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  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 33
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por qué nos tratan como si fuéramos criminales? —preguntó Nynaeve—. Fuimos engañadas por una mujer del…, del Ajah Negro. Eso bastaría para descargarnos de cualquier culpa.

—¿Eso es lo que piensas, hija? —contestó la Amyrlin tras lanzar una lúgubre carcajada—. Tal vez vuestra salvación resida en el hecho de que nadie en la Torre salvo Verin, Leane y yo misma sospecha siquiera que tuvisteis algo que ver con Liandrin. Si ello se hiciera público, sin contar la pequeña demostración de fuerza que ofrecisteis a los Capas Blancas… No os sorprendáis; Verin me lo ha contado todo… Si se supiera que os marchasteis con Liandrin, es muy probable que la Antecámara votara a favor de neutralizaros a las tres sin daros el más mínimo respiro.

—¡Eso no es justo! —protestó Nynaeve. Leane se movió, inquieta, pero Nynaeve prosiguió—: ¡No es justo! ¡No…!

La Amyrlin se puso en pie, y sólo con ello atajó a Nynaeve.

Egwene se felicitó de haber guardado silencio. Siempre había creído que Nynaeve era una persona resuelta y obstinada, tanto como pudiera llegar a serlo cualquier otra. Hasta que conoció a la mujer que llevaba la estola de colores. «Contén tu mal genio, por favor, Nynaeve. Es como si fuéramos niños, recién nacidos, respondiendo ante nuestra madre, y esta madre puede hacernos mucho más daño del que causaría una simple paliza.» Le pareció que las palabras pronunciadas por la Amyrlin le ofrecían una posibilidad de cambiar el derrotero de la conversación, pero no estaba segura de adónde podía conducirlas el nuevo.

—Madre, perdonadme por hablar, pero ¿qué os proponéis hacernos?

—¿Haceros, hija? Me propongo castigaros a ti y a Elayne por salir de la Torre sin permiso, y a Nynaeve por abandonar la ciudad sin permiso. En primer lugar, os llamarán para que vayáis al estudio de Sheriam Sedai, donde le he ordenado que os azote hasta que necesitéis un cojín para sentaros durante toda una semana. Ya he mandado que se anunciara a las novicias y las Aceptadas.

Egwene pestañeó, asombrada. Elayne emitió un gruñido audible, irguió la espalda y murmuró algo entre dientes. Nynaeve fue la única que no pareció inmutarse. Los castigos, ya fueran trabajos suplementarios u otra cosa, siempre eran una cuestión que se mantenía en privado entre la Maestra de las Novicias y la afectada. Éstas solían ser novicias, pero también estaban incluidas las Aceptadas que se habían extralimitado en algo. «Sheriam siempre mantiene la discreción —pensó con tristeza Egwene—. No puede habérselo dicho a todo el mundo. Pero es mejor que permanecer encerradas. Mejor que ser neutralizadas.»

—El anuncio público forma parte del castigo, por supuesto —continuó la Amyrlin, como si hubiera adivinado los pensamientos de Egwene—. También he hecho divulgar que las tres quedáis asignadas a las cocinas, a trabajar con las fregonas, hasta nueva orden. Y he dado a entender que la «nueva orden» podría demorarse durante el resto de vuestras vidas. ¿Tenéis alguna objeción que expresar?

—No, madre —se apresuró a responder Egwene.

Nynaeve aborrecería aún más que ellas fregar cacharros. «Podría ser peor, Nynaeve. Luz, podría ser mucho peor.» Nynaeve había dilatado las aletas de la nariz, pero negó rígidamente con la cabeza.

—¿Y tú, Elayne? —inquirió la Amyrlin—. La heredera del trono de Andor está habituada a recibir un trato más delicado. —Quiero ser Aes Sedai, madre —manifestó con voz firme Elayne.

La Amyrlin tomó un papel que tenía ante ella y pareció examinarlo por espacio de un momento. Cuando alzó la cabeza, su sonrisa lo era todo menos complaciente.

—Si alguna de vosotras hubiera tenido la insensatez de responder de otro modo, habría añadido algo a vuestra carga que os habría hecho maldecir a vuestra madre por haber permitido que vuestro padre le diera el primer beso. Permitir que os sacaran de la Torre como a chiquillas atolondradas… Ni siquiera un niño habría caído en esa trampa. ¡Os enseñaré a pensar antes de obrar, y si no lo consigo os pondré a buscar resquebrajaduras en las esclusas!

