un verdugo con un hierro candente en la mano que me conmine a arrepentirme de mis pecados y seguir la senda de la Luz.
—Ésa —afirmó tajantemente Nynaeve—es razón de más para que vuelvan conmigo a casa mañana por la mañana. O esta tarde mismo. Cuanto antes nos alejemos de vosotros, mejor.
—No podemos —contestó Rand, contento al ver que sus amigos tomaban la palabra a un tiempo.
De aquel modo, Nynaeve hubo de asestar sus miradas por turnos, aun cuando no olvidó a ninguno de ellos. Sin embargo, él había sido el primero en hablar y todos guardaron silencio, clavando los ojos en él, incluso Moraine, que se reclinó en la silla. Le costó gran esfuerzo sostener la mirada de la Zahorí.
—Si regresamos al Campo de Emond, los trollocs también volverán. Están… persiguiéndonos. No sé por qué, pero es cierto. Tal vez averigüemos la causa en Tar Valon. Tal vez entonces sepamos cómo poner fin a la persecución. Es la única manera de saberlo.
Nynaeve levantó las manos.
—Hablas igual que Tam. Se hizo trasladar al lugar de reunión del pueblo y procuró convencer a todos. Ya lo había intentado antes con el Consejo del Pueblo. La Luz sabrá cómo vuestra…, la señora Alys logró persuadirlo. Por lo general es una persona de buen juicio, por encima de la media de los hombres. Sea como sea, el Consejo es un atajo de idiotas la mayor parte del tiempo, pero no tanto como para esto, y nadie se dejó engañar esta vez. Todos convinieron en que había que salir en vuestra búsqueda. Entonces Tam quiso ser el que iría detrás de vosotros, y ni siquiera puede mantenerse en pie. La insensatez debe de ser un rasgo propio de vuestra familia.
—¿Y cómo reaccionó mi padre? —murmuró Mat, después de aclararse la garganta—. ¿Qué dijo?
—Tiene miedo de que pruebes tus trastadas con forasteros y salgas malparado. Parecía más preocupado por eso que de… la señora Alys, aquí presente. Pero, claro, él nunca mostró mucha más inteligencia que tú.
Mat pareció dubitativo acerca de cómo había de encajar la respuesta, o cómo había de contestar a ella o de si había de dar réplica alguna.
—Confío… —dijo, titubeante, Perrin—, quiero decir que supongo que a maese Luhhan tampoco debió de hacerle ninguna gracia que me fuera.
—¿Acaso esperabas lo contrario? —Nynaeve sacudió la cabeza con enojo y miró a Egwene—. Tal vez no debería sorprenderme la idiotez de cerebro de conejo de vosotros tres, pero creía que algunos eran más sensatos.
Egwene se reclinó, de manera que su cara quedara escudada por Perrin.
—Dejé una nota —adujo quedamente, tirando de la capucha como si temiera dejar al descubierto su melena sin trenzar—. Allí lo expliqué todo.
El rostro de Nynaeve se ensombreció. Rand exhaló un suspiro. La Zahorí estaba a punto de emprender una de sus flagelaciones verbales y todo indicaba que ésta sería una de primera magnitud. Si tomaba una posición en pleno acceso de furia, si decía que tenía intención de devolverlos al Campo de Emond por más que dijeran los demás, por ejemplo, sería casi imposible hacerle cambiar de parecer.
—Todo eso está muy bien —arguyó Rand—, pero no modifica la situación. No podemos regresar. Debemos proseguir viaje.
Habló más lentamente hacia el final, reduciendo la voz a un murmullo al sentir fija sobre él las miradas de la Zahorí y la Aes Sedai. Era el tipo de escrutinio al que se arriesgaba si irrumpía en el Círculo de mujeres cuando éstas debatían asuntos propios, el mismo que indicaba que se había entrometido en campo ajeno. Se hundió en la silla, deseoso de hallarse en cualquier otro lugar.
—Zahorí —dijo Moraine—, debéis creer que están más seguros conmigo de lo que estarían de regresar a Dos Ríos.
