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  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 62
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fresco paño humedecido.

—¿Ha sido una mala experiencia? —inquirió, preocupada—. No te has movido en lo más mínimo ni has murmurado nada. No sabíamos si despertarte o no.

Egwene se quitó precipitadamente la cuerda de cuero del cuello y la lanzó, junto al anillo, al otro extremo de la habitación.

—La próxima vez —jadeó— fijaremos una hora llegada la cual me despertaréis. ¡Despertadme aunque tengáis que hundirme la cabeza en un cubo de agua!

No tenía, hasta entonces, conciencia de haber decidido probarlo otra vez. «¿Meterías la cabeza en las fauces de un oso sólo para demostrar que no tienes miedo? ¿Lo harías dos veces por el simple motivo de que la primera vez saliste con vida?»

No era, sin embargo, para probarse a sí misma que no tenía miedo por lo que lo haría. Tenía miedo, y lo sabía. Pero, mientras el Ajah Negro tuviera en su poder los ter’angreal que había estudiado Corianin, debería seguir intentándolo. Estaba segura de que en el Tel’aran’rhiod residía la explicación del porqué de aquel robo. Si era factible encontrar las respuestas relativas al Ajah Negro allí —y asimismo, tal vez otras, de ser cierto la mitad de lo que le habían dicho acerca de las facultades de una Soñadora— debería regresar.

—Pero no esta noche —dijo quedamente—. Todavía no.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Nynaeve—. ¿Qué has… soñado?

Egwene se recostó en la cama y les refirió sus experiencias. De todo lo vivido, sólo omitió contar que Perrin le había hablado al lobo. De hecho, eludió toda mención al lobo. A pesar del sentimiento de culpa que le producía ocultar algo a Elayne y Nynaeve, consideraba que aquél era un secreto que debía revelar Perrin, cuando así lo decidiera, y no ella. El resto lo describió minuciosamente y, cuando hubo acabado, se sintió vacía. —Aparte de la fatiga —inquirió Elayne—, ¿te ha parecido que estaba herido? Egwene, no puedo creer que fuera a hacerte daño. No puedo creerlo.

—Rand —observó secamente Nynaeve— tendrá que cuidar de sí mismo durante una temporada más. —Elayne se sonrojó; estaba preciosa toda ruborizada. Egwene cayó en la cuenta de que Elayne estaba preciosa hiciera lo que hiciese, ya fuera llorar o fregar ollas—. Callandor —continuó Nynaeve—. El Corazón de la Ciudadela. Eso estaba marcado en el plano. Creo que ya sabemos dónde está el Ajah Negro.

—Eso no modifica el hecho de que sea una trampa —señaló Elayne, recuperada la compostura—. Si no es un intento para despistarnos, es una trampa.

—La mejor manera de atrapar a quien tiende un lazo es accionarlo y luego esperar a que se presente —sentenció Nynaeve sonriendo fríamente.

—¿Te propones ir a Tear? —preguntó Egwene. Nynaeve asintió.

—La Amyrlin nos ha concedido, por lo visto, plena libertad de acción. Recordad que somos nosotras quienes tomamos las decisiones. Sabemos que el Ajah Negro se encuentra en Tear y también a quién hemos de buscar allí. Todo cuanto podemos hacer aquí es quedarnos paralizadas, corroídas por sospechas centradas en todo el mundo, por la inquietud de que en cualquier momento pueda aparecer otro Hombre Gris. Prefiero ser el cazador a ser el conejo.

—He de escribir a mi madre —dijo Elayne. Adoptó una actitud defensiva al advertir las miradas que le habían dirigido—. Ya he desaparecido una vez sin notificarle dónde me encontraba. Si vuelvo a hacerlo… No sabéis el genio que tiene madre. Es capaz de enviar a Gareth Bryne y a todo el ejército para atacar Tar Valon. O para perseguirnos.

—Podrías quedarte aquí —sugirió Egwene.

—No. No permitiré que os vayáis las dos solas. Y no voy a permanecer aquí preguntándome si la hermana que me da clases es una Amiga Siniestra o si yo seré el objetivo del siguiente Hombre Negro. —Soltó una risita—. Y tampoco voy a trabajar en las cocinas mientras vosotras vivís grandes aventuras. Sólo tengo que decirle a mi madre que me ausento de la Torre siguiendo órdenes de la Amyrlin, para que no se enfurezca cuando lleguen hasta ella rumores acerca de mi partida. No tengo por qué explicarle adónde voy ni por qué.

