hacer que el desgraciado se volviera loco.
Al no encontrar nada en la zona social de la casa, Assail se dirigió al ala de los sirvientes y descubrió una cocina vacía de estilo moderno pero absolutamente sosa. Dios, ¡qué aburrimiento! El esquema de color, una combinación de gris y cromo, le daba una apariencia de vejez y la escasez de mobiliario sugería que la decoración no era una prioridad en los espacios que Benloise no frecuentaba. Pero más importante aún, y lo mismo sucedía con la zona social de la casa, era el hecho de que no había rastros de la presencia de Sola ni se sentía en el aire su aroma o el olor a pólvora o sangre fresca. Tampoco había platos en ninguno de los tres lavavajillas y, cuando abrió la nevera, tan solo porque le apeteció, encontró seis botellas verdes de Perrier en la parte superior y nada más…
Un par de faros pasaron por las ventanas, iluminando su cara y arrojando sombras sobre las patas de la mesa, el respaldo de los asientos y los soportes de utensilios culinarios.
Assail echó una nube de humo y sonrió.
—Salgamos a darles la bienvenida.
Solo que el vehículo pasó de largo junto a la casa y siguió hacia el cobertizo, lo que sugería que quienquiera que fuera no había llegado como reacción a la alarma.
—Sola… —susurró Assail mientras se desmaterializaba hacia el jardín cubierto de nieve.
A pesar de la mezcla de emociones que bullían en su cabeza, Assail se aseguró de desactivar las cámaras del exterior y luego se quitó la máscara para poder respirar mejor.
El coche aparcó en el garaje y dos humanos blancos se bajaron de la parte delantera, cerraron las puertas y se dirigieron hacia…
—Buenas noches, amigos —dijo Assail, al tiempo que les apuntaba con su cuarenta milímetros.
Fíjate. Parece que se les da bien escuchar porque los dos se quedaron como estatuas después de girarse hacia el lugar de donde provenía la voz.
Assail se acercó y apuntó al hombre de la derecha, seguro de que los gemelos se concentrarían en el otro. Cuando salvó la distancia, se inclinó y miró por la ventanilla del asiento trasero, preparado para ver a Sola en no muy buenas condiciones…
Pero nada. No había nadie atrás, ninguna persona amarrada y amordazada, o golpeada, o muerta de susto ante la paliza que seguramente la esperaba.
—Abrid el maletero —ordenó Assail—. Solo uno de vosotros…, tú. Tú, abre.
Mientras seguía al hombre alrededor del coche, mantuvo el arma contra la cabeza del pobre desgraciado, con el dedo temblando sobre el gatillo y preparado para disparar.
¡Pop!
Después de abrir la cerradura del maletero, la portezuela se levantó sin hacer ruido, las luces internas se encendieron…
Para iluminar dos bolsas de tela. Eso era todo. Nada más que dos bolsas negras de nailon.
Assail le dio una calada al cigarro.
—Maldición. ¿Dónde está ella?
—¿Dónde está quién? —preguntó el hombre—. ¿Quién eres tú?
Lleno de odio, Assail sintió que la rabia estallaba en su cabeza y tomaba el control.
El segundo ¡pop! fue el sonido de una bala que salió del arma de Assail para incrustarse en el lóbulo frontal del humano. Y el impacto produjo un chorro de sangre que cayó sobre las bolsas de nailon, el coche y el suelo.
—¡Joder! —gritó el otro tío—. ¿Qué diablos…?
Una oleada de rabia pura y sin una gota de pensamiento racional hizo que Assail emitiera un gruñido horrible, al tiempo que accionaba de nuevo el gatillo.
El ¡pop! número tres tumbó al conductor, cuyo cuerpo se fue hacia atrás cuando una bala penetró entre sus cejas.
Mientras los brazos y las piernas se derrumbaban sobre la nieve, se oyó la voz de Ehric.
—Te das cuenta de que podríamos haberlos interrogado.
Assail mordió el cigarro y le dio una larga calada para evitar hacerle a su propio primo algo que luego lamentaría.
—Agarrad las bolsas y escondedlas en un lugar donde podamos encontrarlas…
En ese momento apareció otro coche que se desvió de la carretera principal y tomó la entrada hacia la casa a toda velocidad.
