Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 73
Prev
Next

llegarían a un pueblo llamado Remen, situado a orillas del Manetherendrelle. Perrin abrigaba ciertos recelos respecto a lo que les aguardaba allí. Aunque no sabía qué sería, durante los días transcurridos desde su estancia en Jarra su aprensión había ido en aumento.

—No comprendo cómo no puedes dormir —le comentó Loial—. Cuando por fin nos permite hacer un alto para pasar la noche, estoy tan cansado que me dormiría de pie.

Perrin se limitó a sacudir la cabeza. ¿Cómo iba a explicarle a Loial que no se atrevía a entregarse a un sueño profundo, que incluso en la especie de duermevela que consentía en conciliar los sueños no paraban de turbarlo? Como aquel tan extraño en que había visto a Egwene y Saltador. «Bueno, no es raro que sueñe con ella. Luz, ¿cómo estará? A buen recaudo en la Torre, aprendiendo a ser una Aes Sedai. Verin cuidará de ella, y también de Mat.» Consideraba ocioso desear que alguien cuidara de Nynaeve; en su opinión quienes debían tomar precauciones eran las personas que se hallaran cerca de ella.

No quería pensar en Saltador. Por el momento lograba mantener fuera de su mente a los lobos vivos, aun al precio de sentirse manipulado y golpeado por el martilleo de un precipitado herrero; le horrorizaba la noción de que un lobo muerto estuviera filtrándose entre los muros que erigía. Abrió bien los ojos, resuelto a no dejar entrar ni siquiera a Saltador.

Las pesadillas no eran lo único que le quitaba el sueño. Habían encontrado otras señales del paso de Rand. Entre Jarra y el río Eldar no habían advertido ninguna, pero, después de cruzar el Eldar por un puente de piedra que se elevaba sobre una profunda quebrada, habían dejado atrás, reducido a cenizas, un pueblo llamado Sidon. No había quedado ni un edificio en pie. Entre las ruinas solamente permanecían erguidas algunas paredes de piedra y chimeneas.

Los tiznados lugareños contaban que una linterna volcada en un establo había provocado el incendio y que luego el fuego se había descontrolado y que una complicación tras otra les había impedido sofocarlo. La mitad de los cubos que habían encontrado estaban agujereados. Todas las paredes que ardían habían caído hacia afuera en lugar de hacia adentro, propagando el fuego a las casas contiguas. Las vigas en llamas de la posada habían ido a parar inexplicablemente al pozo principal de la plaza, con lo cual no habían podido sacar más agua de él, y las casas se habían desmoronado justo encima de los otros tres pozos. Incluso el viento parecía haber modificado varias veces de rumbo, dispersando las llamas en todas las direcciones.

No había tenido necesidad de preguntar a Moraine si la presencia de Rand había sido la causa de aquello; su semblante, frío como el hierro, había bastado como respuesta. El Entramado tomaba forma en torno a Rand, y las leyes del azar se trastocaban.

Después de Sidon habían pasado por cuatro aldeas donde sólo el rastreo de Lan les indicó que Rand había proseguido camino. Rand iba a pie ahora. Habían encontrado su caballo no muy lejos de Jarra, muerto, con señales de mordeduras de lobos o de perros salvajes. En esa ocasión Perrin había estado a punto de establecer contacto con los lobos, en especial cuando Moraine había alzado la vista del animal y la había fijado en él. Por fortuna, Lan había hallado huellas de las botas de Rand, una de las cuales tenía una marca triangular en el tacón. A pie o a caballo, empero, se las componía para mantener la delantera sobre ellos.

En los cuatro pueblos posteriores a Sidon, la experiencia más excitante que todos recordaban era haber visto llegar a Loial y descubrir que era un Ogier de verdad. Estaban tan impresionados con él que apenas si repararon en los ojos de Perrin, y si lo hicieron… Bueno, si los Ogier eran reales, los hombres podían tener los ojos de todos los colores imaginables.

