y eso sugería que, aunque desconocía los detalles debido a la ceguera, Wrath había percibido las emociones. Así era Wrath. Sabía algo.
—Solo tranquilízate, leelan.
—No me lo ocultéis por ser mujer —dijo ella, y luego se zafó y miró con odio a los tres machos—. Se trata de mi hermano, y él estaba tratando de hablar conmigo. Merezco que me digáis qué sucede.
Blay y Qhuinn comenzaron a contemplar detalladamente la alfombra. El espejo que estaba sobre la mesita junto a las puertas del estudio. Sus uñas.
Era evidente que deseaban que la Tierra se abriera y se los tragara en ese mismo instante.
Vaya, qué pena, chicos, la vida no es un episodio de Doctor Who. Y, además, la idea de que esos dos, así como todos los otros machos de la casa, siempre respaldaran lo que decía Wrath la irritaba todavía más. Pero aparte de patalear y mirarlos como si los odiara, no tenía más alternativa que posponer la pelea hasta más tarde, cuando ella y su compañero tuvieran un poco de privacidad.
—Leelan…
—Mi helado se está derritiendo —murmuró, mientras recogía la bandeja—. Me encantaría que alguno de los tres me dijera la verdad. Pero no voy a contener la respiración hasta que eso pase.
Cuando se marchó, la sensación de aprensión que la siguió no era nueva. Desde que Wrath había sido atacado, Beth sentía que en cualquier momento iba a pasar otra cosa horrible y ver a su hermano tirado en la alfombra no contribuyó mucho a disminuir esa paranoia.
No.
Al llegar a la puerta que había sido de Blay hasta que se mudó con Qhuinn, Beth trató de recuperar la compostura.
No funcionó, pero de todas maneras llamó.
—¿Layla?
—Entra —se oyó que decían desde dentro.
Beth apoyó la bandeja contra sus caderas y trató de agarrar el picaporte…
Payne, la hermana de V, le abrió entonces la puerta con una sonrisa. Y, joder, ella sí que era una presencia impactante, especialmente vestida toda de cuero negro. Payne era la única hembra que combatía en el campo de batalla con los Hermanos, y debía de acabar de llegar a casa después de cumplir su turno.
—Buenas noches, su majestad.
—Oh, gracias. —Beth agarró bien la bandeja y entró en la habitación lavanda—. Traje provisiones.
Payne sacudió la cabeza.
—Creo que van a ser necesarias porque no me parece que le haya quedado nada en el estómago… De hecho, pienso que ha devuelto hasta lo que se comió la semana pasada.
Al oír a alguien vomitando en el baño, las dos se estremecieron.
Beth miró la copa de Breyers.
—Tal vez debería regresar más tarde…
—Ni se te ocurra —gritó la Elegida desde el baño—. ¡Me siento genial!
—No parece…
—¡Y tengo hambre! Ni se te ocurra irte.
Payne se encogió de hombros.
—Ella tiene un carácter estupendo. Vengo aquí a inspirarme; aunque no para entrar en mi periodo de fertilidad, razón por la cual debería irme ya mismo.
Mientras la hermana de V volvía a estremecerse, como si los ciclos femeninos y todo el asunto de tener un bebé fuera algo que no le interesara en absoluto, Beth puso la bandeja sobre una cómoda antigua.
—Bueno, de hecho…, eso es lo que yo espero.
La expresión de asombro de Payne hizo que Beth soltara una maldición.
—Lo que quiero decir es que…, ah…
Sí, a ver cómo sacas la pata de esta.
—¿Wrath y tú vais a tener un hijo?
—No, no, no…, espera. —Mientras levantaba las manos, Beth trató de pensar en un plan para salir airosa—. Ah…
El abrazo que recibió de Payne fue tan rápido como una ráfaga de viento y tan fuerte como el de un macho, pues la dejó sin aire en los pulmones.
—Esa es una maravillosa noticia…
Beth trató de salir de aquel lío.
—De hecho, todavía no estamos… Yo solo…, mira, no le digas a Wrath que estoy aquí, ¿vale?
—Entonces quieres darle una sorpresa. ¡Qué romántico!
