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  2. El ojo del mundo
  3. Capítulo 84
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mínimo cuál era la respuesta. La mitad del tiempo decía que debía esperarlos aquí y la otra que debía marcharse porque tenía prisa. Unas veces gemía y mendigaba y otras presentaba exigencias como si fuera un rey. Loco o no, en un par de ocasiones estuvo a punto de recibir una paliza. La guardia casi lo tomó bajo custodia para protegerlo. Se fue en dirección a Caemlyn, hablando para sí y llorando. Un enajenado, como ya os he dicho.

Rand echó una mirada interrogativa a Thom y Mat y ambos sacudieron la cabeza a modo de negación. Si aquel hombre iba en pos de ellos, no era una persona que ellos acertaran a reconocer.

—¿Estáis seguro de que buscaba a las mismas personas? —inquirió Rand.

—A algunas de ellas. Al guerrero y a la dama vestida de seda. Pero no eran ellos los que le importaban de verdad, sino tres muchachos campesinos. —Sus ojos recorrieron a Rand y a Mat a tal velocidad, que Rand luego no estaba seguro de haber percibido la mirada o de haberla imaginado—. Estaba desesperado por encontrarlos. Pero se hallaba fuera de sus cabales, como ya he dicho.

Rand se estremeció; se preguntaba quién podía ser aquel hombre loco y por qué los buscaba. «¿Un Amigo Siniestro? ¿Utilizaría Ba’alzemon a un hombre que había perdido el juicio?»

—Ese estaba loco, pero el otro… —Bartim movía las pupilas con inquietud y se pasaba la lengua por los labios como si no dispusiera de suficiente saliva para humedecerlos—. Al día siguiente…. al día siguiente el otro llegó por primera vez. —Guardó silencio.

—¿El otro? —lo animó a proseguir Thom.

Bartim miró a su alrededor, a pesar de que en aquel lado de la sala no había nadie aparte de ellos. Incluso se puso de puntillas para observar por encima de la pared divisoria. Cuando por fin habló, lo hizo con un susurro apresurado.

—Viste todo de negro. Lleva la capucha bien abajo para que no le vean la cara, pero uno puede sentir cómo asesta su mirada, sentirla como un carámbano clavado en la columna. Me…, me habló. —Pestañeó y se mordió el labio antes de continuar—. Su voz sonaba como una serpiente que se arrastra sobre hojas secas. Con franqueza, me heló las entrañas. Cada vez que vuelve, hace las mismas preguntas. Iguales que las que formuló el loco aquel. Nadie lo ve acercarse: simplemente aparece de pronto, sea de día o de noche, y lo deja a uno paralizado en el acto. La gente está comenzado a mirar atrás por encima del hombro. Y lo peor de todo es que los vigilantes de las puertas pretenden que nunca ha pasado por ninguna de ellas, ni para entrar ni para salir.

Rand se esforzó por mantener una expresión impasible; apretó las mandíbulas hasta que le dolieron los dientes. Mat frunció el rostro y Thom se dedicó a examinar su jarra de vino. La palabra que ninguno de ellos quería pronunciar flotaba en el aire a su alrededor: Myrddraal.

—Creo que lo recordaría si me hubiera encontrado con una persona así —dijo Thom un minuto después.

Bartim agitó con furia la cabeza.

—Que me aspen si no lo recordaríais. Tan cierto como la Luz. Quiere…, quiere a los mismos que el loco, sólo que éste dice que hay una muchacha con ellos. Y… —miró de reojo a Thom—y un juglar de pelo blanco.

Thom arrugó más la frente, demostrando una sorpresa que Rand juzgó genuina.

—¿Un juglar de pelo blanco? Bien, no soy el único juglar entrado en años. Os aseguro que no conozco a ese individuo, y no tiene ningún motivo para andar buscándome.

—Puede que sea así —dijo sombríamente Bartim—. No lo especificó con claridad, pero tengo la impresión de que se enfadaría mucho con cualquiera que intentara prestar ayuda a esa gente o la escondiese para que no la encontrara. De todas formas, le diré lo mismo que a vosotros: que no he visto a ninguno ni he oído hablar de ellos, y ésta es la pura verdad. A ninguno de ellos —concluyó intencionadamente. Con un gesto brusco, depositó sobre la mesa el dinero que le había dado Thom—. Acabaos el vino y partid. ¿De acuerdo?

