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  2. El ojo del mundo
  3. Capítulo 130
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es Tam al’Thor, pastor y labrador, al igual que yo.

Elaida asintió parsimoniosamente, sin despegar la mirada de su semblante. Él le devolvió una mirada igual de penetrante que se contradecía con el ardor que le subía del estómago. Tuvo conciencia de que la mujer había notado la firmeza de su mirada. Con los ojos todavía clavados en los suyos, volvió a mover lentamente la mano hacia él. Decidió no resistirse aquella vez.

Fue su espada lo que tocó, cerrando las manos en tomo a la empuñadura. Sus dedos se crisparon y sus ojos se abrieron a causa de la sorpresa.

—Un pastor de Dos Ríos —susurró quedamente, pero con intención de que su voz llegara a todos los presentes— con una espada con la marca de la garza.

Aquellas últimas palabras tuvieron el mismo efecto en la sala que si hubiera anunciado al propio Oscuro. El metal y el cuero crujieron detrás de Rand, acompañados del repiqueteo de las botas sobre el mármol. Por el rabillo del ojo vio cómo Tallanvor y otro de los guardias se echaban atrás para ganar espacio, con las manos en las espadas, preparados para desenvainarlas y, a juzgar por su expresión, dispuestos también a morir. En dos veloces zancadas, Gareth Bryne se plantó en el centro de la tarima, interponiéndose entre él y la reina. Incluso Gawyn se colocó delante de Elayne, con expresión preocupada y la mano apoyada en su daga. La propia Elayne lo miró como si lo viera por vez primera. Morgase no mudó de semblante, pero sus dedos se crisparon sobre los dorados brazos del trono.

Únicamente Elaida permaneció impávida, sin dar señales de que hubiera dicho nada fuera de lo común. Apartó la mano de la espada, incrementando la tensión entre los soldados y sus ojos continuaron escrutando los de Rand, imperturbables y calculadores.

—Sin duda —reflexionó la reina—, es demasiado joven para haber ganado la espada con la marca de la garza. No supera en edad a Gawyn.

—El arma concuerda con su persona —sentenció Gareth Bryne.

—¿Cómo es ello posible? —inquirió, mirándolo con sorpresa, la reina.

—No lo sé, Morgase —repuso lentamente Bryne—. Es demasiado joven y, sin embargo, forma una unidad con la espada. Fijaos en sus ojos, en su porte, en la manera como la espada se ajusta a él y él a la espada. Es demasiado joven, pero esa arma es suya.

—¿Cómo llegó a tus manos esta espada, Rand al’Thor de Dos Ríos? —preguntó Elaida cuando el capitán general hubo guardado silencio, con un tono que parecía poner en duda tanto su identidad como su procedencia.

—Me la dio mi padre —respondió Rand—. Era suya. Pensó que necesitaría una espada al partir de viaje.

—Otro pastor de Dos Ríos con una espada con la marca de la garza. —La sonrisa esbozada por Elaida le dejó la boca pastosa—. ¿Cuándo llegaste a Caemlyn?

Ya se había cansado de decirle la verdad a aquella mujer que le hacía sentir aún más temor que un Amigo Siniestro. Era hora de volver a ocultarse.

—Hoy —dijo—. Esta mañana.

—Justo a tiempo —murmuró la Aes Sedai—. ¿Dónde te hospedas? No me digas que no has alquilado una habitación en alguna parte. Pareces un poco desastrado, pero has tenido ocasión de asearte. ¿Dónde?

—En la Corona y el León. —Recordó haber pasado delante de aquella posada mientras buscaba la Bendición de la Reina. Estaba en una zona alejada del establecimiento de maese Gill—. Dispongo de una cama allí, en el ático. —Tenía la sensación de que Elaida adivinaba que mentía, pero ella se limitó a asentir.

—¿No es ésta una gran casualidad? —insinuó—. Hoy han traído al infiel a Caemlyn. Dentro de dos días partirá hacia el norte y con él irá la heredera de la corona para completar su formación. Y precisamente en esa coyuntura aparece en los jardines reales un joven de Dos Ríos que pretende ser un fiel súbdito de la reina…

—Soy de Dos Ríos. —Todos lo miraban, pero nadie le prestaba atención, a excepción de Tallanvor y los guardias, que ni siquiera pestañeaban.

