directamente de su alma. Y, joder, el vientre le dolía mucho.
Cuando estiró los brazos desde la cama, sintió que le tiraba el catéter, pero no le importó. Y sus hombres se acercaron a ella, Wrath de pie, con el recién nacido en brazos, sentándose junto a ella en la cama de hospital.
—Ay, por Dios, ese es mi bebé —se oyó decir.
El pequeño Wrath —sí, realmente ya le había dado nombre— era una copia idéntica de su padre. Incluso el pelo formaba el mismo pico de viuda en el centro de la frente. Y como si la hubiera reconocido de alguna manera, el bebé abrió los ojos al tiempo que su padre se lo pasaba.
—Hola, grandullón.
Porque aunque el pequeño Wrath pesaba, ¿cuánto?, ¿tres kilos?, la manera en que ese pequeño la miró la hizo sentir como si ya fuera más alto que su padre.
—Eres hermoso —le dijo Beth.
Y luego ella vio sus ojos. Las pupilas eran normales y los iris eran de un color azul oscuro, no verde claro.
Beth miró a su marido.
—Es perfecto.
—Lo sé. Me dicen que se parece a mí.
—Así es.
—Excepto por los ojos. Pero lo habría querido igual.
—Yo también.
Beth lo envolvió bien en la tela roja que había tejido la shellan del jefe de los obreros. Hasta que se dio cuenta de que algo no estaba bien.
Su marido estaba muy callado para estar viviendo un momento tan especial.
—¿Wrath? ¿Qué es lo que no me has dicho?
Cuando él se restregó la cara, el terror que ella había sentido regresó.
—¿Qué? ¿Le pasa algo malo?
—No.
—¿Cuál es el pero?
—Tuvieron que sacarte el útero. Estabas sangrando demasiado.
Beth frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—¿Perdón?
Wrath tanteó un poco hasta encontrar su brazo.
—Te sacaron la matriz.
Beth sintió un viento frío que la golpeaba.
—¿Una histerectomía?
—Sí. Así dijeron que se llamaba.
Beth soltó el aire. Otra cosa que no estaba en el plan. Y era impactante enterarse de que esa parte de lo que la definía como mujer…, como hembra…, ya no formaba parte de ella.
Pero luego miró a su pequeñín perfectamente formado y saludable y pensó que, de no haber sido así las cosas, tal vez no habría podido disfrutar de este momento. Estar aquí con su marido y su hijo.
Al diablo con el útero.
—Está bien —dijo Beth—. No hay problema.
—Lo siento…
—No. —Beth negó con la cabeza—. No, no vamos a estar tristes. Tenemos una familia y somos muy, pero que muy afortunados. Nada de sentir pena por nada.
Y ahí fue cuando Wrath empezó a llorar, y sus lágrimas transparentes le caían por el mentón hasta los tatuajes de la parte interna del antebrazo.
Mientras Beth observaba todos esos nombres, sonrió y se imaginó al pequeño Wrath, grande y alto, fuerte como su padre.
—Lo hemos logrado —declaró, con un súbito ataque de optimismo—. ¡Lo hemos logrado!
Wrath empezó a reírse y luego encontró la boca de Beth y la besó.
—Sí. Lo has logrado.
—Hacen falta dos. —Beth le acarició la cara—. Tú y yo. Juntos.
—Pero a mí solo me tocó la parte divertida —dijo con una sonrisa.
‡ ‡ ‡
Horas más tarde, Beth se levantó de la cama y se dio un baño. Luego se puso un camisón de franela y, con la ayuda de Wrath, salió de la habitación con el pequeño Wrath en brazos…
Para recibir una gran ovación.
Tenía la intención de regresar a la mansión para saludar a los empleados, pero tuvieron que venir hasta allí ellos. Había casi cincuenta personas, desde los Hermanos hasta los doggen, todos apretujados en el pasillo del centro de entrenamiento, en una fila que se extendía hasta el fondo.
Era difícil no llorar.
Pero, qué más daba. Todos eran de la familia.
—¡Que viva el rey! —empezaron a cantar.
