mismo y el Guardián, que se había acodado en la repisa de la chimenea. Moraine estaba sentada junto a la mesa del centro, una sencilla pieza de mobiliario de roble negro. Ninguna de las otras sillas de alto respaldo labrado estaban ocupadas. Zarina se encontraba apoyada en la pared de enfrente de Lan, con gesto adusto, y Loial había optado por tomar asiento en el suelo dado que ninguna de las sillas se acomodaba a su tamaño.
—Me alegra que hayas decidido sumarte a nosotros, campesino —señaló sarcásticamente Zarina—. Moraine no ha querido decir nada hasta que llegaras. Sólo ha estado mirándonos como si estuviera cavilando cuál de nosotros morirá primero, yo…
—Silencio —le ordenó sin miramientos Moraine—. Uno de los Renegados está en Tear. El Gran Señor Samon es Be’lal.
Perrin se estremeció. Loial cerró con fuerza los ojos y emitió un gemido.
—Podría haberme quedado en el stedding. Seguramente habría llevado una vida feliz, casado, con quienquiera que hubiera elegido mi madre. Es una buena mujer, mi madre, y no me habría prometido a una arpía. —Las orejas parecían habérsele enterrado completamente bajo sus enmarañados cabellos.
—Puedes regresar al stedding Shangtai —manifestó Moraine—. Vete si lo deseas. No haré nada para impedírtelo.
—¿Puedo irme? —preguntó Loial, abriendo un ojo.
—Si quieres —confirmó la mujer.
—Oh. —Abrió el otro ojo y se rascó la mejilla con sus romos dedos del tamaño de salchichas—. Supongo…, supongo que… si me dais a escoger… me quedaré con todos vosotros. He tomado muchas notas, pero no las suficientes para terminar mi libro, y no me gustaría dejar a Perrin y a Rand…
—Bien, Loial —lo interrumpió con frío tono Moraine—. Me satisface que te quedes. Me vendrá bien utilizar los conocimientos que puedas aportar. ¡Pero hasta que todo acabe, no tengo tiempo para escuchar tus quejas!
—Supongo —aventuró Zarina con voz temblorosa— que no hay posibilidad de que yo me marche. —Miró a Moraine y se estremeció—. Ya me parecía. Herrero, si salgo con vida de ésta, me las pagarás.
Perrin se quedó mirándola con estupor. «¡Yo! ¿La idiota piensa que es por mi culpa? ¿Acaso le pedí yo que viniera?» Abrió la boca, advirtió la acerada mirada de Moraine y se apresuró a cerrarla.
—¿Está buscando a Rand? —preguntó al cabo de un momento—. ¿Para detenerlo
o para matarlo?
—Creo que no —respondió la Aes Sedai en voz baja, pero dura como el acero—. Intuyo que se propone dejar que Rand entre en el Corazón de la Ciudadela y tome Callandor para después arrebatársela. Me temo que tiene intención de matar al Dragón Renacido con la misma arma que debe anunciar su advenimiento. —¿Vamos a huir de nuevo? —inquirió Zarina—, ¿como en Illian? Nunca pensé en escapar, pero nunca había imaginado tampoco que iba a encontrarme con Renegados cuando presté juramento de cazador.
—Esta vez —contestó Moraine— no huiremos. No osamos hacerlo. Los mundos y el tiempo dependen de Rand, del Dragón Renacido. Esta vez presentaremos combate.
—Moraine —observó Perrin con inquietud, tomando asiento—, estáis diciendo sin tapujos un buen número de cosas respecto a las cuales nos prohibisteis pensar siquiera en voz alta. Habréis dispuesto salvaguardas en esta habitación para que no nos oigan, ¿verdad? —Cuando la mujer negó con la cabeza, crispó con tal fuerza la mano en el borde de la mesa que la madera de roble crujió.
—No estamos hablando de Myrddraal, Perrin. Ignoramos a ciencia cierta la fuerza de los Renegados y sólo sabemos que Ishamael y Lanfear eran los más poderosos, pero el menos capacitado de ellos puede detectar cualquier protección que yo prepare con el Poder desde una distancia de más de un kilómetro. Y hacernos trizas a todos en cuestión de segundos. Probablemente sin moverse del sitio.
