Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 26
Prev
Next

cual pareció satisfacer al shienariano—. Se ha mantenido alejado lo más posible de Verin desde que salimos de la Punta de Toman. Siempre la mira como si le diera miedo lo que pueda decir.

—El hecho de que respete a las Aes Sedai no significa que no las tema —constató Nynaeve—. Que no nos tema —añadió a regañadientes. —Si prevé que van a surgir problemas, deberíamos mandarlo a explorar. —

Egwene respiró hondo y dirigió a las otras dos mujeres la mirada más firme que le permitió su inquietud—. Si topamos con dificultades, podemos defendernos mejor de lo que lo haría él con la ayuda de un centenar de soldados.

—Él no lo sabe —adujo categóricamente Nynaeve—, y no seré yo quien se lo diga. Ni vosotras tampoco. —Imagino lo que debe de opinar Verin al respecto —comentó Elayne con ansiedad—. Me gustaría saber qué es lo que sabe a ciencia cierta. Egwene, no sé si mi madre podría ayudarme a mí si la Amyrlin se enterara, y mucho menos a vosotras dos. Ni siquiera estoy segura de que fuera a intentarlo. —La madre de Elayne era la reina de Andor—. Únicamente logró aprender un poco en lo referente al uso del Poder antes de abandonar la Torre Blanca y pese a ello durante toda su vida se ha comportado como si hubiera alcanzado el grado de hermana de pleno derecho.

—No podemos hacernos ilusiones sobre el amparo de Morgase —manifestó Nynaeve—. Ella está en Caemlyn y nosotros estaremos en Tar Valon. No, seguramente ya tendremos suficientes conflictos por habernos escapado, y lo que hemos traído a nuestro regreso no nos exime de culpa. Lo mejor será que acatemos las órdenes, que actuemos con humildad, y no hagamos nada más susceptible de atraer la atención.

En otra ocasión, Egwene se habría echado a reír ante la noción de que Nynaeve pretendiera comportarse con humildad. Incluso Elayne era menos altanera que ella. En aquellas circunstancias, empero, no sentía ningunas ganas de reír.

—¿Y si Hurin está en lo cierto? ¿Y si nos atacan? No podemos defendernos contra veinte o treinta hombres, y podríamos acabar muertas si esperamos a que Verin haga algo. Tú misma has dicho que presagias una tormenta.

—¿Es así, Nynaeve? —inquirió Elayne, provocando un revuelo de dorados rizos al agitar la cabeza—. A Verin no le hará ninguna gracia si… —Dejó inconclusa la frase—. Le guste o no a Verin, puede que nos veamos obligadas a hacerlo.

—Yo haré lo que deba hacerse —zanjó Nynaeve—, dado el caso, y vosotras dos echaréis a correr, siempre y cuando se dé el caso. Por más entusiasmadas que estén en la Torre Blanca con vuestro potencial, no creo que se abstuvieran de neutralizaros a las dos si la Sede Amyrlin o la Antecámara de la Torre lo consideraran necesario.

—Si nos neutralizaran a nosotras —dijo débilmente Elayne después de tragar saliva—, también te neutralizarían a ti. Deberíamos huir todas; o actuar en conjunto. Hurin no se ha equivocado hasta el momento. Si queremos seguir con vida para afrontar los problemas que nos aguardan en la Torre, tal vez tengamos que… hacer lo que debemos hacer.

Egwene se estremeció. Neutralizada. Desconectada para siempre del Saidar, la mitad femenina de la Fuente Verdadera. Pocas Aes Sedai habían merecido ese castigo, pero había actos que exigían la neutralización. Las novicias habían de aprender los nombres de todas las Aes Sedai que habían sido neutralizadas, y por qué motivos.

Ahora siempre sentía la proximidad de la Fuente, justo fuera del límite de su visión, como el sol de mediodía calentándole los hombros, y, pese a que a menudo no cogiera nada cuando trataba de tocar el Saidar, seguía teniendo deseos de establecer contacto con él. Y, cuantas más veces lo tocaba, más quería repetir esa experiencia, continuamente, por más que Sheriam Sedai, la Maestra de las Novicias, les advirtiera de los peligros de aficionarse excesivamente al contacto con el Poder Único. Quedar desgajada de él; ser aún capaz de sentir el Saidar, pero no poder volver a tocarlo…

Ninguna de las demás parecía inclinada a hablar tampoco.

