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  2. El rey
  3. Capítulo 22
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aquí, con esa bolsa llena de comida, fuese todo un milagro.

—Estuviste muy enfermo —dijo ella con voz suave.

Trez sintió que entornaba los ojos. Esa voz. Mierda, esa voz.

Espera, ella debía querer una respuesta, ¿no? ¿Qué era lo que había…?

—No. Estoy bien. Perfectamente bien.

Y la polla se me está poniendo tan dura como una piedra, mil gracias. Dios, esperaba que la Elegida no percibiera el olor de su excitación.

—¿Qué puedo hacer para ayudarte?

Mmmmm…, ¿qué tal quitarte esa túnica y venir a la cama? Y después puedes montarme como si fuera un pony hasta dejarme sin aliento.

—¿Quieres algo de toda esta comida?

—¿Qué comida? —balbuceó Trez.

—Tu hermano te preparó esta bolsa de comida.

¿El cabrón de iAm había estado aquí?

—Acabas de pedirle que se vaya.

—Ah, sí, claro.

Trez se recostó contra las almohadas y frunció el ceño. Cuando se disponía a frotarse las sienes, sintió que ella se acercaba a la cama y, con un movimiento rápido, se echó la manta por encima.

Algunas veces «estar desnudo» significaba mucho más que «estar sin ropa».

Joder, la Elegida parecía tan preocupada. Hasta el punto de que Trez tuvo que obligarse a recordar que ya una vez le había hecho un desaire. Porque así había sido.

Sí, a pesar de lo mala que era su memoria a corto plazo, al menos en lo que tenía que ver con el hecho de que su hermano hubiese estado ahí hacia un momento, Trez podía recordar exactamente dónde estaba cuando había visto a esta hembra por última vez…, así como su poco entusiasta respuesta.

También recordaba con precisión cómo había llegado a conocerla. Había oído su nombre tan pronto como Phury liberó a las Elegidas del Santuario de la Virgen Escribana y Selena había comenzado a vivir, junto con otras, en la casa de campo de Rehvenge en los Adirondacks. Incluso la había visto de vez en cuando, pero en ese momento había muchos problemas con Rehv y él estaba muy ocupado.

Pero después eso pasó y él y iAm se fueron a vivir a la mansión a petición de Rehv, y ahí fue cuando la conoció realmente.

Bueno, iAm estaba con él, pero Trez sencillamente lo había quitado de en medio. Aunque, claro, tan pronto Trez había visto a esa hembra, había olvidado cómo se llamaba, la mayoría del vocabulario en inglés y un setenta y cinco por ciento de su sentido del equilibrio.

Había sido una atracción cósmica instantánea.

Al menos por su parte.

Ella había quedado menos impactada, claro, aunque él tenía la esperanza de haber causado alguna impresión en ella. Y por eso había desarrollado ciertas tendencias de acosador. La semana anterior se había quedado en la mansión varias noches seguidas con la esperanza de verla durante algunas de sus visitas para alimentar a la Hermandad. Porque nadie puede ponerte una orden de alejamiento por preguntarle a alguien si quiere salir a tomar algo.

Finalmente le había tocado la lotería y había logrado «encontrársela». Y como era un idiota, le había dicho que era hermosa, y no con la intención de ligar. De verdad lo pensaba. Desgraciadamente, y a diferencia de las innumerables mujeres con las que había follado, ella se había quedado impávida.

Así que, ¿qué estaba haciendo allí arriba?

Aunque esa no era una pregunta que él estuviera interesado en analizar.

—¿Qué puedo darte? —preguntó ella. Y, joder, la preocupación que demostraba hizo que Trez se sintiera avergonzado.

—Ah…, quisiera una de esas Coca-Colas, por favor.

Ah, síiiii, la manera como se movía al ir hasta donde estaba la bolsa. Con tanta suavidad y elegancia, meciendo las caderas debajo de esa túnica, con los hombros haciendo contrapunto, y su…

Trez desvió los ojos de la dotación posterior de la Elegida.

Aunque, joder.

