el posadero. Tomando el cuchillo y el tenedor, Rand se preguntó qué sucedería cuando ya no quedara nada. Tales cavilaciones le hicieron considerar como un banquete aquellas exiguas raciones.
También le produjeron un estremecimiento.
El posadero había elegido una mesa bien distanciada de los demás y había tomado asiento en el rincón, desde donde su mirada abarcaba toda la estancia. Nadie podía acercarse lo bastante para escuchar lo que decían sin que él lo viera. Cuando se fue la criada, les habló en voz baja.
—Y ahora, ¿por qué no me contáis en qué consisten vuestros problemas? Si voy a ayudaros, será mejor que sepa en dónde me estoy metiendo.
Rand miró a Mat, pero éste observaba ceñudo su plato como si estuviera enfadado con la patata que estaba cortando. Rand hizo acopio de aire.
—Realmente ni yo mismo acabo de comprenderlo —fueron sus primeras palabras.
Su exposición fue simple y en ella no aparecieron trollocs ni Fados. Cuando alguien ofrecía ayuda, era recomendable no hablarle de fábulas. No obstante, tampoco creía justo subestimar el peligro ni atraer a alguien a una situación cuyas consecuencias desconocían. Unos hombres los perseguían a él y a Mat y a un par de amigos suyos. Dichos hombres, extremadamente peligrosos, hacían acto de presencia cuando menos lo esperaban, con intención de matarlo a él y a sus amigos. Moraine decía que algunos de ellos eran Amigos Siniestros. Thom no confiaba plenamente en Moraine, pero permaneció con ellos a causa de su sobrino, según les explicó. Se habían desperdigado en el transcurso de un ataque cuando se dirigían a Puente Blanco y luego, una vez allí, Thom murió intentando protegerlos de una nueva agresión. También había habido otros intentos. Sabía que aquella historia tenía algunas lagunas, pero era la mejor que había podido improvisar sin dejar entrever más de lo que le aconsejaba la prudencia.
—Continuamos caminando hasta llegar a Caemlyn —finalizó—. Éste era el plan originario: Caemlyn y luego Tar Valon. —Se revolvió incómodo en el borde de la silla. Después de guardar el secreto durante tanto tiempo, le resultaba extraño revelarlo a alguien, aunque fuera tergiversado—. Si mantenemos esta ruta, tarde o temprano los otros nos encontrarán.
—Si siguen vivos —murmuró Mat como si le hablara al plato.
Rand ni siquiera miró de reojo a Mat. Algo lo compelió a añadir:
—Podría acarrearos conflictos el hecho de ayudarnos,
—No diré que desee tener problemas, pero éste no sería el primero que he de afrontar. Ningún maldito Amigo Siniestro me hará volverle la espalda a los amigos de Thom. Si esa aliada vuestra del norte viene a Caemlyn…, bueno ya veremos. Hay gente que vigila las idas y venidas de ese tipo de personas y luego hacen correr la voz.
—¿Y qué hay de Elaida? —preguntó Rand tras unos instantes de vacilación.
El posadero titubeó también antes de negar con la cabeza.
—No lo creo. Tal vez si no tuvieras una conexión con Thom… Es azaroso pronosticar cómo reaccionaría al descubrir vuestra situación. Quizás acabaríais en una celda, o en un sitio peor. Dicen que es capaz de detectar cosas, referidas al pasado y al porvenir, y adivinar los pensamientos que un hombre quiere ocultar. No sé, pero yo no me arriesgaría a visitarla. Si no guardarais ninguna relación con Thom, podríais acudir a la guardia y ellos se encargarían diligentemente de esos Amigos Siniestros. Pero, aunque pudierais omitir el nombre de Thom ante los guardias, Elaida se enteraría de ello tan pronto como hicierais mención de un Amigo Siniestro, lo cual os conduciría al mismo punto.
—Nada de guardias —convino Rand, al tiempo que Mat asentía vigorosamente mientras se introducía el tenedor en la boca y se manchaba la barbilla de salsa.
—Lo cierto es que estáis atrapados en los goznes de asuntos de índole política, chico, aun cuando sea de modo involuntario, y la política es una tenebrosa ciénaga llena de serpientes.
