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  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 31
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muertos en sus tumbas para luchar en la Última Batalla. ¿Acaso Moraine ha vuelto a trazar planes sin consultarme?

—Esto no tiene nada que ver con Moraine, madre. Nosotros planeamos, pero la Rueda teje el Entramado según sus designios. Rand no fue el primero en hacer sonar el Cuerno. Fue Matrim Cauthon. Y ahora Mat se encuentra postrado abajo, agonizando a causa del contacto con la daga de Shadar Logoth, y morirá a menos que consigamos curarlo aquí.

Siuan se estremeció al oír mencionar Shadar Logoth, la ciudad muerta tan contaminada que hasta los trollocs temían entrar en ella, y con razón. Por azar, una daga proveniente de ese lugar había llegado a las manos del joven Mat y lo había infectado con la malignidad que había asolado la ciudad tanto tiempo atrás. Y ahora estaba a las puertas de la muerte. «¿Ha sido un azar? ¿O ha sido obra del Entramado? En fin de cuentas, él también es ta’veren. Pero… fue Mat quien hizo sonar el Cuerno. De lo que se desprende…»

—Mientras siga con vida —prosiguió Verin—, el Cuerno es un mero cuerno para cualquier otra persona. Si perece, otro hombre podría soplar en él, por supuesto, y forjar un nuevo vínculo con el Cuerno. —Su mirada no reflejó la más mínima alteración o turbación por lo que parecía estar sugiriendo.

—Serán muchos los que mueran antes de que todo concluya, hija. —«¿Y qué otro me iría bien para hacerlo sonar de nuevo? Ahora no voy a asumir el riesgo de devolvérselo a Moraine. Uno de los Gaidin, tal vez. Tal vez»—. El Entramado aún debe mostrar claramente su destino.

—Sí, madre. ¿Y el Cuerno?

—Por el momento —respondió al cabo la Amyrlin—, buscaremos un sitio donde esconderlo del que nadie salvo nosotras dos tenga conocimiento. Después reflexionaré acerca de lo que vamos a hacer.

—Como vos digáis, madre —asintió Verin—. Seguramente el paso de unas horas favorecerá vuestra decisión.

—¿Es esto todo cuanto habíais de comunicarme? —espetó Siuan—. Si es así, ahora debo ocuparme de esas tres fugitivas.

—Está la cuestión de los seanchan, madre.

—¿Qué pasa con los seanchan? Todos mis informes aseguran que han huido atravesando el océano hacia donde quiera que fuera su lugar de procedencia.

—Eso parece, madre. Pero me temo que tengamos que volver a habérnoslas con ellos. —Verin sacó un librito encuadernado con cuero de debajo del cinturón y comenzó a hojearlo—. Se autodenominaban los Precursores o Los que Llegan Antes y hablaban del Retorno y de reclamar esta tierra como suya. He tomado notas sobre todo cuanto he oído decir de ellos. Sólo de labios de quienes los habían visto realmente, desde luego, o que habían tenido trato con ellos.

—Verin, estáis preocupándoos por una escorpina salida del Mar de las Tormentas, cuando aquí y ahora los cazones están destrozándonos a dentelladas las redes.

—Una acertada metáfora, madre, la del cazón —aprobó la hermana Marrón, sin dejar de pasar las páginas de su libro—. En una ocasión vi un gran tiburón que un cazón había perseguido hasta los bajíos, donde murió. —Dio un golpecito a una página con el dedo—. Sí, esto es lo peor. Madre, los seanchan utilizan el Poder Único en las batallas. Lo usan como arma.

Siuan entrelazó con fuerza las manos a la altura de la cintura. Los informes que habían traído las palomas también mencionaban ese detalle. En su mayoría no procedían de testigos presenciales, pero algunas mujeres habían afirmado haberlo visto con sus propios ojos. El Poder utilizado como arma. Incluso en la seca tinta impresa en el papel habían dejado patente un asomo de crisis nerviosa al escribir sobre ello.

—Este asunto ya nos está causando problemas, Verin, y nos acarreará más cuando se divulguen las habladurías y se magnifiquen al correr de boca en boca. Pero yo no puedo hacer nada al respecto. Me han dicho que esa gente se ha ido, hija. ¿Tenéis pruebas de que ello no sea cierto?