Después de esto llegaron, no obstante, a un lugar llamado Willar, y en él estaban de festejos. De la fuente de la plaza del pueblo volvía a manar agua, tras un año entero en que habían tenido que acarrearla desde un arroyo situado a más de un kilómetro después de que todos los esfuerzos por encontrar pozos hubieran sido infructuosos y la mitad de la población hubiera abandonado sus casas. Willar seguiría existiendo después de todo. En un solo día se habían sucedido tres poblaciones donde nada extraordinario había ocurrido y luego habían visitado Samaha, donde todos los pozos se habían secado a la vez la noche anterior y la gente mencionaba entre murmullos al Oscuro; después habían pasado por Tallan, donde el día anterior todas las viejas rencillas de los lugareños habían aflorado repentinamente, desbordándose como letrinas repletas, y habían tenido que producirse tres asesinatos para que todos recobraran la cordura; y finalmente Fyall, donde la perspectiva de cosecha se presentaba ese año más aciaga que nunca, pero, excavando cerca de su casa, el alcalde había encontrado varios sacos de cuero podrido llenos de oro y con ello había ahuyentado el fantasma del hambre. Ningún habitante de Fyall reconocía las gruesas monedas, con el rostro de una mujer en una cara y un águila en la otra; Moraine dijo que habían sido acuñadas en Manetheren.

Una noche, cuando estaban sentados en torno al fuego, Perrin se decidió a consultar a la Aes Sedai el sentido de todo aquello.

—Después de lo de Jarra, creía… Estaban todos tan contentos, con las bodas. Incluso los Capas Blancas quedaron simplemente en ridículo. Lo de Fyall tampoco me pareció mal, ya que era imposible que Rand hubiera intervenido en las malas perspectivas de la cosecha que ya se dejaban sentir antes de que él llegara, y ese oro ha sido providencial, pero lo demás… Ese pueblo arrasado por el fuego, y los pozos secos de repente y… Eso es algo maligno, Moraine. No puedo creer que Rand sea malo. Es posible que el Entramado esté tomando forma a su alrededor, pero ¿cómo puede ser maligno el Entramado? Es una incongruencia, y todas las cosas deben tener un sentido. Si uno fabrica una herramienta que carece de aplicación, no hace más que desperdiciar el metal. El Entramado no produciría nada gratuito.

Lan le dirigió una irónica mirada y se adentró en la oscuridad para realizar una ronda en torno al campamento. Loial, ya tumbado bajo las mantas, alzó la cabeza para escuchar con las orejas enhiestas.

Moraine guardó silencio un momento, calentándose las manos. Al cabo tomó la palabra sin dejar de contemplar las llamas.

—El Creador es bueno, Perrin. El Padre de las Mentiras es malo. El Entramado de una Era, la propia Urdimbre de las Eras, no es ni una cosa ni otra. El Entramado es lo que es. La Rueda del Tiempo teje todas las vidas, todos los actos, incorporándolos al Entramado. La retícula que se compone de un solo color no es tal. Para el Entramado de una Era, el bien y el mal son la trama y la urdimbre.

Tres días más tarde, cabalgando en el crepúsculo, Perrin aún experimentaba la misma desazón que había sentido al escucharle pronunciar aquellas palabras. Él quería creer que el Entramado era bueno por principio. Quería creer que, cuando los hombres obraban mal, actuaban en contra del Entramado, tergiversando el curso de sus hilos. Para él el Entramado era la delicada y compleja creación de un maestro herrero. La idea de que con el acero de calidad se mezclara despreocupadamente latón y materiales aún peores lo dejaba helado.

—A mí me preocupa —murmuró quedamente—. Luz, me preocupa.

Moraine se volvió a mirarlo y él calló, preguntándose qué era lo que le importaba a la Aes Sedai al margen de Rand.

Unos minutos más tarde Lan regresó y situó su negro caballo de guerra junto a la yegua de Moraine.

