Dadaranell. ¿Tar Valon, por ejemplo? O el stedding Shangtai. Sólo quedan tres puentes hasta el stedding Shangtai desde la última isla. Supongo que los mayores querrán hablar conmigo a estas alturas.
—Fal Dara, Loial —afirmó Moraine con convicción—. El Ojo del Mundo está más allá de Fal Dara y hemos de ir al Ojo.
—Fal Dara —acordó, reacio, el Ogier.
De regreso a la isla Loial estudió con detenimiento la losa, inclinando las cejas mientras murmuraba para sus adentros. A poco, hablaba para sí, pues adoptó el idioma de los Ogier. Aquella lengua llena de modulaciones sonaba como un gutural piar de pájaros. Rand consideró curioso que unos seres tan grandes utilizaran un lenguaje tan musical.
Al fin el Ogier asintió. Mientras los conducía al puente elegido, se volvió para lanzar una melancólica ojeada al poste indicativo de otro.
—Tres desvíos hasta stedding Shangtai —suspiró.
No obstante, pasó ante ellos sin detenerse y giró en el tercer puente. Miró con pesadumbre hacia atrás, a pesar de que la senda que conducía a su hogar se hallaba ya sumida en tinieblas.
—Cuando esto haya acabado, Loial _—propuso Rand, que había situado su caballo a la altura del Ogier—, me enseñarás tu stedding y yo te mostraré el Campo de Emond. Sin tomar los Atajos, ¿eh? Iremos a caballo o a pie, aunque tengamos que viajar todo un verano.
—¿Crees que esto va a tocar a su fin algún día, Rand?
—Dijiste que tardaríamos dos días en llegar a Fal Dara —arguyó Rand, con expresión preocupada.
—No me refiero a los Atajos, sino al resto. —Loial echó una ojeada a la Aes Sedai por encima del hombro; ella hablaba con Lan—. ¿Qué te hace pensar que terminará alguna vez?
Los arcos y pasarelas ascendían y descendían. En ocasiones, de las guías partían unas líneas blancas iguales que la que habían seguido desde la puerta de Caemlyn que se desvanecían en la oscuridad. Rand advirtió que no era el único que observaba aquellos trazos con curiosidad y ciertas dosis de añoranza. Nynaeve, Perrin, Mat e incluso Egwene las dejaban atrás a su pesar. En el otro extremo de cada una de ellas había una salida hacia el mundo, en donde brillaba el sol y soplaba el viento. Incluso habrían dado la bienvenida a sus ráfagas. Pero, bajo la infalible vigilancia de Moraine, las dejaban atrás. Rand, empero, era el único que osaba mirar atrás después de que las tinieblas hubieran devorado a un tiempo la isla, la guía y la línea.
Rand bostezaba ya cuando Moraine anunció que se detendrían para pasar la noche en una de las islas. Mat miró la negrura circundante y exhaló una risita, pero desmontó con igual celeridad que los demás. Lan y los muchachos desensillaron y trabaron los caballos mientras Nynaeve y Egwene encendían un pequeño fogón de aceite para preparar té. El fogoncillo, semejante a la base de una linterna, era lo que, según Lan, utilizaban los Guardianes en la Llaga, donde entrañaba peligro encender leña. El Guardián sacó unos trípodes de uno de los cestos, sobre los que dispusieron los candiles formando un círculo en torno al campamento.
Loial examinó la guía un momento; luego se sentó con las piernas cruzadas y frotó con una mano la polvorienta y picada piedra.
—Antaño crecían plantas en las islas —rememoró con tristeza—. Todos los libros lo mencionan. Había un verde tapiz sobre el que dormir, tan blando como un colchón de plumas, y árboles frutales para combinar la comida que uno llevaba con una manzana, una pera o una naranja, dulce, crujiente y jugosa, cualquiera que fuese la estación reinante en el exterior.
—No hay caza —gruñó Perrin, que se mostró casi instantáneamente sorprendido de lo dicho.
Egwene llevó una taza de té a Loial, quien la sostuvo sin beber, y en cambio siguió contemplando el aire, como si pudiera encontrar los frutales en sus profundidades.