—Estáis admitiendo que puede reduciros a cenizas —murmuró Perrin—. ¡Luz! ¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo podemos luchar contra él?
—Ni siquiera los Renegados son inmunes al fuego compacto —señaló. Perrin se preguntó si sería el procedimiento que había empleado contra los Sabuesos del Oscuro y volvió a experimentar la misma inquietud que había sentido entonces por lo que había visto y lo que había dicho la Aes Sedai—. He aprendido bastante a lo largo de este año, Perrin. Soy… más peligrosa que cuando fui al Campo de Emond. Poseo los medios para destruir a Be’lal si consigo acercarme lo bastante a él. Pero, si él me ve antes, puede acabar con todos nosotros sin darme oportunidad para reaccionar. —Desplazó su atención a Loial—. ¿Qué puedes decirme acerca de Be’lal?
Perrin parpadeó, confundido. «¿Loial?»
—¿Por qué le preguntáis a él? —se inmiscuyó intempestivamente Zarina—. ¡Primero le decís al herrero que pretendéis que combatamos a un Renegado… que tiene la capacidad para matarnos a todos en un santiamén! ¿Y ahora pedís a Loial que os informe sobre él? —Loial murmuró con insistencia el nombre que ella había escogido, «¡Faile! ¡Faile!», pero ella continuó, incontenible—. Creía que las Aes Sedai lo sabían todo. ¡Luz, yo como mínimo tengo el buen sentido de no afirmar que me enfrentaré a alguien sin saber todo lo posible sobre esa persona! Vos… —La severa mirada de Moraine la instó a callar.
—Los Ogier —explicó, imperturbable, la Aes Sedai— conservan recuerdos de tiempos muy antiguos, muchacha. Se han sucedido más de cien generaciones de humanos desde el Desmembramiento mientras que para los Ogier, en cambio, sólo han discurrido menos de treinta. Sus relatos y escritos aún contienen mucha información que nosotros ignoramos. Ahora dime, Loial, ¿qué sabes de Be’lal? Y sucintamente, para variar. Quiero tus conocimientos, no una perorata.
Loial se aclaró la garganta, produciendo un sonido muy similar al que haría una pila de troncos al desmoronarse.
—Be’lal. —Sus orejas se irguieron entre el pelo, agitándose como alas de colibríes, y luego se abatieron de nuevo—. No sé qué habrá en los libros respecto a él de lo que vos no tengáis conocimiento. Es un personaje que sólo se menciona a tenor del levantamiento de la Antecámara de los Siervos acaecido justo antes de que Lews Therin Verdugo de la Humanidad y los Cien Compañeros lo encarcelaran con el Oscuro. Jalanda hijo de Aried nieto de Coiam escribió que lo llamaban el Envidioso, que renegó de la Luz porque tenía celos de Lews Therin, y que también envidiaba a Ishamael y Lanfear. En Un estudio de la Guerra de la Sombra, Moilin hija de Hamada nieta de Juendan se refería a Be’lal con el nombre de Tejedor de Redes, pero ignoro el porqué. Mencionaba que había ganado una partida de damas jugando con Lews Therin y que continuamente se vanagloriaba de ello. Procuro ser breve —se excusó, lanzando una mirada a Moraine—. No sé nada importante sobre él. Varios escritores afirman que Be’lal y Sammael eran abanderados de la lucha contra el Oscuro antes de cambiar de filas y que ambos eran hábiles espadachines. Eso es todo cuanto sé. Puede que se hable de él en otros libros, en otras historias, pero no en los que yo he leído. Be’lal no aparece con frecuencia en la literatura y en los ensayos. Siento no poder aportar nada de interés.
—Tal vez lo has hecho —disintió Moraine—. No sabía nada de ese nombre, el Tejedor de Redes. Ni que envidiaba tanto al Dragón como a sus compañeros del bando de la Sombra. Ello fortalece mi creencia de que quiere Callandor para él. Ése debe de ser el motivo por el que ha decidido convertirse en Gran Señor de Tear. Y el Tejedor de Redes…, un apodo para un intrigante, un paciente y astuto planificador. Has respondido bien a mis expectativas, Loial. —Las comisuras de la ancha boca del Ogier se curvaron hacia arriba, esbozando una sonrisa de complacencia, y después volvieron a abatirse.
