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  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 30
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expresando enojo incluso de espaldas.

Faolain miró a Egwene y sus amigas con aire casi esperanzado, en especial a Nynaeve, cuyo rostro era la viva representación de la furia. La redonda cara de Faolain dejaba a las claras que no sentía el más mínimo aprecio por quienes violaban las normas de manera tan extravagante, y menos por alguien como Nynaeve, una espontánea que había canalizado el Poder antes de haber entrado siquiera en Tar Valon. Cuando fue evidente que Nynaeve estaba decidida a no dar rienda suelta a su enojo, Faolain se encogió de hombros.

—Cuando la Amyrlin os mande llamar, os neutralizarán seguramente.

—Déjalo ya, Faolain —la disuadió otra de las Aceptadas. Era la mayor y tenía el cuello largo, la piel cobriza y movimientos gráciles—. Yo me ocuparé de ti —le dijo a Nynaeve—. Me llamo Theodrin y, como tú, soy una espontánea. Vigilaré que cumplas las órdenes de Sheriam Sedai, pero no te hostigaré. Ven.

Nynaeve dirigió una preocupada mirada a Egwene y Elayne, suspiró y dejó que Theodrin se la llevara.

—Espontáneas —murmuró Faolain, como si profiriera una maldición. Luego se encaró a Egwene.

La tercera Aceptada, una hermosa joven de sonrosadas mejillas, se situó al lado de Elayne. Tenía los labios curvados como si tuviera ganas de sonreír, pero la severa mirada que dedicó a Elayne la advirtió de que no consentiría ninguna insensatez.

Egwene sostuvo la mirada de Faolain con toda la calma que pudo reunir y, así lo esperaba, con algunas dosis de la altanera y desdeñosa actitud que Elayne habíaadoptado. «El Ajah Rojo —pensó—. Ésta elegirá sin duda el Ajah Rojo.» Era difícil, sin embargo, desentenderse de sus propios problemas. «Luz, ¿qué van a hacernos?» Se refería a las Aes Sedai, a la Torre, y no a aquellas mujeres.

—Vamos pues —espetó Faolain—. Ya tengo suficiente con tener que montar guardia en tu puerta sin que nos pasemos todo el día plantadas aquí. En marcha.

Respirando hondo, Egwene tomó la mano de Elayne y siguió a las dos Aceptadas. «Luz, haz que ya estén curando a Mat.»

CAPÍTULO 12 La Sede Amyrlin

Siuan Sanche se paseaba por su estudio y de tanto en tanto se detenía para dedicar una ojeada, con la misma mirada de ojos azules que había hecho tartamudear a más de un soberano, a una caja de madera negra labrada situada en la larga mesa que ocupaba el centro de la habitación. Confiaba en que no habría de usar ninguno de los documentos tan cuidadosamente redactados que guardaba en su interior. Los había preparado y sellado en secreto, de su propia mano, para cubrir una decena de eventualidades. Había dispuesto salvaguardas en la caja de madera a fin de que, si cualquier mano que no fuera la suya la abría, su contenido se convirtiera en cenizas en un instante; probablemente la propia caja ardería también. —Y quemaría al pájaro pescador, quienquiera que sea, de modo que nunca olvide la lección, así lo espero —murmuró.

Por centésima vez desde que le habían comunicado el regreso de Verin, se volvió a arreglar la estola sobre los hombros sin tener conciencia de ello. La ancha tira de tela rayada en la que estaban representados los colores de los siete Ajahs le coleaba hasta más abajo de la cintura. La Sede Amyrlin pertenecía a todos los Ajahs y a ninguno, y el hecho de que antes de ascender al cargo hubiera elegido uno en concreto carecía de importancia.