Para disimular su turbación, se inclinó sobre la camilla que oscilaba suavemente sosteniendo a Mat. Las mantas se habían revuelto, dejando al descubierto una curvada daga de funda dorada que el joven aferraba en la mano, con la empuñadura coronada por un rubí del tamaño de un huevo de paloma. Poniendo buen cuidado en no rozar el arma, Egwene lo tapó. Aunque sólo era unos años mayor que ella, las demacradas mejillas y la tez cetrina lo habían envejecido. Su pecho apenas se movía con su ronca respiración. A sus pies reposaba un saco de cuero de contornos irregulares que la joven también cubrió. «Tenemos que llevar a Mat a la Torre —pensó—. Y el saco.»

—Le ha subido aún más la fiebre —dijo con tono preocupado Nynaeve, tras palparle la frente—. Si al menos tuviera un poco de reina de los prados o de matricaria…

—Tal vez si Verin volviera a intentar curarlo… —sugirió Elayne.

Nynaeve sacudió la cabeza. Después le apartó a Mat el pelo de la cara, suspiró y se irguió antes de hablar.

—Dice que lo máximo que puede hacer ahora es mantenerlo con vida, y yo le creo. Yo misma… traté de curarlo anoche, pero no obtuve resultado alguno.

—Sheriam Sedai dice que no debemos probar a curar hasta que no nos hayan guiado paso a paso en el proceso un centenar de veces —manifestó, estupefacta, Elayne.

—Podrías haberlo matado —observó con aspereza Egwene.

—Antes de plantearme siquiera la posibilidad de ir a Tar Valon —contestó, con un sonoro bufido Nynaeve— yo ya estaba curando. Pero, por lo visto, necesito mis medicinas para que surta efecto. ¡Si al menos tuviera un poco de matricaria! No creo que le quede mucho tiempo. Quizá sólo unas horas.

Egwene creyó advertir tanto pesar por el hecho de saberlo, por el origen de dicho conocimiento, como por el propio estado de Mat. Una vez más, se preguntó por qué habría decidido Nynaeve ir a completar su formación en Tar Valon. Había aprendido a encauzar de forma inconsciente, aun cuando no siempre controlara dicho acto, y había superado la crisis que suponía la muerte para tres de cada cuatro mujeres que aprendían sin la supervisión de las Aes Sedai. Nynaeve decía que quería aprender más, pero con frecuencia se mostraba tan reacia a ello como un niño al que le administraran una dosis de ajenjo.

—Pronto estaremos en la Torre Blanca —la animó Egwene—. Allí lo curarán. La Amyrlin se ocupará de él. Ella se ocupará de todo.

No miró en dirección al objeto situado a los pies de Mat, cubierto con la misma manta que lo tapaba a él. Las otras dos mujeres también evitaban posar la vista en él. Había algunos secretos de los que ansiaban despojarse.

—Jinetes —anunció de improviso Nynaeve, pero Egwene ya los había visto. Eran dos decenas de hombres que habían aparecido en lo alto de un altozano y que bajaban al galope, con un revuelo de capas blancas, en dirección a ellos.

—Hijos de la Luz —los identificó Elayne, como si profiriera una maldición—. Me parece que hemos localizado tu tormenta, y los problemas de Hurin.

Verin se había parado y con la mano había impedido que Hurin desenvainara la espada. Egwene tocó el caballo que iba a la cabeza del par que transportaba la litera para que se detuviera justo detrás de la regordeta Aes Sedai.

—Dejadme hablar a mí, hijas —dijo plácidamente la Aes Sedai, bajándose la capucha para dejar al descubierto su pelo gris. Egwene aún no se había formado una idea precisa de los años que tendría Verin pues, pese a que sospechaba que tenía edad suficiente como para ser abuela, las hebras blancas de su pelo eran su única manifestación perceptible de edad—. Y, hagáis lo que hagáis, no permitáis que exciten vuestra ira.

