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  2. El rey
  3. Capítulo 23
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un punto en que vislumbraba la razón de ser de todo eso: aquí estaba, en estado posmigrañoso, a un beso de distancia de una hembra que deseaba con todo su cuerpo y, ¿sabes qué? Toda esa rebelión que tanto había disfrutado lo estaba haciendo sentir sucio y completamente indigno.

Y no es que alguna vez fuera a acostarse con Selena; él era un puto, pero no estaba tan loco.

Mierda.

Con un gruñido, Trez se dejó caer de nuevo sobre las almohadas. A pesar de la Coca-Cola y su golpe de azúcar y cafeína, de repente se sentía completamente exhausto.

—Perdóname —murmuró la Elegida.

No digas que te vas, pensó Trez. Aunque no sea digno de ti de ningún modo, por favor no me dejes…

—¿Necesitas alimentarte de la vena? —le preguntó ella de repente.

Trez sintió que no podía tener la boca cerrada. De todo lo que estaba preparado para oír…, nunca se le habría ocurrido esto.

—Tal vez estoy siendo demasiado atrevida —dijo ella y bajó los ojos—. Pero es que pareces tan cansado… y a veces eso es lo que más ayuda.

Joder…

Trez no sabía si le había tocado la lotería… o acababan de sentenciarlo a muerte.

Pero mientras su polla se retorcía y su sangre rugía, la parte decente de él que llevaba tanto tiempo escondida por fin alzó la voz de manera contundente.

No, dijo. Ni ahora ni nunca.

La pregunta era… ¿quién iba a ganar: el ángel o el demonio que llevaba dentro?

11

Wrath atravesó a paso rápido el túnel subterráneo del complejo. Las pisadas de sus botas de combate resonaban a su alrededor hasta convertirse en su propia marcha militar. A su lado, George iba casi trotando, mientras su collar tintineaba y sus patas hacían ruido sobre el suelo de cemento.

El trayecto desde el centro de entrenamiento hasta la mansión normalmente llevaba dos minutos como mínimo; de tres a cuatro si ibas charlando y caminando despacio. Pero esta vez George se detuvo frente a la puerta de seguridad solo treinta segundos después de que salieran de la oficina a través de la parte trasera del armario en que guardaban los suministros.

Después de subir los escalones, Wrath tanteó con las manos hasta encontrar el teclado del sistema de seguridad e introdujo el código. Con un sonido metálico como de puerta acorazada, la cerradura se abrió y el rey y su perro siguieron a través de un pasaje que llevaba hasta el siguiente control de seguridad. Superada esa última barrera, salieron al inmenso vestíbulo y lo primero que Wrath hizo fue olfatear el aire.

Cordero para la Primera Comida. La chimenea encendida en la biblioteca. Vishous fumándose un cigarro liado por él mismo en la sala de billar.

Mierda. Tenía que hablar con su hermano sobre lo que había sucedido con Payne en el gimnasio. Técnicamente le debía un rythe.

Pero todo eso podía esperar.

—Beth —le dijo al perro—. Búscala.

Los dos, rey y animal, olfatearon el aire varias veces.

—Arriba —le ordenó Wrath al perro, al tiempo que este comenzaba a caminar hacia delante.

Al llegar al rellano del segundo piso, el olor de Beth se volvió más fuerte, lo cual confirmaba que estaban en la dirección correcta. La mala noticia era que el olor venía de la izquierda.

Wrath empezó a caminar por el pasillo de las estatuas y pasó frente a la habitación de John y Xhex, y luego frente a la de Blay y Qhuinn.

Se detuvieron antes de llegar a la suite de Zsadist y Bella.

Wrath no necesitaba que su perro le dijera que había llegado a su destino; él sabía exactamente frente a qué habitación estaban: incluso fuera, en el pasillo, las hormonas del embarazo espesaban el aire hasta tal punto que era como estar frente a una cortina de terciopelo.

Lo cual era precisamente la razón por la que Beth estaba ahí, ¿no?

Las hembras no tienen secretos con los compañeros que las respetan.

Maldición. No me vayas a decir que mi compañera quiere un bebé y está haciendo algo al respecto sin siquiera hablar conmigo.