Egwene dio las gracias en silencio y, luego, cuando la Amyrlin volvió a tomar la palabra, notó un hormigueo en la piel.

—Ahora hablemos de las otras medidas que voy a tomar con vosotras. Según parece, habéis incrementado considerablemente vuestra capacidad para canalizar desde que abandonasteis la Torre. Habéis aprendido mucho. ¡Y en ello se incluyen ciertas cosas —agregó mordazmente— que me propongo hacer que olvidéis!

—Sé que hemos hecho… —reconoció, para sorpresa de Egwene, Nynaeve— cosas… que no deberíamos haber hecho, madre. Os aseguro que haremos lo posible por vivir como si ya hubiéramos prestado los Tres Juramentos.

—Poned buen empeño en ello —gruñó la Amyrlin—. Os pondría la Vara Juratoria en las manos esta noche, pero, puesto que está reservada a la ceremonia para nombrar a las Aes Sedai, debo confiar en vuestro buen juicio, suponiendo que lo tengáis, para mantener vuestra integridad. El caso es que tú, Egwene, y tú, Elayne, vais a ser promovidas al rango de Aceptadas.

—Gracias, madre —tartamudeó con estupor Egwene.

Elayne emitió una exclamación, y Leane agitó el cuerpo. Egwene tuvo la impresión de que la Guardiana no acababa de estar conforme con aquella decisión. No estaba sorprendida, pues resultaba evidente que ya lo preveía, pero tampoco complacida.

—No me lo agradezcáis. Vuestras habilidades se han desarrollado demasiado para seguir siendo novicias. Algunas considerarán que no deberíais recibir el anillo después de lo que habéis hecho, pero, al veros hundidas hasta el codo en grasientas ollas, remitirán en sus críticas. Y, para que no se os ocurra a vosotras pensar que es una especie de recompensa, recordad que las primeras semanas como Aceptada están dedicadas a separar el pescado putrefacto del que se halla en buen estado. Vuestro peor día como novicias os parecerá un agradable sueño comparado con el más liviano de los estudios que habréis de atender en el transcurso de las próximas semanas. Sospecho que algunas de las hermanas que tienen a cargo vuestra educación os someterán a pruebas incluso más duras de lo estrictamente necesario, pero no creo que vayáis a quejaros, ¿verdad?

«Puedo aprender —se regocijó Egwene—, elegir los temas de estudio. Puedo profundizar en la cuestión de los sueños, aprender a…»

La sonrisa de la Amyrlin interrumpió el hilo de sus pensamientos. Aquella sonrisa afirmaba que nada de lo que les hicieran las hermanas sería peor de lo que era necesario, con tal que salieran con vida de ello. En la expresión de Nynaeve se reflejaban por partes iguales una profunda compasión y el horror del recuerdo de las primeras semanas que ella misma había pasado como Aceptada. Tal combinación bastó para hacer que Egwene tragara saliva.

—No, madre —dijo débilmente.

La respuesta de Elayne fue un ronco susurro. —Entonces queda decidido. A tu madre no le ha complacido en nada tu desaparición, Elayne.

—¿Lo sabe? —preguntó, con un hilo de voz, Elayne.

—Difícilmente podía ocultárselo —respondió, enarcando una ceja la Amyrlin, al tiempo que Leane soltaba un bufido—. De haber llegado tres semanas antes, te habrías encontrado con ella, de lo cual casi puedes felicitarte. Puede que no hubieras salido con vida de una entrevista con ella. Estaba tan furiosa que no paró de decir pestes de ti, de mí y de la Torre Blanca.

—Me la imagino, madre —dijo quedamente Elayne.

—Me parece que no, hija. Puede que tú hayas puesto fin a una tradición iniciada antes de que hubiera un reino de Andor. Una costumbre más vinculante que la mayoría de las leyes. Morgase se negó a llevarse a Elaida con ella. Por primera vez en la historia, la reina de Andor no tiene ninguna consejera Aes Sedai. Exigió tu inmediato regreso a Caemlyn en cuanto fueras localizada. Logré convencerla de que, por tu bien, debías proseguir un tiempo más tu aprendizaje aquí. También estaba dispuesta a interrumpir la formación de tus dos hermanos a cargo de los Guardianes y llevárselos. Ellos mismos la disuadieron, aunque todavía me pregunto cómo.

