Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 9
Prev
Next

roca cerraban por completo aquel lugar con excepción de la grieta por él utilizada y eran tan empinadas como si un gigante hubiera descargado un hachazo en las montañas. Sus posibilidades defensivas eran incluso superiores a las de la hondonada, pero no había ninguna fuente ni arroyo. Nadie iba allí; salvo Rand, después de una de sus acaloradas conversaciones con Moraine.

Rand permanecía de pie a corta distancia de la entrada, apoyado contra la áspera corteza de un abedul, contemplándose las palmas de las manos. Perrin sabía que en cada una de ellas tenía impresa una garza. Rand siguió inmóvil cuando las botas de Perrin rozaron la piedra.

De improviso se puso a recitar quedamente, sin levantar la vista de las manos.

Dos veces será marcado, dos veces para vivir y dos veces para morir. Una vez la garza, para señalar su camino. Dos veces la garza, para darle su verdadero nombre. Una vez el Dragón, para el recuerdo perdido. Dos veces el Dragón, por el precio que ha de pagar. Se estremeció y ocultó las manos bajo los brazos.

—Pero todavía no tengo Dragones. —Rió entre dientes—. Todavía no. Perrin se quedó mirándolo un momento. Un hombre capaz de encauzar el Poder Único. Un hombre condenado a enloquecer a causa de la infección del Saidin, la mitad masculina de la Fuente Verdadera, y destinado a destruir ineludiblemente en su enajenación todo cuanto lo rodee. Un hombre —¡una cosa!— a quien todos aprendían a detestar y temer desde la más tierna infancia. Con todo…, era difícil dejar de ver en él al muchacho junto al que había crecido. «¿Cómo es posible dejar de ser de repente amigo de alguien?» Perrin eligió una piedra lisa y se sentó en ella a esperar. Al cabo de un rato Rand volvió la cabeza hacia él.

—¿Crees que Mat se encuentra bien? Parecía muy enfermo la última vez que lo

vi. —Ahora ya debe de estar recuperado. «Debería estar en Tar Valon. Allí lo curarán. Y Nynaeve y Egwene lo vigilarán

para que no haga de las suyas.» Egwene y Nynaeve, Rand, Mat y Perrin. Los cinco eran del Campo de Emond, de Dos Ríos. Muy pocas personas habían visitado Dos Ríos con excepción de alguno que otro buhonero y los mercaderes que acudían allí una vez al año a comprar lana y tabaco. Casi nadie había abandonado la región. Hasta que la Rueda había seleccionado a sus ta’veren, y cinco sencillos jóvenes de campo no pudieron permanecer por más tiempo en sus hogares. Ni tampoco seguir siendo lo que eran. Rand asintió y guardó silencio.

—Últimamente —comentó Perrin— añoro mi oficio de herrero. ¿Te… gustaría a ti ser todavía pastor? —El deber —murmuró Rand—. La muerte es más liviana que una pluma y el deber más pesado que una montaña. Eso dicen en Shienar. «El Oscuro se agita. La Última Batalla está próxima. Y el Dragón renacido ha de enfrentarse al Oscuro en la Última Batalla, o la Sombra lo cubrirá todo. La Rueda del Tiempo rota y todas las Eras conformadas a imagen y semejanza del Oscuro.» No hay nadie más que yo. —Se echó a reír tristemente, agitando los hombros—. Yo tengo el deber porque no hay nadie más, ¿no es así?

Perrin se revolvió con incomodidad, con la piel erizada por la cruda aspereza de aquella risa.

—Tengo entendido que has vuelto a discutir con Moraine. ¿Por lo mismo?

—¿No discutimos siempre por lo mismo? —replicó Rand, tras respirar honda y entrecortadamente—. Están allá abajo, en el llano de Almoth y la Luz sabe en qué otros lugares, por centenares, a millares. Se declararon seguidores del Dragón Renacido porque yo enarbolé ese estandarte. Porque permití que me nombraran el Dragón. Porque no tuve otra alternativa. Y están muriendo. Luchando, buscando y rezando por el hombre que supuestamente debe dirigirlos. Y yo me quedo sentado aquí, a resguardo, durante todo el invierno. Les… les debo… algo.

