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  2. El ojo del mundo
  3. Capítulo 69
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condiciones de hablar, Zahorí. —Moraine prestaba más interés por el té que por lo que decía—. Vos misma podréis esgrimir el Poder único, después de alguna práctica.

Nynaeve empujó de nuevo el brazo de Lan. Comoquiera que éste no se movió ni un ápice, prefirió no hacer caso de él.

—¿Y por qué no intentáis hacerme creer que soy un trolloc?

Moraine esbozó una sonrisa tan apacible que Nynaeve sintió deseos de golpearla.

—¿Pensáis que puedo permanecer ante una mujer capaz de entrar en contacto con la Fuente Verdadera y canalizar el Poder, aun cuando sólo sea de forma fortuita, sin saber qué es? De la misma manera que vos intuisteis el potencial de Egwene. ¿Cómo creéis que he sabido que estabais detrás del árbol? Si no hubiera estado distraída, lo habría captado el mismo instante en que os habéis aproximado. Por cierto no sois un trolloc, para que haya detectado en vos la maldad del Oscuro. ¿Qué es entonces lo que he percibido, Nynaeve al’Meara, Zahorí del Campo de Emond y receptora inconsciente del Poder único?

Lan observaba a Nynaeve de un modo que a ella no le resultaba grato; sorprendido y especulativo, a su juicio, aunque en su semblante no se habían alterado más que los ojos. Egwene era especial, siempre lo había sabido. Egwene sería una buena Zahorí. «Están confabulados», pensó, «para hacerme perder el aplomo.»

—No estoy dispuesta a escuchar estas patrañas. Vos…

—Debéis escuchar —la instó con firmeza Moraine—. Ya tenía sospechas al respecto en el Campo de Emond incluso antes de conoceros. La gente me explicaba lo disgustada que estaba la Zahorí por no haber previsto el crudo invierno y el retraso de la primavera, al tiempo que alababan su buen tino para predecir el tiempo y la cuantía de las cosechas. También me hablaron de su pericia para realizar las curas, de la manera como sanaba heridas que de otro modo se habrían gangrenado, con tanta eficacia que apenas quedaba de ellas una cicatriz. El único comentario peyorativo que oí expresar acerca de vuestra persona fue de aquellos que os consideraban demasiado joven para cargar con tanta responsabilidad y ello únicamente sirvió para avivar mis sospechas. Tanta eficacia en alguien tan joven…

—La señora Barran me enseñó muy bien. —Intentó desviar la mirada hacia Lan, pero sus ojos incrementaban la incomodidad que experimentaba, de modo que dirigió la vista hacia el cauce por encima de la Aes Sedai. «¡Cómo se atreven los del pueblo a contarle habladurías a un extraño!»

—¿Quién ha dicho que era demasiado joven? —preguntó.

Moraine sonrió, negándose a abandonar el hilo de su discurso.

—Al contrario de la mayoría de las mujeres que pretenden escuchar el viento, vos lo hacéis de veras en ocasiones. Oh, no es que ello guarde ninguna relación con el viento, por supuesto. Tiene que ver con el aire y el agua. No es ello algo para lo que precisarais de enseñanza, sino que nació con vos, de la misma manera que es un don innato en Egwene. Pero vos habéis aprendido a controlarlo, lo cual ella no es capaz de hacer todavía. Dos minutos después de haberos conocido, ya tenía la certeza. ¿Recordáis cuán imprevistamente os pregunté si erais la Zahorí? ¿Por qué creéis que lo hice? No había nada en vos que os diferenciase de cualquier bonita joven que se preparaba para los festejos. Aun sabiendo que la Zahorí era joven, esperaba encontrarme con alguien que os doblase la edad.

Nynaeve recordaba demasiado bien aquel encuentro; aquella mujer, con más dominio de sí misma que cualquiera de las integrantes del Círculo, ataviada con un vestido cuya hermosura no era equiparable a ninguno de los que había visto antes, que se había dirigido a ella llamándola niña. Después Moraine había pestañeado súbitamente como si algo la hubiera sorprendido y le había formulado la pregunta…

Se lamió los labios repentinamente secos. Los dos la miraban, el Guardián con rostro tan impenetrable como una piedra y la Aes Sedai con expresión comprensiva, pero atenta a la vez. Nynaeve sacudió la cabeza.

