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  2. El rey
  3. Capítulo 101
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que le resultaba el trabajo de rey antes, había sido toda una revelación descubrir que realmente le gustaba lo que estaba haciendo.

Ni siquiera echaba de menos el combate.

Joder, había tantos otros retos que afrontar y superar: batallas que no siempre se ganaban en el campo y enemigos que a veces nos atacaban con armas no convencionales. A veces el enemigo éramos nosotros mismos.

Finalmente sabía con exactitud por qué su padre había disfrutado tanto de ser rey. Finalmente lo entendía.

Y era curioso: lo único que mucha gente tenía en común era el amor por su familia. Por sus compañeros, sus padres, sus hijos; todo eso parecía tener prioridad.

Siempre.

Primero la familia.

Primero la nueva generación.

Wrath pensó en la noche en que sus padres fueron asesinados. Lo único que habían hecho antes de que sus enemigos tumbaran aquella puerta fue esconderlo. Ponerlo a salvo. Preservarlo… y no para asegurar el futuro del trono. Eso no fue lo que le dijeron cuando lo encerraron en aquel espacio diminuto.

Te queremos.

Ese fue el único mensaje que importó cuando sintieron que su tiempo se agotaba.

No: Sé un buen rey. Ni: Sigue mis pasos. Ni: Haznos sentir orgulloso…

Te queremos.

Ese era el vínculo que nos unía, aun a través de la muerte y el tiempo.

Al imaginarse a su hijo llegando a este mundo, Wrath estaba seguro de que esa sería una de las primeras cosas que le diría: Te quiero.

—¿Wrath?

Wrath se sobresaltó y se giró hacia donde oyó la voz de Saxton.

—¿Sí? Lo siento, estoy un poco distraído.

—Ya he acabado con todo el trabajo de anoche y de hoy.

Wrath volvió a contemplar las ventanas que no podía ver.

—Trabajas rápido.

—En realidad, son las tres de la mañana. Llevas aquí unas cinco horas.

—Ah.

Y sin embargo no se movió.

—La mayoría de los Hermanos se han marchado hace horas. Fritz todavía está aquí. Está arriba limpiando.

—Ah.

—Si no necesitas nada más…

—Sí hay algo —se oyó decir Wrath.

—Claro. ¿En qué puedo ayudarte?

—Necesito hacer algo por mi hijo.

—¿Un legado?

Cuando empezó a maquinar todo el asunto en su cabeza, Wrath se sintió un poco asustado. Dios, uno pensaría que los momentos importantes de la vida debían llegar con una señal junto a la carretera, un pequeño número amarillo que anunciara la dirección que vas a tomar, y que, quizás, aconsejara reducir la velocidad.

Pero, claro, él y su shellan llevaban meses embarazados antes de que se presentara el periodo de fertilidad.

Así que la vida hacía las cosas a su manera.

—Sí, más o menos.

72

Fue tal como Wrath lo prometió.

Fiel a la palabra que le dio a su shellan, Wrath regresó, de hecho, al amanecer.

Mientras cabalgaba lentamente sobre su caballo, se sentía exhausto, casi hasta el punto de la agonía, incapaz de sostenerse en la montura si el caballo aceleraba el paso. Aunque, claro, había otra razón para que avanzaran tan lento.

A pesar de que se había marchado solo, no regresaba solo.

Traía seis cuerpos que su caballo venía arrastrando por el suelo y dos más que venían sobre la parte trasera de la silla. A los primeros los había atado con cuerdas de los tobillos y los dos últimos se sostenían con ganchos y una red.

De los otros que había matado no habían quedado suficientes restos para traer.

Wrath no podía oler otra cosa que la sangre que había derramado.

No oía más que el rumor de los cuerpos que arrastraba por la tierra.

No podía pensar en nada distinto al hecho de que los había matado a todos con sus propias manos.

El pantano boscoso en el que acababa de entrar era el último tramo antes de llegar al castillo… Y, de hecho, al salir a un claro, puedo verlo alzándose sobre el suelo.

Wrath no se alegraba por lo que había hecho. A diferencia de un gato de granero, que disfrutaba de su deber, los ratones que él había asesinado no habían sido una fuente de felicidad para él.