—Más te vale —convino Nynaeve—. Si se enterara de lo del Ajah Negro vendría sin duda tras de ti. Aparte de eso, la Luz sabe por cuántas manos pasará tu carta antes de llegar a las suyas, y los ojos que la leerán entretanto. Es mejor no poner nada que no te convenga que se haga público.

—Ése es otro cantar. —Elayne suspiró—. La Amyrlin ignora mi participación. He de hallar la manera de enviarla sin que ella la vea.

—Habré de pensar en ello. —Nynaeve arrugó el entrecejo—. Quizá cuando ya estemos en camino. Podrías dejarla río abajo, en Aringill, si disponemos de tiempo para encontrar a algún viajero que se dirija a Caemlyn. Es posible que convenzamos a alguien enseñándole uno de esos papeles que nos entregó la Amyrlin. Deberemos confiar, asimismo, en su buen efecto sobre los capitanes de barco, a menos que alguna de vosotras tenga más dinero que yo. —Elayne sacudió con tristeza la cabeza.

Egwene no se molestó en hacerlo. Habían gastado el poco dinero que poseían durante el viaje desde la Punta de Toman, y sólo contaban con unas cuantas monedas de cobre cada una.

—¿Cuándo…? —Tuvo que hacer una pausa para aclararse la garganta—. ¿Cuándo nos vamos? ¿Esta noche?

Nynaeve adoptó una actitud reflexiva y luego negó con la cabeza.

—Necesitas dormir, después de… —Abarcó con el gesto el anillo de piedra que había caído en el suelo tras rebotar en la pared—. Daremos otra oportunidad a la Amyrlin para que venga a vernos. Al acabar las tareas del desayuno, preparad el equipaje, pero procurad que sea ligero. Recordad que debemos salir de la Torre sin que nadie se dé cuenta. Si a mediodía no nos ha dicho nada la Amyrlin, embarcaremos en un mercante, haciéndole tragar ese papel al capitán si es necesario, antes de que suenen de nuevo las campanas. ¿Qué os parece?

—Excelente —aprobó con firmeza Elayne.

—Esta noche o mañana, tanto da —dijo a su vez Egwene—. Cuanto antes mejor. —Dudaba que su voz transmitiera la misma confianza que Elayne.

—Entonces es aconsejable que durmamos un poco.

—Nynaeve —dijo con un hilillo de voz Egwene—. No…, no quiero dormir sola esta noche. —La mortificaba tener que admitirlo.

—Yo tampoco —reconoció Elayne—. No paro de pensar en los Sin Alma. No sé por qué, me asustan incluso más que el Ajah Negro.

—Supongo —reconoció lentamente Nynaeve— que yo tampoco siento deseos de estar sola. —Miró la cama donde estaba tumbada Egwene—. Parece suficiente para tres, si todas pegamos los codos al cuerpo.

Poco después, cuando se movían tratando de hallar una posición cómoda entre tanta apretura, Nynaeve se echó a reír súbitamente.

—¿Qué pasa? —preguntó Egwene—. Tú no eres tan cosquillosa.

—Se me acaba de ocurrir que hay alguien que llevaría de buen grado a su destino la carta de Elayne. Alguien a quien le encantaría salir de Tar Valon. Apuesto a que sí.

CAPÍTULO 28 Una salida

Vestido sólo con los calzones, Mat acababa de dar cuenta de un tentempié posterior al desayuno, consistente en jamón, tres manzanas y mantequilla, cuando se abrió la puerta de su habitación y Nynaeve, Egwene y Elayne entraron, agasajándolo con sus mejores sonrisas. Se levantó con intención de ponerse una camisa y luego, pensando que podrían haber llamado en lugar de irrumpir, volvió a sentarse obstinadamente. De todas formas, le alegró verlas. Al principio, en todo caso. —Tienes mejor aspecto —observó Egwene.

—Como si hubieras disfrutado de un mes de descanso, con comida a discreción —agregó Elayne.