—¿Y qué me decís de…? —comenzó a preguntar Rand cuando, de repente, el posadero esbozó una mueca mientras la silla crujía bajo su peso.
La cocinera se hallaba bajo el dintel de la puerta de la cocina, enjugándose las manos con el delantal. Al ver que el posadero la miraba, le hizo señas de que la siguiera y volvió a entrar en la cocina.
—Es casi como si estuviera casado con ella —suspiró maese Gill—. Encuentra cosas por arreglar antes de que yo me entere de que algo no funciona bien. Cuando no son las cañerías atascadas o la alcantarilla embarrada, son las ratas. Yo tengo el establecimiento limpio, por supuesto, pero con tanta gente en la ciudad las ratas campan por sus respetos. Juntad a las personas en un mismo sitio y tendréis ratas, y Caemlyn se ha visto invadida de pronto por una auténtica plaga. No podéis imaginaros la cantidad de roedores que atrapa actualmente un buen gato. Vuestra habitación está en el último piso. Haré que os la enseñen. Y no me preocupan para nada los Amigos Siniestros. No es que me caigan bien los Capas Blancas, pero entre ellos y la guardia, esos tipejos no se atreverán a dejarse ver por Caemlyn. —La silla volvió a crujir al levantarse el posadero—. Supongo que serán las cañerías otra vez.
Rand, que volvió a centrar su atención en el plato, advirtió que Mat había dejado de comer.
—Pensaba que tenías hambre —observó. Mat no apartó la vista del trozo de patata que empujaba con el tenedor—. Tienes que comer, Mat. Debemos mantener el vigor si hemos de llegar a Tar Valon.
—¡Tar Valon! —exclamó Mat, después de soltar una amarga carcajada—. Hasta ahora era Caemlyn. Moraine estaría esperándonos en Caemlyn. Todo se solucionaría cuando llegáramos a Caemlyn. Bueno, ya estamos aquí y nada ha cambiado. No están Moraine ni Perrin ni nadie. Y ahora todo se solucionará si conseguimos ir a Tar Valon.
—Estamos vivos —le recordó Rand, con tono más brusco del que pretendía. Respiró, en un intento de moderar su enojo—. Hemos logrado permanecer con vida, lo cual no es poco. Y pienso seguir luchando; como también tengo intención de averiguar por qué nos consideran tan importantes. Y no voy a rendirme.
—Todas esas personas, cualquiera de ellas podría ser un Amigo Siniestro. Maese Gill nos ha prometido ayudarnos con una precipitación sospechosa. ¿Qué clase de hombre se queda tan tranquilo ante la perspectiva de enfrentarse a Aes Sedai y Amigos Siniestros? No es natural. Cualquier persona decente nos echaría a la calle… u obraría de manera distinta.
—Come —dijo Rand con voz suave. No dejó de observarlo a los ojos hasta que Mat comenzó a masticar un trozo de carne.
Dejó reposar las manos junto al plato durante un minuto, presionándolas sobre la mesa para evitar que le temblaran. Estaba asustado. No por causa de maese Gill, por supuesto, pero éste no se hallaba ajeno a su inquietud. Aquellas elevadas murallas no contendrían el paso a un Fado. Tal vez debería hablar con el posadero acerca de aquella cuestión. Sin embargo, aun cuando Gill le creyera, ¿estaría tan dispuesto a ayudarlos si supiera que se exponía a recibir la visita de un Fado en la Bendición de la Reina? Y las ratas. Quizá fuera cierto que las ratas acudían donde había aglomeraciones de gente, pero recordaba con demasiada precisión el sueño, que no era tal, padecido en Baerlon y aquella pequeña espina dorsal que se quebró con un chasquido. «A veces el Oscuro utilizaba animales carroñeros como espías», había dicho Lan. «Cuervos, grajos, ratas…»
Continuó comiendo, pero cuando concluyó no era consciente de haber saboreado ni un solo bocado.
