mitad de las tripulaciones guarda rencillas con el resto. Como no quiero que me destrocen el establecimiento, los distribuyo por separado.
En todo aquel rato no había reparado en la capa de Thom y, entonces, ladeó la cabeza con una mirada de astucia.
—¿Vais a quedaros aquí? Hace tiempo que no albergo a ningún juglar. La gente pagaría con gusto por contemplar algo que distraiga su mente. Incluso os haría un descuento en el alojamiento y las comidas.
«Inadvertidos», pensó sombrío Rand.
—Sois muy generoso —respondió Thom con una ligera reverencia—. Tal vez acepte vuestra oferta. Pero ahora deseo un poco de intimidad.
—Os traeré el vino. Hay buen dinero aquí para un juglar.
No había ninguna mesa ocupada en el otro recinto, pero Thom eligió una situada en pleno centro de la estancia.
—Así nadie podrá escucharnos sin que nos demos cuenta —justificó—. ¿Habéis oído a este tipo? Nos hará un descuento. Hombre, le duplico la clientela sólo por estar sentado aquí. Cualquier posadero honesto da alojamiento y comida a un juglar y además le paga algo.
La mesa no estaba demasiado limpia y el suelo no había sido barrido durante días, semanas quizá. Rand miró en torno con una mueca de disgusto. Maese al’Vere no habría permitido que su posada cayese en ese estado de desaliño si hubiera tenido que levantarse de su lecho de enfermo para verla.
—Estamos aquí sólo en busca de información, ¿recuerdas?
—¿Por qué aquí? —inquirió Mat—Hemos cruzado otras posadas que parecían más limpias.
—Justo al otro lado del puente —repuso Thom—está la carretera que va a Caemlyn. Cualquiera que atraviese Puente Blanco pasa por esta plaza, a no ser que navegue por el río, y sabemos que ése no es el caso de nuestros amigos. Si aquí no saben nada de ellos, es que no han estado en la ciudad. Dejad que hable yo. Hay que hacerlo con tacto.
El posadero apareció justo en ese momento con tres abolladas jarras de estaño, en una de sus manos. El obeso individuo hizo un breve ademán de limpiar la mesa con la servilleta, depositó los recipientes y tomó el dinero que le ofreció Thom.
—Si os quedáis, no tendréis que pagar las bebidas. Tenemos buen vino aquí.
Thom esbozó una leve sonrisa.
—Reflexionaré acerca de ello, posadero. ¿Qué hay de nuevo por aquí? Hemos estado ausentes y desconocemos las novedades.
—Grandes noticias, eso es lo que hay. Grandes noticias.
El posadero se llevó la servilleta al hombro y acercó una silla. Luego cruzó los brazos sobre la mesa, se arrellanó con un largo suspiro y expresó el gran alivio que experimentaba al poder reposar los pies. El individuo, llamado Bartim, refirió con detalle el tormento que le ocasionaban sus pies, describió sus callos y juanetes, los baños de hierbas con que los cuidaba y se quejó del tiempo que debía permanecer de pie, hasta que Thom volvió a mencionar las novedades, con lo cual cambió de tema sin margen de pausa.
Las noticias tenían, en efecto, la importancia que él les había conferido. Logain, el falso Dragón, había sido capturado después de una gran batalla cerca de la frontera de Lugard, mientras intentaba trasladar su ejército de Ghealdan a Tear. Las profecías, ya comprendían. Al asentir Thom, Bartim prosiguió. Los caminos del sur se hallaban abarrotados de gente, de la cual la más afortunada acarreaba algunas de sus pertenencias a hombros. Las había por millares y huían en todas direcciones.
—Ninguno —comentó con una risa irónica Bartim— apoyaba a Logain, desde luego. Oh, no, no encontraréis a nadie que lo admita en la actualidad. Sólo son refugiados que intentan hallar un lugar seguro para guarecerse mientras dure la guerra.