—Sí, seguro que se va a sorprender. —Al ver que Payne la miraba con curiosidad, Beth sacudió la cabeza y agregó—: Mira, para serte sincera, no sé si mi periodo de fertilidad será necesariamente una buena noticia para Wrath.
—Pero a él le sería de mucha ayuda contar con un heredero al trono. Si lo piensas en términos políticos.
—Yo no pienso así y nunca lo haré. —Beth se llevó la mano al estómago y trató de imaginar que llevaba allí una cosa distinta a tres bollos y un par de postres—. Yo solo… quiero un bebé, pero no estoy segura de que él esté de acuerdo conmigo. Si sucede, claro…, tal vez sea algo bueno.
De hecho, Wrath le había dicho una vez que no veía niños en su futuro juntos. Pero eso había sido un tiempo atrás y…
Payne le apretó el hombro un segundo.
—Me alegro por ti, y espero que esto funcione. Pero, como dije, será mejor que me vaya porque si esa vieja superstición es cierta, no quiero meterme en un lío. —Luego se giró hacia la puerta del baño, parcialmente cerrada, y gritó—: ¡Layla! ¡Me tengo que ir!
—Gracias por la visita. ¡Beth! Tú te quedas, ¿verdad?
—Sí. Me voy a quedar un rato.
Cuando Payne se marchó, Beth tenía demasiada energía para sentarse, pues la idea de estarle escondiendo algo a Wrath no la hacía sentir bien. Conclusión, tenían que hablar de esto pronto; solo era cuestión de encontrar un buen momento.
Pero el asunto del periodo de fertilidad y los niños no era lo único que la preocupaba. El enfrentamiento que acababa de tener con Wrath y los chicos todavía la tenía alterada. Hombres. Beth amaba a la Hermandad, cada uno de ellos daría su vida por ella y siempre estaban dispuestos a todo cuando se trataba de Wrath, pero a veces ese asunto del todos para uno y uno para todos la volvía loca…
Más arcadas. Hasta que Beth se estremeció y se tapó la cara con las manos.
Prepárate para esto, se dijo. Está muy bien soñar con las muñecas y los peluches, los arrullos y los arrumacos, pero la maternidad y el embarazo tenían un lado oscuro y sería mejor que se preparara para él.
Aunque, a este ritmo, su periodo de fertilidad no parecía tener mucha prisa. ¿Cuánto tiempo llevaba viniendo allí? Y sí, estaba sintiendo cambios hormonales, o simplemente podía ser que estaba pasando por un momento difícil en la vida.
Sí, porque ahí es exactamente cuando empiezas a buscar un hijo.
Tenía que estar loca.
Beth se acostó en la cama, estiró las piernas, agarró su tarrina de Ben & Jerry’s y la atacó con la cuchara. Luego excavó hasta encontrar los trozos de chocolate y los trituró entre sus molares, sin saborearlos mucho.
Nunca antes había sido una comedora compulsiva por ansiedad, pero últimamente se atiborraba a pesar de no tener hambre y ya se estaba empezando a notar.
A propósito de eso, Beth se levantó la camisa y se desabrochó el botón y la cremallera de sus vaqueros.
Luego se recostó contra las almohadas y se preguntó cómo era posible que pudiera pasar tan rápido de las alturas de la pasión y la conexión a este estado depresivo y taciturno: en ese momento estaba convencida de que su periodo de fertilidad nunca iba a llegar, que mucho menos podría concebir un hijo… y que estaba casada con un absoluto zoquete.
Beth se volvió a concentrar en el helado, logró extraer el pedazo más grande de chocolate y se preparó. O… al menos esperó a que el chocolate hiciera efecto y le subiera el ánimo.
No había nada como sobrevivir a base de Ben & Jerry’s.
Ese debería ser el lema de la compañía.
Después de un rato se oyó que tiraban de la cadena en el baño y luego abrían una llave. Cuando la Elegida salió, tenía la cara tan pálida como la túnica que llevaba puesta, pero su sonrisa resplandecía como el sol.
—¡Perdón! —dijo la mujer con entusiasmo—. ¿Cómo estás?
—No, ¿cómo estás tú?
—Fantástica —dijo Layla y se dirigió a su helado—. Ay, esto es genial. Justo lo que necesitaba para poner un poco de orden aquí dentro.
