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  2. El ojo del mundo
  3. Capítulo 97
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vosotros mismos os condenáis con cada palabra. —Puso un dedo en alto—. Viajáis con lobos, criaturas del Oscuro. —Levantó un segundo dedo—. Admitís haber tenido relación con un Guardián, otra criatura del Oscuro. Dudo mucho que os hubiera dicho eso si sólo hubierais mantenido un trato ocasional. —Separó un tercer dedo—. Tú, muchacho, llevas una marca de Tar Valon en tu bolsillo. La mayoría de los hombres que no pertenecen a Tar Valon se desprenden de esos objetos tan rápidamente como pueden. A menos que sirvan a las brujas de Tar Valon. —Alzó un cuarto dedo—. Utilizas el arma de un guerrero y vas vestido como un campesino. Eres un embustero, pues. —Puso en acción el pulgar—. Conocéis a los trollocs y a los Myrddraal. En estas tierras sureñas, únicamente algunos estudiosos y quienes han visitado las tierras fronterizas dan crédito a su existencia como entes reales. ¿Tal vez habéis estado en las tierras fronterizas? Si es así, decidme dónde. Yo he viajado mucho a las tierras fronterizas y las conozco bien. ¿No? Ah, bien. —Miró su mano extendida y luego la dejó caer con fuerza sobre la mesa. Su expresión de anciano bondadoso daba a entender que los nietos habían cometido una travesura realmente seria—. ¿Por qué no me contáis con sinceridad qué os llevó a correr por la noche en compañía de los lobos?

Egwene abrió la boca, pero Perrin advirtió la obstinación en la presión con que cerraba las mandíbulas, adivinando que iba a relatar una de las historias que habían inventado. Aquello no surtiría ningún efecto en la situación en que se hallaban. Le dolía la cabeza y deseaba poder reflexionar con más detenimiento, pero no disponía de tiempo. ¿Quién podía predecir adónde había viajado el tal Bornhald y con qué ciudades y regiones estaba familiarizado? Si los atrapaba en una mentira, no tendrían ocasión de explicar luego la verdad. En ese caso, Bornhald se reafirmaría en la convicción de que eran Amigos Siniestros.

—Somos de Dos Ríos —respondió deprisa.

Egwene lo miró asombrada pero, antes de que se recuperara, él explicó la verdad… o una versión de ella. Ambos habían partido de Dos Ríos para visitar Caemlyn. De camino habían oído hablar de las ruinas de una gran ciudad, pero, cuando llegaron a Shadar Logoth, encontraron trollocs en su interior. Lograron escapar atravesando el río Arinelle, pero para entonces ya se habían perdido. Después encontraron a un hombre que se ofreció a guiarlos a Caemlyn. Este había dicho que a ellos no les concernía su identidad y tenía unos modales bastante rudos. Sin embargo, necesitaban de alguien que los ayudara. La primera ocasión en que ellos habían visto a los lobos fue después de la aparición de los Hijos de la Luz. Todo cuanto habían intentado hacer era esconderse para no acabar devorados por las fieras o asesinados por los jinetes.

—…Si hubiéramos sabido que erais Hijos de la Luz —concluyó—habríamos acudido a ayudaros.

Byar exhaló un bufido de incredulidad, al cual no asignó gran importancia Perrin. Si había, convencido al capitán, Byar no podría tomar acciones contra ellos. Era evidente que Byar contendría la respiración si así se lo ordenara su superior.

—En esta historia no aparece ningún Guardián —observó el hombre de cabello ceniciento.

La fabulación de Perrin tenía un punto oscuro; sabía que hubiera debido idearla con más detenimiento. Egwene saltó entonces al ruedo.

—Lo conocimos en Baerlon. Como la ciudad estaba llena de gente que había bajado de las minas al finalizar el invierno, en la posada nos situaron en la misma mesa. Sólo hablamos con él durante la comida. Perrin respiró aliviado. «Gracias, Egwene.»