Las Aes Sedai habían intervenido en el apresamiento de Logain, por supuesto. Bartim escupió en el suelo al mencionarlas y volvió a hacerlo cuando explicó que ellas custodiaban al Dragón de camino a Tar Valon. Bartim era un hombre honrado, según su opinión, un hombre respetable; y, por lo que a él concernía, las Aes Sedai podrían regresar a la Llaga, que era su lugar de pertenencia, y llevarse a Tar Valon hasta allí. No se aproximaría a una Aes Sedai ni a cien kilómetros de distancia, si le era dado elegir. Claro estaba que iban deteniéndose en todos los pueblos por los que pasaban para enseñar a Logain, o al menos eso le habían dicho. Para demostrar a la gente que el falso Dragón estaba prisionero y el mundo se encontraba de nuevo a salvo. A él le habría gustado verlo, aunque ello hubiera representado acercarse a las Aes Sedai. Sentía tentaciones de ir a Caemlyn.
—Lo llevarán allí para mostrarlo a la reina Morgase. —El posadero se tocó la frente en un gesto respetuoso—. Nunca he visto a la reina. Un hombre debería ver a su propia reina, ¿no os parece?
Logain era capaz de realizar «cosas» y la manera como Bartim hacía oscilar las pupilas y se lamía los labios indicaba a las claras a qué se refería. Había contemplado al último falso Dragón dos años antes, cuando lo expusieron por toda la región, pero aquél era sólo un tipejo que creía poder convertirse en rey. En aquella ocasión, no habían precisado a las Aes Sedai. Los soldados lo habían encadenado a un carro. Un personaje de aspecto triste que murmuraba en medio de la carreta y se cubría la cabeza con las manos cuando la gente le arrojaba piedras o lo pinchaba con palos. Se habían ensañado bastante con él, y los soldados no habían hecho nada para contenerlos, salvo impedir que lo mataran. Era mejor permitir que la gente comprobara que no tenía nada especial. Él no podía hacer «cosas». Sin embargo, ese Logain sería un personaje digno de ver. Un espectáculo que Bartim podría relatar a sus nietos. El problema era que la posada no le permitía ausentarse.
Rand escuchaba con un interés que no precisaba simular. Cuando Padan Fain había informado en el Campo de Emond de la existencia de un falso Dragón, de un hombre que controlaba realmente el Poder, aquélla había sido la noticia de más peso que había llegado a Dos Ríos en varios años. Lo que había sucedido después le había hecho olvidarlo momentáneamente, pero, con todo, era el tipo de acontecimiento del que la gente hablaría durante años y lo referiría a sus nietos, también. Bartim tal vez les contaría a los suyos que lo había visto, tanto si ello era cieno como si no. Nadie consideraría digno de mención lo acontecido a unos pueblerinos de Dos Ríos, con excepción de los propios habitantes de aquella región.
—Eso —observó Thom—constituiría un buen material para componer una historia, una historia que se relataría por espacio de mil años. Lástima que no estuviera allí. —Hablaba como si expresara la verdad y Rand creyó que lo decía en serio—. Tal vez intente verlo de todos modos. No habéis mencionado el camino por el que lo llevan. ¿Quizás haya otros viajeros por aquí? Deben de estar informados de la ruta que han tomado.
Bartim hizo ondear una mano con gesto disuasivo.
—Rumbo norte, eso es lo que todos saben aquí. Si queréis verlo, id a Caemlyn. Eso es todo cuando puedo deciros y, si hay algo que deba saberse en Puente Blanco, yo estoy al corriente de ello.
—No lo pongo en duda —dijo halagadoramente Thom—. Calculo que deben de alojarse aquí muchos forasteros que están de paso en la ciudad. Me he fijado en vuestro cartel tan pronto como he posado los pies fuera del puente.
—No sólo del oeste, si queréis que os lo diga. Hace dos días, vino un individuo aquí con un bando adornado de sellos y cintas, un illiano, que leyó la proclama fuera, en la plaza. Dijo que iba a llevarlo hasta las Montañas de la Niebla, quizás hasta el Océano Aricio, si los puertos se hallan franqueables. Añadió que habían enviado hombres para que lo leyeran en todos los confines del mundo. —El posadero sacudió la cabeza—. Las Montañas de la Niebla. He oído que están cubiertas de niebla durante todo el año y que hay seres en la bruma que le arrancan a uno la carne antes de que pueda echar a correr.