—Remen se encuentra justo al otro lado de la colina —anunció—. Según parece, han tenido un par de días agitados.

—¿Rand? —inquirió Loial moviendo las orejas.

—No lo sé. Tal vez Moraine pueda comprobarlo cuando lo vea. —La Aes Sedai le dirigió una escrutadora mirada y, espoleando a su blanca montura, aligeró el paso.

Al coronar la colina, divisaron Remen junto al río. No había ningún puente para atravesar el Manetherendrelle, cuyo cauce alcanzaba una anchura superior a un kilómetro allí, pero se veían dos barcazas abarrotadas de gente, impulsadas por largos remos, y otra casi vacía que regresaba. Aparte de aquél, había tres embarcaderos más donde estaba atracada una docena de barcos mercantes, algunos de ellos de tres mástiles y otros de dos. Unos cuantos almacenes de piedra gris separaban los muelles de la población en sí, cuyos edificios parecían, asimismo, de piedra en su mayoría, aunque con tejados de tejas que cubrían toda la gama de colores del amarillo al púrpura, y las calles estaban dispuestas concéntricamente en torno a la plaza principal.

Moraine se subió la capucha de la capa para ocultar su rostro antes de bajar la ladera.

Como de costumbre, la gente se quedó mirando con fascinación a Loial, pero en aquella ocasión Perrin escuchó la palabra «Ogier» entre los murmullos de asombro. Loial se mantenía más erguido en la silla de lo habitual, con las orejas enhiestas y un esbozo de sonrisa en la ancha boca. Hacía esfuerzos evidentes para disimular su complacencia, pero parecía tan encantado como un gato al que le rascaran la oreja.

Perrin no percibió en Remen nada que difiriera de los otros pueblos —estaba impregnada de aromas propios de las poblaciones y de olor a hombres, a los cuales se sumaban, como era natural, los efluvios del río— y ya estaba interrogándose acerca del sentido de las palabras de Lan cuando olió algo que le erizó el vello de la nuca. No bien lo había captado, se desvaneció como un pelo caído en las brasas. Pese a ello lo reconoció, pues era el mismo olor que había percibido en Jarra, que, al igual que ahora, se había esfumado de forma instantánea. No era un Degenerado ni un Nonacido — ¡trolloc, demonios, y no un Degenerado! ¡Tampoco un Nonacido! ¡Un Myrddraal, un Fado, un Semihombre, cualquier cosa menos un Nonacido!—. No era un trolloc ni un Fado y el hedor que había dejado era, no obstante, igual de punzante y repugnante. Pero lo que despedía ese olor no dejaba un rastro permanente, al parecer.

Entraron en la plaza del pueblo. Uno de los grandes bloques de piedra del pavimento había sido arrancado justo en el medio para erigir una picota. En la tierra habían clavado una viga con un travesaño del cual pendía una jaula de hierro a unos tres metros de altura. En su interior, sentado con las rodillas dobladas, la única postura que le permitía el reducido espacio, había un hombre muy alto vestido con ropas grises y pardas al que arrojaban piedras tres niños. El enjaulado miraba al frente, sin inmutarse cada vez que una piedra entraba por los barrotes, pese a que por su rostro bajaba más de un reguero de sangre. Los lugareños que pasaban por allí no prestaban más atención a los chiquillos que a su víctima, aun cuando todos dirigían sin excepción la mirada a la jaula, las más de las veces con ademán de aprobación, y algunas con temor.

Moraine exhaló un sonido gutural que hubiera podido interpretarse como una señal de disgusto.

—Hay más —dijo Lan—. Ven. Ya he encargado habitaciones en la posada. Creo que te parecerá interesante.

Mientras cabalgaba tras ellos, Perrin

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el defensor
Conan el defensor
August 3, 2020
Conan el invencible
Conan el invencible
August 3, 2020
Conan el invicto
Conan el invicto
August 3, 2020
Conan el victorioso
Conan el victorioso
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.