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  2. El rey
  3. Capítulo 100
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aparecido una ropa que Anha nunca antes había visto y que había traído la Hermandad. Todo era negro.

—Regresaré al amanecer.

Wrath hablaba con un tono más bajo que el normal, y también más frío. Y ahí ella se dio cuenta de que él se estaba poniendo un arnés de cuero sobre el pecho. Igual al que usaban los Hermanos.

—¿Vas a combatir? —susurró Anha pues tenía cerrada la garganta.

Después de ponerse dos dagas negras, con el mango hacia abajo, sobre el corazón, Wrath por fin le contestó:

—Regresaré al amanecer.

—Vas a matarlos, ¿no es así?

—¿De verdad quieres que te responda a eso?

—Sí.

Wrath, su compañero, su amor, el padre del niño que estaba por nacer, se acercó a Anha, que estaba sentada frente al espejo de su tocador. Cuando se arrodilló, ella sintió una especie de alivio, pues así casi volvía a ser el de antes. En especial cuando la miraba a los ojos.

—Haré lo que haya que hacer —dijo.

Anha le puso las manos en la cara y empezó a acariciarlo, mientras pensaba en todos esos amaneceres en los que él había regresado ensangrentado y cojeando, con la cara hinchada y el cuerpo tieso. Pero últimamente había seguido entrenando con la Hermandad, y no había regresado lastimado.

Así que ella debería haber sabido que había llegado la hora.

—¿Estarás bien? —preguntó ella—. Te necesitamos.

—Regresaré a tu lado. Siempre.

Con esas palabras, le dio un beso apasionado y salió por la puerta. Antes de que esta se cerrara, Anha alcanzó a ver que los Hermanos habían formado una especie de pasillo a cada lado de las paredes de piedra, y que cada uno llevaba una antorcha.

Y todos se inclinaron ante su hellren cuando él se marchó…

… solo.

Al hundir la cara entre las manos, Anha sabía que lo único que podía hacer ahora… era rezar.

71

Mientras Wrath atendía su primera cita, Beth se coló en la cocina para agarrar un plato de fresas frescas de las que Fritz acababa de comprarle en el Hannaford de la zona.

Joder, en los últimos meses se había acostumbrado a que la mimaran; un beneficio que Bella le había dicho que tenía que disfrutar, pero que le había costado trabajo; todo el mundo había sido, y seguía siendo, muy amable: los Hermanos y sus compañeras, los empleados, John Matthew, las Sombras. Era increíble.

Al igual que el embarazo.

Por algún milagro extraño, su embarazo seguía el ritmo de un embarazo humano normal, y ya estaba en el octavo mes y se sentía de maravilla. Tenía mucha energía, no se le habían hinchado los tobillos, no tenía estrías y su bebé daba vueltas bajo su caja torácica cada vez que comía. En especial si se trataba de algo con azúcar.

Beth no se había preparado para nada de esto.

En cambio sí se había imaginado toda clase de desastres. Después del impacto inicial en la consulta, naturalmente había consultado en Internet y se había asustado al leer sobre las distintas cosas que podían salir mal. Lo único que la había salvado era que, para ese momento, ella ya había superado ese espantoso primer trimestre, que es cuando tienen lugar la mayoría de las pérdidas. Aunque, desgraciadamente, las consecuencias del periodo de fertilidad seguirían siendo motivo de preocupación al menos durante un mes más.

Pero, sí, las preocupaciones se habían disipado casi por completo ahora que estaba entrando en las últimas cuatro semanas. Y, claro, el parto sería un momento difícil, pero no lo iba a empeorar con uno de esos planes que no incluían anestesia. Y cada vez que se ponía nerviosa, se recordaba que millones y millones de mujeres y hembras habían hecho todo esto antes que ella.

Lo que sí estaba incluido en sus planes era que iAm y Trez estuvieran disponibles en cualquier momento durante las próximas cuatro semanas. La doctora Sam había prometido atenderla a cualquier hora del día o de la noche, un pequeño compromiso que Beth creía que le había sido infundido por iAm gracias a su pequeña magia.

Porque iAm había tenido que usar su magia muchas veces, aunque siempre de forma discreta.

