un tiempo, y escalofríos que cedieron paso a un abundante sudor, pese a lo cual no protestó. Había tenido ocasión de comprobar la efectividad de los ungüentos y cataplasmas de Nynaeve. El ardor y la gelidez se esfumaron mientras ella le daba las friegas, llevándose consigo el dolor. Los verdugones purpúreos se tornaron marrones y los marrones amarillo pálido y algunos incluso desaparecieron. Inspiró profundamente a modo de prueba; apenas notó una punzada.
—Pareces sorprendido —constató Nynaeve, que a su vez parecía asombrada y extrañamente inquieta—. La próxima vez puedes acudir a ella.
—No es eso —la disuadió con tono conciliador—, sólo estoy contento. —Algunas veces los ungüentos de Nynaeve tenían un efecto rápido y otras lento, pero siempre cumplían su propósito curativo—. ¿Qué… ha sido de Rand y Mat?
Nynaeve comenzó a introducir sus frascos y botes en la bolsa, después de taparlos apretadamente.
—Ella afirma que están bien y que los encontraremos. En Caemlyn, dice. También dice que es demasiado importante para nosotros como para que no suceda así, aunque no sé a qué demonios se refiere. Según ella, están en juego asuntos muy importantes.
Perrin sonrió involuntariamente. Por más modificaciones experimentadas en ellos, la Zahorí continuaba siendo la misma y ella y las Aes Sedai distaban aún mucho de haber trabado amistad.
Nynaeve se enderezó de repente, mirándolo a la cara. Luego presionó la palma de la mano contra sus mejillas y frente. Perrin trató de zafarse, pero ella le agarró la cabeza con ambas manos y le levantó los párpados, observándole los ojos y murmurando para sí. A pesar de su pequeña talla le retenía fácilmente el rostro; siempre era complicado alejarse de Nynaeve cuando ella no estaba dispuesta a soltarlo a uno.
—No comprendo —dijo por fin, tras liberarlo y sentarse sobre los talones—. Si fuera fiebre amarilla, no podrías sostenerte en pie. Además no tienes fiebre y sólo está amarillento el iris y no el resto del ojo.
—¿Amarillo? —inquirió Moraine.
Perrin y Nynaeve tuvieron un sobresalto debido a la inopinada aparición de la Aes Sedai. Egwene estaba dormida junto al fuego, envuelta en sus capas, según advirtió Perrin. Sus propios párpados porfiaban por cerrarse.
—No es nada —afirmó Perrin. Pero Moraine le puso una mano bajo la barbilla y le volvió la cara para poder mirarlo a los ojos tal como lo había hecho Nynaeve. Él retrocedió, molesto. Las mujeres estaban manipulándolo como si fuera un chiquillo—. He dicho que no es nada.
—No había modo de prever esto. —Moraine habló como para sí. Sus ojos parecían contemplar algo en la distancia—. ¿Algo predestinado a engarzarse en el Entramado o un cambio en él? La Rueda gira según sus designios. No puede ser de otro modo.
—¿Sabéis qué es? —preguntó Nynaeve de mala gana; luego vaciló—. ¿Podéis hacer algo por él con vuestros poderes curativos? —La petición de ayuda, que representaba admitir su impotencia, salió de sus labios a regañadientes.
—Si vais a hablar de mí, hablad conmigo —espetó, furioso, Perrin—. Estoy aquí sentado. Ninguna de ellas lo miró.
—¿Poderes curativos? —Moraine sonrió—. Eso no sirve para nada en este caso. No es una enfermedad y no va a… —Titubeó brevemente. Dirigió una rápida mirada a Perrin, como si lamentara muchas cosas. Sin embargo, sus ojos no repararon en él, y Perrin murmuró con amargura cuando ella se volvió hacia Nynaeve—. Iba a decir que no iba a causarle ningún daño, pero ¿quién puede prever el final de todo esto? Al menos puedo afirmar que no le infligirá ningún daño de forma directa.
Nynaeve se puso en pie, se sacudió las faldas y se enfrentó de cara con la, Aes Sedai.
—Eso no basta. Si hay algo negativo…
—Lo que está escrito, escrito está. Lo que la Rueda ha tejido no está sujeta a modificaciones. —Moraine se alejó bruscamente—. Debemos dormir mientras podamos y partir con las primeras luces del día. Si la mano del Oscuro alcanza a ostentar demasiado poder… Debemos llegar pronto a Caemlyn.
