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  2. El ojo del mundo
  3. Capítulo 44
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cabeza: no queremos llamar más la atención que si fuésemos unos ratones que se han colado en un campo. Concéntrate en eso. Moraine quiere llevaros sanos y salvos a Tar Valon y yo me encargaré de ello de ser posible, pero como le ocasionéis algún daño a ella…

El resto del baño y la reposición de la ropa se efectuó en el más absoluto silencio.

Cuando salieron de la habitación, Moraine se hallaba de pie al fondo de la entrada junto a una muchacha delgada, poco más alta que ella. Al menos, Rand creyó que era una muchacha, pese a que llevaba el pelo corto y camisa y pantalones de hombre. Al decirle algo Moraine, la chica los miró atentamente; luego hizo un gesto afirmativo en dirección a la Aes Sedai y se apresuró a irse.

—Bueno, veamos —dijo Moraine—, estoy convencida de que el baño os ha abierto el apetito. Maese Fitch nos ha cedido un comedor privado.

Después de volverse para conducirlos, continuó hablando de temas intrascendentes: sobre sus dormitorios, cómo rebosaba de gente la ciudad y las expectativas del posadero de que Thom honrase a sus huéspedes con un poco de música y un par de historias. En cambio, no hizo mención de la muchacha, en el supuesto de que de veras lo fuese.

El comedor privado tenía una mesa de roble pulida, alrededor de la cual había una docena de sillas, y una espesa alfombra en el suelo. Cuando entraron, Egwene, que llevaba el cabello recién lavado peinado sobre los hombros, se volvió junto a la chimenea, donde había permanecido calentándose las manos. Rand había tenido ocasión de sobra de reflexionar durante el tenso silencio producido en la sala de baño. Las constantes admoniciones de Lan para que no confiaran en nadie, y especialmente el propio recelo que Ara había mostrado respecto a ellos, le habían hecho considerar hasta qué punto se hallaban aislados. Por lo visto, no podían contar más que consigo mismos y, además, no estaba del todo seguro de poder entregarse en manos de Moraine o Lan. Estaban solos consigo mismos. Y Egwene continuaba siendo Egwene. Moraine afirmaba que le hubiera ocurrido de todos modos, el hecho de acceder a la Fuente Verdadera. Ella no poseía control sobre ello, lo cual significaba que tampoco era responsable. Y todavía era Egwene.

Abrió la boca con intención de disculparse, mas Egwene le volvió la espalda con gesto envarado sin darle tiempo a pronunciar palabra alguna. Mirándole la espalda con gesto taciturno, contuvo lo que había estado a punto de decir. «De acuerdo, pues. Si quiere comportarse de este modo, no hay nada que yo pueda hacer para evitarlo.»

Maese Fitch irrumpió en la estancia seguido de cuatro mujeres con delantales blancos tan largos como el suyo, que llevaban tres pollos asados en una fuente, recipientes de plata y arcilla y escudillas cubiertas. Las mujeres comenzaron a poner la mesa, mientras el posadero dedicaba una reverencia a Moraine.

—Excusadme, señora Alys, por haceros esperar de este modo, pero con la cantidad de gente que hay en la posada, es un milagro que lleguemos a servirlos a todos. Me temo que la comida no sea lo que debiera ser, tampoco. Sólo los pollos, nabos y guisantes, con un poco de queso después. No, no es lo que debiera ser. De veras lo siento.

—Un banquete —replicó Moraine—. Para estos azarosos tiempos, es un auténtico banquete, maese Fitch.

El posadero esbozó una nueva reverencia. Sus finos cabellos, que apuntaban en todas direcciones como si estuviera mesándoselos de forma constante, conferían cierto aire cómico a su gesto, pero su sonrisa era tan agradable que cualquiera que riese, reiría con él, en lugar de mofarse de su aspecto.

