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  2. El ojo del mundo
  3. Capítulo 118
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al final deberé regresar. Este mundo es vuestro, igual que yo pertenezco al stedding. Hay demasiado barullo aquí fuera. Y las cosas han cambiado mucho desde que se escribió lo que yo he leído.

—Claro, las cosas se modifican con los años. Algunas, en todo caso.

—¿Algunas? La mitad de las ciudades descritas en nuestros libros ya no existen y la mayor parte de las que siguen en pie reciben otros nombres. Cairhien, por ejemplo. Su nombre correcto es Al’cair’rahienallen, Aurora del Crepúsculo Dorado. Ni siquiera se acuerdan de ello, a pesar del sol naciente que adorna sus estandartes. Y la arboleda de allí… Dudo mucho que la hayan cuidado desde las Guerras de los Trollocs. Ahora no es más que un bosque ordinario adonde van a cortar leña. Los grandes árboles han perecido sin excepción. ¿Y aquí? Caemlyn todavía se llama Caemlyn, pero dejaron que la ciudad creciera sobre la arboleda. No estamos ni a un cuarto de kilómetro del centro del terreno que ocupaba. No ha quedado ni un árbol. También he estado en Tear e Illian. No conservan ni los nombres ni los recuerdos. En Tear sólo hay un pastizal para los caballos en el lugar donde estaba emplazada la arboleda y, en Illian, ésta es el jardín del rey, en donde caza sus venados y no se permite entrar a nadie sin su permiso. Todo ha cambiado, Rand. Me temo mucho que encontraré lo mismo donde quiera que vaya. Todas las arboledas muertas, todos los recuerdos desvanecidos, todos los sueños fenecidos.

—No debes darte por vencido, Loial. Jamás debes rendirte. Si lo haces, es como si estuvieras muerto. —Rand se arrellanó en la silla, replegándose tanto como le fue posible, con el rostro teñido de rubor. Esperaba que el Ogier se echara a reír, pero éste asintió gravemente.

—Sí, ésa es la manera de actuar de vuestra especie. —El Ogier mudó la voz, como si estuviera recitando algo de memoria—. Hasta que la Luz se desvanezca, hasta que el agua se agote, hacia la Sombra con las mandíbulas comprimidas, gritando con desafío con la última exhalación, para escupir en el ojo del Cegador de la Vista en el día final.

Loial irguió la cabeza en actitud expectante; Rand ignoraba qué aguardaba.

Esperó un minuto, luego otro más y sus largas cejas comenzaron a unirse en una mueca de estupor. No obstante, continuó aguardando, prolongando un mutismo que cada vez resultaba más embarazoso a Rand.

—Los grandes árboles —dijo por fin, únicamente para interrumpir aquel silencio—. ¿Se parecen a Avendesora?

Loial se enderezó de modo brusco e hizo crujir con tal ruido su silla, que Rand pensó que ésta iba a desmoronarse.

—Tú deberías saberlo mejor que nadie.

—¿Yo? ¿Por qué debería saberlo?

—¿Pretendes gastarme una broma? En ocasiones los Aiel consideráis graciosas cosas que no lo son.

—¿Cómo? ¡Yo no soy un Aiel! Soy de Dos Ríos. ¡Ni siquiera he visto a un Aiel en mi vida!

Loial sacudió la cabeza, al tiempo que se abatían los pelos de las orejas.

—¿Lo ves? Todo ha cambiado y la mitad de mis conocimientos son inservibles. Espero no haberte ofendido. Estoy seguro de que Dos Ríos debe de ser un lugar precioso, sea cual sea su ubicación.

—Alguien me dijo —recordó Rand—que antaño se llamaba Manetheren. Nunca lo había oído, pero quizá tú…

—¡Ah! Sí, Manetheren. —Las orejas del Ogier se levantaron alegremente—. Había una arboleda muy hermosa allí. Tu dolor canta en mi corazón, Rand al’Thor. No pudimos llegar a tiempo.