Wrath apretó los dientes y levantó los nudillos para golpear, pero terminó casi tumbando la puerta. Una vez. Dos.

—Adelante —dijo la Elegida Layla.

Wrath abrió la puerta y percibió exactamente el momento en que su shellan lo vio, porque el olor a humo de la culpa y el engaño fluyó a través de la habitación hasta sus narices.

—Tenemos que hablar —dijo bruscamente. Luego hizo una seña con la cabeza hacia donde creía que debía de estar Layla y agregó—: Por favor, discúlpanos, Elegida.

Hubo un intercambio de palabras entre las hembras, un poco forzado por parte de Beth y nervioso por parte de Layla. Luego su compañera se levantó de la cama y atravesó la habitación hacia donde estaba él.

No se dijeron ni una palabra. Ni cuando ella cerró la puerta, ni mientras recorrían el pasillo de las estatuas el uno junto a la otra. Y cuando llegaron a la entrada del despacho de Wrath, el rey le dijo a George que esperara fuera antes de cerrar la puerta.

Aunque conocía de memoria la disposición de los ridículos muebles franceses, Wrath estiró los brazos y fue tocando el respaldo de las sillas forradas en seda, del delicado sofá… hasta encontrar la esquina del escritorio de su padre.

Cuando lo rodeó y se sentó en su trono, puso las manos sobre los magníficos apoyabrazos tallados y se agarró a ellos con tanta fuerza que la madera crujió.

—¿Hace cuánto que estás pasando tiempo con ella?

—¿Con quién?

—No te hagas la tonta. No te pega.

El aire se agitó en la habitación y Wrath oyó los pasos de Beth sobre la alfombra de Aubusson. Mientras su compañera se paseaba de un lado a otro, Wrath podía imaginársela, con el ceño fruncido, la boca apretada y los brazos cruzados sobre el pecho.

El sentimiento de culpa había desaparecido. En su lugar, Beth parecía tan furiosa como él.

—¿Por qué demonios te importa? —murmuró ella.

—Porque tengo derecho a saber dónde estás.

—¿Perdón?

Wrath apuntó un dedo en dirección a donde creía que estaba ella.

—Ella está embarazada.

—Sí, ya me he dado cuenta.

Wrath estrelló el puño contra el escritorio con tanta fuerza que el auricular del teléfono se descolgó.

—¡Tú quieres acelerar la llegada de tu periodo de fertilidad!

—¡Sí! —le gritó ella en respuesta—. Así es. ¿Acaso es un crimen?

Wrath soltó el aire que tenía en los pulmones y sintió como si acabara de atropellarlo un coche. De nuevo.

Era increíble ver cómo el hecho de oír en voz alta tu mayor temor podía ser completamente devastador.

Mientras respiraba profundamente un par de veces, Wrath pensó que debía elegir sus palabras con mucho cuidado. A pesar de la adrenalina que corría ahora por sus venas y que lo hacía sentir a punto de asfixiarse del terror.

En medio del silencio, el tono del teléfono descolgado, pip-pip-pip, rogando para que lo colgaran, parecía tan ensordecedor como los tacos que los dos estaban soltando mentalmente.

Con mano temblorosa, Wrath tanteó sobre el escritorio hasta encontrar el auricular y finalmente lo colgó, después de un par de intentos, pero sin romper nada.

Por Dios, ¡qué silencio! Y, por alguna razón, Wrath cobró de repente una conciencia casi sobrenatural de la silla en la que estaba sentado. Percibió cada cosa: desde el asiento de cuero duro, pasando por los símbolos tallados bajo sus brazos, hasta la forma en que la parte baja de su espalda quedaba marcada por el relieve que tenía el respaldo en esa parte.

—Necesito que oigas bien esto —dijo con tono neutral— y debes saber que es la pura verdad. No voy a aparearme contigo cuando llegue tu periodo de fertilidad. Nunca.

Ahora fue Beth quien respiró como si acabara de recibir un puñetazo en el estómago.

—No puedo…, no puedo creer que acabes de decirme eso.

—Eso no va a pasar nunca jamás. Nunca voy a dejarte embarazada.