—…con una historia calculada para atraer a Elayne y una espada con la marca de la garza. No lleva ningún brazalete ni escarapela para proclamar sus preferencias, sino una tela que encubre cuidadosamente la garza ante ojos inquisitivos. ¿Qué se deduce de ello?

La reina hizo señas al capitán general para que se hiciera a un lado y, cuando éste se apartó, examinó a Rand con semblante preocupado. Pero sus palabras fueron dirigidas a Elaida.

—¿De qué lo estáis acusando? ¿De ser un Amigo Siniestro? ¿Uno de los seguidores de Logain?

—El Oscuro está cobrando fuerza en Shayol Ghul —replicó la Aes Sedai—. La Sombra se cierne sobre el Entramado y el futuro pende de un delgado hilo. Este hombre es peligroso.

De improviso, Elayne se postró de rodillas ante el trono.

—Madre, os ruego que no le hagáis daño. Habría podido marcharse de inmediato si yo no lo hubiera contenido. Él quería irse. Fui yo quien lo obligó a quedarse. No puedo creer que sea un Amigo Siniestro.

Morgase realizó un ademán tranquilizador en dirección a su hija, pero no apartó los ojos de Rand.

—¿Es esto una predicción, Elaida? ¿Estáis leyendo el Entramado? Vos misma afirmáis que adquirís dicha facultad cuando menos lo esperáis y que la clarividencia os abandona tan velozmente como ha aparecido. Si esto es una predicción, Elaida, os ordeno que digáis claramente la verdad, sin envolverla, como es habitual en vos, en un halo de misterio del que nadie puede deducir si habéis dicho blanco o negro. Hablad. ¿Qué veis?

—Éste es mi augurio —respondió Elaida—y juro por la Luz que me es imposible imprimirle mayor claridad. De ahora en adelante Andor se sumirá en un camino de dolor y desgarramiento. La Sombra se teñirá más aún de negro y no puedo ver si la Luz renacerá después. Si el mundo ha derramado una lágrima, ahora estallará en sollozos. Éstas son mis predicciones.

La estancia se sumió en un tenso silencio, que sólo interrumpió la exhalación de Morgase, similar al jadeo de un moribundo.

Elaida continuó mirando a los ojos de Rand y tomó de nuevo la palabra, sin apenas mover los labios, con voz tan queda que él tenía dificultades en comprenderla, hallándose a dos palmos de distancia.

—Y también predigo esto: el dolor y la disgregación que se avecinan afectarán a la totalidad de la tierra y este hombre es una pieza central en todo el proceso. Obedezco a la reina —susurró—y por ello lo expreso claramente.

Rand sintió como si sus pies hubieran enraizado en el suelo de mármol. El frío y la dureza de la piedra remontaron sus piernas y transmitieron un escalofrío a su columna. Era imposible que alguien la hubiera oído aparte de él. Sin embargo, ella seguía observándolo y él sí la había escuchado.

—Soy un pastor —repitió, dirigiéndose a todos los presentes—. De Dos Ríos. Un pastor.

—La Rueda gira según sus designios —sentenció en voz alta Elaida, sin que él pudiera dilucidar si su tono contenía un matiz de burla o no.

—Lord Gareth —dijo Morgase—, necesito el consejo de mi capitán general.

—Elaida Sedai dice que es un hombre peligroso, mi reina —respondió el corpulento personaje, sacudiendo con energía la cabeza—, y, si le fuera dado añadir algo, opino que pediría su cabeza. Pero los demás podemos percibir con nuestros propios ojos todo cuanto ella predice. No hay ni un campesino en los alrededores que no afirme que las cosas van a empeorar, sin necesidad de escuchar ningún augurio. Por mi parte, creo que el muchacho se encuentra aquí por mero azar, aun cuando éste sea desafortunado para él. Para asegurarnos, mi reina, recomiendo que lo encierren en una celda hasta que lady Elayne y lord Gawyn hayan cubierto una buena parte de su viaje y que lo suelten entonces. A menos, Aes Sedai, que ampliéis vuestras predicciones respecto a él.

