mujer para entenderlo —aseveró Elayne.
—Que tengas buen viaje, Mat —le deseó Egwene—. Y recuerda: si una mujer necesita un héroe, lo necesita hoy y no mañana. —La risa contenida brotó por fin de sus labios.
Mientras miraba la puerta que se cerraba tras ellas, Mat resolvió, por centésima vez al menos, que las mujeres eran decididamente raras.
Después posó la vista en la carta de Elayne y en el papel plegado que había encima. El bendito papel de la Amyrlin que, a pesar de no comprender de dónde había surgido, agradecía como un buen fuego en invierno. Hizo unas cabriolas sobre la alfombra. Vería Caemlyn y conocería a una reina. «Vuestras propias palabras me librarán de vos, Amyrlin. Y también me alejarán de Selene.»
—Nunca me atraparéis —dijo riendo, refiriéndose a las dos—. Nunca atraparéis a Mat Cauthon.
CAPÍTULO 29 Una trampa que activar
El asador estaba parado en una esquina. Nynaeve se enjugó el sudor de la frente, mirándolo con furia, y se encorvó para realizar el trabajo que éste debiera haber hecho. «¡Serían capaces de empujarme encima de esa rueda de mimbre en lugar de ponerme a hacer girar esta condenada manivela! ¡Aes Sedai! ¡La Luz las confunda a todas!» El hecho de que utilizara tal lenguaje era indicativo del grado de su enojo, como también lo era el detalle de que ni siquiera fuera consciente de ello. No creía que notara más el calor del fuego que ardía en la gran chimenea de piedra gris si se arrojaba a ella. Estaba convencida de que el coloreado asador le sonreía con sorna. Elayne espumaba la grasa que goteaba en la bandeja de abajo con una larga cuchara de madera, en tanto Egwene empleaba otra igual para rociar la carne. En la gran cocina se desarrollaba la rutinaria actividad previa a la comida de mediodía, sin que nadie reparara en ellas. Incluso las novicias se habían acostumbrado tanto a ver Aceptadas allí que apenas les dedicaban una mirada, y por otra parte las cocineras tampoco les permitían holgazanear ni distraer la atención de sus tareas. El trabajo formaba el carácter, sostenían las Aes Sedai, y las cocineras velaban por el fortalecimiento del carácter de las novicias. Y también de las tres Aceptadas.
Laras, la Maestra de las Cocinas —en realidad era la encargada de las cocinas, pero eran tantas las personas que le daban ese tratamiento que éste se había convertido casi en una especie de título—, se acercó a ellas para examinar los asados… y a las mujeres que sudaban inclinadas sobre ellos. Era una mujer de corpulencia desmedida, con doble papada, la tela de cuyo inmaculado delantal habría bastado para confeccionar tres vestidos de novicia, que asía su propia cuchara de largo mango como si de un cetro se tratara. Su función no era agitar los guisos, sino dirigir a sus subordinadas y golpear a aquellas que no desarrollaban fuerza de carácter con la rapidez suficiente para satisfacerla. Observó la carne, resopló con desprecio y volvió su ceñudo rostro hacia las tres Aceptadas.
Nynaeve sostuvo la mirada de Laras y siguió haciendo girar el asador. La fornida mujer no mudó en nada la expresión. Nynaeve había intentado sonreír, pero tampoco había logrado alterar con ello el adusto semblante de Laras. Parar de trabajar para hablar educadamente con ella habría sido un desastre. Estaba harta de aguantar las órdenes y la altanería de las Aes Sedai, pero, por más que le escociera, tenía que someterse a ello para aprender a valerse de su habilidad. Aun cuando no fuera precisamente satisfacción lo que sentía por lo que era capaz de hacer —una cosa era saber que las Aes Sedai no eran Amigos Siniestros por el mero hecho de encauzar, y otra distinta reconocer que ella misma era capaz de encauzar—, debía aprender si quería pagarle con la misma moneda a Moraine; el odio que sentía por Moraine por haber truncado el curso de sus vidas y haberlos manipulado a todos en aras de los fines de las Aes Sedai era casi lo único que la animaba a perseverar. Pero soportar que la tal Laras la tratara como a una chiquilla holgazana un poco corta de entendederas, tener que ofrecer reverencias y desvivirse por atender los deseos de aquellas mujeres que ella podría haber puesto en su lugar con unas cuantas palabras bien dichas allá en su pueblo…, eso la sacaba tanto de quicio como el recuerdo de Moraine. «Quizá si le rehúyo la mirada… ¡No! ¡Que me aspen si bajo la vista delante de esta…, esta vaca!»