Cuando se acercó a la cama, Trez se movió hacia el centro del colchón, con la esperanza de que ella se sentara. Pero no. Ella se inclinó para entregarle la botella de plástico y luego se volvió a enderezar y conservó una respetuosa distancia.

El refresco dejó escapar un ssssss cuando Trez lo destapó.

—Por favor, cuéntame qué te aflige.

La Elegida se retorcía las manos una y otra vez.

—Solo es una migraña. —Trez le dio un sorbo largo a la botella—. Caramba, qué delicia.

Y la vista era aún mejor.

—¿Qué es eso?

—Coca-Cola. —Trez hizo una pausa antes del segundo sorbo y se dio cuenta de que ella estaba preguntando otra cosa—. Ah, una migraña es una clase de dolor de cabeza. Nada grave.

Bueno, excepto por el hecho de que duraba hasta doce horas y era como morirse.

Selena entrecerró sus hermosos ojos.

—Si no es nada grave, ¿por qué tu hermano estaba tan preocupado?

—Él es así. Un histérico. —Trez cerró los ojos y tomó un poco más. Y otra vez—. Néctar de los dioses.

—Nunca pensé que fuera así. Pero, claro, tú lo conoces mejor.

Mientras ella permanecía de pie junto a la cama, Trez deseó que la Elegida se sintiera al menos la mitad de interesada en el hecho de que él tenía el pecho a la vista. No quería ser arrogante, pero por lo general las hembras que lo miraban nunca apartaban la vista.

—No te preocupes, él va a estar bien —murmuró Trez—. Al igual que yo.

—Pero has estado aquí todo el día, desde que llegaste a casa anoche.

Estaba a punto de sentirse verdaderamente molesto consigo mismo, cuando pensó… un momento.

—¿Cómo sabes eso?

El hecho de que ella desviara rápidamente la mirada lo hizo enderezarse en la cama de nuevo.

—Tu hermano dijo algo al respecto abajo.

Trez lo dudaba. iAm rara vez hablaba con la gente, excepto que fuera indispensable.

Así que ella debía de haber estado buscándolo. ¿Sí?

Trez bajó los ojos.

—Oye, ¿te molestaría sentarte aquí? Me está costando trabajo mirarte hacia arriba.

Mentiroso.

—Ah, claro.

Geniaaaal.

Cuando ella se sentó en la cama y se arregló la túnica, Trez sabía que estaba abusando, pero venga. Había pasado una gran cantidad de tiempo agachado delante del inodoro hacía solo unas pocas horas.

—¿Estás seguro de que no necesitas un sanador? —preguntó ella, y sus ojos hipnotizaron a Trez hasta el punto de quedarse solo contemplándola y viendo cómo aquellas largas pestañas subían y bajaban cuando parpadeaba—. Y esta vez por favor di la verdad.

Ah, Trez quería contarle otra clase de verdad. Pero no había razón para portarse como un idiota.

—Solo es un dolor de cabeza que dura un rato largo. De verdad. Y las he tenido durante toda mi vida adulta. A mi hermano no le dan, pero he sabido que mi padre también sufría de migraña. No son una delicia, pero no es nada grave.

—¿Tu padre ya murió?

Trez apretó la cara para asegurarse de no mostrar ninguna emoción.

—Todavía vive, pero está como muerto para mí.

—¿Por qué?

—Larga historia.

—¿Y…?

—No. Es demasiado largo y complicado.

—¿Tienes otros planes para esta noche? —dijo la Elegida y sonó como un desafío.

—¿Te estás ofreciendo a quedarte conmigo?

Ella se miró las manos.

—Esta… larga historia con tus padres. ¿Esa es la razón por la que tienes apellido?

¿Cómo sabía ella que…?

Trez comenzó a sonreír y fue bueno que ella rehuyera su mirada, porque de otra forma habría visto todos sus dientes blancos.

Evidentemente alguien había estado averiguando sobre él…, y eso era muy interesante.

En cuanto al apellido…

—Solo es una invención. Trabajo en el mundo de los humanos y necesito una identidad falsa.

—¿Qué clase de trabajo realizas?

