modos, pero Nynaeve y Egwene la han apoyado y por poco me hacen entrar a empellones en el túnel.
—Ahora estás aquí —dijo Perrin— y no demasiado vapuleado, a juzgar por tu aspecto. —Sus ojos no relucían ahora, pero los iris estaban completamente amarillos—. Eso es lo que cuenta. Que estás aquí, y que hemos terminado con lo que vinimos a hacer, fuera lo que fuese. Moraine Sedai dice que hemos terminado y que podemos marcharnos. A casa, Rand. Que la Luz me consuma, si no tengo ganas de volver a casa.
—Me alegra verte vivo, pastor —lo saludó bruscamente Lan—. Ya he visto cómo agarrabas la espada. Tal vez ahora aprendas a utilizarla. —Rand sintió un súbito arrebato de afecto por el Guardián; él lo sabía, pero, al menos exteriormente, se comportaba igual. Era posible que tal vez, en su interior, Lan no había modificado la opinión que él le merecía.
—Debo admitir —confesó Loial, depositando el arcón en el suelo—que viajar con ta’veren ha resultado ser aún más interesante de lo que esperaba. —Sus orejas se agitaron—. Si se vuelve un poco más interesante, regresaré de inmediato al stedding Shangtai, confesaré todas mis peripecias al abuelo Halan y no volveré a apartarme de mis libros nunca más. —De pronto el Ogier sonrió, dividiendo en dos el rostro con su enorme boca—. Es un placer volver a verte, Rand al’Thor. El Guardián es el único de los tres a quien le importan algo los libros y no quiere hablar de ese tema. ¿Qué te ha pasado? Todos hemos echado a correr y hemos estado escondidos en el bosque hasta que Moraine Sedai ha enviado a Lan a buscarnos, pero no nos ha permitido intentar dar contigo. ¿Por qué te has ausentado tanto rato, Rand?
—He corrido sin cesar —respondió lentamente—hasta que he caído por la ladera de una colina y me he golpeado la cabeza en una roca. Creo que me he topado con todas las piedras que había en la pendiente. —Aquello explicaría los morados y magulladuras. Observó a la Aes Sedai, Nynaeve y Egwene, pero éstas mantenían la expresión imperturbable—. Cuando he recobrado la conciencia, no sabía dónde estaba; luego he llegado a trompicones hasta aquí. Me parece que Aginor ha muerto, quemado. He encontrado cenizas y trozos de su capa.
Las mentiras sonaban huecas en su cerebro. No comprendía cómo no se echaban a reír con desdén y le exigían la verdad. Sin embargo, sus amigos asintieron con la cabeza, aceptando su explicación, mientras se reunían en torno a la Aes Sedai para mostrarle sus hallazgos.
—Ayudadme a incorporarme —pidió Moraine. Nynaeve y Egwene la levantaron; una vez sentada todavía hubieron de sostenerla.
—¿Cómo es posible que estos objetos estuvieran en el Ojo —preguntó Mat—y no se destruyeran como aquella roca?
—No los pusieron allí para que fueran destruidos —repuso lacónicamente la Aes Sedai, disuadiéndolos con su expresión ceñuda de hacer más preguntas.
Entonces tomó los fragmentos de brillante cerámica blanca y negra que le tendía Mat. A Rand no le parecieron más que desperdicios, pero Moraine los juntó con habilidad en el suelo y formó un perfecto círculo del tamaño de la cabeza de un hombre. El antiguo símbolo de los Aes Sedai, la Llama de Tar Valon unida con el Colmillo del Dragón, con el color negro al lado del blanco. Por un momento Moraine se limitó a observarlo con rostro inescrutable y después sacó el cuchillo prendido a su cinto y lo entregó a Lan, señalando el círculo con la cabeza.
El Guardián separó el pedazo mayor y luego levantó el cuchillo y lo descargó con todas sus fuerzas. El fragmento saltó despidiendo chispas a causa de la potencia del golpe y la hoja se partió con un chasquido. Examinó el pedazo que aún estaba unido a la empuñadura y luego lo arrojó.
—El mejor acero de Tear —comentó secamente.
Mat recogió el fragmento, soltó un gruñido y después lo enseñó a los demás. No tenía ni la más leve marca.
