la puerta tras él, Niall se sentó en la silla de alto respaldo. ¿Qué había generado el odio de Byar por ese Perrin? Había sin duda demasiados Amigos Siniestros para desperdiciar la energía en la execración de uno en concreto. Demasiados Amigos Siniestros, nobles y plebeyos, ocultándose tras lenguas zalameras y sonrisas abiertas, sirviendo al Oscuro. De todas formas, no haría ningún daño añadir otro nombre a las listas.
Se movió en la dura silla, tratando de hallar acomodo para sus viejos huesos. No por primera vez pensó vagamente que tal vez un cojín no sería un lujo excesivo. Y, tampoco por primera vez, ahuyentó tal pensamiento. El mundo daba tumbos, directo hacia el caos, y él no tenía tiempo para ceder a la edad.
Dejó circular libremente por su mente todos los signos que auguraban el desastre. La guerra azotaba a Tarabon y Arad Doman, la guerra civil desgajaba Cairhien, y en Tear e Illian, enemigos desde siempre, la fiebre de la guerra iba ganando a sus habitantes. Acaso aquellas guerras no tenían un significado en sí mismas —los hombres siempre han luchado entre sí— pero normalmente se producían una a una. Y aparte del falso Dragón que se encontraba en el llano de Almoth, había otro que sembraba la discordia en Saldaea y un tercero que infestaba Tear. Tres a un tiempo. «Deben de ser todos falsos Dragones. ¡Deben de serlo!»
Había una docena de detalles de poca consideración, algunos de ellos quizá sólo basados en rumores, pero que considerados conjuntamente con el resto… Informantes que aseguraban haber visto Aiel en tierras occidentales como Murandy y Kandor. Sólo en grupos de dos o tres, pero, ya fuera uno o un millar, los Aiel únicamente habían salido del Yermo una vez en todos los años posteriores al Desmembramiento. Tan sólo con ocasión de la Guerra de Aiel habían abandonado aquel desolado erial. Se decía que los Atha’an Miere, los Marinos, descuidaban el comercio para buscar señales y portentos cuya naturaleza no revelaban, navegando en barcos con media carga o incluso completamente vacíos. Illian había convocado la Gran Cacería del Cuerno por primera vez en casi cuatrocientos años y había enviado a los Cazadores en busca del fabuloso Cuerno de Valere, que, de acuerdo con las profecías, levantaría a los héroes de la tumba para que pelearan en el Tarmon Gai’don, la Última Batalla contra la Sombra. Corrían rumores de que los Ogier, siempre tan recluidos en sus asentamientos que el común de la gente los consideraba seres legendarios, se habían citado para reunir a los miembros de sus tan alejados steddings.
Lo más revelador, para Niall, era que las Aes Sedai habían salido, al parecer, de su refugio. Se comentaba que habían mandado a algunas de sus hermanas a Saldaea para enfrentarse al falso Dragón Mazrim Taim, el cual era de los escasísimos varones capaces de encauzar. Éste era un hecho que inspiraba temor y desprecio en sí, y eran pocos los que creían que hubiera posibilidades de derrotar a un hombre de tal calaña sin la ayuda de las Aes Sedai. Era preferible permitir que las Aes Sedai colaboraran a haber de afrontar los inevitables horrores que causaría cuando enloqueciera, lo cual sucedería ineludiblemente. Pero Tar Valon había enviado, por lo visto, otras Aes Sedai para apoyar al falso Dragón de Falme. Ésa era la única conclusión que podía extraerse de los hechos.
La perspectiva le helaba la médula de los huesos. El caos se multiplicaba; lo indecible se hacía realidad una y otra vez. El mundo entero parecía rebullir, presa de frenesí. No le cabía duda alguna al respecto. La Última Batalla se avecinaba realmente.
Todos sus planes habían sido destruidos, los planes que habrían asegurado la pervivencia de su nombre entre los Hijos de la Luz durante cien generaciones. Pero el desorden propiciaba oportunidades, y él tenía nuevos proyectos, nuevos objetivos. Si pudiera mantener la fortaleza y la voluntad para llevarlos a buen término… «Luz, permíteme aferrarme a la vida el tiempo necesario.»
