Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 71
Prev
Next

esparciremos sal sobre su inmunda tierra. —La barba de Mallia casi se erizaba de indignación por la inmundicia de la tierra illiana—. ¡Incluso sus aceitunas están podridas! ¡Un día nos llevaremos encadenado hasta el último cerdo illiano! Eso es lo que dice el Gran Señor Samon.

Mat se preguntó qué harían en Tear con toda esa gente si llegaran a cumplir su propósito. Los illianos tendrían que comer, y no podrían trabajar con cadenas. A él le parecía un despropósito, pero a Mallia le brillaban de entusiasmo los ojos al hablar de ello.

Sólo los tontos se dejaban regir por un monarca o una soberana, un hombre o una mujer.

—Con la salvedad de la reina Morgase, claro está —se apresuró a aclarar—. He oído decir que es una mujer muy capacitada, y hermosa además.

Todos esos mentecatos postrándose ante un idiota. Los Grandes Señores gobernaban juntos Tear y tomaban decisiones de común acuerdo, tal como debía ser. Los Grandes Señores sabían en qué consistía la justicia, la prosperidad y la verdad. En especial el Gran Señor Samon. Ningún hombre podía obrar de forma errónea si obedecía a los Grandes Señores. Sobre todo al Gran Señor Samon.

Había en él, no obstante, un odio más enraizado que el que profesaba contra reyes y reinas y contra Illian, una animadversión que trataba de ocultar, pero, de tanto hablar con la intención de averiguar detalles sobre ellos, quedó tan prendado por el sonido de su propia voz que dejó entrever más de lo que se proponía.

Ellos debían de viajar mucho como mensajeros de una gran reina como Morgase. Seguramente habían recorrido mucho mundo. Él soñaba con el mar porque podría ver tierras que sólo conocía de oídas, porque entonces podría localizar los bancos de peces clavos de Mayene y superar la supremacía en el transporte marítimo de los Marinos y los inmundos illianos. Además, el mar quedaba lejos de Tar Valon. Ellos tenían que comprenderlo, obligados como estaban a viajar entre extraños países y gentes, lugares y personas que no habrían soportado de no ser porque así prestaban un servicio a Morgase.

—Nunca me ha gustado fondear allí, donde cualquiera podría estar encauzando el Poder. —Casi escupió la última palabra. Pero desde que había escuchado un discurso del Gran Señor Samon…—. Por mi fe que ahora, sabiendo lo que se proponen, sólo de mirar su Torre Blanca siento como si tuviera gusanos en el estómago.

El Gran Señor Samon aseguraba que las Aes Sedai pretendían gobernar el mundo, que querían someter a todas las naciones, sojuzgar a toda la humanidad. Samon decía que ya no bastaba con que Tear mantuviera todo contacto con el Poder fuera de su territorio. Samon decía que se avecinaba el día en que Tear gozaría de la gloria merecida, pero que Tar Valon se interponía en dicho objetivo.

—No queda otro remedio. Tarde o temprano deberán ser perseguidas y abatidas todas las Aes Sedai sin excepción. El Gran Señor Samon dice que las otras más jóvenes, las novicias y las Aceptadas, podrían salvarse si las llevan a la Ciudadela, pero que el resto debe ser erradicado. Eso es lo que dice el Gran Señor Samon. La Torre Blanca debe ser destruida.

Mallia permaneció un momento parado en medio de la cabina, con los brazos llenos de ropa, libros y mapas enrollados, casi rozando las vigas del techo con el pelo, con la mirada perdida mientras la Torre Blanca se desmoronaba. Entonces dio un respingo, como si cayera en la cuenta de lo que había dicho, y su puntiaguda barba se agitó con incertidumbre.

—Eso es…, eso es lo que él dice. Yo…, por mi parte, pienso que quizá sea una exageración. El Gran Señor Samon… habla de una manera tan arrebatadora que uno casi le da la razón aunque no lo crea. Vaya, si Caemlyn puede forjar pactos con la Torre, también puede hacerlo Tear. —Se estremeció sin poder evitarlo—. Ésa es mi opinión.