—¡No! No, no es posible. Lo habría notado yo misma. Intentáis engañarme y no lo conseguiréis.

—Desde luego que no lo habéis notado —respondió con voz tranquilizadora Moraine—. ¿Por qué deberíais haberlo sospechado? Durante toda vuestra vida habéis oído decir que eso era escuchar el viento. En todo caso, antes os avendríais a anunciar a todo el Campo de Emond que erais un Amigo Siniestro que a admitir, aun en lo más recóndito de vuestra mente, que tenéis algo que ver con el Poder Único o con las temidas Aes Sedai. —Una mirada divertida flotó en los ojos de Moraine—. Sin embargo, yo puedo indicaros cómo se produjo el comienzo.

—No quiero oír más embustes —replicó, sin lograr efecto en la Aes Sedai.

—Tal vez hace ocho o diez años (la edad varía, pero siempre se da en época temprana) deseasteis algo con mayor fervor que nunca, algo que implicaba una necesidad. Y lo conseguisteis. Una rama que cayera de improviso para poder agarraros a ella en lugar de ahogaros, un amigo, o un animal doméstico, que se recobrara de una dolencia de la que todos creían que no iba a sanar.

»En ese momento no notasteis nada, pero una semana o diez días después sufristeis la primera reacción como consecuencia de haber estado en contacto con la Fuente Verdadera. Quizás una fiebre y escalofríos experimentados de improviso que os postraron en la cama para desaparecer a las pocas horas. Ninguna de las reacciones, que pueden adoptar diversas formas, dura más de unas horas. Dolor de cabeza, entumecimiento y alegría entremezclados y un afán de buscar el peligro o una actitud atolondrada. Un acceso de vértigo que os hiciera tropezar o tambalearos al intentar moveros, o una inexplicable torpeza en la lengua que os impidiera pronunciar una frase entera. Existen otros síntomas. ¿Reconocéis alguno?

Nynaeve se sentó en el suelo; sus piernas no la sostenían. Recordaba algo, pero aun así su cabeza respondió con una negativa. Tenía que ser una coincidencia, o Moraine había hecho más preguntas en el Campo de Emond de las que ella creía. La Aes Sedai había preguntado muchas cosas. Tenía que ser eso. Lan le ofreció la mano, pero ella no lo advirtió siquiera.

—Os diré más —continuó Moraine, ante el silencio de Nynaeve—. Utilizasteis en algún momento el Poder Único para curar a Perrin o a Egwene. Como consecuencia de ello se desarrolla una afinidad, gracias a la cual puede detectarse la presencia de alguien a quien se ha devuelto la salud. En Baerlon fuisteis directamente al Ciervo y el León, a pesar de que aquélla no era la posada más próxima a la puerta por la que habíais entrado. Egwene y Perrin eran los únicos del Campo de Emond que se encontraban allí cuando llegasteis. ¿Era Perrin o Egwene? ¿O ambos?

—Egwene —murmuró Nynaeve.

Siempre le había parecido normal el hecho de que en ocasiones pudiera augurar quién se aproximaba sin haberlo visto; hasta entonces no había reparado en que siempre se trataba de alguien en quien sus curas habían surtido un efecto casi milagroso.—Además, siempre había sabido cuándo sus remedios actuarían de un modo espectacular, al igual que siempre experimentó una certeza absoluta al predecir una cosecha o que las lluvias serían tempranas o tardías.

Siempre consideró aquello como algo natural. No todas las Zahoríes podían escuchar el viento, pero las mejores sí tenían esa capacidad. Eso era lo que decía siempre la señora Barran, quien pronosticaba que Nynaeve sería una de las mejores.