Una deferente llamada en la puerta lo arrancó de sus sombrías cavilaciones.
—¡Entre! —espetó.
Un criado vestido con chaqueta y calzones de color blanco y dorado entró, inclinándose, y con los ojos fijos en el suelo, anunció que Jaichim Carridin, Ungido de la Luz, interrogador de la Mano de la Luz, acudía cumpliendo órdenes del señor capitán general. Carridin apareció detrás del hombre, sin esperar a que Niall hablara. Niall despidió con un gesto al sirviente.
Antes de que la puerta se hubiera cerrado del todo, Carridin hincó una rodilla en el suelo con un revuelo en su nívea capa. Detrás del sol bordado en el pecho de la capa había el cayado escarlata de pastor de la Mano de la Luz, organismo a cuyos miembros muchos llamaban interrogadores, aun cuando raras veces osaran hacerlo delante de ellos.
—Puesto que habéis reclamado mi presencia, mi señor capitán general —dijo con voz firme—, he cumplido vuestra orden regresando de Tarabon.
Niall lo examinó durante un momento. Carridin era alto, bien entrado en la madurez, con el pelo algo canoso, pero fuerte y vigoroso. Sus oscuros ojos hundidos transmitían una impresión de conocimiento, como siempre. Y no pestañeaba ante el silencioso escrutinio del señor capitán general. Pocos hombres tenían conciencias tan claras o nervios tan templados. Carridin permanecía arrodillado allí, esperando con tanta calma como si fuera una cuestión rutinaria el que le hubieran ordenado concisamente abandonar el mando y volver a Amador sin demora, sin ninguna clase de explicación. Tal actitud no resultaba, sin embargo, extraña en Jaichim Carridin, pues de él se decía que era más impasible que una piedra.
—Levantaos, Hijo Carridin. —Mientras el otro hombre se enderezaba, Niall añadió—: Me han llegado noticias inquietantes de Falme.
Carridin se alisó los pliegues de la capa al contestar, con una voz que se mantenía en el límite del respeto debido, casi como si se dirigiera a un igual en lugar de al hombre a quien había jurado obedecer hasta la muerte.
—Mi señor capitán general se refiere a las noticias traídas por el Hijo Jaret Byar, lugarteniente del difunto señor capitán Bornhald.
A Niall le tembló la esquina del ojo izquierdo, una manifestación que, de antiguo, presagiaba un arrebato de furia. Supuestamente eran sólo tres las personas que sabían que Byar se encontraba en Amador, y ninguna aparte de Niall conocía el lugar de donde procedía.
—No os excedáis en agudeza, Carridin. Vuestro deseo de saberlo todo podría haceros acabar algún día en manos de vuestros propios interrogadores.
Carridin no mostró reacción alguna salvo una ligera contracción de la mandíbula al escuchar la última palabra.
—Mi señor capitán general, la Mano indaga la verdad en todas partes, para servir a la Luz.
Para servir a la Luz. No para servir a los Hijos de la Luz. Todos los Hijos servían a la Luz, pero Pedron Niall se preguntaba a menudo si los interrogadores se consideraban verdaderamente como parte constitutiva de los Hijos.
—¿Y qué verdad me tenéis destinada respecto a los sucesos ocurridos en Falme?
—Amigos Siniestros, mi señor capitán general.
—¿Amigos Siniestros? —La risa lanzada por Niall estaba exenta de humor—. Hace unas semanas recibía informes vuestros según los cuales Geofram Bornhald era un servidor del Oscuro porque había desplazado sus soldados a la Punta de Toman incumpliendo vuestras órdenes. —Su voz se tornó peligrosamente suave—. ¿Pretendéis ahora hacerme creer que Bornhald, como Amigo Siniestro, condujo a un millar de Hijos de la Luz a la muerte en combate contra otros Amigos Siniestros?