—¡Más seguros! —Nynaeve irguió la cabeza con desdén—. Vos sois quien los trajo aquí, al sitio donde se encuentran los Capas Blancas. Los mismos Capas Blancas que, si el juglar está en lo cierto, les harían daño por vuestra causa. Explicadme de qué manera incrementáis su seguridad.
—Existen muchos peligros de los que yo no puedo protegerlos —concedió Moraine—, de igual manera que vos no podríais protegerlos contra un relámpago que se descargara sobre ellos de camino al pueblo. Sin embargo, no son los rayos lo que deben temer, ni siquiera a los Capas Blancas. Es al Oscuro y a los secuaces del Oscuro. Contra dichas cosas yo puedo protegerlos. El contacto con la Fuente Verdadera, con el Saidar, me otorga esa clase de salvaguarda, al igual que a cualquier Aes Sedai. —Nynaeve frunció los labios, escéptica. Moraine tensó la expresión, pero prosiguió, con un tono de voz que indicaba que se hallaba en el límite de su paciencia—. Incluso esos pobres hombres que se encuentran dueños del uso del Poder durante un corto tiempo también adquieren dicha prerrogativa, a pesar de que el contacto del Saidin los preserva en ocasiones y en otras su infección los torna más vulnerables. Pero yo, o cualquier Aes Sedai, puedo ampliar mi protección a quienes están cerca de mí. Ningún Fado puede atacarlos si se encuentran tan próximos a mí como lo están ahora. Ningún trolloc puede acercarse a más de veinticinco metros sin que Lan lo descubra, sintiendo el halo diabólico que emana. ¿Podéis ofrecerles algo comparable a esto si regresan al Campo de Emond en vuestra compañía?
—Estáis actuando de testaferro —respondió Nynaeve—. En Dos Ríos tenemos un dicho: «Tanto si el oso ataca al lobo como si el lobo ataca al oso, el conejo sale siempre mal parado». Llevad vuestras contiendas a otra parte y dejad a la gente del Campo de Emond al margen de ellas.
—Egwene —dijo Moraine tras un momento—, llévate a los otros y dejadme un rato a solas con la Zahorí.
Su rostro era impasible; Nynaeve acodó los brazos sobre la mesa, como si se preparara para efectuar un pulso.
Egwene se puso en pie, claramente dividida entre el deseo de dignificar su posición y el de evitar una confrontación con la Zahorí acerca del tema de sus cabellos por trenzar. No obstante, no tuvo ninguna dificultad en reunirlos a todos sólo con la mirada. Mat y Perrin hicieron retroceder apresuradamente las sillas, murmurando excusas al tiempo que procuraban no echar a correr hacia la puerta. Incluso Lan se dirigió hacia ella a una señal de Moraine, llevándose a Thom tras él.
Rand salió el último y luego el Guardián cerró la puerta, apostándose en el umbral para vigilar. Conminados por los ojos de Lan, los demás caminaron unos pasos por el corredor; no les era permitida la más mínima posibilidad de escuchar a escondidas. Cuando habían avanzado lo bastante a su juicio, Lan se apoyó contra la pared. Aun sin su capa camaleónica permanecía tan impertérrito que habría sido fácil no reparar en su presencia hasta topar de bruces con él.
El juglar murmuró algo referente a mejores dedicaciones de su tiempo y se alejó, diciéndoles severamente:
—Recordad mis consejos.
—¿A qué se refería? —inquirió, distraída, Egwene, con la vista fija en la puerta tras la que hablaban Moraine y Nynaeve.
No paraba de manosearse los cabellos, como si dudara entre seguir ocultando el hecho de que no los llevaba trenzados o bajarse la capucha de la capa.
—Nos dio algunos consejos —respondió Mat.
Perrin lo miró con dureza.
—Nos dijo que no abriéramos la boca hasta estar seguros de lo que íbamos a decir.
—Parece un buen consejo —comentó Egwene, con evidente desinterés.
Rand estaba sumido en sus propios pensamientos. ¿Cómo podía Nynaeve formar parte de aquello? ¿Cómo era posible que ellos tuvieran algo que ver con trollocs y Fados, y que Ba’alzemon apareciera en sus sueños? Se preguntó si Min habría hablado con Moraine respecto a Nynaeve. «¿Qué estarán diciendo allá adentro?»