—¿No vais a disponer salvaguardas? —preguntó Nynaeve a Moraine—. Sin duda debe de haber peligros peores que las ratas aquí. Aunque no lo haya visto, lo presiento.
La Aes Sedai froto las yemas de los dedos contra las palmas de las manos con un mohín de repugnancia.
—Percibís la infección, la corrupción del Poder que creó los Atajos. No haré uso del Poder único en los Atajos a menos que no disponga de alternativa. La contaminación es tanta que lo que intentara llevar a cabo de seguro se vería corrupto.
Aquello los sumió en el silencio. Lan se concentró en masticar metódicamente, como si alimentara un fuego, en el que no eran tan importantes los manjares como la aportación de vigor a su cuerpo. Moraine también comía con dedicación y con tanta delicadeza como si no estuvieran sentados sobre la roca desnuda casi literalmente suspendidos en la nada. Rand, en cambio, se limitó a picotear la comida. La escuálida llama del fogón sólo emanaba el calor suficiente para llevar el agua al punto de ebullición, pero se agazapó junto a él como si pudiera absorber su calidez. Mat y Perrin le rozaban los hombros. Formaron un estrecho círculo en torno a la llama. Mat asía el pan y el queso olvidados en la mano y Perrin dejó a un lado su plato de hojalata después de tomar unos cuantos bocados. Su humor fue más y más taciturno a medida que transcurrió el tiempo y todos se mantenían cabizbajos, evitando mirar la oscuridad que los rodeaba.
Moraine los escrutó mientras comía. Por último depositó su plato en el suelo y se limpió los labios con una servilleta.
—Estoy en condiciones de daros una noticia agradable: no creo que Thom Merrilin esté muerto.
Rand levantó bruscamente la mirada.
—Pero… el Fado…
—Mat me contó lo ocurrido en Puente Blanco —explicó la Aes Sedai—. Sus habitantes mencionaron a un juglar, pero no dijeron nada de que hubiera fallecido. En mi opinión lo habrían hecho si hubieran asesinado a un juglar. Puente Blanco no es tan grande como para que consideren un don nadie a una persona de su oficio. Y Thom también forma parte del Entramado que se teje en tomo a vosotros tres. Una parte demasiado importante, pienso, para ser desgajada.
«¿Demasiado importante?», se admiró Rand. «¿Cómo podía saber Moraine…?»
—¿Min? ¿Descubrió algo relacionado con Thom?
—Descubrió muchas cosas —repuso con sequedad Moraine—. Acerca de todos vosotros. Me conformaría con comprender la mitad de lo que pronosticó, pero ni a ella misma le es dado hacerlo. Las viejas barreras se vienen abajo. Pero, sea antiguo o nuevo el saber utilizado por Min, ella percibe la verdad. Vuestros destinos van unidos. Y de él participa Thom Merrilin.
Nynaeve soltó un desdeñoso bufido y se sirvió otra taza de té.
—No entiendo cómo vio algo relacionado con nosotros —señaló Mat, sonriente—. Según recuerdo, se pasó casi todo el tiempo mirando a Rand.
—¡Oh! —Egwene enarcó una ceja—. No me habíais dicho nada respecto a eso, Moraine Sedai.
Rand lanzó una ojeada a la muchacha. Ella no lo miraba, pero su tono había sonado excesivamente neutral.
—Hablé con ella una vez —dijo—. Se viste como un chico y lleva el pelo tan corto como yo.
—Hablaste con ella. Una vez. —Egwene asintió lentamente y se llevó la taza a los labios, sin mirarlo.
—Min sólo era alguien que trabajaba en la posada de Baerlon —intervino Perrin—. No como Aram.
A Egwene se le atragantó el té.
—Está demasiado caliente —murmuró.
—¿Quién es Aram? —inquirió Rand. Perrin sonrió, de manera muy parecida a como lo hacía Mat en los viejos tiempos, cuando se disponía a realizar alguna travesura, y ocultó el rostro detrás de la taza.
—Un miembro del Pueblo Errante —respondió simplemente Perrin—. Baila. Como un pájaro. ¿No fue eso lo que dijiste, Egwene? ¿Que era como volar con un pájaro?
