algo en lo que Rand deseara pensar, que Tam tuviera que estar en contacto con el Poder y él en la misma estancia donde éste fuera utilizado. No obstante, por lo que él alcanzaba a distingir, Moraine habría podido estar incluso dormida. Aún así, creyó advertir cómo la respiración de Tam se volvía menos trabajosa. Seguramente ella estaba haciendo algo. Se encontraba tan absorto que dio un respingo al oír la voz queda de Lan.
—Llevas una magnifica espada. ¿No tendrá también por azar una garza en la hoja?
Por un momento Rand miró embobado al Guardián, sin comprender de qué le hablaba. Había olvidado por completo la espada de Tam ante el hecho de tener que tratar con una Aes Sedai.
—Sí, sí la tiene. ¿Qué está haciendo?
—No había imaginado encontrar una espada con la marca de una garza en un lugar como éste —dijo Lan.
—Es de mi padre.
Miró de reojo la espada de Lan, cuya empuñadura asomaba bajo el borde de su capa; las dos armas presentaban un aspecto similar, con la excepción de que en la del Guardián no había ninguna garza. Volvió a centrar los ojos en el lecho. Tam parecía respirar con mayor facilidad, estaba seguro de ello.
—La compró hace mucho tiempo.
—Es muy extraño que un pastor comprara una cosa así.
Rand miró de soslayo a Lan. Era halagador que un forastero apreciara aquella espada, y que lo hiciera un Guardián… Con todo, se sintió en la obligación de añadir algo más.
—Nunca la había utilizado, que yo sepa. Dijo que no servía para nada, al menos hasta ayer noche, en todo caso. Yo ni siquiera sabía que la tenía hasta entonces.
—Dijo que era un objeto inútil, ¿eh? Acaso no siempre pensó así. —Lan tocó brevemente con un dedo la vaina situada a la altura del pecho de Rand—. Hay sitios en que la garza simboliza la maestría en la espada. Esta arma habrá recorrido insólitos caminos para caer en manos de un pastor de Dos Ríos.
Rand hizo caso omiso de aquella pregunta inexpresada. Moraine continuaba parada. ¿Estaría haciendo realmente algo la Aes Sedai? Se estremeció, friccionándose los brazos, inseguro respecto a su deseo de desentrañar la actuación de la mujer. Una Aes Sedai.
Entonces afloró a su boca una pregunta propia, que no quería formular, pero cuya respuesta necesitaba conocer.
—El alcalde… —Se aclaró la garganta y respiró profundamente—. El alcalde ha dicho que no hubiera quedado nada en el pueblo a no ser por vos y por ella. —Superó el apuro que le daba mirar de frente al Guardián—. Si os hubieran dicho que había un hombre en el bosque…, un hombre que atemorizaba a la gente sólo con la mirada…, ¿os habría puesto ello sobre aviso? Un hombre cuyo caballo no hace el menor ruido y cuya capa no se agita con el viento. ¿Habríais previsto lo que iba a ocurrir? ¿Habríais podido, vos y Moraine, impedir la destrucción si hubierais tenido conocimiento de su presencia?
—No sin la ayuda de media docena de mis hermanas —repuso Moraine, lo que provocó un sobresalto en Rand.
Todavía estaba arrodillada al lado de la cama, pero ya no tenía las manos encima de Tam y se había vuelto hacia ellos. Pese a su voz calmada, sus ojos taladraron a Rand.
—Si hubiera sabido que encontraría trollocs y a un Myrddraal aquí, habría traído conmigo media docena, una docena, aunque hubiera tenido que arrastrarlas. Estando yo sola, un mes de anticipación apenas habría modificado algo, tal vez nada. Una persona tiene serias limitaciones, aunque invoque el Poder único, y quizás había un centenar largo de trollocs diseminados por la comarca anoche, un escuadrón completo.
—De todas maneras hubiera venido bien saberlo —dijo Lan, con dureza dirigida exclusivamente a Rand—. ¿Cuándo y dónde lo viste exactamente?