—Tenía fiebre reumática. —Mantenía la cabeza abatida, hablando en dirección al suelo—. Yo todavía era aprendiza de la señora Barran y ella me había enviado a atender a Egwene. Yo era muy joven y no sabía que la Zahorí tenía completamente bajo control la enfermedad. Es terrible presenciar los accesos de fiebre. La pequeña estaba empapada en sudor y gemía y se revolvía de tal manera que llegué a preguntarme por qué no oía crujir sus huesos. La señora Barran me había dicho que la fiebre remitiría al cabo de un día, de dos a lo sumo, pero yo pensé que lo decía para tranquilizarme. Creí que Egwene estaba agonizando. Solía cuidar de ella cuando era una niñita que comenzaba a dar sus primeros pasos, cuando su madre estaba ocupada, y me eché a llorar porque iba a ver cómo moría delante de mí. Cuando la señora Barran regresó al cabo de una hora, la fiebre había cedido. Aquello la sorprendió, pero me dedicó más atenciones a mí que a Egwene. Siempre creí que ella había pensado que le había dado algo a Egwene y temía confesarlo. Tuve la sensación de que trataba de consolarme, de asegurarse de que yo tuviera la convicción de que no le había causado ningún daño a Egwene. Una semana más tarde me desplomé en el piso de la sala de su casa, con convulsiones y fiebres. Me llevó a la cama, pero a la hora de la cena ya estaba recuperada.

Al terminar de hablar, hundió la cabeza entre las manos. «La Aes Sedai ha escogido un buen ejemplo», pensó. «¡Así la fulmine la Luz! ¡Usar el Poder Único como una Aes Sedai, una repugnante Aes Sedai!»

—Tuvisteis mucha suerte —sentenció Moraine.

Nynaeve se irguió al oír aquello. Lan retrocedió unos pasos, como si el tema de conversación no fuera asunto que le concerniera, y se concentró en arreglar la silla de Mandarb sin dirigirle siquiera una mirada.

—¡Suerte!

—Habéis logrado ejercer un rudimentario control sobre el Poder, aun cuando el acceso a la Fuente Verdadera se produjese de un modo fortuito. De no ser así, su fuerza habría acabado con vos. Como lo hará seguramente con Egwene si conseguís impedir que vaya a Tar Valon.

—Si yo aprendí a controlarlo… —Nynaeve tragó saliva. Aquello era como admitir una vez más que sus actos se ajustaban a las previsiones de la Aes Sedai—. Si yo aprendí a controlarlo, también puede hacerlo ella. No tiene ninguna necesidad de ir a Tar Valon y verse involucrada en vuestras intrigas.

Moraine sacudió lentamente la cabeza.

—Las Aes Sedai buscan muchachas capaces de entrar espontáneamente en contacto con la Fuente Verdadera con tanta asiduidad como lo hacen con los hombres que poseen dicha facultad. Lo que nos mueve a hacerlo no es el deseo de incrementar nuestro número, o al menos no de manera exclusiva, sino el temor de que esas mujeres hagan un uso equivocado del Poder. El rudimentario manejo del Poder que alcanzan a adquirir, si la Luz está con ellas, llega en contadas ocasiones a provocar grandes daños, dado que el contacto real con la Fuente sin disponer de enseñanzas no se produce en respuesta a un acto voluntario y por lo tanto su frecuencia es escasa. Y, por supuesto, ellas no se ven aquejadas de la enajenación que induce a los hombres a acciones malignas o tortuosas. Queremos salvarles la vida, la vida de aquellas que no llegan a adquirir ninguna clase de control.

—La fiebre y los escalofríos que yo tuve no hubieran matado a nadie —insistió Nynaeve—. No en tres o cuatro horas. También experimenté los otros síntomas, los cuales no ocasionarían tampoco la muerte a ninguna persona. Y luego cesaron al cabo de pocos meses. ¿Qué me decís de ello?

—Eso eran sólo reacciones —aclaró paciente Moraine—. Cada vez, la reacción se aproxima más al contacto real con la Fuente, hasta que ambas se producen casi de manera simultánea. Después de eso, ya no se observan reacciones perceptibles, pero es como si se hubiera puesto en marcha un

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