—Bien, no, madre, pero…

—Hasta que las tengáis, nos concentraremos en sacar los cazones de nuestras redes antes de que comiencen a morder también el bote.

Verin cerró con desgana el libro de notas y volvió a guardarlo bajo el cinturón.

—Como queráis, madre. Si me permitís preguntarlo, ¿qué os proponéis hacerles a Nynaeve y las otras dos muchachas?

La Amyrlin titubeó, reflexionando.

—Antes de que acabe con ellas, desearán tener la posibilidad de llegar hasta el río y venderse a sí mismas como carnaza para pescadores. —Era la pura verdad, pero podía interpretarse de múltiples maneras—. Ahora sentaos y contadme todo lo que han dicho y hecho esas tres jóvenes durante el tiempo que han pasado con vos. Todo.

CAPÍTULO 13 Castigos

Tendida en su estrecha cama, Egwene miraba, ceñuda, las cambiantes sombras que proyectaba en el techo la luz de la lámpara, tratando de idear algún plan de acción,

o precisar qué podía depararle el futuro inmediato. No logró nada. Las sombras tenían una forma más definida que sus pensamientos. A duras penas conseguía ni siquiera preocuparse por Mat y, pese a ello, la vergüenza que experimentaba por tal motivo era pequeña, quedaba aplastada por las paredes que la rodeaban.

La suya era una habitación severa y carente de ventanas, al igual que todas las del ala de las novicias, y formaba un reducido cubo pintado de blanco, con clavos en una pared para colgar sus pertenencias, la cama adosada a una segunda y un exiguo estante en una tercera, donde en otra época había guardado los pocos libros que tomaba prestados en la biblioteca. Un aguamanil y un taburete de tres patas completaban el mobiliario. Las planchas del suelo estaban casi blancas de tanto fregarlas. Ella había realizado ese trabajo, a gachas, cada uno de los días que había vivido allí, además del resto de las obligaciones y clases que le correspondían. Las novicias vivían austeramente, tanto si eran hijas de posaderos como herederas del trono de Andor. Volvía a llevar el sencillo vestido blanco de las novicias, y hasta el cinturón y la bolsa prendida a él eran blancos, pero no sentía alegría alguna por haberse librado por fin del detestado color gris. Su dormitorio se parecía demasiado a la celda de una prisión. «¿Y si pretenden mantenerme encerrada aquí, en esta habitación? ¿Como una correa y…?»

Lanzó una ojeada a la puerta al otro lado de la cual sabía que montaba guardia la antipática Aceptada, y se pegó a la pared encalada de blanco. Justo encima del colchón había un pequeño agujero, casi invisible a menos que uno supiera dónde buscarlo, que alguna novicia había horadado hacía tiempo para comunicarse con la ocupante de la habitación de al lado.

—Elayne… —llamó en susurros Egwene. No recibió contestación—. Elayne, ¿estás dormida?

—¿Cómo iba a dormir? —repuso con voz aflautada Elayne a través del orificio—. Sabía que tendríamos alguna complicación, pero no me esperaba esto. Egwene, ¿qué van a hacernos?

Egwene no tenía respuesta a aquella pregunta, y sus temores eran demasiado sombríos para formularlos de viva voz. Ni siquiera quería pensar en ellos.

—Pensaba que nos tratarían como heroínas, Elayne. Hemos traído sin percance el Cuerno de Valere. Hemos descubierto que Liandrin es del Ajah Negro. —Le falló la voz al pronunciar lo último. Las Aes Sedai siempre negaban la existencia del Ajah Negro, un Ajah que servía al Oscuro, y era bien sabido el enojo que les producía la simple insinuación de que fuera algo real. «Pero nosotras sabemos que es real»—. Deberían tratarnos como heroínas, Elayne.

—«No se vive de lo que debería ser, sino de lo que es» —citó Elayne—. Luz, cómo aborrecía que mi madre me dijera eso, pero es verdad. Verin ha dicho que no debemos hablar del Cuerno ni de Liandrin a nadie excepto a ella y la Sede Amyrlin. No creo que nada de esto evolucione como preveíamos. No es justo. Hemos pasado muchas penalidades, sobre todo tú. No hay derecho.

