Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El ojo del mundo
  3. Capítulo 61
Prev
Next

se volvió, sonriente, hacia Rand.

—¿Y tú qué opinas? ¡Una auténtica metrópoli, con palacios! —Soltó una carcajada maliciosa—. Y ningún Capa Blanca que vaya a meter las narices por ahí.

Rand vaciló sólo un minuto. Aquellos palacios parecían salidos del relato de un juglar.

—De acuerdo —accedió.

Caminando despacio para no hacer ningún ruido, salieron por el callejón, el cual siguieron por la parte trasera del edificio hasta desembocar en una calle. Aceleraron el paso y, cuando se encontraron a una manzana de distancia de la construcción de piedra blanca, Mat comenzó a brincar de improviso.

—Libres —se regocijó—. ¡Libres! —Apaciguó sus saltos y comenzó a girar sobre sí, contemplando risueño cuanto había a su alrededor. Las sombras de la tarde extendían sus filamentos y el sol que se ponía bañaba de oro la ciudad en ruinas—. ¿Habíais llegado a imaginar en sueños un lugar como éste?

Perrin se unió a sus risas, pero Rand se encogió de hombros, inquieto. Aquello no se parecía en nada a la población aparecida en su primer sueño, pero aun así…

—Si queremos ver algo —aconsejó—, será mejor que nos apresuremos. Pronto se hará de noche.

Mat, al parecer dispuesto a no perder ni un detalle, arrastraba a los otros con su entusiasmo. Treparon a polvorientas fuentes con tazas de capacidad suficiente para albergar a todos los habitantes del Campo de Emond y vagaron, entrando y saliendo de estructuras elegidas al azar, aunque siempre de imponente tamaño. No todos los edificios tenían para ellos un claro sentido. Un palacio era evidentemente un palacio, pero ¿qué era aquella construcción que parecía una cúpula redonda, por fuera igual de grande que una colina y sólo una monstruosa habitación dentro? ¿Y un lugar amurallado, descubierto, tan espacioso que habría cabido en él toda la gente del Campo de Emond, rodeado de innumerables hileras de bancos de piedra?

Mat se impacientaba cuando no encontraban más que polvo y escombros o descoloridos andrajos colgando de las paredes, que se deshacían en sus manos. En una ocasión, hallaron algunas sillas de madera apiladas junto a una pared; todas se hicieron pedazos en el instante en que Perrin intentó coger una.

Los palacios, con sus inmensas estancias vacías, en algunas de las cuales hubiera podido caber de sobra la Posada del Manantial, atraían con demasiada frecuencia a la mente de Rand la reflexión sobre la gente que debió de poblarlas en un tiempo. Pensó que todos sus convecinos de Dos Ríos habrían podido caber bajo aquella cúpula redonda, y en cuanto al ruedo con bancos de piedra… Casi creyó imaginar la visión de las personas en la penumbra, observando con desaprobación a los tres intrusos que enturbiaban su reposo.

Al fin el propio Mat se cansó del recorrido y, a pesar de la magnificencia de los monumentos, recordó que la noche anterior sólo habían dormido una hora. Todos comenzaron a acusar el sueño. Se sentaron, bostezando, en las escaleras de un alto edificio, frente a varias filas de columnas para dirimir lo que harían a continuación.

—Regresemos —indicó Rand— y acostémonos. —Se tapó la boca con el dorso de la mano y, cuando pudo hablar de nuevo, añadió—: Lo único que deseo es dormir.

—Siempre estás a tiempo de dormir —arguyó Mat—. Mira dónde estamos. En una ciudad en ruinas. Un tesoro.

—¿Un tesoro? —replicó Perrin, con un crujido de mandíbulas—. Aquí no hay ningún tesoro. No hemos encontrado más que polvo.

Rand se protegió los ojos del sol, ahora un balón rojo a punto de posarse sobre los tejados.

—Se hace tarde, Mat. Pronto anochecerá.

—Podría haber un tesoro —insistió con obstinación Mat—. Además, quiero subir a una de las torres. Mirad aquélla, allí. Está entera. Apuesto a que desde ahí arriba se ve a varios kilómetros a la redonda. ¿Vamos?

—Las torres no son seguras —afirmó tras ellos una voz masculina.

Rand se levantó de un salto, aferrando la empuñadura de la espada, al tiempo que sus amigos reaccionaban con igual rapidez.

—Disculpad —dijo el hombre en tono tranquilizador—. He pasado mucho tiempo en la oscuridad entre estas paredes, y mis ojos no se han habituado todavía a la luz.