Se alejó con la mayor rapidez posible, mirando tras de sí.

—Un Fado —musitó Mat cuando el posadero se hubo marchado—. Debería de haber sospechado que nos buscarían aquí.

—Y volverá —puntualizó Thom; se inclinó sobre la mesa y bajó el tono de voz—: Propongo que nos escabullamos hacia el barco y aceptemos la oferta del capitán Domon. Centrarán su búsqueda en el camino de Caemlyn mientras nosotros nos dirigimos a Illian, a mil kilómetros de distancia de donde el Myrddraal cree que vamos.

—No —rehuyó con firmeza Rand—. Aguardamos a Moraine y a los demás en Puente Blanco o nos ponemos en camino hacia Caemlyn. Una de dos, Thom Eso es lo que habíamos decidido.

—Es una insensatez, muchacho. La situación ha cambiado. Escúchame. Por más que diga el posadero, cuando el Myrddraal lo mire directamente a la cara, le confesará todo sobre nosotros, desde lo que hemos tomado para beber hasta la cantidad de polvo que llevábamos prendido en las botas. —Rand se estremeció recordando la mirada de cuencas vacías del Fado—. Respecto a ir a Caemlyn.. ¿Crees que el Semihombre no sabe que queréis llegar a Tal Valon? Es un buen momento para embarcar rumbo al sur.

—No, Thom. No.

Rand hubo de esforzarse para expresar su negativa, luchar contra su deseo de hallarse a mil kilómetros de distancia de donde estaban apostados los Fados pero inspiró profundamente y logró conferir firmeza a su voz.

—Piensa, chico ¡Illian! No hay una ciudad más fastuosa en toda la faz de la tierra. ¡Y la Gran Cacería del Cuerno! No ha habido una Cacería del Cuerno durante casi un siglo. Un ciclo entero de historias que esperan ser recopiladas Piénsalo. Nunca soñaste con algo así. Cuando llegue el tiempo en que el Myrddraal descubra tu paradero, serás tan viejo, tendrás el pelo tan gris y estarás tan cansado de vigilar a tus nietos que entonces no te importará que te encuentre.

Rand adoptó un semblante obstinado.

—¿Cuántas veces he decir que no? Nos encontrarán dondequiera que vayamos. Quizá también haya Fados esperándonos en Illian. ¿Y cómo vamos a huir de los sueños? Quiero saber lo que me está pasando, Thom, y el porqué. Voy a ir a Tar Valon. Con Moraine a ser posible y sin ella si es preciso. Solo, si no me queda otra alternativa. Necesito saberlo.

—¡Pero Illian, muchacho! Y una vía de escape segura, río abajo, mientras te buscan en otras direcciones. Rayos y truenos, un sueño no puede hacerte daño.

Rand guardó silencio. «¿Que un sueño no puede hacerme daño? ¿Acaso las espinas de un sueño producen sangre de verdad?» Casi deseó haberle contado a Thom aquel sueño también. «¿Te atreves a contárselo a alguien? Ba’alzemon mora en tus sueños, pero ¿qué diferencia hay entre el sueño y la realidad? ¿A quién te atreverás a decir que el Oscuro está en contacto contigo?»

Thom pareció comprender y su rostro se suavizó.

—Incluso esos sueños, chico, son sólo sueños, ¿no es cierto? Por el amor de la Luz, Mat, háblale. Sé que tú al menos no quieres ir a Tar Valon.

El rostro de Mat se ruborizó, a causa del embarazo y de la furia a un tiempo. Evitó mirar a Rand y se encaró, ceñudo, a Thom.

—¿Por qué os tomáis tantas molestias? ¿Queréis regresar al barco? Pues hacedlo. Cuidaremos solos de nosotros mismos.

Los huesudos hombros se agitaron a causa de una risa muda, pero su voz sonó preñada de ira.