Nynaeve le puso la mano en la frente, y él se encogió instintivamente antes de caer en la cuenta de que, allá en su pueblo, llevaba haciendo lo mismo durante casi cinco años. «Entonces era simplemente la Zahorí —pensó—. No llevaba ese anillo.»

Nynaeve le dedicó una tensa sonrisa que le indicó que había advertido su aprensión.

—En mi opinión, te encuentras en condiciones de abandonar la cama y la habitación. ¿Todavía no te has cansado de estar encerrado? Nunca fuiste capaz de permanecer dos días seguidos recluido.

Miró con desgana el corazón de la manzana que le quedaba y luego lo dejó en el plato. Estuvo a punto de lamerse el jugo prendido a los dedos, pero le dio reparo hacerlo cuando las tres lo miraban, y sin parar de sonreír. Advirtió que estaba tratando de decidir cuál de ellas era más guapa, y no lo conseguía. De haberse tratado de otras chicas y no las que eran —y lo que eran—, habría pedido a cualquiera de ellas si quería bailar una giga o una alemanda. Había danzado con Egwene muchas veces en el pueblo e incluso en una ocasión con Nynaeve, pero aquello parecía haber sucedido hacía mucho tiempo.

—«Con una chica bonita es divertido bailar. Dos chicas bonitas traen conflictos en la casa. Con tres chicas bonitas lo mejor es huir a las montañas.» —Ofreció a Nynaeve una sonrisa aún más puntillosa que la suya—. Mi padre lo decía a menudo. Estáis tramando algo, Nynaeve. Me miráis tan sonrientes como gatos que han sorprendido a un pinzón atrapado en un espino, y me temo mucho que yo soy el pinzón.

Las sonrisas se esfumaron de sus caras. Entonces se fijó con extrañeza en sus estropeadas manos que parecían haber fregado muchos platos. Sin duda la heredera del trono de Andor no había fregado uno en su vida, e igualmente le costaba imaginar a Nynaeve realizando tal trabajo, pese a saber que allá en el Campo de Emond realizaba las tareas de la casa. Ahora las tres llevaban anillos con la Gran Serpiente. Era una novedad de la que no se alegraba en lo más mínimo. «Luz, algún día tenía que ocurrir. No es asunto mío. No me concierne, eso es todo.»

Egwene sacudió la cabeza, pero el gesto parecía dirigido tanto a las otras dos mujeres como a él.

—Ya os he advertido que debíamos pedírselo directamente. Es tozudo como una mula cuando le viene en gana, y más tramposo que un gato. Sí lo eres, Mat. De modo que no pongas esa cara.

El joven se apresuró a sonreír nuevamente.

—Calla, Egwene —indicó Nynaeve—. Mat, el hecho de que queramos pedirte un favor no significa que no nos preocupemos por tu salud. Nos preocupa, y tú lo sabes, a menos que tengas la cabeza más llena de pájaros de lo habitual. ¿Te encuentras bien? Pareces haber mejorado mucho en comparación con la última vez que te vi. Realmente, se diría que ha pasado un mes y no dos días.

—Estoy en forma para correr diez kilómetros y luego bailar una giga. —Las tripas le gruñeron, recordándole que aún faltaba un buen rato para mediodía, pero él disimuló, con la esperanza de que no se hubieran dado cuenta. Casi se sentía como si hubiera pasado un mes reposando y cebándose, y el día anterior sólo hubiera comido una vez—. ¿Qué favor? —inquirió con suspicacia. Que él recordara, Nynaeve no pedía favores a nadie; Nynaeve le decía a la gente lo que había de hacer, con la seguridad de que sería obedecida.

—Quiero que le lleves una carta a mi madre —respondió Elayne sin dar tiempo a que lo hiciera Nynaeve—. A Caemlyn. —Sonrió, y en las mejillas le aparecieron unos graciosos hoyuelos—. Te estaría tan agradecida, Mat… —El sol de la mañana arrancaba destellos en su pelo.

«¿Le gustará bailar?» Al instante ahuyentó tales pensamientos.

—Eso no suena como algo difícil, pero supone un largo viaje. ¿Qué gano yo con ello?

Por la expresión de su cara, dedujo que aquellos hoyuelos debían de producir con frecuencia el efecto apetecido. Elayne irguió la

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