—¿Quién sois? —preguntó Rand, pensando que aquel hombre tenía un extraño acento, más peculiar incluso que el de Baerlon, hasta el extremo que le era difícil comprender todas las palabras—. ¿Qué hacéis aquí? Pensábamos que ésta era una ciudad abandonada.

—Soy Mordeth. —Hizo una pausa, como si esperase que ellos reconocieran el nombre, y, cuando ninguno de ellos dio muestras de hacerlo, murmuró algo entre dientes antes de proseguir—. Podría formularos las mismas preguntas. Hace mucho tiempo que nadie ha venido a Aridhol, muchísimo tiempo. No habría sospechado que iba a encontrarme con tres jóvenes paseando entre sus calles.

—Vamos de camino a Caemlyn —explicó Rand—. Nos hemos detenido aquí para pasar la noche.

—Caemlyn —repitió lentamente Mordeth, como si paladeara el nombre. Luego sacudió la cabeza—. ¿Para pasar la noche? Tal vez queráis venir a mi refugio.

—Aún no nos habéis dicho qué hacéis aquí —le recordó Perrin.

—Oh, soy un buscador de tesoros, por supuesto.

—¿Habéis encontrado alguno? —inquirió excitado Mat.

A Rand le pareció que Mordeth había sonreído, pero la penumbra le hacía dudarlo.

—En efecto —respondió el hombre—. Más de los que pensaba, muchos más. Más de los que puedo llevarme. Nunca habría imaginado que iba a hallar a tres robustos y sanos jóvenes. Si me ayudáis a llevar hasta mis caballos lo que yo puedo acarrear, os haré entrega del resto. Su único límite será lo que seáis capaces de transportar. De todas maneras, otro buscador de tesoros se apoderaría de lo que deje tras de mí antes de que yo vuelva.

—¡Ya os dije que tenía que haber un tesoro en un sitio así! —exclamó Mat, subiendo como un rayo las escaleras—. Os ayudaremos a trasladarlo. Sólo tenéis que llevarnos hasta él.

Él y Mordeth se adentraron en las sombras reinantes entre las columnas.

—No podemos dejarlo solo —opinó Rand.

Perrin asintió, mirando el sol de poniente.

Ascendieron con cautela, aprestando cada uno su arma. Sin embargo, Mat y Mordeth los aguardaban entre los pilares, Mordeth con los brazos cruzados y su amigo escrutando con impaciencia el interior.

—Venid —los llamó Mordeth—. Os enseñaré el tesoro.

Después se adentró en el edificio, seguido de Mat, con lo que sus compañeros no tuvieron más alternativa que caminar en pos de ellos.

La entrada era tenebrosa, pero casi de inmediato Mordeth se desvió, tomando una angosta escalera que giraba hacia abajo en medio de una progresiva oscuridad hasta sumirse en la lobreguez más completa. Rand tanteaba la pared con la mano, con la incertidumbre de hallar un nuevo escalón bajo sus pies. Incluso Mat comenzó a inquietarse, a juzgar por el tono de su voz al comentar:

—Esto está terriblemente oscuro.

—Sí, sí —admitió Mordeth, quien parecía desenvolverse a la perfección entre las tinieblas—. Abajo hay luces. Venid.

Las tortuosas escaleras cedieron paso a un corredor levemente iluminado por unas humeantes antorchas prendidas en candelabros de pared. Las oscilantes llamas dieron ocasión a Rand de observar por vez primera a Mordeth, quien proseguía haciéndoles señas para que continuaran.

Aquel individuo tenía algo peculiar, en opinión de Rand, si bien no alcanzaba a precisar qué era. Era un hombre elegante, algo rollizo, con pesados párpados que parecían guardar un secreto al tiempo que escrutaban. De baja estatura y calvo por completo, caminaba, no obstante, como si sus piernas fueran más largas que las suyas. Sus ropajes no eran, sin duda, comparables a nada de lo que Rand había contemplado hasta entonces. Llevaba unos ceñidos pantalones negros, botas de cuero rojo dobladas a la altura de los tobillos, un largo chaleco rojo profusamente bordado en oro y una camisa de un blanco inmaculado de anchas mangas, cuyos puños le llegaban casi hasta las rodillas. Aquél no era, ciertamente, el atuendo más adecuado para merodear en una ciudad en ruinas a la caza de un tesoro. Sin embargo, no era eso lo que le producía esa sensación de extrañeza.