—Gracias, señora Alys. Muchas gracias. —Al enderezarse, arrugó el entrecejo y limpió una imaginaria mota de polvo de la mesa con la esquina del delantal—. No es lo que os habría presentado hace un año, por supuesto. Ni de cerca. El invierno, sí, el invierno. Mi despensa está vaciándose y no hay apenas nada en los mercados. ¿Y quién puede echar la culpa a los campesinos? ¿Quién? Con franqueza, no puede predecirse cuándo volverán a obtener otra cosecha. Es del todo imprevisible. Son los lobos, que se llevan los corderos y los terneros que deberían ir a parar a los comedores de la gente, y…

De pronto, pareció caer en la cuenta de que aquél no era el tipo de conversación que debía ofrecer a un comensal.

—Cómo me embrollo. Me estoy convirtiendo en un viejo alelado, sí señor. Mari, Cinda, dejad comer en paz a esta buena gente. —Despachó con un gesto a las mujeres y, al precipitarse éstas a salir de la habitación, realizó una nueva inclinación dedicaba a Moraine—. Espero que disfrutéis de la comida, señora Alys. Si necesitáis algo, hacédmelo saber y os lo traeré. Es un placer serviros a vos y a maese Andra. Un placer. —Esbozó una reverencia aún más profunda y se marchó, cerrando con suavidad la puerta tras sí.

Lan había permanecido apoyado en la pared mientras tanto, como si estuviera medio adormecido. Entonces enderezó la cabeza y, después de plantarse en la puerta en dos zancadas, pegó la oreja a uno de sus batientes y aguzó el oído. Al cabo de un instante, abrió y asomó la cabeza.

—Se han ido —dijo finalmente—. Podemos hablar con tranquilidad.

—Ya sé que, según nos aconsejáis, no debemos fiarnos de nadie —observó Egwene—, pero, si sospecháis del posadero, ¿por qué os albergáis aquí?

—No sospecho de él más que de cualquier otra persona —respondió Lan—. Lo cierto es que, hasta que lleguemos a Tar Valon, no voy a depositar mi confianza en nadie y, aun allí, bajaré la guardia sólo parcialmente.

Rand esbozó una sonrisa, en la creencia de que el Guardián hablaba en broma, pero entonces advirtió que no había ni la más mínima traza de humor en el semblante de Lan. Decía en serio que desconfiaría de los habitantes de Tar Valon. ¿Existía, pues, algún lugar seguro?

—Exagera —intervino Moraine con la intención de calmarlos—. Maese Fitch es un buen hombre, honesto y leal. Pero le gusta hablar, y con la mejor intención del mundo podría revelar algo a oídos de la persona menos indicada. Y yo nunca me he albergado en una posada donde la mitad de las doncellas no escucharan detrás de la puerta y dedicaran más tiempo a las habladurías que a hacer las camas. Venid, sentémonos antes de que se enfríe la comida.

Tomaron asiento alrededor de la mesa. Moraine y Lan se situaron a ambos extremos, y durante un momento todo el mundo estaba demasiado absorto en llenarse el plato para hablar. No era tal vez un banquete, pero, tras una semana a pan duro y carne seca, les sabía como a tal.

—¿Qué información has recabado en la sala de huéspedes? —preguntó Moraine al poco.

Los cuchillos y los tenedores se detuvieron en su curso, mientras todos fijaban la mirada en el Guardián.

—Poca cosa halagüeña —repuso Lan—. Avin estaba en lo cierto, al menos por los rumores que he escuchado. En Ghealdan tuvo lugar una gran batalla, de la que Logain salió vencedor. Circulan una docena de versiones al respecto, pero todas coinciden en ese punto.

¿Logain? Aquél debía de ser el falso Dragón. Era la primera vez que Rand oía que alguien le otorgara un nombre a aquel hombre. Por la manera como hablaba, parecía casi que Lan lo conociera en persona.

—¿Las Aes Sedai? —inquirió apaciblemente Moraine.

—No lo sé —respondió Lan—. Unos dicen que perecieron, otros opinan que no. —Emitió un bufido—. Algunos incluso dicen que se pasaron al bando de Logain. No es información de buena tinta y, además, no he osado mostrar demasiado interés.

