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  2. El ojo del mundo
  3. Capítulo 26
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adelantó, precipitándose junto al lecho. Tam tenía la piel fresca y, sin embargo, su rostro se hallaba pálido y macilento, como si no hubiera estado en contacto con el sol durante largo tiempo. Los ojos permanecían cerrados, pero su respiración era regular.

—¿Se pondrá bien ahora? —preguntó ansioso Rand.

—Con reposo, sí —repuso Moraine—. Con unas cuantas semanas en la cama recobrará toda su fortaleza.

La Aes Sedai caminaba con paso inseguro, pese a apoyarse en el brazo de Lan. Éste apartó la capa y el bastón de la silla y la mujer se desplomó en ella con un suspiro. Entonces volvió a envolver con sumo cuidado el angreal y se lo llevó al bolsillo.

A Rand le temblaban los hombros y hubo de morderse los labios para contener la risa, mientras se enjugaba los ojos anegados de lágrimas.

—Gracias.

—En la Era de Leyenda —explicó Moraine—, algunas Aes Sedai podían despertar la llama de la vida con tal de que quedara el más mínimo rescoldo. No obstante, aquellos días pertenecen al pasado… Y tal vez no regresen nunca. Se perdieron tantas cosas; no solamente la elaboración de los angreal. Entonces eran capaces de realizar tantos prodigios que nosotros no osamos ni imaginar, y tantos otros de los que no hemos conservado la memoria. Ahora somos menos numerosas. Cierta clase de talento está extinguiéndose y lo que resta parece afectado de debilidad. En la actualidad es preciso que la voluntad y la fuerza confluyan para conseguir algo; de lo contrario, ni la más poderosa de nosotras logra efectuar una curación. Por fortuna tu padre es un hombre animoso, tanto en el aspecto físico como en el espiritual. Con todo, su lucha por la vida ha agotado buena parte de su vigor, aunque se repondrá con el que ha quedado en él. Eso llevará tiempo, pero la infección ha desaparecido.

—Nunca podré pagaros esto —le dijo sin apartar la vista de Tam—, pero haré por vos cuanto esté en mis manos. Cualquier cosa. —Recordó entonces haber hablado de precios y la promesa formulada. Arrodillado al lado de Tam, su disposición era más firme que nunca, pero todavía le resultaba difícil mirarla a los ojos—. Cualquier cosa. Siempre que no tenga malas consecuencias para el pueblo o para mis amigos.

Moraine levantó la mano, rechazando su oferta.

—Si lo crees necesario. De todos modos, quiero hablar contigo. Sin duda partirás al mismo tiempo que nosotros y tendremos ocasión de conversar largamente.

—¡Partir! —exclamó, poniéndose en pie— ¿Tan mala es la situación? Me pareció que todo el mundo estaba dispuesto a iniciar la reconstrucción. La gente de Dos Ríos estamos muy apegados a estas tierras y nadie se va de aquí.

—Rand…

—¿Y adónde iríamos? Padan Fain dijo que hacía mal tiempo en todas partes. Es…, era… el buhonero. Los trollocs… —Rand tragó saliva, deseando no haber oído el comentario de Thom Merrilin respecto a lo que comían los trollocs—. A mi entender, lo mejor que podemos hacer es quedarnos aquí, en nuestra tierra, en Dos Ríos, y reponer lo destruido. Tenemos cosechas sembradas y pronto hará bastante calor para esquilar las ovejas. No sé quién ha empezado a decir que deberíamos irnos…, uno de los Coplin, supongo…, pero sea quien sea…

—Pastor —lo interrumpió Lan—, estás hablando cuando deberías escuchar. Observó con sorpresa a ambos. Se había lanzado a hablar, advirtió, y había continuado farfullando mientras ella trataba de decirle algo, mientras una Aes Sedai trataba de hablar. No sabía qué decir ni cómo disculparse, pero Moraine sonrió mientras buscaba las palabras.

—Comprendo cómo te sientes, Rand —le aseguró, y él tuvo la incómoda sensación de que realmente era así—. No pienses más en ello. —Frunció los labios y meneó la cabeza—. Me temo que he sido algo ruda. Debiera haber descansado antes de emprender la cuestión. Eres tú quien va a irse, Rand, tú el que debe partir, por el bien del pueblo.