—Devolvedles sus pertenencias, Byar. Exceptuando las armas, claro está. —Al advertir la sorpresa en el semblante de su subalterno, Bornhald añadió—: ¿Acaso habéis adquirido vos la mala costumbre de saquear a los que no caminan bajo los auspicios de la Luz? Eso no está bien, ¿no os parece? Ningún hombre puede ser un ladrón y seguir a un tiempo la senda de la Luz.

Byar parecía debatirse ante aquella sugerencia.

—¿Entonces vais a dejarnos en libertad? —La voz de Egwene expresaba asombro.

Perrin levantó la cabeza para mirar al capitán.

—Desde luego que no, hija —respondió Bornhald con tristeza—. Es posible que digáis la verdad en lo que respecta a vuestra procedencia de Dos Ríos, ya que conocéis Baerlon y estáis al corriente de que allí hay minas. ¿Pero Shadar Logoth…? Ése es un nombre que muy poca gente ha oído mencionar, y quienquiera que lo haya hecho sabe que no es aconsejable ir allí. Os sugiero que penséis en una explicación más satisfactoria de camino a Amador. Tendréis tiempo de sobra, dado que nos detendremos en Caemlyn. Preferiblemente que sea cierta, muchachos. La Luz y la verdad traen consigo la libertad.

Byar olvidó parte de la deferencia con que trataba habitualmente a su superior. Se volvió hacia los cautivos y sus palabras sonaron impregnadas de ultraje.

—¡No podéis hacerlo! ¡No está permitido! —Bornhald enarcó burlonamente una ceja y Byar contuvo su arrebato y tragó saliva—. Excusadme, mi señor capitán. He perdido los estribos y por ello os pido humildemente perdón y me someto al castigo que decidáis, pero, como mi señor capitán ha señalado antes, debemos llegar a tiempo a Caemlyn y, al haber perdido buena parte de la remonta, ya tendremos suficientes dificultades sin contar con prisioneros que transportar.

—¿Y cuál sería vuestra propuesta? —inquirió con calma Bornhald.

—La pena para los Amigos Siniestros es la muerte. —Su voz monocorde no se avenía con lo expresado. Con aquel mismo tono de voz habría podido sugerir que había que aplastar a una chinche—. No existe tregua con la Sombra. No hay piedad para los Amigos Siniestros.

—El celo en las propias creencias es algo digno de alabanza, pero, como he de repetirle con frecuencia a mi hijo Dain, el exceso de fervor puede constituir una falta grave. Recordad que los mandamientos dicen también: «No hay hombre tan perdido que no pueda ser reconducido hacia la Luz». Estos dos son muy jóvenes y no es posible que la Sombra haya penetrado profundamente en ellos. Todavía pueden abrazar la Luz si permiten que les levanten la Sombra que vela sus ojos. Debemos otorgarles esa oportunidad.

Por un momento Perrin sintió afecto por aquel hombre amable que se interponía entre ellos y Byar. Entonces Bornhald dirigió su benévola sonrisa hacia Egwene.

—Si aún os negáis a seguir la senda de la Luz cuando lleguemos a Amador, no tendré más remedio que entregaros a los inquisidores, y, comparado con el de ellos, el ahínco de Byar no es más que la llama de una vela junto al sol. —Bornhald hablaba como un hombre que lamentara lo que había que hacer, pero que no haría ningún acto que contraviniera su sentido del deber—. Arrepentíos, renegad realizar Oscuro, acudid a la Luz, confesad vuestros pecados, decid cuánto sabéis acerca de esa vileza de hermanamiento con los lobos, y no habréis de sufrir esa experiencia. Caminaréis libres bajo la Luz. —Centró su mirada en Perrin y exhaló un pesaroso suspiro. Perrin sintió un gélido escalofrío en la espalda—. Pero tú, Perrin de Dos Ríos. Tú has matado a dos de los Hijos. —Tocó el hacha que Byar todavía mantenía en la mano—. Para ti, me temo que te aguarda una horca en Amador.