Laras emitió un bufido aún más sonoro antes de alejarse, hollando las grises baldosas recién fregadas. Todavía encorvada con la cuchara y el cuenco para la grasa en las manos, Elayne le dirigió una mirada cargada de rabia.
—Si esa mujer me golpea aunque sólo sea otra vez, haré que Gareth Bryne la arreste y…
—Calla —susurró Egwene, sin parar de rociar la carne—. Tiene un oído tan fino como…
Laras se volvió, aún más ceñuda, como si en efecto la hubiera oído, y abrió la boca. Antes de que brotara algún sonido de ella, la Sede Amyrlin entró como un torbellino en la cocina. Incluso la estola rayada que le cubría los hombros parecía erizarse. Excepcionalmente, Leane no hizo acto de presencia.
«Por fin —pensó Nynaeve con acritud—. ¡Y no llega precisamente antes de tiempo que se diga!»
La Amyrlin no les dedicó, empero, ni una ojeada. No dijo ni una palabra a nadie. Pasó la mano por encima de una mesa blanca de tan refregada y se miró los dedos con una mueca de desagrado, como si se hubiera ensuciado. Al cabo de un instante, Laras se hallaba a su lado, prodigándole sonrisas que la impasible mirada de la Amyrlin la obligó a tragar.
La Amyrlin se puso a recorrer con paso majestuoso la cocina. Miró airadamente a las mujeres que rebanaban las tortas hechas con harina de avena, a las que pelaban verduras, las ollas de sopa y a las encargadas de su vigilancia, las cuales se pusieron a examinar la superficie del líquido contenido en ellas como si en ello les fuera la vida. Su adusto ceño hizo avivar el paso de las camareras que llevaban platos y tazones al comedor y provocó carreras entrecruzadas de novicias que se comportaban como ratones que hubieran avistado a un gato. Para cuando llevaba recorrida la mitad de la cocina, todo el mundo trabajaba allí a una velocidad de vértigo y, cuando hubo completado su circuito, Laras era la única que se atrevía a mirarla.
La Amyrlin se detuvo delante de los asadores, con los puños apoyados en las caderas, y clavó la mirada en Laras. Simplemente la miró, impasible, con los azules ojos fríos y duros como el hielo.
La gorda encargada tragó saliva y, cuando se alisó el delantal, un temblor le recorrió las mejillas. La Amyrlin ni siquiera pestañeó. Laras bajó la vista y basculó el peso del cuerpo de un pie a otro.
—Si la madre es tan amable de perdonarme… —dijo con tenue voz.
Tras realizar un torpe movimiento que pretendía ser una reverencia, se alejó, presurosa, tan fuera de sí que fue a reunirse con una de las muchachas que cuidaban de las ollas de sopa y comenzó a removerla con su propia cuchara.
Nynaeve sonrió, manteniendo la cabeza gacha para que nadie lo advirtiera. Egwene y Elayne siguieron trabajando también, pero de tanto en tanto lanzaban una ojeada a la Amyrlin, plantada de espaldas a menos de dos metros de ellas.
La Amyrlin paseaba la mirada por toda la cocina desde allí.
—Si se acobardan por tan poco —murmuró quedamente—, tal vez lleven demasiado tiempo sin recibir ninguna amonestación.
«En verdad le ha bastado poco para intimidarlas —pensó Nynaeve—. Se amilanan por nada. ¡Si sólo las ha mirado!» La Amyrlin miró por encima del hombro cubierto por la estola, y sus miradas se cruzaron por un instante. De improviso Nynaeve advirtió que hacía girar más deprisa el asador y se excusó diciéndose que debía fingir estar tan impresionada como las demás.