Loial inclinó el dorso, sin levantarse, y Rand le correspondió con el mismo gesto, con la sospecha de que heriría su susceptibilidad si no lo hacía o que el Ogier lo consideraría una persona de rudos modales. Se preguntó si Loial pensaba en que él guardaba unos recuerdos similares a los suyos. Las comisuras de sus labios estaban apretadas como si, en efecto, compartiera el dolor de la pérdida de Rand, como si la destrucción de Manetheren, de la cual él tenía noticia únicamente gracias a Moraine, no se hubiera producido hacía dos siglos.

—La Rueda gira —sentenció con un suspiro Loial al cabo de un rato—y nadie puede prever sus giros. Pero tú te has alejado casi tanto del hogar como yo. Una distancia considerable, teniendo en cuenta la presente coyuntura. Cuando se podía viajar por los Atajos… pero de eso hace mucho tiempo. Dime, ¿qué te ha traído hasta tan lejos? ¿Hay algo que tú también desees ver?

Rand abrió la boca para responder que había ido a ver al falso Dragón… y fue incapaz de mentirle. Tal vez se debiera al hecho de que Loial se comportaba como si no fuera mayor que Rand, a pesar de sus noventa años. Habían transcurrido muchas semanas desde la última vez que se había sincerado realmente con alguien acerca de lo que le sucedía, retraído por la sospecha y el temor de que todos los desconocidos fueran Amigos Siniestros. Mat se había vuelto tan retraído y receloso que ya no era posible conversar con él. Inopinadamente, Rand comenzó a referir a Loial lo acontecido en la Noche del Invierno. Aquella no fue una vaga explicación relacionada con Amigos Siniestros, sino una detallada descripción de escenas verídicas en que los trollocs derribaban la puerta de su casa o el Fado aparecía de improviso en el Camino de la Cantera.

Una parte de sí estaba horrorizada ante lo que estaba haciendo, pero era como si se hubiera desdoblado en dos personas, una de las cuales intentaba mantener la boca cerrada mientras la otra sentía el alivio de poder expresarse por fin.

El resultado fue que contó la historia a trompicones y retazos inconexos. Shadar Logoth y sus amigos desperdigados en la noche, de los cuales ignoraba si se encontraban vivos o muertos. El Fado que apareció en Puente Blanco, donde Thom falleció para que pudieran escapar. El Fado de Baerlon. Después los Amigos Siniestros, Howal Gode, al muchacho a quienes ellos inspiraban temor y la mujer que intentó matar a Mat. El Semihombre que vieron delante de la posada.

Cuando comenzó a farfullar acerca de los sueños, incluso la parte de sí mismo que sentía urgencia de hablar notó cómo si la erizaban los palos de la nuca. Se mordió la lengua al cerrar bruscamente la boca. Respirando trabajosamente, observó con recelo al Ogier, con la esperanza de que éste creyera que había contado nada más que pesadillas. Bien sabía la Luz que aquello parecía una pesadilla o era lo bastante horrible como para provocarlas a cualquiera. Tal vez Loial sólo pensaría que estaba perdiendo sus cabales. Tal vez…

—Ta’veren —dijo Loial.

—¿Cómo? —exclamó, sorprendido, Rand.

—Ta’veren. —Loial se rascó una de sus puntiagudas orejas y se encogió de hombros—. Los mayores siempre decían que no escuchaba jamás, pero a veces prestaba atención. Sin duda sabrás cómo se elabora el tejido del Entramado, ¿no?

—Nunca me detuve a pensarlo —confesó—. Es algo que simplemente va formándose.

—Hum, sí. Bueno, no exactamente. Verás, la Rueda del Tiempo teje el Entramado de las edades y los hilos que emplean son vidas. El Entramado no está prefigurado, no siempre. Si un hombre trata de dar un giro al rumbo de su vida y el Entramado dispone de espacio para ello, la Rueda únicamente continúa urdiendo y asume el cambio. Siempre hay cabida a pequeñas modificaciones, pero a veces el Entramado no acepta un cambio de consideración, por más que uno lo intente. ¿Comprendes?

—Sí. Yo podría vivir en la granja o en el Campo de Emond. Eso sería una pequeña modificación. En cambio, si quisiera convertirme en un rey… —Se echó a reír y Loial esbozó una sonrisa tan amplia que casi la dividió la cara en dos. Sus dientes eran blancos y tan grandes como cinceles.

