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  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 107
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en Tar Valon y la mitad de la ciudad temía que la Torre fuera a hacerla desaparecer a ella también. La otra mitad no deseaba su regreso. Volvieron a producirse disturbios, con igual violencia que a finales del año pasado.

—Me tiene sin cuidado la política, maese Gill. Únicamente quiero información sobre Gaebril. —Thom lo miró frunciendo el entrecejo y se puso a limpiar la cánula de la pipa con una paja.

—Es precisamente de él de quien hablo, hijo —precisó Gill—. Durante los disturbios, se erigió en líder de la facción que apoyaba a Morgase. Según tengo entendido, salió herido en los enfrentamientos… y, para cuando ella regresó, ya los había sofocado por completo. Aun cuando Gareth Bryne no aprobaba los métodos, muy duros a veces, utilizados por Gaebril, Morgase quedó tan complacida por hallar restablecido el orden que lo nombró para el puesto que solía ocupar Elaida.

El posadero calló y Mat aguardó a que continuara, pero no lo hizo. Thom llenó la pipa de tabaco y fue a encender una astilla en una lamparilla que ardía para tal propósito encima de la repisa de la chimenea.

—¿Qué más? —inquirió Mat—. Ese hombre debe de tener algún motivo para actuar así. Si se casa con Morgase, ¿será rey al morir ésta? ¿Si Elayne estuviera muerta también, quiero decir?

Thom se atragantó al encender la pipa, y Gill se echó a reír.

—Andor tiene una reina, muchacho, siempre una reina. Si Morgase y Elayne murieran, ¡no lo quiera la Luz!, la mujer de parentesco más próximo a Morgase accedería al trono. Al menos, en esta ocasión está claro sobre quién recaería el relevo: sobre una prima suya, lady Dyelin, no como en la Sucesión, después de la desaparición de Tigraine. Entonces hubo de pasar un año hasta que Morgase ascendió al Trono del León. Dyelin podría mantener a Gaebril como consejero, o casarse con él para fortalecer la dinastía, aunque probablemente no lo haría a menos que Morgase hubiera tenido un hijo de él, pero incluso entonces no pasaría de ser príncipe consorte. Gracias a la Luz, Morgase es joven aún. Y Elayne goza de buena salud. ¡Luz! En la carta no decía que estuviera enferma, ¿verdad?

—Está bien. —«Por ahora al menos»—. ¿No hay nada más que podáis decirme de él? Tengo la impresión de que no os gusta. ¿Por qué?

El posadero frunció el entrecejo en ademán pensativo y se rascó la barbilla.

—Supongo que no me haría gracia que se casara con Morgase, pero no sé realmente por qué. Dicen que es un buen nombre y todos los nobles lo tienen en gran estima, pero no me gustan la mayoría de los hombres que ha incorporado a la Guardia. Han cambiado demasiadas cosas desde que llegó, pero no puedo achacárselas todas a él. Hay simplemente demasiadas personas murmurando en los rincones desde su llegada. Cualquiera diría que somos todos cairhieninos, que antes de esta guerra civil se pasaban todo el tiempo conspirando y tratando de sacar provecho de las situaciones. Desde que llegó tengo continuamente pesadillas, y no soy el único. Es una buena tontería, preocuparse por los sueños. Sin duda se debe a la inquietud por Elayne y lo que Morgase se propone hacer al respecto de la Torre Blanca, y por la gente que se comporta como cairhieninos. No sé bien. ¿Por qué haces todas esas preguntas acerca de lord Gaebril?

—Porque quiere matar a Elayne —repuso Mat—, y a Egwene y a Nynaeve con ella.

A su entender, no había nada de utilidad en todo lo que le había contado Gill. «Diantre, no tengo por qué saber la razón por la que las quiere muertas. Sólo tengo que impedirlo.» Los dos hombres estaban mirándolo. Como si se hubiera vuelto loco de nuevo.

—¿No estarás recayendo de aquella enfermedad que tuviste? —señaló suspicazmente Gill—. Recuerdo que la última vez no mirabas con buen ojo a nadie. Tiene que ser eso, o que piensas gastarnos una broma. Tienes cara de bromista. ¡Si es eso, es de muy mal gusto!

—No es ninguna broma —aseguró Mat torciendo el gesto—. Oí cómo ordenaba a un hombre llamado Comar que le cortara la cabeza a Elayne. Y a Egwene y a Nynaeve, de paso. Era un individuo corpulento, con una franja blanca en la barba.

