Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 94
Prev
Next

de verde. Los tejados relucían bajo el sol con un centenar de tonalidades distintas. En los largos muelles, junto a los que se alineaban incontables barcos cuyo tamaño empequeñecía por lo general el del Ganso níveo, reinaba un gran bullicio con las tareas de carga y descarga. En uno de los extremos de la ciudad había astilleros donde se guardaban embarcaciones en todos los estadios de construcción, desde esqueletos de gruesas costillas de madera hasta barcos a los que sólo les faltaba unos retoques para poder deslizarse por las aguas.

Tal vez Illian fuera lo bastante populosa como para mantener a raya a los lobos, que, sin duda, no irían a cazar en aquellas marismas. El Ganso níveo había corrido más que los lobos que venían siguiéndolo desde las montañas. Ahora probaba con cautela a establecer contacto con ellos y no sentía nada, sólo una paradójica sensación de vacío, habida cuenta de que eso era precisamente lo que él deseaba. Había sido dueño de sus sueños —en general— desde aquella primera noche. Moraine le había preguntado por ellos con frío tono, y él le había respondido la verdad. En dos ocasiones se había encontrado sumergido en aquella peculiar especie de sueño de lobos y en ambas había aparecido Saltador, incitándolo a huir y previniéndolo de que todavía era demasiado joven, demasiado tierno. Desconocía las conclusiones que Moraine había extraído de ello, puesto que lo único que le había dicho era que más le valía tener cuidado.

—Perfecto —gruñó.

Casi se había acostumbrado a que Saltador estuviera muerto y a la vez vivo, cuando menos en ese mundo onírico. A su espalda oyó que el capitán Adarra arrastraba las botas en el suelo y murmuraba algo, asombrado de que alguien hubiera hablado en voz alta.

Mientras en tierra todavía amarraban las cuerdas que habían arrojado desde el barco a los pilones de los muelles, el delgado capitán pasó a la acción, susurrando ferozmente a sus marineros. Hizo instalar el palo de carga en el desembarcadero casi con la misma rapidez con que se preparó la pasarela. El negro caballo de guerra de Lan estuvo a punto de romper, piafando, el palo de carga, y se requirió dos de ellos para descargar la enorme y peluda montura de Loial.

—Un honor —susurró con una reverencia Adarra a Moraine mientras ésta entraba en la ancha pasarela apoyada en el muelle—. Ha sido un honor haberos servido, Aes Sedai. —La mujer bajó con paso altivo sin mirarlo, con la cara oculta en la amplia capucha.

Loial no dio señales de vida hasta que todos, incluidos los caballos, hubieron desembarcado. El Ogier recorrió con paso pesado la pasarela tratando de abrocharse la larga chaqueta con los brazos ocupados con sus grandes alforjas, la manta enrollada y la capa.

—No me había percatado de que habíamos llegado —explicó sin resuello—. Estaba releyendo mis… —Se interrumpió al posar la mirada en Moraine. Aunque la Aes Sedai parecía absorta observando cómo Lan ensillaba a Aldieb, el Ogier agitó las orejas como un gato inquieto.

«Sus notas —adivinó Perrin—. Uno de estos días tendré que ver qué es lo que cuenta de todo esto.» Sintió un cosquilleo en la nuca y ya había dado un salto cuando tuvo conciencia del fresco aroma a hierbas que percibía mezclado con el olor a especias, a brea y la pestilencia del puerto.

—Si consigo tal reacción con sólo rozarte con los dedos, campesino —dijo Zarina, sonriendo y haciendo revolotear los dedos—, ¿hasta dónde saltarías si…?

Estaba cansándose de interrogarse sobre el sentido de las miradas de aquellos oscuros ojos rasgados. «Puede que sea bonita, pero me mira como lo haría yo con una herramienta que nunca he visto, tratando de dilucidar cómo está fabricada y a qué uso está destinada.»

—Zarina. —La voz de Moraine sonaba glacial pero imperturbable.

—Me llamo Faile —contestó con firmeza Zarina y, por un momento, su prominente nariz le confirió la apariencia de un halcón.

—Zarina —repitió resueltamente Moraine—, aquí se bifurcan nuestros caminos. Tu Cacería será más productiva, y más segura, en otra senda.