Y así habían logrado mantener oculta la identidad de la raza.

Beth tenía la esperanza de empezar a tener contracciones durante la noche, como muchas mujeres, con el fin de que Wrath pudiera estar presente por lo menos al principio. Pero los dos habían acordado, aunque probablemente eso lo fuera a matar, que su seguridad y la del bebé eran la prioridad.

Y eso significaba que ella tendría que ir a donde la doctora Sam…

—¿Las fresas son de su gusto, madame? —preguntó Fritz.

Beth lo miró desde el otro lado de la cocina y asintió.

—Están perfectas.

Mientras veía cómo el mayordomo resplandecía de felicidad, como si le hubiera tocado la lotería, Beth terminó las fresas y dejó que Fritz se llevara el plato.

Luego regresó al comedor, teniendo cuidado de no hacer ruido mientras iba a sentarse a su puesto.

Wrath estaba sentado en el sillón que más le gustaba, el de la izquierda, detrás del cual estaba el escritorio de Saxton. Enfrente de él, en la silla compañera, había un macho de hombros caídos y expresión lúgubre, que se agarraba las rodillas con las manos como si estuviera muy tenso. No llevaba ropa elegante, más bien la clase de cosas que compras en Target, y su reloj no era un Rolex, sino un reloj corriente con correa de plástico.

Wrath se inclinó hacia delante y le tendió la mano.

—¿Qué sucedió?

El macho empezó a mecerse en la silla.

—Ella… —De repente miró a Beth y palideció aún más.

Beth también se puso tensa y se llevó una mano al vientre.

Ay…, joder.

—Cuéntame —dijo Wrath en voz baja.

—Ella… —En ese momento, el macho empezó a susurrar, de modo que Beth no oyera nada.

Pero estaba claro que Wrath entendía cada palabra. Y cuando Beth vio que su marido cerraba los puños y los músculos de sus antebrazos empezaban a sobresalir a través de la piel, entendió de qué se trataba la historia.

Muerte. Mujeres que morían al dar a luz.

Llevaba años oyendo historias sobre cómo la raza vampira sufría mucho al dar a luz, pero antes no podía apreciar lo que significaban realmente esas muertes. Y ahora, gracias a las audiencias con la gente común, vivía horrorizada.

Tantas muertes. De las madres y sus hijos.

Igual que había muerto su madre.

Era una tragedia que la ciencia médica no parecía poder controlar. Por ejemplo, Havers: tenía una clínica equipada con toda clase de tecnología moderna y, sin embargo, seguían pasando cosas malas. Al parecer todo el tiempo.

Wrath puso las manos en los hombros del macho y empezó a hablarle también muy bajo, mientras el macho que lo había perdido todo asentía con la cabeza.

Se quedaron así durante un buen rato.

Cuando la audiencia llegó a su fin, los dos se levantaron y se abrazaron, y Beth notó que el civil era mucho más bajito que su marido.

Antes de marcharse, el macho besó el anillo de Wrath.

Abalone acompañó al macho a la salida, hablándole en voz baja, mientras Wrath se volvía a sentar lentamente. Tenía el ceño fruncido y un gesto de tristeza en la boca.

Cuando ella se puso de pie, sintió un tirón en la espalda. Entonces se acercó a Wrath con la intención de abrazarlo, pero supuso que lo último que necesitaba ahora era que le recordaran todo ese tema del embarazo…

—No puedo ayudarlo —dijo Wrath con voz quebrada—. No puedo… ayudarlo con lo que le sucedió.

—Algunas veces es suficiente saber que no estás solo.

—No estoy tan seguro de eso.

Pero Wrath tomó las manos de Beth y se las llevó a los labios para besarle los nudillos uno a uno. Y cuando ella sintió un cansancio repentino, él pareció darse cuenta.

—¿Y si te vas a casa? —dijo Wrath.

—¿Cómo lo has sabido?

—Porque acabas de bostezar.

—¿En serio?

—Pídele a Fritz que te lleve.

Beth estiró la espalda y, aunque quería quedarse, tenía que ser realista.

—Tal vez fuera un exceso quedarme caminando tanto rato por el centro comercial.