No tenía noción de cuánto tiempo había permanecido allí de pie cuando la puerta se abrió por fin. Nynaeve dio un paso afuera y se sobresaltó al ver a Lan. El Guardián musitó algo que le hizo envarar la cabeza violentamente y luego se deslizó por la puerta.
Cuando ella se volvió hacia Rand, éste advirtió por primera vez que los demás se habían ido. No quería enfrentarse a solas con la Zahorí, pero no podía alejarse ahora que sus ojos habían topado con los de ella. «Una mirada particularmente escrutadora», pensó, desconcertado. Se irguió al sentir su proximidad.
—Parece que te viene a la talla esto —dijo, señalando la espada de Tam—, aunque preferiría que no fuera así. Has crecido, Rand.
—¿En una semana? —replicó, con una risa forzada. Nynaeve sacudió la cabeza, como si él no comprendiera—. ¿Te ha convencido? —preguntó—. Realmente es la única alternativa que tenemos. —Se detuvo, pensando en las centellas de que había hablado Min—. ¿Vas a venir con nosotros?
La Zahorí abrió desmesuradamente los ojos.
—¡Ir con vosotros! ¿Para qué debería ir? Mavra Mallen acudió desde Deven Ride para ocuparse de mi trabajo durante mi ausencia, pero estará deseosa de irse tan pronto como llegue yo. Todavía confío en que reconsideréis las cosas y regreséis conmigo a casa.
—No podemos. —Creyó ver algo que se movía en la puerta, pero no había nadie más en el corredor.
—Ya me lo has dicho antes y ella también me ha dicho lo mismo. —Nynaeve arrugó el entrecejo—. Si ella no tuviera que ver con la cuestión… Las Aes Sedai no son de fiar, Rand.
—Hablas como si realmente nos concedieras crédito —dijo lentamente—. ¿Qué ocurrió en la reunión del pueblo?
Nynaeve dio una ojeada en dirección a la puerta antes de responder; no había ningún movimiento en el umbral.
—Fue una total confusión, pero no hay ninguna necesidad de que ella sepa que no somos capaces de resolver nuestros propios asuntos como la Luz manda. Y sólo creo firmemente en una cosa: correréis peligro mientras estéis junto a ella.
—Sucedió algo —insistió Rand—. ¿Por qué quieres que regresemos si crees que existe una mínima posibilidad de que tengamos razón nosotros? ¿Y por qué tenías que ser tú? Era más apropiado enviar al alcalde en persona que a la Zahorí.
—En verdad has crecido. —La joven sonrió y, por un instante, su regocijo incomodó a Rand—. Recuerdo un tiempo en que no me habrías preguntado adónde quería ir ni lo que iba a hacer, se tratara de lo que se tratase. Ese tiempo data de una semana atrás.
Rand se aclaró la garganta y retomó obstinadamente el tema.
—No tiene ningún sentido. ¿Por qué has venido, en realidad?
Nynaeve miró fugazmente al aún solitario umbral y lo tomó del brazo.
—Caminemos mientras hablamos. —Cuando se hallaban a suficiente distancia de la puerta, continuó—: Como te he dicho, la reunión fue un desconcierto. Todo el mundo estaba de acuerdo en que había que enviar a alguien a buscaros, pero la gente se dividió en dos facciones. Unos querían que os rescataran, aunque hubo grandes discusiones respecto al modo como había que hacerlo, considerando que estabais con una… como ella.
Rand se alegró al comprobar que la Zahorí iba adquiriendo medidas de cautela.
—¿Los otros adoptaron el parecer de Tam?
—No exactamente, pero también pensaban que no debíais estar entre forasteros, y menos con alguien como ella. El caso es que todos los hombres querían formar parte del grupo que saldría en vuestra búsqueda. Tam, Bran al’Vere con las balanzas de su cargo prendidas al cuello, y Haral Luhhan, hasta que Alsbet lo obligó a sentarse. Incluso Cenn Buie. Que la Luz me preserve de esos hombres que piensan con los pelos del pecho, aunque no conozca ninguno que sea diferente. —Inspiró, despreciativa, levantando una mirada acusadora hacia él—. Sea como sea, vi muy claro que iba a transcurrir como mínimo