Una doncella, la que estaba sacando brillo a los candelabros cuando habían entrado, les mostró la habitación del ático. Ésta era una buhardilla con una ventana que atravesaba la pared inclinada, una cama a cada lado y perchas detrás de la puerta para colgar las ropas. La muchacha, de ojos oscuros, tenía tendencia a retorcerse la falda y emitir risitas siempre que posaba los ojos en Rand. Era bonita, pero él estaba convencido de que, si le decía algo, sólo conseguiría ponerse en ridículo. Una vez más, deseó la misma soltura que Perrin en el trato con las chicas; se alegró de que ella los dejara solos.
Esperaba algún comentario de Mat, pero, tan pronto como se hubo marchado la muchacha, éste se arrojó sobre una de las camas, con la capa y las botas puestas, y volvió la cara hacia la pared.
Rand colgó sus cosas, mirando la espalda de su amigo. Le parecía que éste tenía la mano debajo de la capa y empuñaba otra vez aquella daga.
—¿Vas a quedarte aquí tumbado, escondiéndote? —preguntó por último.
—Estoy cansado —murmuró Mat.
—Todavía hemos de preguntarle algunas cosas a maese Gill. Tal vez nos oriente incluso sobre cómo buscar a Egwene y Perrin. Podrían encontrarse ya en Caemlyn si conservaron sus caballos.
—Están muertos —aseveró Mat, de cara a la pared.
Tras un momento de duda, Rand decidió no insistir. Cerró despacio la puerta, con la esperanza de que Mat estuviera realmente dormido.
Abajo, no obstante, no hubo manera de dar con maese Gill, si bien la mirada airada de la cocinera le indicó que ella también estaba buscándolo. Durante un rato permaneció sentado en la sala comedor, pero no paraba de observar a todos los clientes que entraban, a todos los desconocidos que sólo la Luz sabía quiénes o qué podían ser, especialmente cuando su silueta se recortaba en la puerta cubierta con una capa. Un Fado en la sala sería como una zorra en un gallinero.
Un guardia de uniforme rojo se personó en la estancia y se detuvo frente a la puerta para recorrer con una fría mirada a aquellos que, con toda evidencia, no eran ciudadanos de Caemlyn. Rand examinó el mantel de la mesa cuando los ojos del hombre se posaron en él; cuando volvió a levantarlos ya se había ido.
—A veces hacen eso —le informó en tono confidencial la sirvienta de ojos oscuros, que pasaba junto a él con una brazada de toallas—. Sólo para comprobar que no haya altercados. Velan por la seguridad de los fieles de la reina. No tienes por qué preocuparte. —Emitió una nerviosa risita.
Rand sacudió la cabeza. No tenía por qué preocuparse. En verdad el guardia no había ido allí a preguntarle si conocía a Thom Merrilin. Estaba poniéndose igual de mal que Mat. Corrió la silla hacia atrás.
Otra criada miraba el nivel de aceite de las lámparas de la pared.
—¿Hay otra habitación donde pueda ir a sentarme? —le preguntó. No quería volver arriba y aislarse en compañía del humor sombrío de Mat—. ¿Algún comedor privado que no se utilice?
—Hay una biblioteca. —La mujer apuntó a una puerta—. Por allí, a la derecha, al fondo del pasillo. A esta hora no debe de haber nadie.
—Gracias. Si veis a maese Gill, ¿seréis tan amable de decirle que Rand al’Thor precisa hablar con él si dispone de unos minutos?
—Se lo diré —prometió con una sonrisa—. La cocinera también quiere hablar con él.
Probablemente el posadero se había escondido, dedujo mientras se ausentaba.
Al penetrar en la habitación indicada, se paró en seco para admirarla. Los estantes debían de contener trescientos o cuatrocientos libros, más volúmenes de los que él había visto reunidos nunca, forrados en tela y en cuero, con lomos dorados, y excepcionalmente con tapas de madera. Sus ojos devoraron los títulos, eligiendo sus favoritos de siempre. Los viajes de Jain el Galopador, Los ensayos de Willim de Maneches. Contuvo el aliento al advertir un ejemplar con cubierta de cuero de Viajes con los marinos. Tam siempre había deseado leerlo.
La imagen de Tam manoseando