—Vamos, ve y descansa. Yo iré en un par de horas y veremos alguna mierda en la tele, ¿vale?

—Eso suena glorioso.

—Bien. —Wrath la besó una vez y luego pareció sentir la necesidad de hacerlo de nuevo—. Te quiero.

—Yo también te quiero.

—¡Fritz! —gritó Wrath—. El coche.

Beth se aseguró de acariciar a George un par de veces antes de irse. Y luego salió, se subió a la parte trasera del Mercedes y partieron hacia la mansión.

Cuando dejó caer la cabeza hacia atrás, podía sentir que empezaba a dormirse.

—Me temo que hoy no soy muy buena compañía —le dijo a Fritz.

—Solo descanse, señora.

—Buena idea, Fritz.

‡ ‡ ‡

Cuando Beth se marchó, Wrath se recostó en el sillón, pero no se sentía cómodo.

… ella murió ante mis ojos…

… sostuve a mi hijo sin vida entre mis manos…

—¿Excelencia?

—Perdón, ¿qué sucede? —Wrath se estremeció—. ¿Qué?

Abalone se aclaró la garganta.

—¿Deseáis tomar un descanso, señor?

—Sí, dame un minuto. —Wrath agarró el arnés de George y dijo—: Cocina.

Cuando atravesó la puerta batiente con George, Wrath se alegró de que Fritz ya se hubiera marchado y los Hermanos guardaran distancia.

Mierda, tan pronto como sintió el olor a dolor y tristeza de ese civil, Wrath supo que ese macho lo había perdido todo… y no en el sentido material. La gente no sufre esa clase de agonía por las cosas. Y, como siempre, Abalone sabía todo lo que había ocurrido, pero Wrath prefería que la gente le contara los detalles en persona, porque quería oír las historias directamente de sus labios.

De hecho, esta vez la hembra no había muerto al dar a luz.

Había sido un accidente automovilístico.

Wrath esperaba que fuera lo primero, pero el destino obró distinto esta vez. No, la hembra había sobrevivido al alumbramiento, al igual que el bebé. Pero murieron cuando un conductor borracho se estrelló contra ellos mientras regresaban a casa al salir de la clínica de Havers.

La crueldad casual del destino era, a veces, como una patada en las pelotas.

Increíble.

Al acercarse a la mesa, Wrath sacó una silla y se sentó. Estaba muy seguro de estar frente a las ventanas, aunque no pudiera ver nada.

Había oído muchas historias, pero esta… Por Dios, le había llegado al alma.

Wrath no sabía cuánto tiempo había pasado allí, pero después de un rato V asomó la cabeza.

—¿Estás bien?

—No.

—¿Quieres reprogramar las citas?

—Sí.

—Muy bien.

—V.

—¿Sí?

—¿Recuerdas esa visión sobre la que me hablaste? ¿En la cual yo estaba viendo una cara en el cielo y el futuro estaba en mis manos?

—Sí.

—¿Qué…?

De repente Wrath sintió la angustia de ese civil.

—No, no importa. No quiero saberlo.

A veces disponer de información no era tan bueno. Si ese macho pudiera haber visto el futuro, el resultado no habría cambiado. Solo habría pasado el tiempo que le quedaba con su hembra y su hijo aterrorizado pensando en lo que iba a llegar.

—Lo organizaré todo —dijo el Hermano después de un momento.

La puerta batiente se cerró con un golpe seco.

Sin tener ninguna razón aparente, Wrath pensó en su padre y su madre, y se preguntó cómo habría sido la noche de su nacimiento. Ellos nunca habían hablado de eso, y él tampoco había preguntado. Siempre había algo más urgente…, además, él era muy joven para preocuparse por ese tipo de cosas.

Mientras trataba de imaginar cómo sería la llegada de su propio hijo, no podía hilar los distintos eventos. Era una especulación demasiado cargada de emociones.

Pero sí sintió que tenía una cosa muy clara.

Solo que no sabía cómo solucionarla.

Mientras reflexionaba sobre todo aquello, los recuerdos de los últimos dos meses se fueron colando en sus pensamientos. Historias y problemas, regalos que se daban y se recibían. Después de lo difícil

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