—Por fin —dijo Assail—. Uno esperaría una respuesta más rápida.
El coche frenó frente a la casa, al menos hasta que quienquiera que estaba tras el volante vio a Assail y sus primos junto al otro coche. Entonces se oyó un chirrido de neumáticos sobre la nieve y el coche volvió a arrancar.
—Coged las bolsas —les dijo Assail a los primos—. Vamos.
Iluminado por los faros, Assail bajó el arma y la dejó junto a su pierna, de modo que quedara escondida entre los pliegues de su abrigo de cuero… y luego obligó a su brazo a quedarse ahí. A pesar de lo mucho que le molestaba, Ehric tenía razón. Acababa de matar a dos informantes.
Una evidencia más de que estaba fuera de control en todo esto. Y no podía volver a cometer el mismo error.
Cuando el coche se detuvo, se bajaron tres hombres que, ciertamente, habían venido preparados. Varios cañones le apuntaron de inmediato y ninguno estaba temblando: se veía que estos chicos ya habían hecho esto antes y, de hecho, Assail reconoció a dos de ellos.
El guardaespaldas que estaba delante incluso bajó su automática.
—¿Assail?
—¿Dónde está ella? —preguntó él.
—¿Qué?
La verdad es que estaba empezando a aburrirse con tantos gestos de confusión.
Assail sintió que su dedo empezaba a ponerse nervioso otra vez.
—Tu jefe tiene algo que quiero que me devuelva.
Los matones desviaron la mirada hacia el primer coche, con el maletero abierto y, considerando la forma en que levantaron las cejas de inmediato, parecía que acababan de ver las suelas de los zapatos de sus predecesores sobre el asfalto.
—Ninguno de ellos fue capaz de responderme —dijo Assail arrastrando las palabras—. Tal vez vosotros queráis intentarlo.
El arma que habían bajado volvió a su lugar de inmediato.
—¿Qué diablos estás…?
En ese momento aparecieron los primos como por arte de magia y rodearon a los tres humanos. Además, tenían mucha más potencia de fuego, pues cada uno llevaba dos Smith & Wesson.
Assail mantuvo su arma donde estaba, momentáneamente en reposo.
—Os sugiero que tiréis las armas. Si no lo hacéis, os matarán.
Hubo un instante de pausa, que resultó demasiado larga para la paciencia de Assail.
En un segundo su arma disparó y ¡pop! mató al que estaba más cerca. La bala se incrustó en su oído, después de describir una trayectoria que dejó ilesos a los otros dos.
Mientras caía al suelo otro muerto, Assail miró a los otros dos y pensó que todavía le quedaba mucho con que trabajar.
Entonces bajó el arma y echó otra nube de humo que salió flotando hacia los faros y tiñó la luz de una coloración azul. Dirigiéndose a los dos que quedaban en pie, dijo con voz neutra:
—Os lo voy a preguntar de nuevo. ¿Dónde está ella?
Esto disparó una gran algarabía, pero que no incluía las palabras mujer, secuestrada o cautiva.
—Me estoy aburriendo —dijo y volvió a levantar la pistola—. Sugiero que alguno de los dos empiece a hablar ya.
6
–¿Está vivo?
Beth oyó que las palabras salían de su boca, pero no tenía mucha conciencia de haberlas dicho. Era sencillamente demasiado aterrador ver a un tío tan fuerte como John Matthew tirado en el suelo de esa manera. Y lo peor era que había recobrado el sentido durante un minuto y medio para tratar de decirle algo a ella y se había vuelto a desmayar.
—Bien —dijo la doctora Jane mientras presionaba un estetoscopio contra su corazón—. Bien, necesito mi tensiómetro…
De inmediato Blay puso el aparato en las manos de la doctora y la mujer trabajó rápidamente, envolviendo el brazalete alrededor de los abultados bíceps de John y bombeando. Luego se oyó un largo siseo que resonó con fuerza y Beth se recostó contra su hellren mientras esperaban los resultados.
El asunto pareció demorarse una eternidad. Entretanto Xhex sostenía la cabeza de John en su regazo y Dios sabía que estaba pasando por un momento difícil: ver desmayado a tu amado, sin tener ni idea de lo que ocurrirá después.