—No estoy de acuerdo —disintió con igual decisión Zarina—. Un cazador debe seguir el rastro que percibe, y ninguno pasaría por alto el que vosotros cuatro dejáis. Y me llamo Faile. —Estropeó un poco el efecto conseguido tragando saliva, pero no pestañeó lo más mínimo al sostener la mirada a Moraine.

—¿Estás segura? —inquirió Moraine con suavidad—. ¿Estás segura de que no cambiarás de parecer…, Halcón?

—No. No hay nada que podáis hacer vos o vuestro Guardián de pétreo semblante para detenerme. —Zarina titubeó y luego agregó lentamente, como si hubiera optado por sincerarse del todo—. Al menos, nada de lo que hagáis lo conseguirá. Poseo alguna información acerca de las Aes Sedai y sé, por ejemplo, que, a pesar de lo que se dice en los relatos, hay ciertas cosas que no haríais. Y no creo que semblante pétreo vaya a hacerme lo que debería hacer para obligarme a renunciar.

—¿Es tanta tu certidumbre como para correr el riesgo? —Lan habló con calma, sin alterar la expresión, pero Zarina volvió a tragar saliva.

—No es preciso amenazarla, Lan —observó Perrin, asombrado por la violenta mirada que dirigió al Guardián.

Moraine les ordenó mudamente silencio a ambos.

—Crees saber qué hará o dejará de hacer una Aes Sedai, ¿eh? —Había hablado con mayor suavidad que antes. Su sonrisa era inquietante—. Esto es lo que deberás hacer, si quieres venir con nosotros. —Lan pestañeó asombrado; las dos mujeres se midieron con la mirada, como halcón y ratón, pero Zarina no era precisamente el ave de presa entonces—. Jurarás por tu juramento de cazador obrar como yo diga, obedecerme, y no separarte de nosotros. Una vez que sepas más de lo debido acerca de nuestras actividades, no permitiré que caigas en manos inoportunas. Que te quede bien claro, muchacha. Jurarás comportarte como uno de nosotros y no hacer nada que ponga en peligro nuestros objetivos. No harás preguntas respecto al lugar adonde nos dirigimos ni por qué: te conformarás con lo que yo decida explicarte. Te comprometerás bajo juramento a hacer todo esto, o te quedarás en Illian. Y no saldrás de esta marisma hasta que yo vuelva a soltarte, aunque tengas que permanecer aquí el resto de tu vida. Esto lo juro yo.

Zarina volvió atribulada la cabeza y sólo miró de soslayo a Moraine.

—¿Podré acompañaros si lo juro? —La Aes Sedai asintió—. Seré uno de los vuestros, igual que Loial o semblante pétreo, pero no puedo hacer preguntas. ¿Les está permitido a ellos? —Moraine mostró un asomo de impaciencia en el rostro, y Zarina irguió los hombros y la cabeza—. Muy bien, pues. Lo juro, por el juramento que presté como cazador. Si falto a uno de ellos, habré violado los dos. ¡Lo juro!

—Está decidido —zanjó Moraine, tocando la frente de la joven; Zarina se estremeció—. Puesto que tú la trajiste a nosotros, Perrin, queda bajo tu responsabilidad.

—¡Mi responsabilidad! —exclamó Perrin.

—¡Nadie es responsable de mis actos sino yo! —casi gritó Zarina.

—Al parecer has encontrado el halcón de Min, ta’veren —continuó serenamente la Aes Sedai, como si ellos no hubieran abierto la boca—. El Entramado teje, por lo visto, un futuro para ti. He intentado disuadirla, pero parece que se encaramará sobre tu hombro haga lo que haga yo. Recuerda, sin embargo, esto: de verme obligada a ello, cortaré de un tajo tu hilo del Entramado. Y, si la muchacha pone en peligro lo que debemos hacer, compartirás su suerte.

—¡Yo no le pedí que viniera! —protestó Perrin. Moraine montó calmosamente a lomos de Aldieb y se arregló la capa sobre la silla—. ¡Yo no pedí nada que tenga que ver con ella! —Loial encogió los hombros y movió mudamente la boca, sin duda para prevenirlo del riesgo que corría si enfurecía a una Aes Sedai.