—No sé si los demás estáis cansados, pero yo me voy a dormir —anunció Egwene, dejando deliberadamente la taza en el suelo.
Mientras se enrollaba en las mantas, Perrin dio un codazo a Rand y le guiñó un ojo. Rand le sonrió a su vez. «Que me aspen si por esta vez no he salido ganando. Ojalá conociera a las mujeres tan bien como Perrin.»
—Tal vez, Rand —apuntó con astucia Mat—, debieras hablarle a Egwene de Elsa, la hija del granjero Grinwell. —Egwene irguió la cabeza para mirar primero a Mat y luego a Rand.
Éste se apresuró a ponerse en pie y recoger sus propias mantas.
—No me parece mala idea acostarse.
Todos los jóvenes del Campo de Emond se acostaron, entonces, y también Loial. Moraine permaneció sentada, sorbiendo el té. Y Lan. El Guardián no parecía tener intención de dormir, ni demostraba tampoco ningún síntoma de fatiga.
Aun echados, nadie quería apartarse de los demás. Formaron un estrecho cerco de bultos envueltos en mantas en torno al fogón, sin mediar distancia entre ellos.
—Rand —musitó Mat—. ¿Hubo algo entre tú y Min? Yo apenas la miré. Era muy guapa, pero debe de tener casi la edad de Nynaeve.
—¿Y qué pasó con Elsa? —agregó Perrin desde el otro lado—. ¿Es guapa?
—Rayos y truenos —murmuró—, ¿es que no podré ni hablar con una chica? Los dos sois tan malpensados como Egwene.
—Como diría la Zahorí —lo reprendió burlonamente Mat—, has de vigilar lo que dices. Bueno, si no quieres hablar de ello, voy a dormir un poco.
—Bien —gruñó Rand—. Es la primera cosa decente que has dicho.
No obstante, el sueño tardó en venir. En cualquier postura que adoptara, Rand notaba la dureza de la piedra y los minúsculos agujeros que la horadaban. No había forma de imaginar que se encontraba en otro sitio que no fueran los Atajos, creados por hombres que habían desmembrado el mundo, contaminados con la influencia del Oscuro. No cesaba de rememorar la imagen del puente quebrado y el vacío que se abría debajo de él.
Al volverse de costado vio que Mat lo miraba; en realidad sus ojos enfocaban a un punto más lejano, atravesándolo. Las chanzas habían caído en el olvido con el retorno de la conciencia de la oscuridad que los cercaba. Se giró hacia el otro lado, y Perrin también tenía los ojos abiertos. Su semblante reflejaba menos temor que el de Mat, pero tenía las manos sobre el pecho y entrecruzaba los pulgares con actitud preocupada.
Moraine recorrió el círculo que formaban, se arrodilló junto a cada una de sus cabezas y se inclinó para hablarles en voz baja. Rand no alcanzó a oír lo que le dijo a Perrin, pero éste dejó de mover los dedos. Cuando se encorvó al lado de Rand, con el rostro casi pegado al suyo, dijo, con voz tranquilizadora:
—Incluso aquí, tu destino te protege. Ni siquiera el Oscuro es capaz de modificar por completo el Entramado. Te encuentras a salvo de él, mientras yo esté cerca. Tus sueños están a buen recaudo. Por un tiempo, todavía, están a buen recaudo.
Cuando se aproximaba a Mat, se extrañó de que ella lo considerara tan simple, que él creyera estar a salvo sólo porque ella lo decía. Con todo, de algún modo se sentía a resguardo…, un poco más que antes, al menos. Cavilando sobre ello, concilió un sueño en que no lo visitaron las pesadillas.
Cuando Lan los despertó, Rand se preguntó si éste había dormido; no parecía estar cansado, ni siquiera como quienes habían yacido durante horas sobre la dura roca. Moraine les concedió un rato para preparar té, pero sólo una taza por persona. Tomaron el desayuno a caballo, siguiendo la guía de Loial y el Guardián. Era la misma comida que las anteriores: pan, queso y carne. Rand pensó que no tardarían mucho en aborrecer tales alimentos.
Aún no había dado cuenta de las últimas migajas cuando Lan declaró con