Mientras apretaba a su hijo contra el pecho y le cubría los oídos, Beth empezó a reírse. Y ahí fue cuando vio a su hermano. Estaba radiante, tenía una sonrisa amplia y orgullosa, y las manos delante del corazón, como si se estuviera muriendo de ganas de alzar al bebé.
Beth fue cojeando hasta donde estaba John y, sin decir nada, le pasó al bebé.
La felicidad que vio en respuesta, mientras John abrazaba con torpeza aquel paquete rojo, fue una de las mejores cosas del mundo. Solo superada por ver a Wrath haciendo lo mismo.
De repente la multitud empezó a cantar en Lengua Antigua:
—¡Salve al rey!
—Bueno, en realidad no.
Cuando Wrath dijo eso, fue como si hubiese desconectado el sonido de todo el mundo.
Frunciendo el ceño, Beth y todos los demás se quedaron mirando al último vampiro de sangre pura del planeta.
Wrath se aclaró la garganta y se quitó las gafas de sol para masajearse el puente de la nariz.
—Anoche abolí la monarquía.
Silencio absoluto.
—¿Qué? —dijo Beth.
—Tú me dijiste que no querías ser la causa de que yo renunciara al trono. No lo has sido. Al final, ha sido decisión mía. Tarde o temprano, alguien más iba a querer atacarme… y, por extensión, a ti y a él. ¿Y si yo muero? Mi hijo iba a tener que pelear por conservar algo que no debería heredarse. Debería decidirse por méritos.
Beth se llevó las manos a la cara.
—Ay, por Dios…
—Así que ahora somos una democracia. Saxton me ayudó a hacerlo legal. Y dentro de un tiempo celebraremos elecciones. He hablado con Abalone y él va a coordinarlo todo. Joder, ese tío ya tenía una buena cantidad de candidatos. Ah, y lo mejor es que la glymera se ha quedado sin trabajo. También he disuelto el Consejo. Que se jodan esos malditos.
—Me alegro tanto de que me jubilen —dijo Rehv—. De verdad.
Wrath miró hacia donde estaba Beth.
—Es lo mejor para nosotros. Para el pequeño Wrath. Y, ¿quién sabe? Tal vez él decida hacer política. Pero entonces será una elección suya. No una carga… y nadie, de ningún segmento de ninguna sociedad, podrá decirle que la hembra que elija no es lo suficientemente honorable. Jamás.
Al decir eso, Wrath se metió la mano en el bolsillo de los pantalones que llevaba puestos… y sacó un puñado de… ¿trocitos de papel?
No, eran trozos de pergamino.
Y mientras los desparramaba por el suelo, dijo:
—Ah, y también he roto el falso decreto de divorcio. La ceremonia humana es absolutamente legal. Pero ya que nuestro hijo tiene dos clases de sangre dentro de él, me imagino que querrá que las dos tradiciones cuenten.
Beth abrió la boca para decir algo, pero al final solo pudo acercarse a su marido y abrazarlo.
Naturalmente, nadie tenía los ojos secos en todo el centro de entrenamiento.
Pero eso era lo que ocurría cuando un mortal común y corriente… hacía algo digno de un superhéroe.
76
Poco más de un mes después, Wrath se dio cuenta de qué significaba realmente la visión de V. La cara en los cielos, el futuro en sus manos…
El pequeño Wrath se había adaptado perfectamente al horario, dormía durante el día y estaba despierto durante la noche, lo cual era genial. Beth se había recuperado de la cesárea como un cohete, se alimentaba y comía bien, y era la mejor mamá del planeta.
Era una madre totalmente natural. Era increíble… y vivía muy feliz.
La realidad de tener un hijo era incluso mejor de lo que había sido el sueño de tenerlo.
Y, ah, sí, el pequeño Wrath se iba apropiando del mundo como un absoluto guerrero. Comía, hacía popó, dormía, hacía popó, comía. Rara vez lloraba o gritaba y no tenía problema en que, durante las comidas, se lo pasaran de mano en mano pues todos querían alzarlo.