—Cuendillar —dijo Moraine—. Piedra del corazón. Nadie ha sido capaz de fabricarla desde la Era de Leyenda e incluso entonces únicamente se elaboraba para grandes propósitos. Una vez forjada, nada puede romperla. Ni el propio Poder único esgrimido por los más avezados Aes Sedai que hayan existido ayudados por los más poderosos sa’angreal que jamás se hayan creado. Todo poder dirigido contra la piedra del corazón no hace más fortalecerla.
—¿Entonces cómo…? —Mat señaló con el pedazo que asía los trozos depositados en el suelo.
—Éste era uno de los siete sellos que cerraban la prisión del Oscuro —explicó Moraine.
Mat dejó caer la pieza como si le quemara la mano. Por un instante, los ojos de Perrin adoptaron de nuevo su fulgor. La Aes Sedai comenzó a recoger tranquilamente los fragmentos.
—Ya no importa —concluyó Rand. Sus amigos lo miraron de una manera extraña, haciéndole desear haber sabido mantener la boca cerrada.
—Desde luego —confirmó Moraine que, sin embargo, introdujo con cuidado los pedazos en su bolsillo—. Traedme el arca. —Loial la acercó.
El achatado cubo de oro y plata parecía sólido, pero los dedos de la Aes Sedai recorrieron sus intrincados repujados, presionando, y de pronto se levantó una cubierta como accionada por un resorte. Un curvado cuerno de oro reposaba en su interior. A pesar de su brillo, parecía ordinario en comparación con el arcón que lo contenía. Sólo tenía una inscripción en plata, engastada a su alrededor. Moraine alzó el cuerno con tanto amor como si se tratara de un niño.
—Esto debe llevarse a Illian —aseveró en voz baja.
—¡Illian! —gruñó Perrin—. Eso está casi al lado del Mar de las Tormentas, casi tan lejos de nuestro pueblo por el sur como lo estamos ahora por el norte.
—¿Es…? —Loial se detuvo para recobrar aliento—. ¿Puede ser…?
—¿Sabes leer la Antigua Lengua? —le preguntó Moraine; al asentir él, ella le entregó el cuerno.
El Ogier lo tomó tan delicadamente como lo había hecho ella, acariciando la inscripción con uno de sus grandes dedos. Sus ojos fueron abriéndose más y más y sus orejas se pusieron enhiestas.
—Tia mi aven Moridin isainde vadin —susurró—. La tumba no constituye una frontera a mi llamada.
—El Cuerno de Valere. —Por una vez el Guardián dio muestras de turbación; había un asomo de reverencia en su voz.
—Para llamar a los héroes de las eras pasadas a que regresen del reino de la muerte para combatir al Oscuro —dijo Nynaeve con voz temblorosa.
—¡Diantre! —musitó Mat.
Loial volvió a depositar reverentemente el cuerno en su nido dorado.
—Estoy comenzando a preguntarme algo —declaró Moraine—. El Ojo del Mundo se creó para contrarrestar la peor amenaza a que debía enfrentarse el mundo, pero ¿lo hicieron con la finalidad de darle el uso que… nosotros… le hemos dado, o para custodiar estos objetos? Rápido, enseñadme el último.
Después de haber visto los dos anteriores, Rand comprendía muy bien la aprensión de Perrin. Ante su vacilación, Lan y el Ogier recogieron de sus brazos la tela blanca y la desdoblaron entre ambos. Un largo pendón blanco se extendió y se pandeó hacia el cielo. Rand lo observó, petrificado. Parecía formar una sola pieza que no estaba tejida, teñida ni pintada. Una figura similar a una serpiente, con escamas escarlata y doradas, ocupaba toda su longitud, pero tenía piernas escamosas y unos pies coronados por cinco largas garras doradas, y una enorme cabeza con una crin dorada y unos ojos semejantes al sol. El viento que lo zarandeaba parecía conferir movimiento a la criatura, cuyas escamas resplandecían como gemas y preciados metales, y cuyo aspecto vital le hacía casi imaginar que escuchaba sus desafiantes rugidos.
—¿Qué es? —inquirió.