Había pocas cosas en la vida sobre las que Wrath tuviera mayor certeza. La única otra que se le ocurría era lo mucho que amaba a Beth.

—¿Porque no quieres —dijo ella bruscamente— o porque no puedes?

—Porque no quiero.

—Wrath, eso no es justo. No puedes grabar eso en piedra como si fuera una de tus proclamas reales.

—Entonces, ¿se supone que debo mentir acerca de lo que siento?

—No, pero podemos hablar al respecto, por Dios santo. Somos compañeros y esto nos afecta a los dos.

—Ninguna discusión va a cambiar mi posición. Si quieres seguir perdiendo tu tiempo con la Elegida, es tu decisión. Pero si lo que dicen es cierto y eso hace que entres en tu periodo de fertilidad, debes saber que te medicaremos hasta que pase. Y yo no voy a aparearme contigo.

—Por Dios…, como si yo fuera un animal que necesita ir al veterinario.

—No tienes ni idea de lo que son esas hormonas.

—Claro. Y tú sí sabes cómo son.

Wrath se encogió de hombros.

—Es un hecho verificable de la biología. Cuando Layla estaba en su periodo de fertilidad, todos lo sentimos en la casa; incluso una noche y media después de que hubiera terminado. Marissa fue medicada durante varios años. Es lo que se hace.

—Sí, tal vez cuando una hembra no está casada. Pero la última vez que miré, mi nombre todavía estaba grabado en tu espalda.

—El solo hecho de estar casada no significa que tengas que tener niños.

Beth se quedó callada un rato.

—¿No se te ha ocurrido ni por un instante que esto pueda ser importante para mí? Y no como si quisiera un coche nuevo, o volver a estudiar. Tampoco te estoy pidiendo que tengamos una puta cita de vez en cuando, entre que te intentan matar y haces ese trabajo que tanto odias. Wrath, esta es la base de la vida.

Y la puerta hacia la muerte… para ella. Porque muchas hembras morían al dar a luz y si Wrath la perdía…

Mierda. Ni siquiera podía pensarlo.

—No te voy a dar un hijo. Podría justificar mi opinión con cientos de palabras sin sentido, pero tarde o temprano vas a tener que aceptar…

—¿Aceptarlo? ¿Como si alguien me hubiese estornudado encima y tuviera que resignarme a toser durante un par de días? —El asombro que transmitía su voz era tan claro como la furia que la enardecía—. ¿Oyes lo que estás diciendo?

—Soy jodidamente consciente de cada palabra que he dicho. Créeme.

—Muy bien. Perfecto. ¿Y cómo te parecería que yo dijera… que me vas a dar el hijo que quiero y que eso solo es algo a lo que tú vas a tener que acostumbrarte y punto?

Wrath volvió a encogerse de hombros.

—No me puedes obligar a estar contigo.

Al ver que Beth contenía un grito ahogado, Wrath tuvo la sensación de que acababan de entrar en una nueva dimensión de su relación… y no precisamente una buena. Pero ya no había marcha atrás.

Maldiciendo entre dientes, Wrath sacudió la cabeza.

—Hazte un favor y deja de pasar tiempo con esa hembra todas las noches. Si tienes suerte, la superstición no va a funcionar y simplemente podemos olvidarnos de todo esto…

—¿Olvidarnos? Espera… ¿Estás…, estás…? ¿Acaso has perdido la cabeza, joder?

Mierda. Su shellan nunca tartamudeaba y rara vez decía groserías. ¡Qué cagada!

Pero eso no cambiaba nada.

—¿Cuándo me lo ibas a decir? —preguntó Wrath.

—¿Decirte qué? ¿Lo imbécil que puedes llegar a ser? ¿Qué te parece ahora mismo?

—No, que estabas tratando de acelerar deliberadamente tu periodo de fertilidad. Hablando de cosas que nos afectan a los dos.

¿Qué habría ocurrido si ella hubiera entrado de repente en su periodo de fertilidad cuando estaban solos y juntos durante el día? Él habría podido caer en la tentación y luego…

Eso no habría estado bien. En especial si él descubría más tarde que ella había estado pasando tiempo con

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