Al desembocar el pasadizo en una habitación de paredes enlosadas, olvidó las particularidades que pudiera tener Mordeth. Su exhalación fue un eco de las de sus amigos. Aquel recinto estaba también alumbrado por antorchas, que manchaban el techo con su humareda y multiplicaban las sombras de las personas, pero cuya luz se veía potenciada increíblemente al reflejarse en las gemas y el oro apilados en el suelo, en los montículos de monedas y joyas, copas, platos y fuentes, espadas y dagas doradas incrustadas de gemas, amontonados en mezcolanza en pilas que alcanzaban la altura de su pecho.

Mat corrió hacia ellas con un grito y se postró de rodillas.

—Sacos —exclamó sin aliento, revolviendo el oro—. Necesitaremos sacos para acarrear todo esto.

—No podemos sacarlo todo —objetó Rand. Observó el entorno con indefensión; todo el oro que los mercaderes llevaban al Campo de Emond no habría representado ni la centésima parte de uno solo de aquellos montículos—. Ahora no. Ya casi es de noche.

Perrin desenterró un hacha, desenredando con cuidado las cadenas de oro prendidas a ella. Las joyas resplandecían en su reluciente mango negro y sus hojas gemelas estaban recorridas de finos grabados en oro.

—Mañana entonces —propuso, levantando el hacha, alborozado—. Moraine y Lan lo comprenderán cuando les mostremos esto.

—¿No estáis solos? —preguntó Mordeth, que se había rezagado, dejándolos precipitarse sobre el tesoro. Ahora, sin embargo, se acercó—. ¿Quién está con vosotros?

—Moraine y Lan —repuso, distraído Mat, con las manos hundidas en las riquezas que se hallaban ante él—. Y también Nynaeve, Egwene y Thom. Thom es un juglar. Vamos a Tar Valon.

Rand retuvo el aliento. Después la actitud silenciosa de Mordeth lo indujo a dirigir la vista hacia él.

La rabia le desfiguraba las facciones, y a ella se sumaba el miedo. Los dientes asomaban entre sus labios retraídos.

—¡Tar Valon! —Alzó un puño amenazador—. ¡Tar Valon! ¡Habíais dicho que ibais a…, a… Caemlyn! ¡Me habéis mentido!

—Si todavía mantenéis vuestra propuesta —dijo Perrin a Mordeth—, vendremos a ayudaros mañana. —Depositó el hacha en el montón de cálices engastados de pedrería y joyas—. Si todavía sigue en pie vuestra propuesta.

—No. Es decir… —Mordeth sacudió, jadeante, la cabeza como si no acabara de decidirse—. Coged lo que queráis. Excepto…, excepto…

De improviso, Rand cayó en la cuenta de qué era lo que le intrigaba de aquel hombre. Las antorchas diseminadas en el corredor habían conferido un círculo de sombras a cada uno de ellos, al igual que las luces dispuestas en la cámara del tesoro. Sin embargo… Se hallaba tan estupefacto que lo expresó en voz alta.

—No proyectáis ninguna sombra.

La mano de Mat soltó una copa que chocó con estrépito contra el suelo. Mordeth hizo un gesto afirmativo y, por primera vez, sus carnosos párpados se abrieron por completo.

—Bien. —Se enderezó, dando la impresión de que crecía—. De este modo queda zanjado.

De pronto, su cuerpo se modificó de forma inverosímil. Desfigurado, hinchado como un balón, Mordeth presionaba el techo con la cabeza, golpeaba las paredes con los hombros, hasta rellenar un extremo de la estancia y cortar así el camino de salida. Con las mejillas hundidas en un rictus que dejaba su dentadura al descubierto, alargó unas manos de un tamaño suficiente para engullir la cabeza de un hombre.

Rand saltó hacia atrás, emitiendo un alarido. Los pies se le enmarañaron en una cadena de oro y cayó de bruces, jadeante. Tratando de recobrar aliento, forcejeó por desenvainar la espada, cuya empuñadura se había enredado con la capa. En la habitación resonaban los gritos de sus compañeros y el estrepitoso entrechocar de platos y copas de oro. Un súbito chillido angustiado vibró en los oídos de Rand.

Con respiración

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el defensor
Conan el defensor
August 3, 2020
Conan el triunfador
Conan el triunfador
August 3, 2020
Conan el destructor
Conan el destructor
August 3, 2020
El corazón del invierno
El corazón del invierno
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.