Pero al pensar en su hijo aún nonato, Wrath sabía que había hecho que el mundo fuera un lugar más seguro para su hijo o hija. Y mientras pensaba en su amada compañera, así como en la muerte de su propio padre, era muy consciente de que aquello que parecía tan ajeno a su naturaleza había sido necesario.

El puente levadizo aterrizó de un golpe, permitiéndole la entrada al castillo, como si lo estuvieran esperando.

Y en efecto.

Anha salió corriendo hacia las tablas de madera, mientras la luna iluminaba su pelo oscuro y sus vestiduras rojas.

Wrath pensó en el poco tiempo que hacía que la conocía, si se juzgaba por el paso de las estaciones. Sin embargo, debido al curso de los acontecimientos, sentía como si llevaran juntos toda una vida.

La Hermandad estaba con ella.

Al tirar de las riendas, Wrath supo que ella ya lo había visto todo cuando se llevó las manos a la boca y Tohrture tuvo que sostenerla de un codo para que no se cayera.

Preferiría que ella no hubiera venido. Pero ya no había vuelta atrás.

Wrath desmontó del caballo aun antes de pisar el puente, dejó al animal donde estaba y corrió hacia las tablas de madera.

Por un instante pensó que Anha iba a salir corriendo cuando lo viera, pero no, fue todo lo contrario.

—¿Estás bien? —le preguntó al tiempo que se arrojaba sobre él.

Wrath la abrazó con brazos débiles.

—Sí.

—Me estás mintiendo.

—Sí.

Al menos con ella no tendría que fingir. La verdad era que todavía tenía miedo del futuro. Se había vengado de estos traidores, pero siempre habría más.

Los reyes eran los blancos perfectos de las ambiciones de los demás.

Esa era la realidad.

Wrath cerró los ojos y deseó que hubiera alguna manera de escapar de aquella herencia… y se preocupó por su futuro hijo, si es que tenía uno. Las hijas tenían una posibilidad. Pero los varones estaban condenados.

Sin embargo, él no podía cambiar lo que era por nacimiento. Solo esperaba que el valor que había necesitado hoy volviera a presentarse cuando fuera necesario.

Al menos ahora se había demostrado a sí mismo, y a su amada, que no era solo un líder para los tiempos de paz. En la guerra también podría empuñar la espada si era necesario.

—Te quiero —dijo Wrath.

Al sentir que su compañera se estremecía contra él, Wrath supo que se volvería a estremecer al día siguiente, cuando viera lo que él iba a hacer con las cabezas de aquellos cuerpos.

Con el fin de que los mensajes fueran recibidos correctamente, había que mandarlos de la misma forma.

—Vamos a nuestra recámara —dijo él, mientras la abrazaba contra su pecho.

Al hacerles una señal a los Hermanos, Wrath sabía que ellos se encargarían de su caballo… y de su presa. Ya habría tiempo para la decapitación. Pero ahora solo necesitaba un poco de cordura en medio de tanta locura.

Mientras entraban al castillo, Wrath pensó que ella era su único apoyo, como siempre.

—Si tenemos un hijo varón… —murmuró él.

—¿Sí? —Anha levantó la vista hacia su compañero—. ¿Qué le ocurrirá?

Wrath miró la cara de su amada, la hermosa cara que definía sus horas y sus años.

—Espero que encuentre a alguien como tú.

—¿De veras? —susurró ella.

—Sí. Ruego para que él tenga al menos la mitad de la suerte que he tenido yo.

Mientras le apretaba la cintura, Anha dijo con voz ronca.

—Y si es una hija…, un macho al menos la mitad de bueno que su padre.

Wrath la besó en la cabeza y siguieron adelante, a través del inmenso vestíbulo y hacia su recámara, seguidos por la Hermandad, pero a una discreta distancia.

Sí, pensó Wrath, para sobrevivir uno no debe estar solo.

Y debe tener un compañero de valía.

Si posees eso, serás más rico que cualquier rey y reina que hayan pisado la Tierra.

73

Al día siguiente, Wrath vio a su madre por primera vez en trescientos treinta años.

En cierta forma sabía que tenía que ser un sueño. Llevaba mucho tiempo ciego como para dejarse seducir por la idea de que la realidad había cambiado de repente.

Además, ella llevaba muerta varios siglos.

Sin embargo, cuando se acercó a él en la oscuridad, parecía tan viva como Wrath desearía que estuviera, y se movía tranquilamente, ataviada con un vestido antiguo de terciopelo rojo.