—Como digáis —aprobó maliciosamente Mat—. Me pareció correcta vuestra sugerencia, capitán. Pero no os conforméis con unas cuantas Aceptadas. Pedid que vayan a Tear una docena de Aes Sedai, o un par de docenas. Imaginaos lo que sería la Ciudadela de Tear con un par de docenas de Aes Sedai adentro.

Mallia volvió a estremecerse.

—Mandaré un hombre para que se lleve el cofre del dinero —anunció dignamente, y se fue con paso ceremonioso.

—Creo que no debiera haberle dicho eso —se arrepintió Mat, mirando con entrecejo fruncido la puerta que acababa de cerrarse.

—No veo por qué no —señaló Thom con mordacidad—. Después podrías tratar de convencer al capitán general de los Capas Blancas para que se casara con la Sede Amyrlin. —Frunció las cejas, semejantes a blancas orugas—. El Gran Señor Samon. Nunca he oído hablar del Gran Señor Samon.

—¿Qué tiene de raro? —aprovechó para devolverle el sarcasmo Mat—. Ni siquiera vos podéis saberlo todo en lo concerniente a los monarcas y nobles que existen, Thom. Debe de haber uno o dos en los que no habéis reparado.

—Conozco los nombres de los reyes y reinas, chico, y los de todos los Grandes Señores de Tear también. Cabe la posibilidad de que hayan promovido al cargo a un Señor de la Tierra, pero sin duda habría tenido noticias de la muerte del Gran Señor al que sustituía. Si te hubieras propuesto sacar de su camarote a algún desdichado viajero en lugar de ocupar la cabina del capitán, tendríamos una cama para cada uno, aunque fuera estrecha y dura. Ahora tengo que compartir contigo el lecho de Mallia. Espero que no ronques, muchacho. No soporto los ronquidos.

Mat hizo rechinar los dientes, recordando que los ronquidos de Thom eran tan insidiosos como una escofina limando madera nudosa.

El encargado de llevarse el cofre reforzado con hierro donde el capitán guardaba el dinero fue uno de los dos fornidos marineros —Sanor o Vasa—. Sin decir nada, se limitó a dedicarles someras reverencias y a torcer el gesto cuando creía que no lo miraban, y se marchó diligentemente.

Mat comenzaba a temer que la suerte que lo había acompañado durante toda la noche lo hubiera abandonado. Iba a tener que aguantar los ronquidos de Thom y, bien mirado, tal vez no fuera su buena estrella la que lo había hecho saltar a ese barco en concreto enseñando un documento firmado por la Sede Amyrlin y sellado con la Llama de Tar Valon. Impulsivamente, sacó uno de los cilíndricos cubiletes, retiró la tapa y, poniéndolo boca abajo, depositó los dados sobre la mesa.

Los cinco dados mostraron la cara con un solo punto. Los Ojos del Oscuro, se llamaba en algunos juegos. En ellos era una mala tirada, y en otras un resultado que aseguraba la victoria. «¿Pero a cuál estoy jugando yo?» Recogió los dados y volvió a arrojarlos. Cinco unos. Una nueva tirada y, de nuevo, los Ojos del Oscuro le dirigieron un guiño.

—No me extraña que hayas tenido que marcharte con el primer barco que zarpaba —comentó en voz baja Thom— si has ganado todo ese oro utilizando estos dados. — Estaba quitándose la camisa. Tenía las rodillas nudosas y las piernas, la derecha algo encogida, parecían puros tendones y fibrosos músculos—. Chico, hasta una chiquilla de doce años te arrancaría el corazón si se enterara de que la estafabas usando esos dados.

—No son los dados —murmuró Mat—. Es la suerte. —«¿Suerte que emana de las Aes Sedai, o suerte del Oscuro?» Volvió a guardar los cubos.

—Supongo —dijo Thom, instalándose en la cama— que no vas a contarme cómo has conseguido todo ese oro.

—Lo he ganado. Esta noche. Jugando a los dados.

—Ajá. Y supongo que no vas a explicarme el origen de ese papel que enseñabas por ahí…, ¡he visto el sello, chico!, ni de todos esos discursos según los cuales eres un enviado de la Torre, ni tampoco por qué motivo las Aes Sedai le habían dado tu descripción al encargado de los muelles.

