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  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 43
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observarlo con los ojos más oscuros que Mat había visto nunca. Era tan hermosa que casi se quedó sin aliento, con un pelo negro como la noche recogido con una cinta de hebras de plata entrelazadas y tan airosa en la inmovilidad como lo sería otra mujer bailando. Durante unos segundos tuvo la impresión de que la conocía, pero inmediatamente rechazó tal idea. Ningún hombre olvidaría a una mujer como aquélla. —Supongo que tendrás un aspecto aceptable una vez que te hayas vuelto a rellenar —dijo—, pero por ahora tal vez podrías ponerte algo.

Mat continuó mirándola con embeleso un instante y luego cayó de repente en la cuenta de que estaba desnudo. Rojo como la grana, se fue arrastrando los pies hasta la cama, se tapó con la manta a modo de capa y, más bien que sentarse, cayó en el borde del colchón.

—Perdonad por… es decir, yo… es que no esperaba… Yo… —Respiró hondo—. Os pido disculpas por encontrarme así.

Todavía notaba las mejillas encendidas. Por un momento deseó que Rand, fuera lo que fuese en que se había convertido, o el mismo Perrin estuvieran allí para aconsejarlo. Ellos siempre parecían salir airosos con las mujeres. Incluso las chicas que sabían que Rand estaba prácticamente comprometido con Egwene solían mirarlo con agrado y, al parecer, consideraban que la pausada naturaleza de Perrin tenía su atractivo. Por más que lo había intentado, él siempre acababa haciendo el ridículo delante de las muchachas. Exactamente como ahora.

—No me habría presentado así, Mat, de no ser porque me hallaba aquí en la…, en la Torre Blanca —sonrió como si el nombre le resultara divertido— para atender cierto asunto, y quería veros a todos. —Nuevamente ruborizado, Mat se arrebujó aún más en la manta, pero ella no parecía haber querido tomarle el pelo. Con porte más majestuoso que el de un cisne, se deslizó hasta la mesa—. Tienes hambre. Es lo normal, tal como hacen ellas las cosas. Come cuanto te den. Te sorprenderá ver con cuánta rapidez recuperas peso y fuerzas.

—Perdonad —se excusó educadamente Mat—, pero ¿os conozco? Sin ánimo de ofender, me resultáis… familiar. —La mujer clavó la mirada en él, provocándole una aguda incomodidad. Una mujer como ella esperaría que la recordasen.

—Puede que me hayas visto —repuso al cabo—, en algún sitio. Llámame Selene. —Ladeó ligeramente la cabeza, como si previera que él reconocería el nombre.

Éste produjo una tenue reacción en los confines de su memoria. Aunque tuvo la sensación de haberlo oído antes, no pudo determinar ni cuándo ni dónde.

—¿Sois una Aes Sedai, Selene?

—No. —Su respuesta fue queda pero sorprendentemente enfática.

Por primera vez la observó con detenimiento, ya en condiciones de percibir algo más que su belleza. Era casi tan alta como él, esbelta y, por su forma de moverse, seguramente fuerte. No alcanzó a precisar su edad —podía tener un par de años más que él o un máximo de diez— pero sus mejillas eran tersas. Su collar de lisas piedras blancas y plata entrelazada hacía juego con su ancho cinturón, pero no llevaba un anillo con la Gran Serpiente. Su ausencia no debiera haberle extrañado, pues ninguna Aes Sedai negaría explícitamente su condición, y, sin embargo, le chocó. Ella transmitía una sensación de confianza en sí misma, de seguridad en su propio poder equiparable a la de una reina, y algo más…, características todas que él asociaba a las Aes Sedai.

—¿No seréis, por casualidad, una novicia?

Le habían dicho que las novicias vestían de blanco, pero realmente no esperaba que ella lo fuera. «A su lado Elayne parecía una vulgar criada.» Elayne. Otro nombre que había acudido misteriosamente a su cabeza.

—Nada de eso —contestó con expresión irónica Selene—. Digamos que soy alguien que tiene intereses coincidentes contigo. Esas… Aes Sedai pretenden utilizarte, pero, en general, creo que te va a agradar. Y que vas a aceptarlo. A ti no es preciso convencerte para que vayas en pos de la gloria.