—Eso no sirve de nada ahora —atajó Moraine—. No consentiré que des a entender al muchacho que ha tenido una conducta censurable cuando ello no es así. Yo misma soy en parte culpable. La manera como se comportó aquel maldito cuervo de ayer debiera haberme hecho sospechar algo. Y a ti también, mi viejo amigo. —Frunció la boca con enfado—. Mi confianza ha sido rayana en la arrogancia al abrigar la certeza de que las garras del Oscuro no podrían haber llegado a un sitio tan remoto, no con esta potencia. Estaba tan segura…
—¿El cuervo? —preguntó perplejo Rand—. No comprendo.
—Devoradores de carroña. —Los labios de Lan dibujaron un rictus de repugnancia—. Los secuaces del Oscuro suelen utilizar como espías a las criaturas que se alimentan con despojos. Cuervos y grajos principalmente, y a veces ratas en las ciudades.
Un brusco estremecimiento recorrió el cuerpo de Rand. ¿Cuervos y grajos que actuaban como espías del Oscuro? ¡Si había cuervos y grajos por todas partes…! Las garras del Oscuro, había dicho Moraine. El Oscuro siempre se encontraba presente, pero si uno intentaba seguir la senda de la Luz, llevaba una vida correcta y no mencionaba su nombre, no podía sufrir ningún daño. Aquélla era una creencia común a todas las personas, algo que se aprendía en la más tierna niñez. Sin embargo, lo que se desprendía de las palabras de Moraine…
Su mirada cayó sobre Tam, apartando de su cabeza cualquier pensamiento ajeno a él. El semblante de su padre estaba perceptiblemente menos congestionado y su respiración parecía más reposada. Rand se habría puesto en pie de un salto si Lan no lo hubiera cogido del brazo.
—Lo habéis conseguido.
—Todavía no —contestó Moraine, sacudiendo la cabeza al tiempo que exhalaba un suspiro—. Espero que pueda llegar a buen fin. Las armas de los trollocs se fabrican en las forjas de un valle llamado Thakan’dar, en las mismas laderas del propio Shayol Ghul. Algunas de ellas están impregnadas de una capa infecciosa, un halo maligno en el metal. Dichas hojas infectadas producen heridas que no sanan normalmente, o provocan fiebres mortíferas, extrañas enfermedades contra las que no sirven los medicamentos. Yo he aliviado el dolor a tu padre, pero la marca, la contaminación aún no lo ha abandonado. Si la dejáramos proseguir su curso, volvería a ganar terreno para acabar por consumirlo.
—Pero vos no lo dejaréis así.
Sus palabras eran mitad imploración y mitad mandato. Se sintió estupefacto al darse cuenta de que había hablado de aquel modo a una Aes Sedai, pero ella no pareció advertir el tono de su voz.
—No lo haré —replicó simplemente—. Estoy muy cansada, Rand, y no he podido disponer de un instante de reposo desde anoche. Normalmente, ello carecería de importancia, pero con una herida de este tipo… —Extrajo del bolsillo un pequeño fardo de seda blanca—. Esto es un angreal. Veo que ya sabes qué es un angreal —agregó al percibir la expresión de Rand—. Bien.
Rand se inclinó hacia atrás de forma inconsciente, apartándose de ella y de aquel objeto. Pocas historias hacían mención de los angreal, aquellas reliquias de la Era de Leyenda que las Aes Sedai utilizaban para ejecutar sus mayores prodigios. Observó con estupor cómo desenvolvía una grácil figurilla de marfil que el tiempo había ido oscureciendo. Tenía una longitud no superior a la de su mano. Representaba una mujer ataviada con vaporosos vestidos, con una larga cabellera que le cubría la espalda.
—Hemos perdido la capacidad de producir tales sustancias —comentó—, al igual que otras tantas cosas que tal vez no logremos recuperar. Quedan tan pocas que la Sede Amyrlin estuvo a punto de prohibirme que me llevara ésta. No obstante, aun con ella, apenas puedo hacer más de lo que habría hecho sin ella ayer, y la infección es considerable. Ha tenido tiempo de extender su ponzoña.
—Vos podéis ayudarlo —afirmó con fervor Rand—. Sé que podéis.
Moraine esbozó una sonrisa, una mera curvatura en los labios.