—Si era o no un Amigo Siniestro no se sabrá nunca —respondió con suavidad Carridin—, puesto que falleció sin que pudiéramos someterlo a interrogatorio. Las maquinaciones de la Sombra son tenebrosas y a menudo carecen de sentido para quienes caminan con la Luz. Pero de lo que no me cabe duda es de que los que tomaron Falme eran Amigos Siniestros. Amigos Siniestros y Aes Sedai que apoyan al falso Dragón. Fue el Poder Único lo que destruyó a Bornhald y a sus hombres; estoy convencido de ello, mi señor capitán general. Lo mismo que acabó con los ejércitos que Tarabon y Arad Doman habían enviado contra los Amigos Siniestros de Falme.
—¿Y qué hay de las afirmaciones de que los ocupantes de Falme llegaron cruzando el Océano Aricio?
—Mi señor capitán general —señaló, sacudiendo la cabeza Carridin—, entre el pueblo corren toda suerte de rumores. Algunos aseguran que eran los ejércitos que mandó Artur Hawkwing al otro lado del océano hace mil años, que volvieron para reclamar la tierra. Incluso hay quien dice haber visto al propio Hawkwing en Falme. Y aparte de él a la mitad de los héroes legendarios. De Tarabon a Saldaea, el Occidente es un hervidero a cuya superficie asoman cada día, como burbujas, cientos de rumores nuevos, a cual más descabellado. Esos a quien llaman seanchan no eran más que otra chusma de Amigos Siniestros reunidos para dar apoyo al falso Dragón, con la diferencia de que en esta ocasión han contado con la cooperación explícita de las Aes Sedai.
—¿Con qué pruebas contáis? —Niall imprimió un tono dubitativo a su voz—. ¿Tenéis prisioneros?
—No, mi señor capitán general. Como ya os habrá contado el Hijo Byar, Bornhald consiguió imponerse lo bastante como para dispersarlos. Y, como era de esperar, ninguna de las personas a quienes hemos interrogado está dispuesta a admitir que apoya a un falso Dragón. En cuanto a las pruebas, éstas residen en dos partes. Si mi señor capitán general me permite…
Niall gesticuló con impaciencia.
—La primera parte es negativa. Muy pocos barcos han intentado atravesar el Océano Aricio y en su mayoría no han regresado. Quienes lo hicieron, viraron el rumbo antes de que se agotaran sus reservas de comida y agua. Ni siquiera los Marinos se aventuran a cruzar el Aricio, a pesar de que navegan a todos los enclaves donde hay posibilidad de comercio, incluso a los que se encuentran más allá del Yermo de Aiel. Mi señor capitán general, si existen tierras al otro lado del océano, se hallan demasiado lejos para llegar hasta ellas. El océano es demasiado extenso y transportar un ejército por él sería tan imposible como volar.
—Tal vez —concedió Niall—. De todos modos es un argumento indicativo. ¿Cuál es la segunda parte?
—Mi señor capitán general, muchas de las personas a las que hemos interrogado hablaban de monstruos que luchaban en las filas de los Amigos Siniestros e insistían en tal afirmación incluso en la fase final del interrogatorio. ¿Qué podían ser sino trollocs y otros Engendros de la Sombra, que de alguna manera habrían desplazado allí desde la Llaga? —Carridin extendió las manos como si aquel dato fuera decisivo—. La gran mayoría de la gente piensa que los trollocs sólo son patrañas y mentiras que cuentan los viajeros, y casi todo el resto de la humanidad cree que fueron exterminados durante la Guerra de los Trollocs. ¿De qué otra forma describirían a un trolloc sino como un monstruo?
—Sí. Sí, puede que tengáis razón, Hijo Carridin. Puede que sí o puede que no. — No estaba dispuesto a darle a Carridin la satisfacción de saber que estaba de acuerdo con él. «Que se quede con la duda»—. ¿Pero qué me decís de él? —Señaló los dibujos enrollados, de los que estaba seguro que el Inquisidor guardaba copias en sus propios aposentos—. ¿Hasta qué punto es peligroso? ¿Es capaz de encauzar?
—Tal vez sí o tal vez no —replicó el Inquisidor con un encogimiento de hombros—. Las Aes Sedai podrían hacer creer a la gente que un gato es capaz de encauzar, si así