La Amyrlin posó la vista en Elayne y de repente se puso a hablar con voz tan alta que casi hizo rebotar los cazos y sartenes de cobre que colgaban de la pared.
—Hay ciertas palabras que no pienso tolerar en boca de una joven, Elayne de la casa Trakand. ¡Si las incorporas a tu vocabulario, yo me encargaré de que te restrieguen la lengua para quitarlas! —Todas las presentes se sobresaltaron.
Elayne parecía confundida, y Egwene, claramente indignada.
Nynaeve sacudió frenéticamente la cabeza con movimiento mesurado. «¡No, muchacha! ¡Manténte callada! ¿No ves lo que está haciendo?»
—Madre, ella no ha… —replicó, no obstante, respetuosa pero resueltamente Egwene.
—¡Silencio! —El bramido de la Amyrlin provocó otro sobresalto masivo—. ¡Laras! ¿Podéis hallar algo para enseñar a estas dos muchachas a hablar cuando y como es debido, Maestra de las Cocinas? ¿Podéis hacerlo?
Laras se acercó con sus pesados andares a una velocidad insólita en ella y agarró de la oreja a Elayne y Egwene sin parar de repetir:
—Sí, madre. De inmediato, madre. Como ordenéis, madre. —Se llevó a toda prisa a las dos jóvenes de la cocina como si estuviera ansiosa por escapar de la imperiosa presencia de la Amyrlin.
La Amyrlin se encontraba ahora a pocos palmos de distancia de Nynaeve, pero todavía tendía la mirada sobre la cocina. Una joven cocinera se volvió con un tazón en la mano y, topando por azar con la mirada de la Amyrlin, dio un agudo chillido y se fue corriendo.
—No era mi intención que Egwene se viera involucrada en esto. —La Amyrlin apenas movía los labios. Daba la impresión de que estuviera murmurando para sí. Sólo por la expresión de su rostro, era fácil deducir que nadie en la cocina tenía ganas de oír lo que decía. Nynaeve captaba a duras penas sus palabras—. Pero quizás eso le enseñará a reflexionar antes de hablar.
Nynaeve siguió haciendo girar el asador con la cabeza gacha, fingiendo murmurar entre dientes por si alguien miraba.
—Pensaba que ibais a manteneros en estrecho contacto con nosotras, madre. Para que pudiéramos informaros de nuestras averiguaciones.
—Si vengo a veros cada día, hija, despertaría sospechas en algunas personas. — La Amyrlin prosiguió con su escrutinio de la cocina. La mayoría de las mujeres rehuían mirar en dirección a donde se hallaba para no incurrir en sus iras—. Había planeado mandaros acudir a mi estudio después de la comida. Para regañaros por vuestra tardanza en elegir los temas de estudio, como así le he dado a entender a Leane. Pero se han producido novedades que exigen omitir toda demora. Sheriam ha encontrado otro Hombre Gris. Una mujer. Muerta como un pez pescado una semana antes, y sin una sola marca en el cuerpo. Estaba tumbada en posición de reposo, precisamente en medio de la cama de Sheriam. Una visión harto desagradable para ella.
Nynaeve se irguió, y el asador se detuvo un momento antes de que volviera a impulsar la manivela.
—Sheriam tuvo oportunidad de ver las listas que Verin entregó a Egwene. Y también Elaida. No estoy formulando acusaciones, pero tuvieron ocasión de hacerlo. Y Egwene dijo que Alanna… se comportó de forma extraña.
—Te lo contó, ¿eh? Alanna es arafelina. En Arafel tienen una noción un tanto exagerada respecto al honor y las deudas. —Se encogió de hombros como restándole importancia y, aun así, agregó—: Supongo que no estará de más controlarla. ¿Habéis averiguado algo de interés, hija?
—Hasta cierto punto —murmuró sombríamente Nynaeve. «¿Y por qué no habla de controlar a Sheriam? Tal vez no se