—Un poco baja —murmuró Jane mientras abría el velcro—, pero nada catastrófico…
John empezó a abrir los ojos y a parpadear.
—¿John? —dijo Xhex con voz ronca—. ¿Ya estás conmigo de nuevo?
Aparentemente así era porque se giró hacia la voz de su compañera y levantó una mano temblorosa para agarrarle la mano, mientras la miraba fijamente. Luego pareció tener lugar una especie de intercambio de energía y, un momento después, John se sentó. Entonces se puso de pie, aunque parecía un poquito inseguro cuando abrazó a Xhex y los dos se quedaron allí, juntos, durante un rato.
Cuando su hermano por fin se giró hacia ella, Beth se zafó de los brazos de Wrath y abrazó con fuerza al joven macho.
—Lo siento mucho.
John se echó hacia atrás y preguntó con gestos: ¿Por qué?
—No lo sé. Yo no quería… No sé.
Al ver que Beth levantaba las manos con desesperación, John Matthew sacudió la cabeza. Tú no hiciste nada malo. Beth, de verdad. Estoy bien y aquí no pasó nada.
Clavando la mirada en el fondo de aquellos ojos azules, Beth buscó dentro de ellos, como si pudiera encontrar allí la respuesta a lo que había ocurrido y lo que él había tratado de decirle.
—¿Qué me estabas tratando de decir? —murmuró.
Tan pronto como se oyó decir eso, soltó una maldición. Este no era buen momento.
—Perdón, no quise preguntar eso…
¿Acaso estaba diciendo algo?, preguntó John con señas.
—Démosle un poco de espacio —dijo Wrath—. Xhex, ¿no quieres llevar a tu macho a la habitación?
—Buena idea. —La hembra dio un paso al frente, puso el brazo alrededor de la cintura de John y se lo llevó por el pasillo de las estatuas.
La doctora Jane guardó su equipo en un pequeño maletín negro.
—Es hora de averiguar qué es lo que está causando esos ataques.
Wrath maldijo en voz baja.
—¿Tiene autorización médica para salir a combatir?
La doctora se puso de pie y entrecerró sus ojillos inteligentes.
—John me va a odiar por esto, pero no. Primero quiero hacerle una resonancia magnética. Desgraciadamente, para eso vamos a tener que hacer algunos preparativos.
—¿En qué puedo ayudar? —preguntó Beth.
—Voy a ir a hablar con Manny. Havers no tiene esa clase de equipo y nosotros tampoco. —La doctora Jane se pasó una mano por su pelo rubio y corto—. No tengo ni idea de cómo vamos a llevarlo al St. Francis, pero allí es adonde tenemos que ir.
—Pero ¿qué te parece que puede pasarle? —preguntó Beth.
—No te ofendas, pero la verdad es que es mejor que no lo sepas. Por ahora dejadme empezar a ver qué podemos hacer…
—Yo quiero ir con él. —Beth miró con tanta intensidad a la shellan de V que habría podido abrirle un agujero en la cabeza—. Si tiene que hacerse esa prueba, yo quiero ir con él.
—Bien, pero no puede haber muchos acompañantes. Ya va a ser bastante difícil sin llevar a todo un ejército con nosotros.
La compañera de Vishous dio media vuelta y bajó las escaleras corriendo, y mientras se alejaba fue perdiendo gradualmente su forma, al tiempo que su peso y su presencia se disipaban hasta que solo quedó una aparición fantasmal flotando sobre la alfombra.
Qué más daba que fuera un fantasma o sólida, pensó Beth. Si tenía que recibir un tratamiento, prefería someterse a las manos de esa mujer que a las de cualquier otra persona en el planeta.
Ay, Dios… John.
Beth se volvió hacia Blay y Qhuinn.
—¿Alguno sabéis qué era lo que John estaba tratando de decir?
Los dos miraron a Wrath. Y luego negaron con la cabeza.
—Mentirosos —murmuró ella—. ¿Por qué no me decís…?
Wrath empezó a hacerle un masaje en los hombros, como si quisiera tranquilizarla…,