo que había arruinado su vida y una herencia que no deseaba compartir con alguien a quien seguramente amaría casi tanto como a su shellan…

Wrath se movió en el trono y bajó la vista hacia su cuerpo… y frunció el ceño.

Aunque no podía ver nada, se dio cuenta de que… tenía una erección. Una erección que palpitaba y empujaba contra la cremallera de sus pantalones de cuero.

Como si tuviera un lugar a donde ir. Ahora mismo.

Wrath se agarró la cabeza con las manos, pues sabía con exactitud lo que eso significaba.

—Ay…, Dios…, no.

‡ ‡ ‡

—¿Quieres alimentarte de la vena?

Mientras esperaba una respuesta a su pregunta, la Elegida Selena hizo su mejor esfuerzo para hacer caso omiso del hecho de que el increíble macho de piel morena que estaba en la cama frente a ella se encontrara desnudo. Porque tenía que estarlo. Con la sábana enrollada hasta la cintura, tenía el pecho descubierto y la suave luz del rincón iluminaba aquellos pectorales labrados y los hombros musculosos.

Era difícil imaginar la razón por la cual se había cubierto de cintura para abajo.

Querida Virgen Escribana, ese macho era una verdadera aparición. Y una revelación, aunque no debido a que ella fuese una ignorante o una ingenua. Tal vez hubiese vivido recluida en el Santuario desde su nacimiento hacía un siglo, pero al ser una ehros, Selena estaba familiarizada con la mecánica del sexo.

Sin embargo, aparte del entrenamiento que había recibido, el acto sexual todavía no había formado parte de su destino. El anterior Gran Padre había sido asesinado en los ataques justo antes de que ella alcanzara la madurez, y habían pasado décadas y décadas antes de que nombraran un reemplazo. Luego, cuando Phury asumió el papel de Gran Padre, lo cambió todo y liberó a las Elegidas, mientras que él tomaba una shellan con la cual tenía una relación monógama.

Selena siempre se había preguntado cómo sería el sexo. Y ahora, mirando a Trez, supo visceralmente la razón por la cual las hembras se sometían por su propia voluntad. Por qué sus hermanas se arreglaban y se preparaban para cumplir con su «deber». Por qué regresaban después al dormitorio con una cierta incandescencia en la piel, el pelo, la sonrisa y el alma.

Era abrumador experimentar de primera mano…

De repente Selena se dio cuenta de que él no le había respondido.

Y al ver que Trez seguía mirándola fijamente, se preguntó si lo habría ofendido de alguna manera. Pero ¿cómo? Según entendía, él no tenía compañera: había llegado a la mansión con su hermano, no con una shellan, y nunca se había visto a ninguna hembra en este cuarto.

No es que ella estuviera pendiente de todos sus movimientos.

Pero sí de la mayoría.

Al sentir que sus mejillas se ruborizaban, Selena se reafirmó en la idea de que él debía necesitar alimentarse de la vena después de todo lo que había sufrido. De hecho, hasta en la cara se le notaba el efecto de la enfermedad…, en ese rostro duro pero hermoso, con esos ojos oscuros y almendrados, y esos labios prominentes y perfectamente tallados, y los pómulos salientes y la mandíbula fuerte…

Selena se sobresaltó.

—No puedes estar preguntándome eso en serio —dijo él con voz ronca.

Sus palabras parecían más profundas que de costumbre y tuvieron el efecto más extraño sobre ella. De inmediato, el rubor que se había asomado a su cara se esparció por todo su cuerpo, calentándola desde el núcleo, relajando su cuerpo de una manera que la hizo temer un poco menos por su futuro.

—¿Por qué no? —se oyó decir Selena.

Y esto no sería un deber. No, en medio de la penumbra y el silencio que los rodeaba, Selena quería que él se alimentara de la vena de su cuello, no de la muñeca…

Pero eso era una locura, oyó que le decía una vocecilla interior. No era apropiado y no solo por el hecho de que borraría los límites del trabajo que ella venía a hacer a la mansión.

Selena cerró los ojos y odió pensar que, si fuera razonable, debería dar media vuelta y salir de esa habitación inmediatamente. Este macho, este resplandeciente macho que era capaz de derretir hasta la rigidez de sus extremidades, no era su futuro. Así como el Gran Padre no era su futuro, ni ningún otro macho, a decir verdad.

Su futuro había sido decidido incluso antes de que la envolvieran en su primera túnica de Elegida.

Después de un largo momento, Trez negó con la cabeza.

—Gracias, pero no.

El rechazo hizo que Selena sintiera náuseas. ¿Tal vez él había sentido los deseos inapropiados que ella tenía? Y sin embargo… Selena podría haber jurado que él sentía algo parecido. Una vez la había detenido en las escaleras y ella estaba segura de que él quería…

Bueno, al menos en ese momento había tenido la sensatez de tratar de alejarlo.

Sin embargo, después de despedirse con incomodidad, la manera como él la había mirado se le había quedado dando vueltas en la cabeza y fue entonces cuando empezó a observarlo desde las sombras.

Sin embargo, ahora él no la estaba mirando de esa forma.

Y todo había cambiado en él después de que ella hiciera su oferta. ¿Por qué?

—Será mejor que te vayas —dijo él y le señaló la puerta con la cabeza—. Solo necesito comer algo y estaré bien.

—¿Acaso te he ofendido?

—Ay, por Dios, no. —Trez cerró los ojos y sacudió la cabeza—. Simplemente no quiero que…

Pero Selena no pudo oír el final de la frase porque él se restregó la cara con las manos y ahogó las palabras.

De repente Selena pensó en los libros que había leído en la sagrada biblioteca del Santuario. Había leído tantos detalles sobre la vida que se vivía aquí en la Tierra. Las noches y los días eran tan ricos y sorprendentes. Las historias eran tan vívidas que sentía como si solo necesitara estirar la mano para tocar este otro plano de la existencia. Ella estaba ansiosa por conocer este otro lado y había desarrollado una especie de adicción a sus historias, con todas sus bondades y tristezas. A diferencia de muchas de sus hermanas, que solo registraban lo que aparecía en los cuencos de cristal en los que se podía ver todo lo que sucedía, ella había devorado en su tiempo libre todo lo que tenía que ver con el mundo moderno, las palabras que se usaban, la manera en la que la gente llevaba su vida.

Siempre había pensado que eso era lo más cerca que llegaría a estar de tener la libertad de elegir y disponer de cualquier clase de destino.

Y eso todavía era cierto, incluso después de la liberación que había liderado Phury.

—Maldita hembra, no me mires así —gruñó Trez.

—Así, ¿cómo?

Trez pareció mover con nerviosismo las caderas y, cuando murmuró algo, ella tampoco pudo oírlo. Luego respiró profundamente y, querida Virgen Escribana, el aroma que brotaba de él era como ambrosía para su nariz.

—Selena, por

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