—¿Eres ta’veren? —inquirió Zarina, incrédula. Recorrió con la mirada sus toscas ropas de campesino y se detuvo en sus amarillos ojos—. Bueno, puede que sí. Seas lo que seas, te amenaza sin más reparo que a mí. ¿Quién es Min? ¿Qué quiere decir con eso de que me encaramaré sobre tu hombro? —Endureció la expresión—. Si intentas hacerte responsable de mí, te arrancaré las orejas. ¿Me oyes?

Con una mueca de disgusto, Perrin deslizó el arco bajo las cinchas de la silla en el flanco de Brioso y montó. Repropia tras los días pasados en el barco, la parda cabalgadura dio muestras de estar a la altura de su nombre hasta que Perrin la calmó sujetando con firmeza las riendas y palmeándole el cuello.

—Nada de lo dicho merece una respuesta —gruñó.

«¡Min tuvo que contárselo! ¡Maldita seas, Min! ¡Malditas seas, Moraine! ¡Y Zarina también!» No recordaba que en ninguna circunstancia Rand o Mat se hubieran visto baqueteados por las mujeres. Tampoco le había ocurrido a él mientras estuvo en el Campo de Emond. Nynaeve había sido la única. Y la señora Luhhan, desde luego, que en todas partes menos en la herrería controlaba con mano de hierro tanto a él como a maese Luhhan. Egwene era algo dominante asimismo, sobre todo con Rand. La señora al’Vere, la madre de Egwene, sonreía continuamente, pero siempre parecía salirse al final con la suya. Y las componentes del Círculo de Mujeres miraban a todos los hombres por encima del hombro.

Maldiciendo para sí, se inclinó y agarró a Zarina del brazo; ésta dio un chillido y poco le faltó para que se le cayera la bolsa cuando la subió a pulso a la silla. Aquellas faldas divididas que llevaba iban bien para sentarse a horcajadas.

—Moraine tendrá que comprarte un caballo —murmuró—. No puedes ir todo el camino a pie.

—Eres fuerte, herrero —señaló, frotándose el brazo, Zarina—, pero yo no soy un trozo de hierro. —Se acomodó y situó su bolsa y la capa entre ambos—. Puedo comprarme mi propio caballo en caso necesario. ¿Todo el camino hasta dónde?

Lan ya cabalgaba por los muelles en dirección a la ciudad, seguido de Moraine y Loial. El Ogier volvió la mirada hacia Perrin.

—Nada de preguntas, ¿recuerdas? Y me llamo Perrin, Zarina. No «hombretón» o «herrero» o cualquier otro nombre que se te ocurra. Perrin. Perrin Aybara.

—Y yo Faile, pelo greñoso.

Comprimiendo las mandíbulas, espoleó a Brioso, y Zarina hubo de abrazársele a la cintura para no caer por la grupa de la parda montura. Le pareció que se reía.

CAPÍTULO 42 Aligerar el Tejón

Las risas de Zarina, o lo que fuera, pronto quedaron sumergidas en el bullicio de la ciudad, el mismo que Perrin recordaba haber oído en Caemlyn y Cairhien. Los sonidos presentaban una cadencia y un tono distintos aquí, pero en el fondo eran iguales. Botas, ruedas y cascos rozando el tosco e irregular pavimento de tierra, chirridos de ejes de carros y carretas, música, cantos y risas procedentes de posadas y tabernas. Voces. Un murmullo de voces como si hubiera metido la cabeza en una colmena gigante. Una gran ciudad llena de vida. Proveniente de una calle lateral, oyó el golpeteo de un martillo sobre un yunque y giró inconscientemente los hombros. Añoraba el martillo y las tenazas en sus manos, el metal candente centelleando moldeado por sus golpes. Los sonidos de la herrería se perdieron, sofocados por el traqueteo de vehículos y el parloteo de los tenderos y los viandantes. Bajo los olores a personas y caballerías, a comida frita y horneada y el centenar de perfumes que había identificado como propios de las ciudades advertía los efluvios de las marismas, el aroma a sal y a agua.

Tras la sorpresa inicial que le produjo el primer puente

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el invicto
Conan el invicto
August 3, 2020
Conan el defensor
Conan el defensor
August 3, 2020
El camino de dagas
El camino de dagas
August 3, 2020
Conan el triunfador
Conan el triunfador
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.