Trez frunció el ceño y pensó en el interior del club, y luego en el interior de aquel baño que había usado para follar ¿cuántas veces?

—Nada importante.

—Entonces, ¿por qué lo haces?

Trez le dio un último sorbo a la Coca-Cola y se quedó mirando el vacío.

—Todo el mundo tiene que estar en alguna parte.

Dios, realmente no quería entrar en los detalles de esa parte de su vida y estaba dispuesto a arriesgarse a que ella se fuera por falta de conversación. En un segundo, pasaron por su mente imágenes de él follando con esa larga sucesión de humanas y fue tal la saturación que ya ni siquiera podía sentir el olor de Selena.

Para las Sombras, el cuerpo era una extensión del alma, una realidad que era, quizás, obvia, pero de hecho resultaba mucho más complicada tal como lo veían en el s’Hisbe. En conclusión, lo que le hacías a tu cuerpo, la manera como lo tratabas y cuidabas de él, o no, se transmitía directamente a tu esencia. Y como el sexo era por naturaleza el acto más sagrado de la forma física, nunca debía ser tomado a la ligera y ciertamente nunca debías practicar sexo con esos sucios y desagradables humanos, en particular con los de piel blanca.

Para las Sombras, la piel blanca era sinónimo de enfermedad.

Pero las reglas no solo tenían que ver con el Homo sapiens. Hacer el amor era un acto absolutamente ritual en el Territorio. El sexo entre parejas o mitades, como se les llamaba, tenía horarios fijos y se intercambiaban pergaminos formales en los pasillos de mármol, para pedir y conceder consentimiento a través de una serie de instrucciones prescritas. Y cuando todo eso estaba acordado, el acto no podía consumarse durante las horas del día y nunca, jamás, sin realizar antes un baño ritual. También era una ocasión que se le anunciaba a todo el mundo, y se colgaba un pendón en la puerta de la recámara, como una manera gentil de decir que, a menos que hubiera un incendio o alguien se estuviera muriendo, nadie debía molestar hasta que los dos implicados salieran en algún momento.

La contraprestación de todas esas barreras era, claro, que cuando las dos mitades encajaban bien, la cosa podía durar varios días.

Ah, y nada de masturbarse tampoco. Eso se consideraba una ofensa a la comunión.

Así que, sí, su pueblo no solo habría fruncido el ceño al enterarse de su vida sexual; lo habrían tratado con pinzas, y habrían usado ropa protectora y máscara, pues él había follado con mujeres a las once de la mañana y a las tres de la tarde y mucho antes de la cena. Y se las había follado en lugares públicos y bajo los puentes, en clubes y restaurantes, en baños y hoteles de mala muerte… y en su oficina. En solo quizás la mitad de los casos conocía los nombres de las féminas y, de ese selecto grupo, solo podía recordar tal vez a una de cada diez.

Y solo porque eran extrañas o le habían recordado a alguien más.

Y en cuanto al tema de la piel blanca, Trez nunca había hecho discriminación alguna. Había follado con todas las razas humanas, incluso a veces al mismo tiempo. El único sector con el que no había follado, ni le habían hecho una mamada, había sido el de los machos, pero eso era solo porque los machos no le llamaban la atención.

Si lo hubieran hecho, también lo habría intentado.

Trez suponía que no todo estaba perdido. Las Sombras creían que las cosas se podían remediar y había oído de rituales de purificación, pero no siempre se podía reparar todo el daño causado.

La ironía, claro, era que él solía enorgullecerse perversamente del hecho de estar pervirtiéndose de esa manera. Era una actitud infantil, sin duda, pero era como hacerle un corte de manga a la tribu y todas sus ridículas costumbres, en especial a la hija de la reina, a quien todos pensaban que Trez debía follarse habitualmente durante el resto de su vida.

Aunque nunca la había visto, no estaba interesado en convertirse en un juguete sexual y no tenía intenciones de ofrecerse como voluntario para que lo encerraran en una jaula dorada.

Sin embargo, era curioso. A pesar de lo mucho que odiaba todas las tradiciones dentro de las cuales había crecido, finalmente se encontraba en

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