Mat rió con disimulo y Bartim le dedicó una dura mirada.
Thom se inclinó hacia adelante, demostrando gran interés.
—¿Qué decía la proclama?
—Vaya, era sobre la Cacería del Cuerno, claro —replicó Bartim—. ¿No os lo he dicho? Los illianos están llamando a todo aquel que esté dispuesto a consagrar su vida a la cacería, para que se reúnan en Illian. ¿Os imagináis? ¿Entregar la vida bajo juramento por una leyenda? Supongo que encontrarán a algunos dementes. Siempre hay alguno que otro loco. El tipo afirmaba que el fin del mundo no tardará en llegar. La última batalla con el Oscuro.
Rió entre dientes, tratando de convencerse a sí mismo de que había motivos para reír.
—Seguro que piensan que para impedirlo —prosiguió—hay que encontrar el Cuerno de Valere. ¿Qué os parece eso? —Se mordió pensativo los nudillos durante un minuto—. Desde luego, no sabría cómo llevarles la contraria después de este invierno que hemos pasado. El invierno y ese Logain, y los dos anteriores también. ¿Por qué aparecen últimamente tantos hombres que pretenden ser el Dragón? Y el invierno. Eso debe de significar algo. ¿Qué opináis?
Thom no pareció oírlo. Con voz queda el juglar comenzó a recitar para sí:
—En la lucha postrera y solitaria contra la caída de la larga noche, las montañas montan guardia, y los muertos harán guardia, pues la tumba no es barrera a mi llamada.
—Eso es. —Bartim sonreía como si ya estuviera contemplando las multitudes que le entregaban su dinero por escuchar a Thom—. Eso es. La Gran Cacería del Cuerno. Explicaréis eso y vendrán hasta a colgarse de las vigas aquí adentro. Todos han escuchado el bando.
Como Thom todavía aparentaba hallarse a cientos de kilómetros de distancia, Rand tomó la palabra.
—Estamos buscando a unos amigos que habían de venir aquí, por el oeste. ¿Ha habido muchos forasteros de paso, la última semana y la anterior?
—Algunos —repuso con cautela Bartim—. Siempre hay alguno procedente de oriente o de occidente. —Los miró uno a uno, de pronto receloso—. ¿Qué aspecto tienen esos amigos vuestros?
Rand abrió la boca, pero Thom, que regresó de golpe de sus ensoñaciones, le dirigió una seca mirada en demanda de silencio. Con un suspiro de exasperación, el juglar se volvió hacia el posadero.
—Dos hombres y tres mujeres —puntualizó de mala gana—. Puede que estén juntos y puede que no.
Describió a cada uno de ellos con breves pinceladas, lo suficiente para que cualquiera que los hubiera visto fuera capaz de reconocerlos, sin sospechar su verdadera condición.
Bartim se pasó una mano por la cabeza, enredándose sus escasos cabellos, y luego se puso en pie lentamente.
—Olvidad mi propuesta de dar una representación aquí, juglar. De hecho, apreciaría que bebierais vuestro vino y os marcharais. Abandonad Puente Blanco, si sois un hombre sensato.
—¿Alguna otra persona ha preguntado por ellos? —Thom tomó un trago, como si la respuesta fuera la cosa más insignificativa del mundo y arqueó una ceja inquisitiva—. ¿Quién podría ser?
Bartim volvió a mesarse el pelo y movió los pies, a punto de alejarse; después asintió para sí.
—Hará una semana, por lo que creo recordar, un individuo llegó por el puente. Todos lo tomaron por loco. No paraba de hablar solo y no estaba quieto ni un segundo. Preguntó por las mismas personas… por algunas de ellas. Hacía la pregunta como si fuera algo importante y luego se comportaba como si no le interesara lo más