—¿Mahmen? —preguntó Wrath con asombro.

Cuando levantó la cabeza de la almohada, Wrath se dio cuenta de que estaba en su habitación, lo sabía por el ruido sutil que producían las paredes.

Su primer instinto fue girarse para…

Beth se encontraba junto a él, acostada bajo las mantas, con la cara hacia él y el pelo negro extendido sobre la almohada. Y al tocar su vientre, Wrath supo que sí, todavía estaba embarazada.

Por Dios, podía verla.

—Beth —dijo bruscamente—. ¡Beth! Te puedo ver, leelan, despierta, te veo, te veo…

—Wrath.

Al oír la voz de su mahmen, Wrath se giró de nuevo. Ella estaba ahora junto a su cama, con los brazos cruzados y las manos metidas entre las voluminosas mangas del vestido.

—¿Mahmen?

—No sé si recuerdas esto, pero tú viniste una vez a mí.

Dios, su voz era tan gentil, tal como la recordaba… Y Wrath casi cerró los ojos para poder memorizar el sonido. Pero no, no quería perderse ese nanosegundo de visión.

Espera, ¿qué le había dicho ella?

—¿Lo hice?

—Yo estaba muriendo. Y tú apareciste en medio de la niebla del Ocaso. Y me dijiste que te siguiera a casa. Me hiciste detenerme y regresar contigo.

—No lo recuerdo…

—Es una deuda que tengo contigo desde hace mucho tiempo. —Su sonrisa era tan serena como la de la Mona Lisa—. Y ahora quiero pagarte. Porque te quiero mucho, mucho…

—¿Pagar la deuda? ¿De qué hablas?

—Despierta, Wrath. Despierta ya mismo. —De repente la voz se volvió una llamada de alerta—. Llama al sanador… Debes llamar al sanador si deseas salvarle la vida.

—¿Salvar la vida… de Beth?

—Despierta, Wrath. Ahora mismo, llama al sanador.

—¿De qué estás…?

—Wrath, despierta.

De repente, como si lo hubiese catapultado el sueño REM, Wrath se enderezó en la cama.

—¡Beth! —gritó.

—¿Qu-qu-qué?

Al girarse hacia su esposa, Wrath maldijo la oscuridad que lo rodeaba. Maldito sueño, lo había ilusionado con algo que no tenía.

—¿Qué? —gritó Beth.

—Mierda, perdona, lo siento. —Wrath estiró las manos para consolarla y consolarse él—. Lo siento, fue un maldito sueño.

—Ay, me has asustado. —Beth se rio y Wrath oyó que se dejaba caer de nuevo en la cama—. Menos mal que dormimos con la luz del baño encendida.

Wrath frunció entonces el ceño y se giró hacia el lado de la cama donde había estado su madre y…

—No, no ha estado realmente aquí.

—¿Quién?

—Lo siento. —Wrath estiró el cuello y bajó las piernas de la cama—. Ahora vuelvo.

Wrath estiró un poco los músculos y, cuando su columna dejó escapar un snap, crac, pop, pensó en la conversación que había tenido con Payne tan pronto regresó a casa. Empezarían a entrenar de nuevo, y no porque ella fuera una hembra.

Sino porque era una guerrera excepcional y él quería volver al juego.

En el baño, acarició a George, que estaba acostado en la cama Orvis que Butch le había regalado por Navidad… y luego orinó y se lavó la cara.

Cuando regresó a la cama, trató de volver a dormir. Pero, entonces, frunció el ceño y dijo:

—Ah, oye…, ¿estás bien?

Beth bostezó.

—Sí, perfectamente. Pero me alegra haber regresado cuando lo hice. El sueño ayuda. Y cuando estoy acostada me siento mejor… Todavía tengo la espalda un poco tensa por la caminata en el centro comercial.

Tratando de sonar casual, Wrath preguntó:

—¿Cuándo es tu próxima cita con la doctora?

—El viernes. Ahora estamos yendo cada semana. ¿Por qué lo preguntas?

—Por nada.

Cuando Wrath se quedó callado, Beth se acomodó contra él y suspiró, como si estuviera a punto de volver a dormir. Pero Wrath solo guardó silencio durante un minuto y medio

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