—He revelado cuanto he leído en el Entramado, capitán general —contestó Elaida. Después dedicó una fría sonrisa a Rand, que apenas rozó sus labios, retándolo a negar sus aseveraciones—. Unas semanas en prisión no le vendrán mal y ello me dará ocasión de proseguir con mis averiguaciones. —Sus ojos reflejaron un vivo anhelo, intensificando sus temores—. Tal vez una nueva predicción aclare los interrogantes.

Morgase reflexionó un rato, acodada en el trono y con el puño pegado a la barbilla. Rand habría rehuido su ceñuda mirada si hubiera sido capaz de realizar algún movimiento, pero los ojos de Elaida lo mantenían petrificado. Por último la reina tomó la palabra.

—Las sospechas están sofocando Caemlyn, tal vez todo Andor. El temor y la lúgubre suspicacia. Las mujeres denuncian a sus vecinas, acusándolas de ser Amigas Siniestras. Los hombres graban el Colmillo del Dragón en las puertas de personas que conocen desde hace mucho tiempo. Yo no pienso contribuir a ese clima.

—Morgase… —comenzó a decir Elaida.

—No pienso fomentar ese ambiente de recelo —la atajó la reina—. Cuando ascendí al trono juré administrar justicia a los poderosos y a los humildes y pienso mantenerla aun cuando sea la última persona de Andor que recuerde el significado de la palabra justicia. Rand al’Thor, ¿juras ante la Luz que tu padre, un pastor de Dos Ríos, te dio esta espada con la marca de la garza?

Rand trató de activar la salivación para lograr articular la respuesta.

—Lo juro. —Al recordar a quien hablaba, se apresuró a añadir—: Mi reina. —Lord Gareth enarcó una ceja, pero Morgase no pareció inmutarse.

—¿Y trepaste el muro del jardín para poder ver al falso Dragón?

—Sí, mi reina.

—¿Pretendes causar algún daño al trono de Andor, a mi hija o a mi hijo? —Su tono indicaba que la negación de los últimos dos supuestos lo llevaría a una más pronta absolución que el primero.

—No pretendo causar daño a nadie, mi reina. Y menos a vos o a vuestra familia.

—En ese caso te impartiré justicia, Rand al’Thor —prometió la soberana—. Primeramente, porque poseo la ventaja sobre Gareth y Elaida de haber escuchado el habla de Dos Ríos en mi juventud. No posees el físico propio de sus habitantes, pero, si un remoto recuerdo me sirve de algo, afirmaría que tu acento sí pertenece a esa región. En segundo lugar, nadie que tuviera tus cabellos y tus ojos pretendería proceder de Dos Ríos a menos que ello fuera cierto. Y la explicación de que tu padre te entregó una espada con la marca de la garza es demasiado absurda como para ser una mentira. En tercer lugar, el hecho de que una vocecilla interior me advierta de que a menudo la mejor mentira es demasiado ridícula para ser tomada como tal…, esa voz no constituye ninguna prueba. Te concedo la libertad, Rand al’Thor, pero te recomiendo que vayas con cuidado antes de allanar el palacio otra vez. Si alguien te encuentra nuevamente en este recinto, no saldrás tan bien parado.

—Gracias, mi reina —dijo con voz ronca. Sentía el disgusto de Elaida como un hierro candente en su mirada.

—Tallanvor —solicitó Morgase—, escoltad a este…, escoltad al invitado de mi hija a las puertas de palacio y haced gala de la cortesía debida. El resto de vosotros podéis salir también. No, Elaida, quedaos aquí. Y vos también, si no tenéis inconveniente, lord Gareth. Debo decir qué medidas tomar ante los Capas Blancas reunidos en la ciudad.

Tallanvor y los guardias envainaron de mala gana las espadas, dispuestos a desenfundarlas de nuevo en un instante. No obstante, para Rand fue un alivio que los soldados formaran en torno a él y comenzaran a salir de la estancia. Elaida escuchaba a

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