Ocupada antes de ella por varias generaciones de mujeres que habían vestido la estola, aquélla era una estancia lujosa. La alta chimenea y el ancho y frío hogar eran de dorado mármol esculpido de Kandor, y las baldosas del suelo talladas en forma de diamante, de piedra roja pulida procedente de las Montañas de la Niebla. Las paredes estaban revestidas con paneles de una pálida madera veteada, dura como el hierro y modelada con representaciones de fantásticas bestias y pájaros de increíble plumaje, traída por los Marinos de las tierras situadas más allá del Yermo de Aiel con anterioridad al nacimiento de Artur Hawkwing. Unos elevados ventanales en forma de arco, ahora abiertos para dejar entrar los olores de las tempranas plantas, daban a un balcón desde el que se dominaba su pequeño jardín privado, en el cual raras veces disponía de tiempo para pasear.

Toda aquella ostentación formaba un marcado contraste con el mobiliario que Siuan Sanche había instalado en la habitación. La mesa y la recia silla situada detrás de ella, si bien pulidas por el tiempo y la cera de abeja, carecían de todo ornamento, al igual que la única otra silla que había allí, la cual se hallaba algo apartada del centro, pero lo bastante cerca como para poder correrla si deseaba que un visitante tomara asiento en ella. Una pequeña alfombra teariana, tejida con sencillos motivos en azul, marrón y dorado, reposaba delante de la mesa. Encima de la chimenea colgaba el único cuadro presente en toda la habitación, un dibujo que representaba pequeños botes pesqueros navegando entre juncos. Media docena de atriles sostenían libros abiertos. Y eso era todo. Incluso las lámparas no habrían desentonado en la casa de un campesino.

Siuan Sanche había nacido pobre, en Tear, y habría trabajado en el bote de pesca de su padre, una embarcación idéntica a las plasmadas en el dibujo, en el delta llamado los Dedos del Dragón, antes de que llegara siquiera a soñar en ir a Tar Valon. Ni los casi diez años transcurridos desde su ascensión a la Sede habían conseguido que se encontrara cómoda entre un lujo excesivo. Su dormitorio era aún más austero.

«Diez años con la estola —pensó—. Casi veinte desde que decidí surcar estas peligrosas aguas. Y, si ahora naufrago, añoraré el tiempo en que me dedicaba a lanzar redes al mar.»

Se giró al percibir un sonido. Otra Aes Sedai había entrado en la estancia, una mujer de piel cobriza y pelo oscuro corto. La Amyrlin recobró a tiempo la compostura para imprimir un tono impasible a la voz y decir únicamente lo que esperaba de ella.

—¿Sí, Leane?

La Guardiana de las Crónicas realizó una reverencia, tan profunda como si se hubieran hallado en presencia de testigos. La alta Aes Sedai, de estatura equiparable a la mayoría de los varones, ocupaba una posición en la Torre Blanca sólo inferior a la de la Amyrlin, y, aun cuando Siuan la conocía desde el tiempo en que ambas eran novicias, a veces la insistencia de Leane en comportarse con toda la ceremonia que exigía la dignidad de la Sede Amyrlin ponía a ésta al borde de un ataque de nervios.

—Verin está aquí, madre, y solicita hablar con vos. Ya le he dicho que estabais ocupada, pero pide…

—No tanto como para no atenderla —manifestó Siuan. Sabía que había respondido con demasiada celeridad, pero no le importó—. Hacedla pasar. No es preciso que os quedéis, Leane. Hablaré con ella a solas.

Un ligero arqueamiento de cejas fue la única muestra de sorpresa ofrecida por la Guardiana. La Amyrlin raras veces se entrevistaba con alguien, ni siquiera con una reina, sin que la Guardiana estuviera presente. Pero la Amyrlin era la Amyrlin. Leane se marchó dedicándole una nueva reverencia y en cuestión de momentos Verin retomó su lugar, arrodillándose para besar el anillo con la Gran Serpiente que lucía Siuan en un dedo. La hermana Marrón llevaba una abultada bolsa de cuero bajo el brazo.

—Gracias por concederme el favor de veros —dijo Verin al erguirse—. Traigo urgentes noticias que comunicaros acerca de lo sucedido en Falme. Y otras no menos importantes. Apenas sé por dónde empezar.

