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  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 83
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perseguimos se encuentra en Tear. —Le sorprendió su propia vehemencia. «No puedo hacer nada al respecto. Y el Ajah Negro está en Tear.» Cuanto más reflexionaba sobre ello, más crecía su certeza de que debían hallar el modo de entrar en el Corazón de la Ciudadela. Quizá nadie tenía permitido el acceso a excepción de los Grandes Señores de Tear, pero cada vez estaba más convencida de que la clave para descubrir y desbaratar la trampa del Ajah Negro residía en el Corazón de la Ciudadela.

—Lo sé, pero no por ello dejo de lamentar la suerte de los cairhieninos.

—Me han dado clases sobre el tema de las guerras que Andor ha librado con Cairhien —espetó secamente Egwene—. Bennae Sedai dice que vosotros y Cairhien habéis luchado con más frecuencia que cualquier otro par de naciones exceptuando Tear e Illian.

Elayne la miró de soslayo. Aún no se había acostumbrado a la negativa de Egwene a admitir que ella misma era andoriana. Al menos los trazos de los mapas afirmaban que Dos Ríos formaba parte de Andor, y Elayne creía en los mapas.

—Hemos sostenido guerras contra ellos, Egwene, pero, después del estado en que quedaron tras la Guerra de Aiel, Andor les ha vendido casi tanto grano como Tear. El comercio se ha interrumpido ahora. Estando en lucha entre sí todas las casas cairhieninas, ¿quién compraría el grano o se ocuparía de que lo distribuyeran al pueblo? Si los combates son tan encarnizados como hace suponer lo que hemos visto en la orilla… Bien. No se puede alimentar a un pueblo durante veinte años y no sentir nada por ellos cuando deben de estar pasando hambre.

—Un Hombre Gris —dijo Egwene, y Elayne se sobresaltó, tratando de mirar a un tiempo en todas direcciones.

—¿Dónde? —preguntó, envuelta en la aureola del Saidar.

Egwene observó detenidamente en derredor, pero para cerciorarse de que nadie podía oírla. El capitán Ellisor seguía en la popa junto al hombre de torso desnudo que manejaba el timón. Otro hombre estaba encaramado a proa, escrutando las aguas que iban a surcar para descubrir señales de bancos de arena, y otros dos caminaban por cubierta, ajustando de vez en cuando una cuerda a las velas. El resto de la tripulación se hallaba abajo. Uno de los dos marineros se detuvo para comprobar las amarras del bote que yacía boca abajo sobre la cubierta; esperó a que se alejara para hablar.

—¡Idiota! —murmuró quedamente—. Hablo de mí, Elayne, y no de ti, de modo que no me mires así. —Prosiguió con la voz reducida a un susurro—. Un Hombre Gris va tras de Mat, Elayne. Ése ha de ser el significado del sueño, pero no se me había ocurrido. ¡Soy una estúpida!

—No seas tan dura contigo misma —susurró a su vez Elayne, desprendida ya del nimbo del Saidar—. Puede que signifique eso, pero yo no lo vi, ni tampoco Nynaeve. —Calló y agitó sus dorados rizos al menear la cabeza—. Pero no tiene sentido, Egwene. ¿Para qué iba a seguir un Hombre Gris a Mat? La carta que escribí a mi madre no contiene nada que pueda perjudicarnos.

—Ignoro el porqué. —Egwene frunció el entrecejo—. Debe haber un motivo. Estoy segura de que ése es el significado del sueño.

—Aunque estés en lo cierto, Egwene, no hay hada que puedas hacer al respecto.

—Lo sé —reconoció amargamente Egwene. Ni siquiera sabía si se encontraba delante de ellas o detrás, aunque sospechaba que se encontraba más lejos; Mat debía de haberse marchado sin tardanza—. De todas formas —murmuró para sí—, no sirve de nada. ¡Cuando por fin desentraño el sentido de uno de mis sueños, no sirve absolutamente de nada!