—¿Crees que a mí me gusta esto? —Perrin hizo oscilar la cabeza con irritación. —Tú aceptas todo cuanto ella te dice —gruñó Rand—. Nunca te enfrentas a ella.

—Para lo que te ha servido a ti enfrentarte a ella… Os habéis pasado el invierno discutiendo, y aquí hemos estado paralizados como terrones helados durante toda la estación. —Porque ella tiene razón. —Rand volvió a lanzar una escalofriante carcajada—. La Luz me consuma, tiene razón. Están desperdigados en pequeños grupos por todo el llano, por todo Tarabon y Arad Doman. Si me reúno con cualquiera de ellos, los Capas Blancas y los ejércitos domani y tarabonés se abalanzarán sobre ellos como un pato sobre un escarabajo.

Perrin casi se echó a reír, confundido. —Si estás de acuerdo con ella, ¿por qué diablos discutís todo el tiempo?

—Porque tengo que hacer algo. O si no…, si no… ¡reventaré como un melón podrido!

—¿Hacer qué? Si escuchas lo que te dice… Rand no le dio tiempo a manifestar que se quedarían inmovilizados eternamente

allí. —¡Lo que Moraine dice! ¡Lo que Moraine dice! —Rand irguió repentinamente el cuerpo y se apretó la cabeza con las manos—. ¡Moraine siempre tiene algo que decir sobre cualquier cosa! Moraine dice que no debo reunirme con los hombres que están muriendo en mi nombre. Moraine dice que sabré lo que debo hacer porque el Entramado me impulsará en ese sentido. ¡Moraine dice! Pero nunca me dice cómo lo sabré. ¡Oh, no! Eso lo desconoce. —Dejó caer las manos y se giró hacia Perrin, con la cabeza ladeada y los ojos entornados—. A veces tengo la sensación de que Moraine dirige cada uno de mis pasos como si fuera un lujoso semental teariano que hace escarceos de exhibición. ¿No sientes tú nunca eso?

—Yo… —Perrin se mesó los rizados cabellos—. Sea lo que sea lo que nos presiona o nos maneja, sé quién es el enemigo, Rand. —Ba’alzemon —precisó Rand en voz baja. Era un antiguo nombre para designar al Oscuro que en la lengua trolloc significaba Corazón de la Oscuridad—. Y yo debo luchar contra él, Perrin. —Cerró los ojos, esbozando una mueca, una dolorida sonrisa—. La Luz me asista, la mitad del tiempo ansío que el combate se produzca de inmediato y que todo acabe de una vez por todas, y la otra mitad… ¿Cuántas veces lograré…? ¡Luz, me atrae tanto! ¿Y si no puedo…? ¿Y si…? —El suelo tembló.

—¿Rand? —lo llamó Perrin con voz preocupada.

Rand se estremeció, con el rostro bañado de sudor a pesar del frío. Seguía con los ojos cerrados.

—Oh, Luz —gimió—, me atrae tanto…

De improviso el suelo se alzó bajo Perrin, y en el valle resonó un potente fragor. Era como si el terreno brotara bajo sus pies. Cayó… o el terreno saltó hacia él. El valle se agitó como si una vasta mano hubiera bajado del cielo para arrancarlo de la tierra. Se aferró al suelo, que trataba de hacerlo rebotar como una pelota. Ante sus ojos saltaban y daban tumbos los guijarros y viajaban oleadas de polvo.

—¡Rand! —Su bramido resultó imperceptible entre el estruendo.

Rand continuaba con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. No parecía notar el vaivén del suelo que lo hacía subir y bajar, sosteniéndolo cada vez con una inclinación distinta. Por más violentos que fueran sus embates, en ningún momento perdió el equilibrio. Perrin creyó advertir una triste sonrisa en sus labios, aunque la agitada situación en que se hallaba impedía toda certidumbre. Los árboles azotaban con furia el aire, y el abedul se partió de repente en dos y la mayor parte de su tronco salió propulsada y chocó a menos de tres metros de Rand, que no reparó en él más que en el resto de lo que ocurría.

—¡Rand! —gritó Perrin sin resuello—. ¡Por el amor de la Luz! ¡Para ya!

Tan repentinamente como se había iniciado, cesó la prodigiosa agitación. Una rama suelta cayó de un raquítico roble, y Perrin se levantó despacio, tosiendo. El polvo flotaba en el aire y sus notas relucían con los rayos del sol poniente.

