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  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 16
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de dolor.

—«La sangre del Dragón Renacido derramada en las rocas de Shayol Ghul liberará a la humanidad de la Sombra.» ¿No es eso lo que afirman las profecías?

—¿Quién te dijo eso? —preguntó Moraine con brusquedad.

—Si me llevarais a Shayol Ghul ahora —dijo Rand con aire soñoliento—, por un Atajo o un Portal de Piedra, podríamos poner fin a todo. No más muertes. No más sueños. No más.

—Si fuera así de simple —respondió lúgubremente Moraine—, lo haría, de un modo u otro, pero no todas las afirmaciones del Ciclo Karaethon pueden interpretarse al pie de la letra. Por cada cosa que precisa, hay diez frases que pueden tener cien significados distintos. No pienses que conoces todo lo que debe ocurrir, aun cuando alguien te haya recitado la totalidad de las Profecías. —Hizo una pausa, como si recobrara aliento. Luego apretó el angreal y deslizó la otra mano por el costado de Rand, sin prestar importancia a la sangre que lo cubría—. Prepárate.

De improviso Rand abrió desmesuradamente los ojos y se incorporó rígidamente, jadeando y temblando. Cuando lo había curado a él, Perrin había creído que había durado una eternidad, pero al cabo de unos momentos la Aes Sedai ya volvía a recostar a Rand en el tronco del roble.

—He hecho… lo que he podido —dijo débilmente—. Todo cuanto está en mis manos. Debes tener cuidado. Podría volver a abrirse si… —Cayó rendida.

Rand la cogió, pero Lan acudió de inmediato y la tomó en sus brazos. Al hacerlo, el Guardián tenía una expresión en el rostro rayana en la ternura que Perrin jamás habría imaginado percibir en él.

—Está exhausta —explicó Lan—. Ha cuidado a todos los demás, pero no hay nadie capaz de mitigar su fatiga. La llevaré a la cama.

—Está Rand —apuntó, vacilante, Min, pero el Guardián sacudió la cabeza.

—No es que crea que no fueras a intentarlo, pastor —aseguró—, pero sabes tan poco que tal vez podrías matarla.

—Tenéis razón —reconoció Rand con amargura—. No soy de fiar. Lews Therin Verdugo de la Humanidad dio muerte a todos sus allegados. Quizá yo haga lo mismo antes de que todo haya acabado.

—No pierdas el ánimo, pastor —lo conminó Lan—. El mundo entero cabalga sobre tus hombros. Recuerda que eres un hombre, y haz lo que debe hacerse.

—Lucharé lo mejor que pueda —prometió, mirando al Guardián, ya sin asomo de amargura—. Porque no hay nadie más, y debe hacerse, y soy yo quien tiene el deber. Lucharé, pero no por ello debe complacerme la persona en que me he convertido. — Cerró los ojos como si fuera a dormirse—. Lucharé. Sueños…

Lan se quedó mirándolo un momento y luego realizó un gesto afirmativo. Después alzó la cabeza en dirección a Perrin y a Min.

—Llevadlo a la cama y luego acostaos. Tenemos planes que concretar, y sólo la Luz sabe lo que sucederá después.

CAPÍTULO 6 Se inicia la cacería

Aun cuando no confiaba en dormir, el estómago saciado de estofado frío —su decisión de comer raíces había durado hasta que el aroma de las sobras de la cena lo habían disuadido— y la extenuación lo habían llevado hasta el lecho. Si soñó, no guardó recuerdo de ello. Lan lo despertó zarandeándolo por los hombros, rodeado del nimbo de luz de la aurora que se filtraba por la puerta. —Rand se ha marchado —se limitó a decir el Guardián antes de irse a toda prisa, pero aquello fue más que suficiente.

Perrin se levantó bostezando y se vistió apresuradamente para resguardarse del frío de la madrugada. Afuera sólo se veía a un puñado de shienarianos, arrastrando con los caballos cadáveres de trollocs en dirección a los bosques, y casi todos se movían con debilidad patente. El cuerpo necesitaba tiempo para recobrar el vigor que consumía la curación.