—Pero si conoces un significado —la animó Elayne—, quizás ahora puedas averiguar los otros. Si nos sentamos y los repasamos juntas de nuevo, tal vez…

La Grulla azul dio un estremecido bandazo que lanzó a Elayne al suelo y a Egwene encima de ella. Cuando Egwene se puso en pie, la orilla ya no se deslizaba a su lado. El barco se había detenido y la proa estaba algo elevada y la cubierta ladeada. Las velas se agitaban ruidosamente con el embate del viento.

Chin Ellisor se levantó y fue corriendo a proa, dejando que el timonel recobrara el equilibrio por sus propios medios.

—¡Ciego gusano de campo! —bramó dirigiéndose al hombre de la proa, que se aferraba a la barandilla para no caer—. ¡Cabruno destripaterrones! ¿No llevas bastante tiempo en el río para reconocer la forma como se riza el agua sobre un bajío? —Agarró al hombre por los hombros y lo bajó a cubierta, pero sólo para apartarlo y poder asomarse él mismo por la proa—. ¡Si has agujereado mi quilla, usaré tus tripas para calafatearla!

Los otros marineros estaban poniéndose en pie y otros subían de abajo. Todos corrieron a arracimarse en torno al capitán.

Nynaeve apareció por la boca de la escalera que conducía a los camarotes de los pasajeros, todavía alisándose las faldas. Propinándose un violento tirón de trenza, miró ceñuda a los hombres concentrados en proa y luego se acercó con paso airado a Egwene y Elayne.

—Nos ha hecho embarrancar contra algo, ¿verdad? Después de tanto jactarse de que conocía el río igual que a su mujer. Seguramente la pobre no recibe ni una sonrisa de él.

Volvió a tirarse de la trenza y avanzó resuelta, abriéndose paso entre los marineros para llegar a donde se encontraba el capitán. Todos estaban absortos en las aguas de abajo.

No tenía sentido secundarla. «Nos sacará antes de aquí si nadie se entromete.» Nynaeve debía de estar diciéndole cómo había de hacer su trabajo. Elayne parecía compartir su opinión, a juzgar por la brusquedad con que sacudió la cabeza al ver que el capitán y la tripulación desviaban la atención de lo que quiera que hubiera bajo la proa para centrarla respetuosamente en Nynaeve.

En los hombres se percibió una clara agitación que fue en aumento. Por un momento se vieron las manos que el capitán sacudía en protesta por encima de la cabeza de los marineros, y luego Nynaeve se alejó de ellos —esta vez le abrieron paso, ofreciéndole reverencias— y Ellisor la siguió a toda prisa enjugándose la redonda cara con un gran pañuelo rojo. Su ansiosa voz se tornó audible a medida que se acercaban.

—… unos buenos veinticinco kilómetros hasta el próximo pueblo de la orilla andoriana, Aes Sedai, y como mínimo ocho o diez kilómetros siguiendo el curso del río hasta la ribera cairhienina. Es cierto que lo ocupan soldados andorianos, pero no mantienen ningún control en los kilómetros que nos separan de él. —Se secó la cara como si le chorreara el sudor.

—Un barco hundido —informó Nynaeve a las otras dos mujeres—. Obra de bandidos del río, a juicio del capitán. Se propone intentar despegarse de él con ayuda de remos, pero no parece considerarlo factible.

—Íbamos a gran velocidad al chocar, Aes Sedai. Quería ir rápido por vuestro interés. —Ellisor se frotó aún con más rudeza la cara. Tenía miedo de que las Aes Sedai le achacaran las culpas a él, advirtió Egwene—. Estamos clavados a él. Pero no creo que entre agua en la quilla, Aes Sedai. No hay necesidad de inquietarse. Pasará otro barco y con la ayuda de sus remos quedaremos sin duda libres. No es preciso que desembarquéis en la orilla, Aes Sedai. Lo juro, por la Luz.

—¿Pensabas abandonar el barco? —preguntó Egwene—. ¿Lo crees prudente?