—En efecto, eso es. Sin embargo, en ocasiones los cambios lo escogen a uno o la propia Rueda elige por uno mismo. Y a veces la Rueda presiona al hilo de una vida, o los de varias, de tal modo que todas las hebras restantes se van obligadas a arremolinarse en torno a él, lo cual produce un efecto en cadena que afecta a todos los hilos. Esa primera desviación al realizar el tejido es ta’veren y no hay nada que uno pueda hacer para modificarla, a menos que el Entramado cambie su curso. El proceso de tejido, llamado ta’maral’ailen, dura semanas o años, depende. Puede repercutir en una ciudad o en la totalidad del Entramado. Artur Hawkwing era ta’veren y lo mismo puede afirmarse de Lews Therin Verdugo de la Humanidad, supongo. —Dejó escapar una estruendosa risita—. El abuelo Halan estaría orgulloso de mí. Siempre se quejaba de mí y ciertamente, los libros de viajes me parecían más interesantes, pero a veces prestaba atención.

—Eso está muy bien —acordó Rand—, pero no veo cómo se relaciona conmigo. Yo soy un pastor de ovejas y no un nuevo Artur Hawkwing, al igual que Mat y Perrin. Es… ridículo.

—No he dicho que lo fueras, pero casi podía sentir cómo el Entramado se arremolinaba a tu alrededor mientras me contabas tus cuitas, y yo no tengo especial talento para eso. Tú eres ta’veren, no hay duda. Tú y quizá también tus amigos. —El Ogier hizo una pausa; se frotó pensativo al lomo de la nariz. Por último asintió para sí como si hubiera tomado una decisión—. Me gustaría viajar contigo, Rand.

Rand lo observó fijamente por espacio de un minuto, sin dar crédito a lo que había escuchado.

—¿Conmigo? —dijo cuando recobró al habla—. ¿No has oído lo que he dicho acerca de…? Desvió de improviso la mirada hacia la puerta. Esta estaba bien cerrada y era lo bastante gruesa como para que no filtrara más que un murmullo. No obstante, prosiguió en voz más baja—¿…acerca de lo que me persigue? Sea como sea, pensaba que querías ver los árboles.

—Hay una arbolada magnífica en Tar Valor y tengo entendido que las Aes Sedai la mantienen en buen estado. Además, no sólo son árboles lo que me interesa ver. Quizá no seas un nuevo Artur Hawkwing, pero, al menos durante un tiempo, parte del mundo si moldeará a ti si no lo estás configurando ya. Incluso el abuelo Halan estaría ansioso por verlo.

Rand titubeó. Sería agradable tener a alguien a su lado y, teniendo en cuenta el comportamiento de Mat, apenas si podía considerarlo como un compañero con quien contar. El Ogier era una presencia reconfortante. Posiblemente era muy joven según la escala de edad de un Ogier, pero parecía tan imbatible como una roca, al igual que Tam. Y Loial había visitado todos aquellos lugares y poseía conocimientos acerca de otros. Miró al Ogier, sentado con la viva imagen de la paciencia pintada en su rostro. Sentado, y aún más alto que la mayoría de los hombres en posición erecta. «¿Cómo va a ocultarse con una estatura de casi tres metros?» Sacudió negativamente la cabeza, suspirando.

—No creo que sea una buena idea, Loial. Aun cuando Moraine venga a buscarnos, el viaje a Tar Valon será muy peligroso. Si ella no aparece…

«Si no aparece es que ha muerto, y que los demás también han muerto. Oh, Egwene.» Recobró el aplomo, rehusando aceptar aquella posibilidad.

Loial lo miró compasivamente y le tocó al hombro.

—Tengo la certeza de que no les ha ocurrido nada malo a tus amigos, Rand.

Rand hizo un gesto de agradecimiento, con la garganta demasiado comprimida para hablar.

—¿Conversarás al menos conmigo de vez en cuando? —Loial exhaló un suspiro, que sonó como un cavernoso murmullo—. ¿Y compartirás algún juego conmigo? No he tenido a nadie con quien hablar durante

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