—¿Yo? —Se aclaró la garganta y realizó un nuevo intento—. ¿Yo? —El sonido surgió más preciso aquella vez—. ¿Por qué tengo que irme? No comprendo nada de todo esto. No quiero ir a ninguna parte.

Moraine miró a Lan y éste separó los brazos. Después observó a Rand y le volvió a crear la sensación de ser estudiado y sopesado con minucia.

—¿Sabías —preguntó de pronto el Guardián—que algunas de las casas no fueron atacadas?

—La mitad del pueblo está arrasada —protestó. Lan lo acalló con un gesto.

—Algunos edificios fueron quemados sólo para crear confusión. Sin embargo, los trollocs no los miraron dos veces, ni tampoco a la gente que salió corriendo de ellos, a menos que interfirieran en su camino. La mayoría de la gente que ha venido de las granjas cercanas no vio ni rastro de trollocs y sólo tuvo noticias de su presencia al llegar al Campo de Emond.

—Me han contado lo de Dag Coplin —dijo lentamente Rand—. Supongo que no acababan de creerlo.

—Dos granjas fueron allanadas —continuó Lan—, la vuestra y otra más. Debido a la celebración de Bel Tine, mucha gente que vive afuera se encontraba ya en el pueblo. Mucha gente salvó su vida debido a que el Myrddraal ignoraba las costumbres de Dos Ríos. La festividad y la Noche de Invierno obstaculizaban sus propósitos, pero él no lo sabía.

Rand miró a Moraine, recostada sobre el respaldo de la silla, pero ella guardó silencio, devolviéndole simplemente la mirada mientras se llevaba un dedo a los labios.

—Nuestra granja, ¿y cuál más? —preguntó finalmente.

—La de Aybara —respondió el Guardián—. Aquí en el Campo de Emond, irrumpieron primero en la forja, en la casa del herrero y en la de maese Cauthon.

A Rand se le secó la boca de improviso.

—No tiene ningún sentido —logró articular, antes de dar un respingo al incorporarse Moraine.

—Sí lo tiene, Rand —aseveró—. Obraron con un objetivo. Los trollocs no vinieron al Campo de Emond por azar y no actuaron por el mero placer de quemar o matar, por más que disfrutaran haciéndolo. Sabían muy bien qué, o a quién, buscaban. Los trollocs vinieron a matar o a capturar a jóvenes de una determinada edad que viven cerca de este pueblo.

—¿De mi edad? —Le temblaba la voz, pero aquello lo tenía sin cuidado entonces—. ¡Oh, Luz! Mat. ¿Y qué ha sido de Perrin?

—Está perfectamente —le aseguró Moraine—, aunque un poco tiznado.

—¿Bran Crawe y Lem Thane?

—No corrieron ningún peligro —dijo Lan—. En cualquier caso, no más que cualquier otra persona.

—Pero ellos también vieron al jinete, al Fado, y tienen los mismos años que yo.

—La morada de maese Crawe permaneció intacta —explicó Moraine—y el molinero y su familia siguieron durmiendo hasta media noche, hasta que el ruido los despertó. Bran tiene tres meses más que tú y Len ocho menos. —Sonrió secamente, para su sorpresa—. Te he dicho que había formulado preguntas y he especificado jóvenes de una determinada edad. Tú y tus amigos os lleváis sólo semanas. El Myrddraal iba en busca de vosotros, no de los otros.

Rand se agitó embarazado, deseando que no lo mirase de aquel modo, como si sus ojos pudieran penetrar su cerebro y leer todos sus pensamientos. —¿Para qué iban a querer algo de nosotros? No somos más que campesinos, pastores.

—Esa es una pregunta que no tiene respuesta en Dos Ríos —contestó tranquilamente Moraine—, pero que es imprescindible resolver. La visita de los trollocs a un lugar donde no se había visto ninguno durante casi dos siglos da idea de la importancia que puede entrañar.

—Muchas historias relatan correrías de trollocs —insistió con obstinación Rand—. Lo único que sucede es que nunca habíamos sufrido su ataque aquí. Los Guardianes luchan continuamente con ellos.

Lan soltó un bufido.

—Muchacho, yo sé que toparé con trollocs junto a la Gran Llaga, pero no aquí, a tres mil kilómetros en dirección sur. La violencia de la expedición de anoche sólo era previsible en Shienar, o en las tierras fronterizas.