—¡Desde luego que es…! —Nynaeve calló y la miró con entrecejo fruncido. Egwene le sostuvo la mirada igual de ceñuda. Nynaeve prosiguió con tono más calmado, aunque con cierta tensión—. El capitán dice que podría transcurrir una hora antes de que llegue otro barco. Uno que tenga los suficientes remos como para conseguir su propósito. O un día. O puede que dos. Me parece que no podemos permitirnos desperdiciar un día o dos esperando. Podemos estar en ese pueblo… ¿cómo lo habéis llamado, capitán? ¿Jurene?… Podemos llegar caminando a Jurene en dos horas

o menos. Si el capitán Ellisor logra dejar libre su embarcación con tanta rapidez como espera, podemos volver a embarcar entonces. Asegura que parará para ver si estamos allí. Si continúa atascado, no obstante, podemos tomar un barco en Jurene. Puede que incluso encontremos uno que esté esperando. El capitán dice que los comerciantes se detienen allí, debido a la presencia de soldados andorianos. —Respiró hondo, pero la tensión creció en su voz—. ¿He explicado claramente los motivos de mi decisión? ¿Necesitáis más?

—A mí me han quedado claros —se apresuró a responder Elayne antes de que Egwene tomara la palabra—. Parece una buena idea. Tú también lo crees así, ¿verdad, Egwene? —Supongo que sí —contestó Egwene con desgana.

—Pero, Aes Sedai —protestó Ellisor—, id al menos a la orilla andoriana. La guerra, Aes Sedai. Hay bandidos, rufianes, y los soldados no son mucho mejores. El propio orificio bajo nuestra proa demuestra la clase de hombres que son.

—No hemos visto ni un alma en la orilla de Cairhien —señaló Nynaeve— y, de todas formas, distamos mucho de estar indefensas, capitán. No pienso caminar durante veinticinco kilómetros cuando puedo recorrer solamente diez.

—Desde luego, Aes Sedai. —Ellisor sudaba de veras ahora—. No pretendía dar a entender… Por supuesto que no estáis indefensas, Aes Sedai. No era mi intención sugerirlo. —Se enjugó vigorosamente la cara, pero ésta siguió reluciente.

Nynaeve abrió la boca, miró a Egwene, y pareció cambiar de idea respecto a lo que iba a decir. —Voy a buscar mis cosas abajo —anunció al aire que mediaba entre Egwene y Elayne y luego se dirigió a Ellisor—. Capitán, haced que preparen el bote. El interpelado realizó una reverencia y se fue corriendo antes incluso de que ella

se volviera hacia la escotilla. Nynaeve aún no había llegado abajo cuando ya gritaba a sus hombres que bajaran la barca por la borda.

—Si una de vosotras dice «a la derecha» —murmuró Elayne—, la otra dice «a la izquierda». Si no cambiáis de actitud, tal vez no lleguemos a Tear. —Llegaremos a Tear —aseguró Egwene—. Y tanto más pronto cuanto Nynaeve se vaya dando cuenta de que ella ya no es la Zahorí. Todas somos… —no dijo Aceptadas, pues había demasiados marineros cerca— todas estamos en el mismo nivel ahora. —Elayne suspiró.

El bote las había trasladado sin tardanza a la orilla, donde se hallaban ahora con bastones en la mano y su equipaje colgado en fardos de la espalda o en bolsas y hatillos, rodeadas de ondulados terrenos cubiertos de pastizales y sotos dispersos. Las colinas que se alzaban a varios kilómetros del río estaban, en cambio, pobladas de espesas arboledas. Los remos de la Grulla azul se hundían haciendo aflorar espuma, pero sin conseguir mover la embarcación. Egwene se volvió y echó a andar en dirección sur sin dirigir ni una ojeada atrás. Y antes de que Nynaeve pudiera tomar la iniciativa.

Cuando las demás le dieron alcance, Elayne le dedicó una mirada de desaprobación. Nynaeve caminaba con la vista al frente. Elayne contó a Nynaeve lo que Egwene había dicho sobre Mat y el Hombre Gris, pero ésta la escuchó en silencio y sólo comentó que habría de cuidar de sí mismo sin aminorar en ningún momento el paso. Al cabo de un rato, la heredera del trono renunció a intentar que sus dos amigas hablaran y siguieron andando en silencio.

Los tupidos bosquecillos de robles y sauces que crecían junto al cauce pronto taparon la Grulla azul. No pasaban por los sotos, pese a su reducida extensión, pues bajo la sombra de sus ramas podía

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