—Yo no finjo no tener miedo —confesó de improviso Zarina—. Sólo los insensatos tomarían a la ligera a los Renegados. Pero juré que sería una de los vuestros, y así será. Es cuanto tenía que decir.
Perrin sacudió la cabeza. «Debe de estar loca. ¡Lo que desearía yo no formar parte de este grupo! ¡Lo que daría por estar de nuevo en casa trabajando en la forja de maese Luhhan!»
—Si está dentro de la Ciudadela —dijo en voz alta—, si está aguardando allí a Rand, debemos entrar para llegar hasta él. ¿Cómo lo lograremos? Todo el mundo dice que nadie tiene acceso a la Ciudadela sin el permiso de los Grandes Señores y, se mire como se mire, no veo ninguna forma de hacerlo si no es por las puertas.
—Tú no vas a entrar —declaró Lan—. Sólo entraremos Moraine y yo. Cuantos más vayamos, mayor será la dificultad. Sea cual sea la vía de entrada que encontremos, seguro que no será sencillo ni siquiera para dos.
—Gaidin —comenzó a protestar con voz firme Moraine, pero el Guardián la atajó con tono igual de decidido.
—Vamos a ir juntos, Moraine. Esta vez no pienso quedarme al margen. —Al cabo de un momento, la mujer asintió y Perrin creyó advertir que Lan se relajaba—. Los demás haréis bien en ir a dormir —prosiguió el Guardián—. Yo tengo que salir para examinar la Ciudadela. —Hizo una pausa—. Hay una cuestión que vuestras noticias me habían hecho olvidar, Moraine. Un detalle insignificante cuyo sentido no alcanzo a descifrar. Hay Aiel en Tear.
—¡Aiel! —exclamó Loial—. ¡Imposible! Toda la ciudad entraría en un estado de pánico si un Aiel traspusiera sus puertas.
—No he dicho que caminaran por las calles, Ogier. Los tejados y las chimeneas de la ciudad constituyen para ellos un terreno tan propicio para ocultarse como el Yermo. He visto ni más ni menos que tres, aunque al parecer nadie más en Tear se ha percatado de su presencia. Si yo he visto tres, podéis estar seguros de que hay como mínimo el doble.
—Yo no extraigo ningún sentido de ello —admitió Moraine—. Perrin, ¿por qué frunces de ese modo el entrecejo?
No se había dado cuenta de que fruncía el entrecejo.
—Estaba pensando en ese Aiel que encontramos en Remen. Dijo que, cuando se rinda la Ciudadela, los Aiel abandonarán la Tierra de los Tres Pliegues. Se refería al Yermo, ¿verdad? Afirmó que era una profecía.
—He leído todas y cada una de las palabras contenidas en las Profecías del Dragón —dijo quedamente Moraine—, en todas las traducciones, y no hay ninguna mención sobre los Aiel. Nosotros caminamos a ciegas mientras Be’lal teje sus redes, y la Rueda teje el Entramado a nuestro alrededor. ¿Pero son los Aiel hebras utilizadas por la Rueda, o por Be’lal? Lan, debes localizar rápidamente la manera de infiltrarnos en la Ciudadela.
—Como ordenes, Aes Sedai —respondió éste, con tono más afectivo que ceremonioso.
Desapareció por la puerta, y Moraine posó vagamente la mirada en la mesa, sumida en reflexiones. Zarina se acercó a Perrin con la cabeza ladeada.
—¿Y qué vas a hacer tú, herrero? Por lo visto pretenden que nos quedemos de brazos cruzados mientras ellos van en busca de aventuras. No me quejo, la verdad.
Perrin puso en duda tal aseveración.
—Primero —le contestó—, comeré algo y después voy a pensar en un martillo. «Y a tratar de determinar qué clase de sentimientos me inspiras, Halcón.»
CAPÍTULO 51 Cebo para la red
Por el rabillo del ojo, Nynaeve creyó atisbar bajo el sol a un hombre muy alto de pelo rojizo, cubierto con una amplia capa marrón, un buen trecho más allá, pero al volverse para mirar bajo la ancha ala del sombrero de paja azul que le había prestado Ailhuin, un carro tirado por una yunta de bueyes se había interpuesto entre ellos y, cuando éste se alejó pesadamente, el hombre ya había desaparecido. Estaba casi segura