Hambriento, Perrin olfateó la brisa con la esperanza de que alguien hubiera comenzado a preparar el desayuno. Estaba dispuesto a comerse aquellas raíces, incluso crudas si era necesario. Sólo percibió el hedor a Myrddraal y trollocs muertos, el olor de hombres, vivos y muertos, de caballos y de árboles. Y de lobos muertos.

La cabaña de Moraine, situada en la parte más elevada de la ladera opuesta, parecía un centro de actividad. Min entró a toda prisa en ella y momentos después salió Masema y luego Ino. El tuerto desapareció entre los árboles, caminando a paso vivo en dirección a la pared rocosa que se alzaba más allá de la choza, en tanto el otro shienariano bajaba cojeando hacia la hondonada.

Perrin se encaminó a la cabaña y, al cruzar el arroyo, se encontró con Masema. En su macilento rostro destacaba más que nunca su cicatriz, y tenía los ojos más hundidos de lo habitual. En medio del cauce, alzó de improviso la cabeza y agarró a Perrin de la manga.

—Vos sois del mismo pueblo que él —dijo con voz ronca Masema—. Vos debéis saberlo. ¿Por qué nos ha abandonado el señor Dragón? ¿Qué pecado hemos cometido?

—¿Pecado? ¿De qué estás hablando? Sean cualesquiera los motivos por los que se ha ido Rand, no tienen nada que ver con lo que vosotros habéis hecho o dejado de hacer. —Masema no pareció satisfecho con la respuesta y siguió agarrándole la manga y mirándolo a la cara como si en ella fuera a hallar una solución. La helada agua comenzaba a calar en la bota izquierda de Perrin—. Masema —señaló prudentemente— , el señor Dragón ha actuado como lo ha hecho siguiendo su plan. El señor Dragón no nos abandonaría. —«¿O sí? ¿Lo haría yo si estuviera en su lugar?»

—Sí —asintió lentamente Masema—. Sí, ahora lo entiendo. Se ha ido solo para propagar la nueva de su advenimiento. Nosotros también hemos de divulgar la noticia. Sí. —Acabó de atravesar el arroyo cojeando y murmurando para sí.

Chorreando agua a cada paso, Perrin subió hasta la cabaña de Moraine y llamó a la puerta. Nadie respondió. Vaciló un momento antes de decidirse a entrar.

La habitación exterior, donde dormía Lan, era tan austera y simple como la choza de Perrin, con una tosca cama adosada a una pared, unos cuantos clavos para colgar la ropa y un estante. Unas rudimentarias lámparas consistentes en teas encajadas en las ranuras de rocas iluminaban la estancia junto con la escasa luz que entraba por la puerta. Las finas espirales de humo que brotaban de ellas se concentraban en forma de neblina debajo del techo. Perrin frunció la nariz al notar su olor.

El bajo techo apenas superaba su altura y, aun sentado como estaba en un extremo de la cama de Lan, con las rodillas retraídas para ocupar menos espacio, Loial lo rozaba con la cabeza. El Ogier agitaba inquietamente las copetudas orejas. Min estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo de tierra al lado de la puerta que conducía a la habitación de Moraine, y la Aes Sedai caminaba de un lado a otro sumida en cavilaciones. Sombrías cavilaciones, sin duda. Aun cuando sólo podía dar tres pasos en cada dirección, hacía un vigoroso uso del espacio, contradiciendo con la rapidez de sus zancadas la aparente calma de su semblante.

—Me parece que Masema se está volviendo loco —contestó Perrin.

—¿Quién sabe, tratándose de él? —replicó con ironía Min.

Moraine se encaró a él, con las mandíbulas comprimidas. —¿Es Masema la más importante de tus preocupaciones esta mañana, Perrin Aybara? —preguntó con tono excesivamente suave.

—No. Me gustaría saber cuándo se ha ido Rand, y por qué. ¿Lo ha visto marcharse alguien? ¿Sabe alguien adónde ha ido? —Centró en la Aes Sedai una mirada tan firme como la que le dirigía ella. No era fácil hacerlo. Él era mucho más alto, pero ella era una Aes Sedai—. ¿Es esto fruto de vuestros manejos, Moraine? ¿Le habéis tensado tanto las riendas hasta que, de pura impaciencia, él ha preferido irse a cualquier parte, hacer cualquier cosa, con tal de no seguir sentado sin hacer nada? —Loial irguió las orejas y a escondidas le aconsejó prudencia con una de sus manazas.