—Tuve que sacar las fre…
Layla levantó una mano, se llevó la otra a la boca y sacudió la cabeza.
Casi sin aire, dijo:
—No puedo ni oír esa palabra.
Beth asintió y concluyó:
—No te preocupes, no te preocupes. Ni siquiera tenemos el sabor que no podemos nombrar.
—Estoy segura de que eso es mentira, pero me lo creeré, mil gracias.
Cuando la Elegida se acostó con su copa de helado, miró a Beth.
—Eres tan amable conmigo.
Beth sonrió.
—Después de todo lo que has pasado, no parece suficiente.
Primero, Layla casi pierde al bebé, luego el aborto se detuvo como por arte de magia.
Nadie supo realmente qué sucedía o por qué se solucionó, pero…
—¿Beth? ¿Hay algo que te preocupe?
—No, ¿por qué?
—No pareces estar bien.
Beth exhaló y se preguntó si podría salir airosa con una mentira. Probablemente no.
—Lo siento. —Beth raspó el interior de la tarrina de helado y sacó el resto del helado de menta—. Estoy… un poco distraída hoy.
—¿Quieres hablar de ello?
—Simplemente estoy un poco abrumada por todo. —Beth apartó la tarrina de helado y dejó caer la cabeza hacia atrás—. Siento como si tuviera un peso suspendido sobre mi cabeza.
—Con la situación de Wrath, no sé cómo logras sobrevivir cada noche…
Se oyó un golpe en la puerta y, cuando Layla respondió, Beth no se extrañó al ver entrar a Blay y a Qhuinn. Sin embargo, los dos guerreros parecían incómodos… y no por causa de la Elegida.
Beth se reprendió mentalmente.
—¿Puedo disculparme con vosotros, chicos?
Blay fue a sentarse junto a Layla, mientras Qhuinn plantaba sus botas en el suelo y negaba con la cabeza.
—No tienes por qué disculparte.
—Entonces, ¿fui yo la única en pensar que mi reacción fue desproporcionada? Vamos. —Ahora que se había tranquilizado y estaba debidamente achocolatada, necesitaba disculparse también con su marido, además de hablar con él—. No quise portarme como una bruja con vosotros.
—Son tiempos difíciles —dijo Qhuinn y se encogió de hombros—. Y yo tampoco soy ningún santo.
—¿De veras? Pero si estás enamorado de uno —dijo Layla.
Cuando Qhuinn miró a Blay, sus ojos disparejos se entrecerraron.
—Así es —dijo en voz baja.
Mientras el pelirrojo se ruborizaba, la conexión entre ellos se hizo completamente tangible.
El amor era una cosa tan bonita.
Beth se frotó el centro del pecho y tuvo que redirigir la conversación antes de comenzar a llorar.
—Solo quería saber qué estaba diciendo John.
La expresión de Qhuinn se volvió hermética.
—Habla con tu marido.
—Lo haré. —Y Beth sintió que una parte de ella quería terminar las cosas aquí con la Elegida para ir directamente al estudio de Wrath. Pero luego se acordó de todas esas peticiones en las que él y Saxton estaban trabajando. Parecía muy egoísta presentarse allí por las buenas e interrumpirlos.
Además, estaba a punto de llorar y no como en las propagandas publicitarias. La sensación se parecía más a lo que le pasaba al final de Una pareja de tres.
Beth cerró los ojos para evaluar los últimos dos años y recordó cómo eran las cosas entre ella y Wrath al principio. Pasión desbordada. Alma y corazón conectados. Nada más que ellos dos, así estuvieran en medio de una multitud.
Todo eso estaba ahí todavía, se dijo Beth. Sin embargo, la vida tenía la costumbre de esconder las cosas. Si ahora quería estar con su hombre, tenía que ponerse a la cola y eso estaba bien; Beth entendía lo que era el trabajo y el estrés. El problema era que, últimamente, cuando por fin estaban solos, Wrath tenía siempre aquella expresión en la cara.
La que significaba que solo estaba con ella físicamente. Pero que su cabeza estaba en otra parte. Y tal vez también su alma.
Ese viaje a Manhattan le