—Veremos.
Después volvió a fijar su atención en Tam, dejando reposar una mano en su frente mientras retenía en el cuenco de la otra la figura de marfil. Con los ojos cerrados, su rostro adoptó un aire concentrado. Se hubiera dicho que apenas respiraba.
—Ese jinete del que hablabas –Lan retomó tranquilamente el hilo de la conversación—, aquel que te inspiró temor… era sin duda un Myrddraal.
—¡Un Myrddraal! —exclamó Rand—. Pero si los Fados tienen una estatura de más de cinco metros… —Sus palabras se interrumpieron ante la triste sonrisa del Guardián.
—En ocasiones, pastor, las historias magnifican las cosas, alejándolas de la realidad. Pero, puedes creerme, la realidad es lo suficientemente dura en lo que respecta a un Semihombre. Semihombre, Acechante, Fado, Hombre de las Sombras; el nombre depende de la región, pero todos hacen referencia a un Myrddraal.
»Los Fados son un derivado de los trollocs, casi un retroceso en la semejanza a la especie humana utilizada por los Señores del Espanto al crear a los trollocs. Casi, puesto que, si bien la apariencia humana ha adquirido mayor peso, lo mismo puede decirse de la degradación que impregna a los trollocs. Los Semihombres ostentan cierto tipo de poderes, que emanan del Oscuro.
»Únicamente la más débil de las Aes Sedai no alcanzaría a superar a un Semihombre en un enfrentamiento cara a cara, pero muchos y aguerridos hombres han sucumbido a ellos. Desde las guerras que pusieron fin a la Era de Leyenda, desde que los Renegados fueron recluidos, ellos han sido el cerebro que indica a los batallones de trollocs dónde deben atacar. En tiempos de las Guerras de los Trollocs, los Semihombres conducían a los trollocs a la batalla, bajo el mando de los Señores del Espanto.
—Me dio miedo —dijo quedamente Rand—. Sólo de mirarme y… Se estremeció.
—No es preciso avergonzarse, pastor. También me producen miedo a mí. He visto a hombres que han sido soldados durante toda su vida paralizarse como un pájaro a merced de una serpiente al encontrarse cara a cara con un Semihombre. En el norte, en las tierras fronterizas que lindan con la Gran Llaga, existe un dicho: «La mirada del Ser de Cuencas Vacías es la personificación del miedo».
—¿El Ser de Cuencas Vacías? —inquirió Rand. Lan asintió con la cabeza.
—El Myrddraal ve como un águila, tanto de día como de noche, pero no tiene ojos. Pocas cosas conozco que sean más peligrosas que un Myrddraal. En vano Moraine Seda¡ y yo intentamos varias veces acabar con el que estuvo aquí anoche, pero los Semihombres son partícipes de la propia buena suerte del Oscuro.
Rand tragó saliva.
—Un trolloc dijo que el Myrddraal quería hablar conmigo. No sabía qué significado darle.
Lan levantó bruscamente la cabeza, con una dureza en sus ojos azules similar a la de una piedra.
—¿Hablaste con un trolloc?
—No exactamente —balbució Rand, aprisionado por la mirada del Guardián—. Él me habló a mí. Dijo que no me haría ningún daño y que el Myrddraal quería hablar conmigo. Después intentó matarme. —Se mojó los labios, apretando con las manos el cuero de la empuñadura de la espada. Con frases breves y entrecortadas refirió su regreso a la granja—. …pero yo le di muerte —concluyó—. Fue en verdad algo accidental. Él saltó sobre mí y yo tenía la espada en la mano.
La expresión de Lan se suavizó levemente, si acaso puede decirse que las piedras pierden dureza.
—Aun así, es algo fuera de lo común, pastor. Hasta anoche pocos eran los hombres que viven al sur de las tierras fronterizas que pudieran decir que habían visto a un trolloc, y mucho menos que hubieran matado a uno.
—Y muchos menos aún que hubieran dado cuenta de un trolloc solos y sin ningún tipo de auxilio —añadió con fatiga Moraine—. He acabado, Rand. Lan, ayúdame a levantarme.
El Guardián se acercó diligentemente, pero Rand se le