Moraine observó a Perrin con la cabeza ladeada, y él hubo de hacer acopio de valor para no bajar los ojos.

—Esto no es fruto de mis actos —declaró—. Se ha marchado a una hora imprecisa de la noche. Todavía tengo esperanzas de averiguar cuándo, cómo y por qué.

Loial alzó los hombros al exhalar un quedo suspiro de alivio que, aunque sin duda era quedo para un Ogier, sonó como el vapor que surge de un recipiente en el que se zambulle una pieza de hierro candente.

—Nunca incurras en las iras de una Aes Sedai —susurró, evidentemente para sus adentros, pero todos los presentes lo oyeron—. Es preferible abrazar el sol que enojar a una Aes Sedai.

Min tendió a Perrin una hoja de papel doblada.

—Loial fue a verlo después de que lo dejáramos en la cama anoche, y Rand le pidió papel, pluma y tinta.

El Ogier movió espasmódicamente las orejas y frunció con preocupación el entrecejo hasta que sus largas cejas quedaron colgando sobre sus mejillas.

—Yo ignoraba qué se proponía. No lo sabía.

—Lo sabemos —lo tranquilizó Min—. Nadie te acusa de nada, Loial.

Moraine miró, ceñuda, el papel, pero no realizó ningún intento de impedir que Perrin lo leyera. Era la letra de Rand.

«Hago lo que hago porque no hay otra alternativa. Vuelve a perseguirme, y creo que esta vez uno de los dos debe morir. No

hay necesidad de que también perezcan quienes me rodean. Ya son demasiadas las personas que han muerto por mí. Yo tampoco deseo morir y a ser posible conservaré la vida. En los sueños hay mentira, y muerte, pero los sueños también contienen verdades.»

No había firma. Perrin no tuvo necesidad de hacer conjeturas acerca de la identidad del perseguidor de Rand, pues tanto para él como para todos ellos sólo podía tratarse de un único ser: Ba’alzemon. —La dejó debajo de la puerta —dijo Min con voz tensa—. Se ha llevado algunas prendas de ropa vieja que los shienarianos habían colgado a secar, su flauta y un caballo. Sólo eso y un poco de comida, por lo que hemos podido averiguar. Ninguno de los guardias lo vio marcharse, y anoche deberían haber advertido hasta la carrera de un ratón.

—¿Y habría servido de algo que lo hubieran visto? —observó con calma Moraine—. ¿Habría detenido alguno de ellos al señor Dragón o le habría dado siquiera el quién vive? Algunos de ellos (Masema, por ejemplo) se cortarían el cuello si el señor Dragón así se lo indicara.

Perrin aprovechó para someterla a examen.

—¿Acaso esperabais otra cosa? Juraron seguirlo. Luz, Moraine, nunca se habría proclamado Dragón de no ser por vos. ¿Cómo pensabais que iban a reaccionar ellos? — La Aes Sedai guardó silencio, y él continuó, algo menos exaltado—. ¿Creéis, Moraine, que él es realmente el Dragón Renacido? ¿O lo consideráis meramente como a alguien a quien podéis utilizar antes de que el Poder Único lo mate o le haga perder el juicio?

—Tranquilo, Perrin —le aconsejó Loial—. No hay que enfadarse tanto.

—Me tranquilizaré cuando me responda. ¿Y bien, Moraine?

—Él es lo que es —contestó con aspereza. —Dijisteis que el Entramado acabaría por obligarlo a tomar la vía conveniente. ¿Es eso lo que ha sucedido o simplemente intenta alejarse de vos? —Por un momento, viendo chispear de rabia los oscuros ojos de la Aes Sedai, pensó que había ido demasiado lejos, pero no quiso echarse atrás—. ¿Y bien?

—Es posible que esto sea producto de una elección del Entramado —repuso Moraine tras inspirar profundamente—. No era, no obstante, mi intención que se marchara solo. Pese a todo su poder,

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