Había hecho buenas migas incluso con el perro y el gato. El bebé dormía en una cuna en la suite de la Primera Familia y, al parecer, George y Boo habían entendido que esa era la estación de guardia. Cuando el retriever no estaba ayudando a Wrath a encontrar su camino, se encontraba junto al pequeño, acostado frente a la cuna, vigilando las veinticuatro horas del día. Y cuando George estaba de servicio con su otro amo, el felino asumía la responsabilidad de vigilar mientras el niño dormía.
Así que, sí, era una noche felizmente normal de junio cuando Beth dijo que iría a correr después de la Primera Comida, y Wrath decidió sacar al pequeño W, y a su perro y al gato, a dar un paseo por el primer piso. Al niño siempre parecía gustarle eso y, como de costumbre, tan pronto comenzaron a caminar, empezó a mover la cabeza a uno y otro lado, como si estuviera revisando la propiedad.
Estaban en la biblioteca, junto a las puertas francesas, cuando el pequeño W dejó escapar un graznido y se estiró, como si hubiera visto algo.
—¿Qué sucede, grandullón?
Wrath reacomodó a su hijo —por Dios, le encantaba esa palabra, hijo— y luego pensó en qué podría ser.
—¿Estás mirando la luna? Debe de ser…, sí, supongo que será eso.
Wrath abrió entonces la puerta y respiró profundamente. El verano llegaba y la noche era tibia como un baño de agua caliente. Al ver que su hijo estiraba los brazos hacia arriba, Wrath pensó que sí, que debía de estar mirando hacia el cielo.
Buscando la luna… o, quizás, la cara.
Con la sensación de que la realidad se estaba fusionando de forma mágica, Wrath puso a su hijo derecho y lo acomodó mirando hacia delante.
Luego lo levantó en el aire.
Era como sostener el futuro… en sus manos.
Después su hijo vio la luna por primera vez, y la miró con ojos que funcionaban perfectamente, al igual que el resto de su organismo.
—Voy a darte todo lo que pueda —dijo Wrath con voz quebrada, feliz de que no hubiese nadie alrededor—. Te proporcionaré lo que necesites. Y voy a quererte hasta el último día de mi vida.
De repente, se dio cuenta de que no estaba solo.
Había gente saliendo de la casa. Una gran multitud.
Entonces giró sobre sus talones, mientras abrazaba a su hijo con gesto protector y se preparaba para recibir una mala noticia.
—¿Qué?
‡ ‡ ‡
Vinieron a buscar a Beth cuando estaba en la cinta de correr. Todos ellos. Todos los miembros de la Hermandad.
Pero quien habló esta vez no fue Tohr. Fue Saxton.
Y cuando terminó de hablar, ella se quedó paralizada y casi se cae.
El recorrido de regreso por el túnel, en dirección a la casa, le produjo la misma sensación que un sueño que había tenido cuando tenía problemas antes de nacer el pequeño W. Después, Beth no recordaría nada de las prisas, ni de la gente que la acompañaba, ni de lo que decían.
Y cuando llegó al vestíbulo y vio a los otros miembros de la casa reunidos de nuevo, cada uno de ellos tenía la misma expresión que ella sentía en su propia cara.
El destino había tomado las riendas de nuevo.
Y lo único que ellos podían hacer era ir en la nueva dirección.
Beth iba adelante del grupo, mientras caminaban por el primer piso de la casa, esperando encontrar a Wrath y al pequeño W en cualquier momento.
La puerta abierta hacia la terraza les indicó dónde debían de estar.
Al salir a la noche, Beth vio a su esposo sosteniendo a su hijo hacia la luna más llena de la temporada, un círculo tan brillante como el sol, que bañaba todo el paisaje con su luz blanca.
Era como si él estuviera haciendo una ofrenda sagrada…
Con un movimiento rápido, Wrath giró sobre sus talones, mientras protegía a su hijo con sus brazos enormes.
—¿Qué?
Aunque fue Saxton quien llevó la noticia a la casa, todos miraron a Beth.
Ella dio un paso al frente, deseando tener encima algo más elegante que su ropa de hacer ejercicio. Tal vez un vestido de baile.
—Beth, ¿qué coño está pasando?
Beth trató de