Elayne parecía ensimismada, tal vez observando en su interior a Morgase en uno de sus más sonados arrebatos de ira.

—Gawyn es mi hermano —dijo con aire ausente—. Galad, no.

—No seas criatura —contestó la Amyrlin—. Puesto que es hijo del mismo padre, Galad es también hermano tuyo, tanto si te gusta como si no. No pienso permitirte más niñerías, muchacha. En una novicia se toleran ciertas dosis de estupidez, pero no en una Aceptada.

—Sí, madre —acató sombríamente Elayne.

—La reina dejó a Sheriam una carta dirigida a ti. Aparte de llenarte de improperios, creo que te comunica su intención de devolverte a casa tan pronto como ello no suponga peligro para ti. Está convencida de que en cuestión de unos meses a lo sumo estarás en condiciones de encauzar sin arriesgar tu vida.

—Pero yo quiero aprender, madre. —La voz de Elayne había recobrado todo su temple—. Quiero ser una Aes Sedai.

—Más te vale, hija —le advirtió la Amyrlin, con una sonrisa aún más lúgubre que la anterior—, porque no tengo ninguna intención de dejarte a cargo de Morgase. Posees el potencial para ser la más poderosa Aes Sedai que haya existido en el último milenio, y no pienso dejarte marchar hasta que hayas recibido el chal así como el anillo. Ni aunque tuviera que molerte a palos para que lo lograras. No voy a permitir que te vayas. ¿Me he expresado con claridad?

—Sí, madre.

La voz de Elayne traslucía una inquietud que no extrañó a Egwene. Atrapada entre Morgase y la Torre Blanca como una toalla entre dos perros, atrapada entre la reina de Andor y la Sede Amyrlin. Si Egwene había envidiado alguna vez a Elayne por sus riquezas y el trono que un día iba a ocupar, no era precisamente entonces uno de esos momentos.

—Leane —indicó enérgicamente la Amyrlin—, llevad a Elayne al estudio de Sheriam. Todavía tengo que decirles unas cuantas cosas a estas dos. Y no creo que vayan a ser de su agrado.

Egwene cambió una mirada de perplejidad con Nynaeve y, por un momento, la preocupación disolvió la tensión que había entre ambas. «¿Qué tendrá que decirnos a nosotras, y no a Elayne? —se preguntó—. No me importa, mientras no intente impedirme que siga aprendiendo. ¿Pero por qué no a Elayne?»

Elayne puso una mueca de disgusto ante la mención del estudio de la Maestra de las Novicias, pero adoptó un porte resuelto cuando Leane se colocó a su lado.

—Como ordenéis, madre —dijo ceremoniosamente, dedicándole una perfecta reverencia, con la que barrió el suelo con la falda—. Contad con mi obediencia.

Después salió con la cabeza bien erguida en pos de Leane.

CAPÍTULO 14 La mordedura de las espinas

La Amyrlin no tomó la palabra de inmediato; se encaminó a los altos ventanales y dejó vagar la mirada por los jardines, manteniendo las manos firmemente entrelazadas a la espalda. Pasaron varios minutos hasta que comenzó a hablar, todavía dándoles la espalda. —He impedido que se divulgara la peor parte de lo ocurrido, ¿pero hasta cuándo durará? Los criados no saben nada acerca del robo de los ter’angreal e ignoran que Liandrin y las otras que se fueron tuvieran conexión con las muertes. No fue fácil conseguirlo, teniendo en cuenta la rápida propagación de las habladurías. Creen que los responsables de los asesinatos fueron Amigos Siniestros. Y, ciertamente, lo eran. Los rumores de que los Amigos Siniestros entraron en la Torre y cometieron asesinatos se están extendiendo también por la ciudad. Pese a que ello en nada beneficia nuestra reputación, es preferible a la verdad. Al menos nadie de afuera de la Torre, y muy pocas personas de las que viven en ella, sabe que esa noche murieron Aes Sedai. Amigos Siniestros, en

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