—Rand —inquirió cautelosamente Perrin—, ¿qué…?

—Siempre está allí —dijo Rand, con la mirada aún perdida en la lejanía—. Llamándome. Tirando de mí. El Saidin. La mitad masculina de la Fuente Verdadera. A veces no puedo contener el impulso de alargar la mano hacia él. —Imitó el gesto de quien recoge algo en el aire y posó la mirada en su puño—. Siento la infección antes incluso de tocarlo. La infección del Oscuro, como una fina capa de vileza que intenta ocultar la Luz. Me revuelve el estómago, pero no puedo evitarlo. ¡No puedo! En algunas ocasiones, tiendo la mano y es como si tratara de atrapar el aire. —Abrió la mano vacía y lanzó una amarga carcajada—. ¿Y si me sucede eso cuando llegue la Última Batalla? ¿Y si tiendo la mano y no tomo nada?

—Bueno, esta vez has atrapado algo —observó con voz ronca Perrin—. ¿Qué has hecho?

Rand miró en derredor como si percibiera por primera vez el resultado de lo ocurrido: el abedul caído y las ramas rotas. Perrin, que había esperado ver grandes grietas en la tierra, advirtió con sorpresa que había causado pocos desperfectos. La pared de árboles aparecía casi intacta.

—Yo no quería hacer esto. Ha sido como si quisiera abrir una espita y en lugar de ello la hubiera arrancado del barril. Me…, me he sentido desbordado. Tenía que descargarlo en algún sitio antes de que me consumiera, pero… no pretendía hacer esto.

Perrin sacudió la cabeza. «¿Qué sentido tiene decirle que intente no volver a hacerlo? Él apenas sabe más que yo acerca de lo que hace.»

—Ya son suficientes las personas que quieren verte muerto, a ti y a nosotros, sin que tú les resuelvas la cuestión —se contentó con advertir. Rand no parecía escucharlo—. Será mejor que regresemos al campamento. Pronto anochecerá, y no sé tú, pero yo estoy hambriento.

—¿Cómo? Oh. Ve tú, Perrin. Yo iré dentro de un momento. Necesito estar solo un rato.

Perrin titubeó y luego se encaminó a desgana hacia la hendidura de la pared del valle. Se detuvo al oír de nuevo a Rand.

—¿Sueñas cuando duermes? ¿Tienes sueños agradables?

—A veces —respondió con prudencia Perrin—. Casi no recuerdo nada de lo que sueño. —Había aprendido a poner coto a sus sueños.

—Siempre están allí, los sueños —dijo Rand, tan quedamente que Perrin a duras penas lo oyó—. Quizá nos revelen cosas, cosas verdaderas. —Guardó silencio y quedó pensativo.

—La cena está esperando —le recordó Perrin.

Pero Rand se había sumido en sus reflexiones. Finalmente Perrin dio media vuelta y lo dejó allí de pie.

CAPÍTULO 3

Noticias procedentes del llano

La oscuridad envolvía parte de la falla, pues los temblores habían hecho caer una parte de la pared contra la otra, originando una especie de techo. Alzó con cautela la mirada antes de pasar apresuradamente por debajo, pero la losa de piedra parecía estar encajada con fuerza. La comezón volvía a hurgarle la mente. «¡No, diablos! ¡No!» El hormigueo desapareció. Cuando salió a campo abierto, divisó el campamento abajo, poblado de extrañas sombras producidas por los últimos rayos de sol. Moraine se hallaba fuera de la cabaña, mirando hacia la hendidura. Se paró en seco. Era una mujer esbelta de pelo negro, más bien baja, y hermosa, con el mismo aspecto de edad indefinida que presentaban todas las Aes Sedai que llevaban tiempo trabajando con el Poder Único. Él era incapaz de determinar su edad, pues su rostro era demasiado terso para ser mayor y sus oscuros ojos reflejaban una sabiduría impropia de la juventud. Su vestido de seda azul estaba desarreglado y polvoriento, y sus

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el defensor
Conan el defensor
August 3, 2020
Conan el invicto
Conan el invicto
August 3, 2020
Conan el victorioso
Conan el victorioso
August 3, 2020
El señor del caos
El señor del caos
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.