—¿Crees que conoces bastante a los Myrddraal para huir de ellos tú solo? ¿Estás preparado para ir a pie hasta Tar Valon y entregarte sin condiciones a la Sede Amyrlin?

¿Puedes siquiera distinguir un Ajah de otro? Que la Luz me fulmine, chico, si piensas que eres capaz de llegar algún día a Tar Valon, dime que me marche.

—Marchaos —gruñó Mat, deslizando una mano bajo la capa.

Rand advirtió, consternado, que estaba empuñando la daga de Shadar Logoth, tal vez dispuesto a hacer uso de ella.

Unas roncas risotadas estallaron al otro lado del tabique que dividía la estancia y luego sonó una voz desdeñosa.

—¿Trollocs? ¡Ponte una capa de juglar, hombre! ¡Estás borracho! ¡Cuentos de las tierras fronterizas!

Aquellas palabras enfriaron el enfado como un chorro de agua fría. El propio Mat se volvió hacia la pared con los ojos desorbitados.

Rand se levantó lo suficiente para mirar por encima del tabique y después volvió a tomar asiento con una sensación de mareo en el estómago: Floran Gelb estaba en el otro lado sentado a la mesa del fondo con los dos hombres que ya estaban allí al entrar ellos. Se reían de él, pero lo escuchaban. Bartim limpiaba una mesa que reclamaba a gritos tal acto, sin mirar a Gelb y a sus acompañantes, pero con el oído atento; frotaba una y otra vez la misma mancha y se inclinaba hacia ellos hasta que pareció a punto de perder el equilibrio.

—Gelb —susurró Rand al desplomarse en la silla.

Los otros dos adoptaron una actitud tensa. Thom examinó deprisa aquella parte de la sala.

Al otro lado de la pared sonó la voz del otro hombre.

—No, no, antes sí había trollocs, pero los mataron a todos en las Guerras de los Trollocs.

—¡Cuentos de las tierras fronterizas!

—Os digo que es verdad —protestó a voz en grito Gelb—. He estado en las tierras fronterizas y he visto trollocs y ésos eran trollocs, tan cierto como que estoy sentado aquí. Esos tres pretendían que iban detrás de ellos, pero a mí no me engañan. Por eso no me he quedado en el Spray. Tenía mis sospechas acerca de Bayle Domon, pero esos tres son sin duda Amigos Siniestros. Os juro que… —Las risas y las bromas se superpusieron al resto de las afirmaciones de Gelb.

¿Cuánto tiempo transcurriría, se preguntó Rand, antes de que el posadero oyera una descripción de «esos tres»? Si no lo había hecho ya. Si no se abalanzaba sobre los tres forasteros que ya había visto, la única puerta del recinto de la sala que ocupaban los conduciría justo delante de Gelb.

—Tal vez el barco no sea tan mala idea —murmuró Mat.

Thom, sin embargo, sacudió la cabeza.

—Ya no. —El juglar hablaba rápido, en voz baja. Sacó la bolsa de cuero que le había entregado el capitán Domon y dividió deprisa el dinero en tres montones—. Esta historia circulará por toda la ciudad dentro de una hora, le dé crédito la gente o no, y el Myrddraal podría escucharla en cualquier momento. Domon no zarpa hasta mañana por la mañana. Con suerte, tendrá trollocs pisándole los talones durante la totalidad del viaje hasta Illian. Bien, casi está esperando algo así por un motivo que nosotros desconocemos, pero eso no nos beneficia en nada. No tenemos más recurso que salir a la carrera y poner en ella todo nuestro empeño.

Mat se llevó sin tardanza al bolsillo las monedas que Thom había puesto ante él. Rand recogió su montón con mayor lentitud. La pieza que les había regalado Moraine no estaba allí. Domon les había dado una cantidad proporcional de plata, pero, por alguna razón que no acababa de comprender, Rand deseaba haber encontrado la moneda de la Aes Sedai en su lugar. Después de guardar el dinero, dirigió una mirada interrogativa al juglar.

—Por si acaso nos separásemos —explicó Thom—. Tal vez no será así, pero si ocurriera… pues bien, vosotros dos saldréis adelante por vuestros propios medios. Sois buenos chicos. Por vuestra

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