—¿Utilizarme? —Recordó haber tenido tales pensamientos, pero en lo concerniente a Rand y no a él mismo. «Yo no tengo ningún valor de uso para ellas. ¡Maldita sea, Luz, no puede ser!»—. ¿A qué os referís? Yo no soy importante. No tengo ninguna utilidad para nadie excepto para mí. ¿Qué clase de gloria?

—Sabía que te atraería. A ti más que a nadie.

La sonrisa de Selene le produjo un torbellino en la cabeza. Se pasó una mano por el pelo. La manta resbaló y él se apresuró a cogerla antes de que cayera.

—Escuchad, no tienen ningún interés en mí. —«¿Y lo de que tú fuiste quien sopló el Cuerno?»—. Yo sólo soy un granjero. —«Quizá piensan que estoy ligado de algún modo a Rand. No, Verin dijo…» No estaba seguro de qué era lo que había dicho Verin, ni tampoco Moraine, pero presentía que la mayor parte de las Aes Sedai desconocían todo lo concerniente a Rand. A él le convenía que las cosas siguieran así, al menos hasta que se hallara bien lejos de Tar Valon—. Sólo un simple campesino. Lo único que quiero es ver un poco de mundo y luego regresar a la granja de mi padre. —«¿Qué querrá decir con eso de la gloria?»

Selene sacudió la cabeza como si le hubiera leído el pensamiento.

—Eres más importante de lo que sospechas. Y ciertamente más importante de lo que creen esas que se hacen llamar Aes Sedai. Tú puedes alcanzar la gloria, si eres lo bastante inteligente como para no confiar en ellas.

—Deduzco, por vuestras palabras, que vos no confiáis en ellas. —«¿Qué se hacen llamar?» En su mente despuntó una posibilidad que no se atrevió a expresar de viva voz—. ¿Sois una…? ¿Sois…? —Aquélla no era una acusación que pudiera formularse a la ligera.

—¿Una Amiga Siniestra? —dijo con tono burlón Selene, entre divertida y desdeñosa, pero en absoluto enojada—. ¿Uno de esos patéticos seguidores de Ba’alzemon que creen que él les dará inmortalidad y poder? Yo no sigo a nadie. Existe un hombre a cuyo lado podría caminar, pero no seguir.

—Por supuesto que no —convino Mat, riendo con nerviosismo. «Rayos y truenos, un Amigo Siniestro nunca se delataría. Sin duda lleva un cuchillo envenenado, si lo es.» Recordó vagamente a una mujer vestida como una aristócrata de alcurnia, una Amiga Siniestra empuñando una daga con su delgada mano—. Nada más lejos de mi intención. Parecéis…, parecéis una reina. Eso quería decir. ¿Sois una dama noble?

—Mat, Mat, debes aprender a fiarte de mí. Oh, yo también te utilizaré… Eres demasiado suspicaz por naturaleza, en especial desde que has llevado esa daga, para que vaya a negarlo, pero colaborando conmigo obtendrás riqueza, poder y gloria. No voy a presionarte. Siempre he opinado que los hombres rinden más si están convencidos que si se los obliga. Esas Aes Sedai ni siquiera se dan cuenta de lo importante que eres, y él intentará disuadirte o matarte, pero yo puedo concederte lo que deseas.

—¿Él? —inquirió vivamente Mat. «¿Matarme? Luz, es a Rand a quien persiguen y no a mí. ¿Cómo sabe ella lo de la daga? Supongo que toda la Torre estará al corriente»—. ¿Quién quiere matarme?

Selene frunció la boca como si hubiera revelado más de lo que se proponía.

—Tú sabes lo que quieres, Mat, y yo lo sé tan bien como tú. Debes elegir en quién vas a depositar tu confianza de acuerdo con los beneficios que te reportará. Yo reconozco que te utilizaré. Esas Aes Sedai jamás lo reconocerán. Yo te conduciré por la senda de la riqueza y la gloria. Ellas te mantendrán atado con un dogal hasta que mueras.

—Vos afirmáis muchas cosas —observó Mat—, pero ¿cómo sé yo si hay algo en ello de verdad? ¿Cómo sé si sois más digna de fiar que ellas?