—Verin dice, Moraine dice… Ahora comprendo por qué la gente considera a las Aes Sedai como marionetistas. Casi siento las cuerdas atadas a mis brazos y piernas. Hagan lo que hagan, será lo que consideren como más beneficioso para la Torre Blanca, sin tener en cuenta si es justo para nosotras.

—Pero tú todavía quieres ser una Aes Sedai, ¿verdad?

—Sí —respondió Egwene tras un momento de vacilación, aun cuando en ningún momento le cupiera duda de cuál sería la respuesta—. Sigo queriéndolo. Es la única manera como llegaremos a ser libres algún día. Pero te diré una cosa: no pienso permitir que me neutralicen. —Aquélla era una idea nueva, que expresó tan pronto hubo tomado forma en su cerebro, pero que reconoció como propia sin paliativos. «¿Renunciar a entrar en contacto con la Fuente Verdadera?» Incluso entonces sentía su relumbre, su resplandor justo en los límites de su visión y tenía que resistir el deseo de alargar la mano hacia ella. «¿Renunciar a quedar henchida de Poder Único, a sentirme más viva de lo que nunca me había sentido? ¡Nunca!»—. No me prestaré a ello sin luchar.

En el otro lado de la pared, Elayne guardó un prolongado silencio.

—¿Cómo podrías impedirlo? Puede que ahora ya seas tan fuerte como cualquiera de ellas, pero ninguna de nosotras tiene los conocimientos suficientes para evitar que una Aes Sedai nos rodee de una coraza impenetrable para la Fuente, y aquí hay decenas de ellas.

—Podría huir —dijo finalmente Egwene, tras unos instantes de reflexión—. Huir de veras, esta vez.

—Irían tras de ti, Egwene. Estoy segura de que lo harían. Una vez que tienen constancia de la capacidad de alguien, no la dejan marchar hasta que haya aprendido lo suficiente como para no provocarse la muerte a sí misma. O simplemente morir a causa del Poder.

—Ya no soy una ignorante pueblerina. He visto mundo y puedo zafarme de las Aes Sedai si me lo propongo.

Intentaba convencerse a sí misma tanto como a Elayne. «¿Y si no sé lo bastante todavía?, ¿lo bastante acerca del mundo y acerca del Poder? ¿Y si el simple hecho de canalizar es aún capaz de acarrearme la muerte?» Se negó a pensar en ello. «Da igual lo que me quede por aprender. No dejaré que me lo impidan.»

—Tal vez mi madre nos protegería —apuntó Elayne—, en caso de que lo que ha dicho ese Capa Blanca sea verdad. Nunca pensé que desearía que fuera cierto algo así. Pero, si no lo es, es muy probable que madre nos volviera a enviar encadenadas aquí. ¿Me enseñarás cómo vivir en un pueblo?

—¿Vendrás conmigo? —Egwene miró, pestañeando, la pared—. Si llegara el caso, me refiero.

Siguió otro largo silencio y luego un débil susurro.

—No quiero que me neutralicen, Egwene. No quiero. ¡No lo voy a consentir!

La puerta se abrió de par en par y golpeó contra la pared; Egwene se incorporó con sobresalto. También oyó otro portazo al otro lado de la pared. Faolain entró en la habitación de Egwene y sonrió al posar los ojos en el pequeño orificio. La mayoría de los dormitorios de las novicias estaban conectados por agujeros similares; cualquier mujer que hubiera sido novicia sabía de su existencia.

—Cuchicheando con tu amiga, ¿eh? —dijo con sorprendente tono de complicidad la Aceptada de pelo rizado—. Ya se sabe, una se siente sola, esperando aquí. ¿Habéis mantenido una agradable conversación?

Egwene abrió la boca y luego se apresuró a cerrarla. Sheriam Sedai había especificado que podía responder a una Aes Sedai, y a nadie más. Miró a la Aceptada con semblante impasible y aguardó.

La falsa simpatía se desvaneció del rostro de Faolain como el agua caída sobre un tejado inclinado.

—De pie. La Amyrlin no debe perder

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