—Voy a llevarle a Morgase una carta de Elayne, Thom —respondió Mat con más paciencia de la que en realidad sentía—. Nynaeve me dio el papel y no sé de dónde lo sacó.

—Bueno, si no vas a decírmelo, me voy a dormir. ¿Apagarás las lámparas, si eres tan amable? —Thom se tumbó de lado y se colocó una almohada sobre la cabeza.

Tras apagar las lámparas y deslizarse en ropa interior bajo las mantas, Mat no logró conciliar el sueño, aun a pesar del mullido colchón de plumas con que se había regalado Mallia. No se había equivocado respecto a los ronquidos de Thom, que sonaban como si éste estuviera cortando leña con una sierra oxidada, y la almohada que tenía encima de la cabeza no amortiguaba en nada el ruido. Además, no podía interrumpir el hilo de sus pensamientos. ¿Cómo había llegado a poder de Nynaeve, Egwene y Elayne el documento de la Amyrlin? Debían de traerse entre manos algo con la propia Sede Amyrlin —alguna intriga, una de las maquinaciones propias de la Torre Blanca— pero, ahora que lo pensaba, también debían de estar ocultándole algo a la Amyrlin.

—«Llévale, por favor, esta carta a mi madre» —dijo quedamente con tono agudo y burlón—. ¡Qué idiota! La Amyrlin habría enviado a un Guardián para que entregara a la reina la misiva de la heredera del trono. Me tenían tan cegado las ansias de abandonar la Torre a toda costa que ni me he dado cuenta. —El ronquido de Thom, semejante a un toque de trompeta, pareció expresar su acuerdo.

Pero sus reflexiones se centraron sobre todo en la suerte y en los ladrones.

Apenas tuvo conciencia del primer golpe contra la proa y tampoco prestó atención al roce de algo arrastrándose en cubierta y a los pasos de alguien calzado con botas. La embarcación producía constantemente ruidos, y debía de haber alguien en cubierta vigilando el curso del navío. Pero unos pasos sigilosos en el pasadizo al que daba su camarote incidieron en sus pensamientos poblados de ladrones, haciéndole aguzar el oído.

—Despertad —susurró a Thom, dándole un codazo en las costillas—. Hay alguien en el pasillo.

Saltó de inmediato de la cama, procurando que las planchas del suelo no crujieran bajo sus pies. Thom emitió un gruñido, hizo un chasquido con la lengua y reanudó sus ronquidos.

No había tiempo para ocuparse de Thom. Los pasos sonaban justo afuera. Mat tomó la barra, se apostó delante de la puerta y aguardó.

La puerta se abrió despacio, y la tenue luz de la luna que entraba por la escotilla que daba acceso a la escalera recortó débilmente la silueta de dos hombres encapuchados y arrancó destellos de las hojas de los cuchillos que empuñaban. Los dos intrusos, que evidentemente no habían previsto que alguien estuviera esperándolos, exhalaron una exclamación de sorpresa.

Mat descargó la barra justo debajo del esternón del primero. Al golpear, oyó la voz de su padre. «Es un golpe mortal, Mat. No lo utilices jamás a menos que de ello dependa tu vida.» Aquellos cuchillos amenazaban, sin embargo, su vida, pues en la cabina no había espacio suficiente para mover el bastón.

Su víctima aún se plegaba gimiendo sobre sí, tratando en vano de recobrar aliento, cuando Mat avanzó y hundió con estrépito la punta de la barra en la garganta de su compañero. Éste soltó el cuchillo para aferrarse el cuello y cayó sobre el otro. Ambos quedaron arañando el suelo con las botas, exhalando los últimos estertores.

Mat permaneció de pie, mirándolos. «Dos hombres. ¡No, diantre, tres! Nunca le había hecho daño a ningún ser humano y ahora en una noche he

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el victorioso
Conan el victorioso
August 3, 2020
El Despertar de los Heroes
El Despertar de los Heroes
August 3, 2020
Conan el triunfador
Conan el triunfador
August 3, 2020
Conan el defensor
Conan el defensor
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.