Airada, Nynaeve agarró su bolsa y se apartó de Perrin con paso ligero antes de que él pudiera decir algo. Comenzó a proferir una maldición, pero un pensamiento lo hirió como una descarga y permaneció sentado allí, respirando trabajosamente. Moraine lo sabía. La Aes Sedai sabía lo de los lobos. Y creía que podía deberse a una actuación del Oscuro. Lo recorrió un escalofrío. Se apresuró a ponerse la camisa, la chaqueta y la capa, pero la ropa no le devolvió el calor; el frío se aferraba a sus huesos, a su médula.
Lan se sentó con las piernas cruzadas y se apartó la capa de los hombros. A Perrin le alegró verlo. No era agradable mirar a un Guardián sin que este le devolviera la mirada. Durante un largo momento, se limitaron a aquel intercambio visual. La dura expresión del rostro del Guardián era inescrutable, pero Perrin creyó advertir algo en sus ojos… ¿Compasión? ¿Curiosidad? ¿Ambas cosas?
—¿Lo sabéis? —preguntó. Lan asintió.
—Sé algo, pero no todo. ¿Se produjo sin más o conociste a algún guía, un intermediario?
—Hubo un hombre —repuso lentamente Perrin. «Lo sabe, pero ¿piensa él lo mismo que Moraine?»—. Dijo que se llamaba Elyas, Elyas Machera. —Lan respiró hondo y Perrin lo observó ansioso—. ¿Lo conocéis?
—Lo conocía. Él me enseñó muchas cosas, sobre la Llaga y sobre esto. —Lan tocó el puño de su espada—. Era un Guardián, antes…, antes de lo que sucedió. El Ajah Rojo… —Miró de reojo hacia donde yacía Moraine.
Era la primera vez que Perrin advertía algún tipo de incertidumbre en el Guardián. En Shadar Logoth, Lan se había mostrado seguro y fuerte, y cuando se había enfrentado a los Fados y trollocs. Ahora no sentía miedo, Perrin estaba convencido de ello, sino recelo, como si lo que dijera pudiera resultar peligroso.
—He oído hablar del Ajah Rojo —comentó a Lan.
—Y, sin duda, la mayor parte de lo que te han dicho es mentira. Debes comprenderlo: hay… facciones dentro de Tar Valon. Unas estarían dispuestas a pelear con el Oscuro de una manera y las demás de otra distinta. El objetivo es el mismo, pero las diferencias…, las diferencias pueden hacer cambiar el curso de una vida, o aproximarla a su fin, ya sean las vidas de los hombres o de las naciones. ¿Está bien, Elyas?
—Creo que sí. Los capas Blancas pretendían haberle dado muerte, pero Moteado… —Perrin miró al Guardián con embarazo—. No lo sé. —Lan pareció aceptar su resistencia, lo cual lo animó a proseguir—. Por lo visto, Moraine piensa que esta comunicación con los lobos es algo…, algo provocado por el Oscuro. No lo es, ¿verdad? —Se negaba a creer que Elyas fuera un Amigo Siniestro.
Lan, no obstante, titubeó, y el sudor comenzó a perlar la frente de Perrin, hasta resbalar por sus mejillas cuando el Guardián por fin respondió.
—No en sí mismo, no. Algunos creen que sí, pero se equivocan; es algo más antiguo que el propio hallazgo del Oscuro. ¿Pero cuáles son las posibilidades involucradas en ello, herrero? A veces el Entramado imbrica sus hilos al azar, a nuestro juicio al menos, pero ¿qué posibilidades había de que tú encontraras a un hombre que pudiera conducirte y de que tú fueras capaz de seguir su guía? El Entramado está formando un gran tapiz, lo que algunos llaman el Encaje de las Eras, y vosotros tres sois piezas esenciales en él. No creo que vuestras vidas estén ahora gobernadas al albur. ¿Han elegido por ti, entonces? ¿Y si ello es así, ha sido la Luz o la Sombra quien ha decidido?
—El Oscuro no puede entrar en contacto con nosotros a menos que pronunciemos su nombre. —Perrin rememoró de inmediato los sueños presididos por Ba’alzemon, aquellos sueños que no sólo se desarrollaban en el terreno onírico, Se enjugó el sudor de la cara—. No puede hacerlo.