—Sí, no es nada halagüeño —convino Moraine—. ¿Y qué hay respecto a nuestras propias circunstancias?

—Sobre eso tengo mejores noticias. No ha sucedido nada fuera de lo común, ni hay extraños que puedan ser Myrddraal y mucho menos trollocs. Además, los Capas Blancas están ocupados en soliviantar los ánimos del gobernador Adan debido a su falta de cooperación para con ellos, y no advertirán nuestra presencia a menos que nos demos a conocer.

—Bien —dijo Moraine—. Ello concuerda con lo que ha dicho la doncella del baño. Las habladurías son útiles a veces. Escuchad —añadió, dirigiéndose a la totalidad del grupo—, todavía nos espera un largo camino, pero la semana pasada no ha sido nada placentera, por lo cual propongo que pernoctemos aquí hoy y mañana, y que partamos pasado mañana a primera hora. —Todos los jóvenes dibujaron una sonrisa, regocijados ante la ocasión de contemplar una ciudad por primera vez. Moraine sonrió también, pero preguntó—: ¿Qué opina maese Andra de ello?

Lan miró con severidad los sonrientes rostros.

—Bien, con tal que no olviden mis advertencias, para variar.

Thom emitió un resoplido entre sus bigotes.

—Estos campesinos se pierden en un…, una ciudad. —Resopló de nuevo, y sacudió la cabeza.

Como la posada estaba repleta, sólo pudieron ocupar tres habitaciones, una para Moraine y Egwene y dos para los hombres. A Rand le tocó compartir dormitorio con Lan y Thom, en la parte trasera del cuarto piso, cerca de los aleros, con una única y diminuta ventana que daba al patio. La noche era entrada, y la luz que proyectaba el edificio formaba una mancha en la intemperie. Aquélla era de por sí una habitación pequeña, cuyo espacio quedaba aún más reducido al haber añadido un camastro suplementario para Thom, si bien las tres camas eran estrechas. Y duras, según comprobó Rand al tumbarse sobre la suya. Definitivamente, aquél no era el mejor aposento.

Thom entró para recoger la flauta y el arpa y salió, practicando de antemano majestuosas ademanes. Lan lo acompañó.

Era extraño, pensó Rand mientras se agitaba incómodo en el lecho. Una semana antes se habría precipitado por las escaleras como un loco únicamente ante la posibilidad de ver actuar a un juglar, aunque sólo fuera haciéndose eco de un rumor. No obstante, a lo largo de siete días había escuchado contar historias a Thom cada noche y Thom estaría con ellos al día siguiente, y al otro también, y el baño caliente había relajado tensiones en sus músculos que había llegado a considerar permanentes, a lo cual había que añadir la modorra producida por la primera comida caliente que había tenido ocasión de tomar. Medio adormilado, se preguntó si Lan conocería de veras al falso Dragón, Logain. Un grito amortiguado tronó en la planta baja; era el alborozo producido por la irrupción del juglar en la sala principal, pero Rand ya estaba dormido.

La entrada de piedra se hallaba en penumbra y no había nadie allí salvo Rand. No podía distinguir de dónde provenía la luz, la escasa luz que percibía; las paredes grises estaban desprovistas de velas y lámparas, y no había nada que explicase la existencia del tenue resplandor que parecía surgir de aquel lugar. El aire era estancado y malsano y en algún punto impreciso, a corta distancia, el agua goteaba y producía un ruido sordo acompasado. Fuera lo que fuese, aquello no era la posada. Se frotó la frente. ¿La posada? Le dolía la cabeza y tenía dificultad en hilvanar los pensamientos. Le había asaltado la noción de… ¿una posada? Se había desvanecido, si acaso era aquello.

Se lamió los labios, ansiando algo de beber. Estaba sediento, tenía la lengua seca como un trapo. Fue aquel sonido acuoso lo que lo decidió a avanzar. Sin más referencia que el incesante goteo, caminó impelido por la terrible sed.

La entrada se alargaba sin ningún corredor lateral ni el más

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