CAPÍTULO 31: En la necesidad de ganarse el sustento

Mucho tiempo después de abandonar Puente Blanco, Rand todavía se volvía de pronto para otear el terreno que dejaban atrás. A veces veía a alguien que le hacía retener el aliento, un hombre alto y huesudo que caminaba con paso ligero o un flaco individuo de pelo blanco sentado junto al conductor de un carromato; sin embargo, era siempre un buhonero o campesinos que se dirigían al mercado, nunca Thom Merrilin. La esperanza se desvaneció con el flujo de los días.

Había un tránsito considerable en la vía, compuesto de carros y carromatos, personas a caballo y a pie. Los viajeros aparecían solos y acompañados, en caravanas de carromatos de mercaderes o en grupos de doce jinetes. No obstante, aquel camino no era de los más frecuentados, puesto que a menudo no distinguían nada más que los desnudos árboles que flanqueaban su pisoteado lecho. En todo caso, el número de personas que lo transitaban superaba con creces a cuantas había visto Rand en Dos Ríos.

La mayoría de los caminantes seguía el mismo rumbo que ellos, hacia el este, en dirección a Caemlyn. En ocasiones algún granjero los invitaba a subir a su carro y recorrían de ese modo cortas distancias, entre uno y cinco kilómetros, pero aquello no era frecuente. A los hombres que iban a caballo los evitaban; cuando advertían en el horizonte tan sólo un jinete, se apartaban del camino y se escondían hasta que éste les hubiera tomado la delantera. Ninguno de ellos vestía una capa negra y Rand no creía que un Fado les permitiera prever su proximidad, pero aun así no quería correr riesgos. En un principio su único temor se centraba en los Semihombres.

El primer pueblo después de Puente Blanco se asemejaba tanto al Campo de Emond que a Rand le costó trabajo alejarse de él. Puntiagudos tejados de paja, comadres con delantales que charlaban entre sí acodadas en las vallas de sus patios y niños que jugaban en las plazas. Algunos detalles, como el de que las mujeres llevaran el cabello sin trenzar, eran distintos; pero el conjunto era muy similar al de su pueblo de origen. Las vacas pacían en el prado y los gansos se bamboleaban con aire fanfarrón al borde del camino. Los chiquillos; daban volteretas, riendo, en la tierra de la que había quedado extirpada toda hierba. Ni siquiera alzaron la mirada cuando Rand y Mat pasaron ante ellos. Aquélla era otra diferencia. Los forasteros no constituían ninguna novedad allí y dos de ellos no atraían apenas la atención. Los perros se limitaron a levantar las cabezas para husmear a su paso, sin incorporarse.

La tarde estaba ya avanzada cuando cruzaron la población y, al iluminarse sus ventanas, sintió un arrebato de añoranza. «A pesar de su aspecto», susurró una vocecilla en su interior, «no es tu hogar. Aunque entraras en una de esas casas, no encontrarías a Tam allí. Y, si estuviera, ¿te atreverías a mirarlo a la cara? Ahora ya sabes ciertas cosas, ¿no? Exceptuando pormenores relativos a tu procedencia y a tu condición. Aquellos no eran desvaríos provocados por la fiebre.» Hundió los hombros para protegerse de las carcajadas que le atormentaban la mente. «También podrías detenerte aquí», rió entre dientes la voz. «Cuando uno no pertenece a ningún lugar y ha sido escogido por el Oscuro, tanto da un sitio que otro.»

Mat le tiró de la manga, pero él se zafó de su mano y continuó contemplando las casas. A pesar de que no quería pararse allí, deseaba observar y recordar aquella aldea. «Tan parecida a la tuya y, sin embargo, no la volverás a ver, ¿verdad?»

Mat volvió a apremiarlo con el rostro tenso y los ojos y la piel de alrededor de la boca blancos.

—Vamos —murmuró Mat—. Venga. —Miró el villorio como si tuviera sospechas de que algo se ocultaba allí—. Vamos. No podemos pararnos aquí.

Rand giró en un círculo, observando la totalidad de la población, y exhaló un suspiro. No se encontraban muy lejos de Puente Blanco. Si el Myrddraal lograba trasponer las murallas de la ciudad sin ser advertido, no tendría dificultad para registrar aquel pueblo tan pequeño. Se dejó arrastrar hacia los campos aledaños, hasta

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