—Tozudo como una mula —musitó el Guardián—. Tal vez lo bastante obstinado como para salvarte, en fin de cuentas. Recuerda los tiempos en que vivimos, herrero. Recuerda lo que Moraine Sedai te dijo. Actualmente muchas cosas están disolviéndose y resquebrajándose. Las antiguas fronteras se debilitan, las viejas paredes se vienen abajo. Las barreras entre lo que es, lo que ha sido y lo que será. —Su voz adquirió un tono lúgubre—. Los muros de la prisión del Oscuro. Éste podría ser el final de una Era. Quizá veamos el comienzo de otra antes de morir. O tal vez éste sea el fin de las Eras, la conclusión del propio tiempo, el fin del mundo.
Sonrió de—improviso, pero su gesto fue sombrío como un rictus; sus ojos resplandecían gozosos, riendo al pie del cadalso.
—Pero eso no ha de preocuparnos, ¿eh, herrero? —prosiguió—. Lucharemos contra la Sombra mientras nos quede resuello y, si nos supera, seguiremos mordiendo y arañando. Los pobladores de Dos Ríos sois demasiado obcecados para rendiros. No te inquietes cavilando si el Oscuro ha entrado o no en tu vida. Vuelves a encontrarte entre amigos ahora. Recuerda: la Rueda gira según sus propios designios e incluso el Oscuro es incapaz de cambiarla, y menos teniendo a Moraine para cuidar de ti. Sin embargo, será mejor que encontremos pronto a tus amigos.
—¿A qué os referís?
—Ellos no disponen de ninguna Aes Sedai conectada con la Fuente Verdadera para protegerlos. Herrero, tal vez los muros se hayan desgastado lo suficiente como para que el Oscuro pueda intervenir en los acontecimientos. No con mano libre, pues de lo contrario ya habríamos perecido, pero posiblemente en minúsculas modificaciones en las hebras. Una posibilidad que se desvía hacia un lado en lugar del otro, un encuentro casual, una palabra pronunciada al azar, al menos en apariencia, y se encontrarían tan involucrados con la Sombra que ni la misma Moraine podría hacer nada para recuperarlos.
—Tenemos que encontrarlos —apoyó Perrin. El Guardián lanzó una carcajada semejante a un gruñido.
—¿Qué te estaba diciendo? Duerme un poco, herrero.
La capa de Lan lo envolvió de nuevo. De pie, iluminado por el tenue resplandor del fuego y la luna, parecía formar parte de las sombras circundantes. —Nos quedan unas duras jornadas de camino hasta Caemlyn —añadió—. Sólo debes rogar por que los hallemos allí.
—Pero Moraine… es capaz de encontrarlos en cualquier sitio, ¿no es cierto? Ella dice que puede.
—¿Pero puede hacerlo a tiempo? Si el Oscuro está lo bastante fortalecido como para actuar por cuenta propia, se está agotando el tiempo. Ruega por que los encontremos en Caemlyn, herrero, o de lo contrario quizás estemos abocados a la perdición.
CAPÍTULO 39: El telar de los sucesos
Rand miraba la multitud desde la elevada ventana de su habitación en la Bendición de la Reina. La gente corría y gritaba por la calle: un incesante desfile en la misma dirección, en medio del cual ondeaban pendones y estandartes en los que destacaba un león blanco sobre centenares de telas rojas. Habitantes de Caemlyn y forasteros discurrían juntos y, excepcionalmente, nadie parecía abrigar el deseo de asestar un golpe en la cabeza de alguien. Aquel día, tal vez sólo había una facción.
Se apartó de los cristales.
—¿Vienes? —volvió a preguntar.
Mat, hecho un ovillo sobre la cama, lo miró con fiereza.
—Llévate a ese trolloc del que te has hecho tan amigo.
—Diantre, Mat, no es un trolloc. Te comportas como un condenado estúpido. ¿Cuántas veces quieres discutir la misma discusión? Luz, no será porque no hayas oído hablar antes de los Ogier.
—Nunca me dijeron que tuvieran aspecto de trollocs. —Mat hundió la cara en la almohada y se acurrucó aún más.
—Estúpido testarudo —murmuró Rand—. ¿Durante cuánto tiempo piensas quedarte escondido aquí? No voy a estar subiéndote siempre la comida por estas escaleras. Y