—El estandarte del Señor de la Mañana cuando condujo las fuerzas de la Luz para enfrentarse con la Sombra —repuso Moraine—. El estandarte de Lews Therin Telamon. La bandera del Dragón. —Loial casi soltó una de sus esquinas.
—¡Diantre! —exclamó en voz baja Mat.
—Nos llevaremos estas cosas al marcharnos —decidió Moraine—. No las pusieron aquí por azar y debo averiguar más detalles al respecto. —Sus dedos rozaron la bolsa que contenía los pedazos del sello quebrado—. Es demasiado tarde para emprender camino ahora. Descansaremos y comeremos, pero partiremos temprano. La Llaga se encuentra por doquier aquí, a diferencia de las cercanías de la frontera, irradiando su fuerza. Sin el Hombre Verde, este lugar no podrá resistir por mucho tiempo. Depositadme en el suelo —indicó a Nynaeve y Egwene—. Debo reposar.
Rand cobró conciencia de lo que había estado viendo durante aquel rato, sin percibirlo. Hojas muertas, resecas que caían del gran roble. Hojas muertas que susurraban con la brisa que agitaba la espesa capa acumulada sobre la tierra, en la que se entremezclaban pétalos caídos de miles de flores. El Hombre Verde había contenido la Llaga, pero ésta ya estaba marchitando su obra.
—Se ha acabado, ¿verdad? —preguntó a Moraine—. Ha concluido.
La Aes Sedai giró su cabeza, apoyada en su almohada de capas. Sus ojos parecían tan profundos como el Ojo del Mundo.
—Hemos realizado lo que vinimos a hacer aquí. De ahora en adelante puedes vivir tu vida según la teja el Entramado. Come y luego duerme, Rand al’Thor. Duerme y sueña con tu hogar.
CAPÍTULO 53: La Rueda gira
El alba reveló la devastación progresiva del jardín del Hombre Verde. El suelo estaba cubierto de una espesa capa de hojas, que en algunos puntos casi llegaba a la altura de las rodillas. Todas las flores habían desaparecido, a excepción de algunas que todavía resistían desesperadamente en el lindero del claro. Pocas plantas pueden crecer bajo la copa de un roble, pero un reducido círculo de flores y hierba rodeaba el grueso tronco ubicado sobre la tumba del Hombre Verde. El roble conservaba únicamente la mitad de su follaje y ello era una victoria en comparación con lo poco que quedaba en los demás árboles. Era como si los restos del Hombre Verde todavía porfiaran por aferrarse allí. La fresca brisa se había esfumado, sustituida por un creciente calor pegajoso; las mariposas se habían marchado y los pájaros ya no dejaban oír su canto. Llevaron a cabo en silencio los preparativos para la marcha.
Rand subió a lomos del caballo bayo con una sensación de pérdida. «No debería ocurrir esto. ¡Rayos y truenos, nosotros hemos sido los vencedores!»
—Espero que haya encontrado un lugar como éste —dijo Egwene mientras montaba a Bela.
Entre la yegua de enmarañada pelambre y Aldieb pendía una litera, hecha por Lan para transportar a Moraine; Nynaeve cabalgaría a su lado con las riendas de la yegua blanca. La Zahorí bajaba los ojos siempre que el Guardián le dirigía ojeada, rehuyendo su mirada; el Guardián la miraba en toda ocasión en que ella mantenía los ojos apartados, pero no le dirigía la palabra. Nadie tuvo necesidad de preguntar a quién se refería Egwene.
—No es justo —protestó Loial, mientras contemplaba el roble. El Ogier era el único que no había montado—. No es justo que el Hermano Árbol tuviera que ser invadido por la Llaga. Entregó las riendas de su descomunal caballo a Rand—. No es justo.
Lan abrió la boca cuando el Ogier se puso a caminar en dirección al gran roble. Moraine, tendida en la litera, alzó débilmente una mano, y el Guardián no dijo nada.
Loial se arrodilló ante el roble, cerró los ojos y extendió las manos. Los pelos de sus orejas permanecieron erguidos cuando elevó el rostro hacia el cielo. Entonces comenzó a cantar.
Rand no habría sabido, decir si eran palabras o pura canción. Era como si la tierra cantara con aquella estentórea voz y, no obstante, estaba seguro de oír de