—Uno de vosotros —apuntó Moraine—, o los tres, posee algo en su interior que despierta temor en el Oscuro.

—Eso…, eso es imposible. —Rand se acercó tambaleante a la ventana y contempló a la gente que trabajaba entre las ruinas—. No me importa lo que haya ocurrido: eso es del todo imposible. —Su mirada percibió algo extraño en el Prado y, al fijar la vista, advirtió que era la Viga de Primavera. Esperaban un Bel Tine sin igual, con un buhonero, un juglar y forasteros.

Tembloroso, agitó con violencia la cabeza.

—No, no. Yo soy un pastor. El Oscuro no puede estar interesado en mi persona.

—Representó un gran esfuerzo —dijo sombrío Lan— desplazar a tantos trollocs hasta un lugar tan alejado sin levantar sospechas ni protestas desde las tierras fronterizas hasta más allá de Caemlyn. Me gustaría saber cómo lo consiguieron. ¿De veras crees que se tomaron tantas molestias únicamente para prender fuego a unas cuantas casas?

—Volverán —añadió Moraine.

Rand había abierto la boca para responder a Lan, pero el augurio de Moraine lo retuvo. Se volvió hacia ella.

—¿Que van a volver? ¿No podéis detenerlos? Lo hicisteis anoche, tomados por sorpresa entonces. Ahora sabéis que están aquí.

—Tal vez —repuso Moraine—. Podría hacer que vinieran de Tar Valon algunas de mis hermanas; puede que les diera tiempo a llegar antes de que precisásemos su ayuda. El Myrddraal sabe que yo estoy aquí y probablemente no atacará, al menos no de forma abierta sin disponer de refuerzos, más Myrddraal y más trollocs. Con suficientes Aes Sedai y suficientes Guardianes es factible derrotar a los trollocs, pero no puedo predecir cuántas batallas habría que librar.

Una macabra visión ocupó su mente: la imagen de un Campo de Emond convertido en cenizas. Todas las granjas quemadas. Y la Colina del Vigía, Deven Ride y el Embarcadero de Taren. Todo reducido a cenizas y sangre.

—No —dijo, al tiempo que sentía un terrible desgarramiento interior. Ése es el motivo que me obliga a partir, ¿no es cierto? Los trollocs no regresarán si no estoy aquí. —Un último vestigio de obstinación le hizo añadir—: Suponiendo que realmente sea yo a quien buscan.

Moraine enarcó las cejas sorprendida al no verlo del todo convencido. —¿Quieres involucrar a tu pueblo en ello, pastor? ¿A toda la región de Dos Ríos? —dijo Lan.

—No —respondió Rand; sentía de nuevo el vacío, que venía a sustituir su renuncia—. Perrin y Mat también tienen que irse, ¿no? —Abandonar Dos Ríos, su casa y su padre. Al menos Tam se recuperaría y, como mínimo, tendría ocasión de oír de sus labios que lo murmurado en el Camino de la Cantera no era más que un desatino.

»Podríamos ir a Baerlon, supongo, o incluso a Caemlyn. He oído decir que hay más gente en esta ciudad que en toda la zona de Dos Ríos. Allí estaríamos a salvo.—Lanzó una carcajada que sonó hueca—. Solía soñar con ir a Caemlyn, pero nunca se me ocurrió que la iba a visitar de este modo.

—Yo no confiaría mucho en la seguridad que ofrece Caemlyn —objetó Lan después de un largo silencio—. Si los Myrddraal están de veras interesados en vosotros, hallarán la manera de entrar en la población. Las murallas son una barrera franqueable para un Semihombre. Y seríais unos insensatos si negarais la evidencia del tremendo interés que suscitáis en ellos.

Rand pensaba que su ánimo no podía caer más bajo, pero aquellas palabras lo sumieron en una desmoralización aún mayor.

—Existe un lugar donde estaréis a buen recaudo —dijo suavemente Moraine—. En Tar Valon os encontraríais entre Aes Sedai y Guardianes. Aun durante las Guerras de los Trollocs, las fuerzas del Oscuro temían atacar las Murallas Resplandecientes. El único intento realizado fue su más espectacular derrota hasta el

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