El resto de Verin aparecía tan calmado como su voz, pero Egwene creyó advertir cómo la Aes Sedai calculaba la distancia que los separaba de Tar Valon. Los pináculos de las torres ya eran visibles y también el elevado puente que conducía a la isla trazando un arco sobre el río, bajo el cual pasaban los barcos mercantes.

«Lo bastante cerca para verlo —pensó Egwene—, pero demasiado lejos como para que nos sirva de algo.»

Por un momento tuvo la certeza de que los Capas Blancas se proponían atacarlos, pero su cabecilla alzó una mano y entonces tiraron bruscamente de las riendas y se detuvieron a unos treinta metros de ellos en medio de una nube de polvo y tierra.

Nynaeve murmuró furiosamente para sí, y Elayne se irguió con arrogancia en la silla, como si estuviera a punto de regañar a los Capas Blancas por sus malos modales. Hurin aún rodeaba con la mano la empuñadura de la espada y parecía dispuesto a interponerse entre las mujeres y los Capas Blancas en contra de la opinión de Verin. Ésta agitó calmosamente una mano delante de la cara para dispersar el polvo. Los jinetes de blanca capa se desplegaron en semicírculo, cerrándoles el paso.

Sus petos y yelmos cónicos fulguraban de tan bruñidos, e incluso la malla de sus brazos relucía intensamente. Todos llevaban el resplandeciente sol bordado en el pecho. Algunos encajaron flechas en los arcos, que mantuvieron bajos, pero preparados. Su dirigente era un hombre joven que lucía, sin embargo, dos nudos dorados indicativos de rango bajo el sol de su capa.

—Dos Brujas de Tar Valon, a menos que me fallen mis deducciones, ¿no es así? —dijo con una tensa sonrisa que acusó la rigidez de su enjuto rostro. Sus ojos tenían un brillo arrogante, como si él conociera una verdad que los demás no podían percibir en su estupidez—. Y dos papanatas, y un par de perros falderos, uno enfermo y otro viejo. — Hurin se agitó, pero Verin lo contuvo con la mano—. ¿De dónde venís? —preguntó el Capa Blanca.

—Venimos del oeste —respondió Verin con calma—. Apartaos de nuestro camino y dejadnos proseguir. Los Hijos de la Luz carecen de autoridad en este lugar.

—Los Hijos tienen autoridad en todas partes donde se halla la Luz, bruja, y, donde no hay Luz, nosotros la propagamos. ¡Contestad a mi pregunta! ¿O deberé llevaros a nuestro campamento y dejar que os hagan las preguntas los interrogadores?

Mat no podía permitirse la más mínima demora en recibir los socorros que le procurarían en la Torre Blanca. Y más importante aún —Egwene pestañeó al advertir que sus pensamientos lo formulaban de aquel modo—, no podían dejar que el contenido de ese saco cayera en manos de los Capas Blancas.

—Os he respondido —aseguró Verin, sin perder la calma—, y con más educación de la que os merecéis. ¿De veras creéis que podéis detenernos? —Algunos de los Capas Blancas pusieron los arcos en alto como si hubiera proferido una amenaza, pero ella continuó hablando, sin elevar en ningún instante la voz—. Puede que en otras tierras consigáis dominar a la gente amedrentándola, pero no aquí, a tan corta distancia de Tar Valon. ¿Realmente creéis que en este lugar os será permitido llevaros presas a las Aes Sedai?

El oficial se revolvió inquietamente en la silla, como si de pronto dudara de su capacidad de poner en práctica lo declarado. Después volvió la mirada hacia sus hombres —ya fuera para cerciorarse de su apoyo o porque hubiera recordado que ellos estaban mirando—, y con ello recobró el aplomo.

—En nada temo vuestros procedimientos de Amigos Siniestros. Respondedme, o responded a los interrogadores. —Su tono no transmitía la misma convicción que antes.

Verin

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el destructor
Conan el destructor
August 3, 2020
El ojo del mundo
El ojo del mundo
August 3, 2020
Conan el invicto
Conan el invicto
August 3, 2020
El señor del caos
El señor del caos
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.