—Escuchando lo que ellas te digan, y lo que omitan decirte. ¿Te contarán que tu padre vino a Tar Valon?

—¿Que mi padre estuvo aquí?

—Un hombre llamado Abell Cauthon, y otro llamado Tam al’Thor. No pararon de molestar hasta conseguir una audiencia, tengo entendido, para preguntar dónde estabais tú y tus amigos. Y Siuan Sanche los mandó de vuelta a Dos Ríos con las manos vacías, sin darles a conocer siquiera si estabais vivos o muertos. ¿Te dirán eso, a menos que lo preguntes? Puede que ni siquiera entonces, porque cabe la posibilidad de que trataras de huir para regresar a casa.

—¿Mi padre cree que estoy muerto? —dijo lentamente Mat.

—Es posible hacerle llegar la noticia de que estás vivo. Yo puedo ocuparme de ello. Piensa en quién vas a depositar tu confianza, Mat Cauthon. ¿Te dirán que precisamente en estos momentos Rand al’Thor intenta escapar y la tal Moraine está persiguiéndolo? ¿Te dirán que el Ajah Negro infesta su preciosa Torre Blanca? ¿Te dirán siquiera cómo se proponen utilizarte?

—¿Rand intentar escapar? Pero si… —Tal vez ella supiera que Rand se había autoproclamado el Dragón Renacido, o tal vez no, pero no sería él quien se lo dijera. «¡El Ajah Negro! ¡Por todos los demonios!»—. ¿Quién sois, Selene? Si no sois una Aes Sedai, ¿qué sois?

—Recuerda simplemente que existe otra alternativa. —Su sonrisa ocultaba secretos—. No tienes por qué ser una marioneta al servicio de la Torre Blanca ni una presa para los Amigos Siniestros de Ba’alzemon. El mundo es más complejo de lo que imaginas. Por el momento, obra según los deseos de esas Aes Sedai, pero recuerda que tienes posibilidad de elección. ¿Lo harás?

—No veo que la tenga realmente —comentó sombríamente—. Supongo que lo haré.

Selene endureció la mirada, y el tono amistoso se desprendió de su voz como la piel vieja de una serpiente.

—¿Supones? No he venido a ti de esta manera, a hablarte como lo he hecho, para conseguir suposiciones, Matrim Cauthon. —Alargó una delgada mano.

Aunque no tenía nada en ella y entre los dos mediaba media habitación, él se echó atrás, alejándose de su mano, como si ésta se hallara a escasos centímetros empuñando una daga. En realidad no sabía por qué, salvo que en sus ojos brillaba una amenaza, y estaba seguro de que no eran imaginaciones suyas. Comenzó a sentir un hormigueo en la piel, y el dolor de cabeza volvió a arreciar.

De improviso el cosquilleo y el dolor se esfumaron, y Selene giró con celeridad la cabeza como si escuchara algún ruido procedente del otro lado de la pared. Con un tenue fruncimiento de entrecejo, bajó la mano.

—Volveremos a conversar, Mat —prometió con expresión otra vez impasible—. Tengo mucho que decirte. Recuerda las opciones que se abren ante ti. Recuerda que hay muchas manos dispuestas a matarte. Sólo yo te garantizo la vida y todo lo que ansías, si obras según te indique. —Se deslizó por la puerta tan silenciosa y airosa como había entrado.

Mat espiró prolongadamente, con el rostro empapado en sudor. «¿Quién diablos es?» Una Amiga Siniestra, quizá. Lo que no encajaba era que había demostrado el mismo desprecio por Ba’alzemon que por las Aes Sedai. Los Amigos Siniestros siempre hablaban de Ba’alzemon con la misma reverencia con que cualquiera se referiría al Creador. Y no le había pedido que no revelara su visita a las Aes Sedai.

«Claro —pensó con acritud—. Disculpadme, Aes Sedai, pero esa mujer ha venido a verme. No era Aes Sedai, pero me ha parecido que comenzaba a utilizar el Poder Único contra mí, y ha asegurado que no era una Amiga Siniestra, pero me ha dicho que vosotras pensáis utilizarme y que el Ajah Negro ronda por la Torre. Oh, y también me ha dicho que soy importante. No comprendo por qué. Ahora no

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