—Comenzad por donde queráis —indicó Siuan—. Estas habitaciones están salvaguardadas, en previsión de que a alguien se le ocurra utilizar trucos de la infancia para escuchar. —Verin puso cara de sorpresa, y la Amyrlin añadió—: Son muchas las cosas que han cambiado desde vuestra marcha. Hablad.

—La más destacable es que Rand al’Thor se ha proclamado como el Dragón Renacido.

—Confiaba en que fuera él —comentó quedamente Siuan, sintiendo un alivio en la presión de su pecho—. Recibí informes de mujeres que sólo podían contar lo que habían oído, y se me han comunicado los múltiples rumores que llegan con cada barco mercante y con cada carromato de mercader, pero no tenía ninguna garantía. —Aspiró profundamente—. Sin embargo, creo poder precisar el día en que ello ocurrió. ¿Sabíais que los dos falsos Dragones ya no causan agitación en el mundo?

—No estaba enterada, madre. Es una buena noticia.

—Sí. Mazrim Taim se encuentra en manos de nuestras hermanas en Saldaea, y el pobre desgraciado de Haddon Mirk, la Luz se apiade de su alma, fue apresado por los tearianos y ejecutado en el acto. Por lo visto nadie sabe cómo se llamaba. Los dos fueron capturados el mismo día y, según los rumores, en las mismas circunstancias.

Estaban peleando en una batalla en la que llevaban las de ganar, cuando de improviso en el cielo se produjo un intenso fogonazo de luz y, por un instante, apareció una visión en él. Circula una decena de versiones diferentes acerca de lo que era, pero en ambos casos el resultado fue exactamente el mismo: el caballo del falso Dragón se encabritó y lo desarzonó. Quedó inconsciente al caer, sus seguidores lo dieron por muerto y huyeron del campo, y a él lo hicieron preso. Algunos de mis informes hablan de que en el cielo de Falme también se vieron prodigios. Apostaría un marco de oro contra una perca de tan sólo una semana a que fue en el instante en que Rand al’Thor se autoproclamó.

—El verdadero Dragón ha renacido —dijo Verin casi para sí—, de manera que en el Entramado ya no cabe ningún falso Dragón. Hemos dejado suelto al Dragón Renacido en el mundo. La Luz tenga conmiseración por nosotras. —Hemos hecho lo que debíamos —aseguró la Amyrlin, sacudiendo la cabeza con irritación. «Y, si se entera de ello incluso la más nueva de las novicias, me neutralizarán antes de que vuelva a salir el sol, si no me han despedazado antes. A mí, a Moraine y a Verin, y posiblemente a cualquiera que consideren amiga nuestra, también.» No era fácil llevar a término una conspiración de tal envergadura de la que sólo tenían conocimiento tres mujeres, cuando incluso una amiga podía traicionarlas y creer que había cumplido con su deber. «Luz, ojalá estuviera segura de que no obrarían correctamente haciéndolo»—. Al menos se encuentra a salvo en compañía de Moraine. Ella lo guiará y hará lo que es preciso hacer. ¿Qué más tenéis que comunicarme, hija?

Por toda respuesta, Verin depositó el saco de cuero en la mesa y extrajo de él un curvado cuerno dorado con una inscripción incrustada en plata en torno a la embocadura. Después miró a la Amyrlin con plácida expectación.

Siuan no tenía necesidad de hallarse lo bastante cerca para leer la leyenda a fin de saber lo que decía: Tia mi aven Moridin isainde vadin. «La tumba no constituye una frontera a mi llamada.»

—¿El Cuerno de Valere? —musitó—. ¿Lo habéis traído cruzando cientos de leguas hasta aquí, cuando los cazadores están buscándolo por todas partes? Luz, mujer, deberías haberlo dejado junto a Rand al’Thor.

—Lo sé, madre —contestó tranquilamente Verin—, pero los cazadores esperan encontrar el Cuerno en algo que incluya una gran aventura, y no en un saco que llevan cuatro mujeres que escoltan a un joven enfermo. Además, a Rand no le serviría de nada tenerlo.

—¿Qué queréis decir? Él ha de librar el Tarmon Gai’don. El Cuerno debe despertar a los héroes

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