—Sí, ése parece lord Comar —reconoció Gill—. Era un buen soldado, pero dicen que dejó la Guardia por una cuestión de dados trucados. Nadie se atrevería a mencionarlo delante de él; Comar era uno de los mejores espadachines de la Guardia. Hablabas en serio, ¿verdad?

—Creo que sí, Basel —contestó por él Thom—. Me temo mucho que sí.

—¡La Luz nos proteja! ¿Qué ha dicho Morgase? Se lo has contado, ¿no es así? ¡La Luz te fulmine, la habrás prevenido!

—Por supuesto que sí —respondió amargamente Mat—. ¡Con Gaebril plantado justo al lado y ella mirándolo como un perrito faldero transido de amor! Le he dicho: «Aunque no soy más que un simple pueblerino que acaba de saltar el muro de vuestro jardín hace media hora, gracias al azar ya sé que vuestro consejero de confianza, aquí presente, el mismo del cual estáis a todas luces enamorada, se propone asesinar a vuestra hija». ¡Luz, señor, me habría hecho cortar la cabeza a mí!

—Es posible. —Thom observó las líneas de los dibujos grabados en la taza de su pipa y se atusó el bigote—. Siempre ha tenido unos accesos de genio tan repentinos como los relámpagos, y aún más peligrosos.

—Tú lo sabes mejor que nadie, Thom —comentó distraídamente Gill, que, con la vista perdida, se pasaba las manos por el canoso pelo—. Tiene que haber algo que yo pueda hacer. No he empuñado una espada desde la Guerra de Aiel, pero…, bueno, carecería de sentido acabar muerto para no conseguir nada. ¡Pero debo hacer algo! —Los rumores. —Thom se frotaba de lado la nariz, en apariencia absorto en la contemplación del tablero, hablando para sí—. Nadie es capaz de impedir que los rumores lleguen a oídos de Morgase, y, si éstos son insistentes, comenzará a dudar. Los rumores son la voz del pueblo, y la voz del pueblo expresa a menudo la verdad. Morgase lo sabe. No existe ningún hombre vivo al que secundaría en el Juego en contra de ella. Enamorada o no, una vez que Morgase comience a examinar más atentamente a Gaebril, éste no podría ocultarle ni sus cicatrices de la infancia. Y, si ella se entera de que pretende hacer daño a Elayne… —colocó una pieza en el tablero, en una posición a primera vista extravagante, pero que, como vio Mat, acabaría por cerrar el paso a las fichas de Gill en tres movimientos—, lord Gaebril tendrá un lujosísimo funeral.

—Tú y tu Juego de las Casas —murmuró Gill—. Con todo, podría dar resultado. —El rostro se le iluminó con una súbita sonrisa—. Sé incluso a quién decírselo para iniciar la rueda. No tengo más que mencionar a Gilda que lo soñé, y al cabo de tres días habrá contado a la mitad de criadas de la Ciudad Nueva que es un hecho verídico. Es la mayor chismosa a la que ha insuflado jamás vida el Creador.

—Asegúrate de que no puedan seguir la pista de las habladurías hasta ti, Basel.

—No hay nada que temer, Thom. Hace una semana un hombre me explicó una de mis pesadillas como si la hubiera escuchado de labios de alguien a quien se lo había contado otra persona. Seguramente Gilda había escuchado cómo se lo contaba a Coline, pero cuando le pregunté al hombre me dio una retahíla de nombres que podía seguirse hasta el otro extremo de la ciudad, sin llegar, claro, al origen. Hasta fui allí y localicé al último hombre, sólo por curiosidad, para ver por cuántas bocas había pasado, y él pretendía que lo había soñado él mismo. No hay de qué preocuparse, Thom.

Consciente de que los rumores no socorrerían a Egwene y a las otras, a Mat le tenía sin cuidado lo que hicieran con ellos. Había algo, no obstante, que lo tenía desconcertado.

—Thom, parece que os tomáis con mucha calma todo esto. Pensaba que Morgase era el gran amor de vuestra vida.

—Mat —respondió Thom, volviendo a centrar la mirada en la taza de la pipa—, una mujer muy sabia me dijo una vez que el tiempo lo aliviaba todo. Yo no le creí, pero tenía razón.

—Queréis decir que ya no amáis a Morgase.

—Chico, han pasado quince años desde que salí de Caemlyn a tan sólo un paso de distancia del hacha del verdugo, con la tinta de la firma de Morgase aún húmeda en la sentencia. Sentado aquí escuchando parlotear a Basel —Gill protestó, y Thom alzó la voz—, parlotear, digo, sobre Morgase y Gaebril, acerca de la posibilidad de que se casen, me he dado cuenta de que la pasión se difuminó hace mucho. Oh, supongo que todavía le tengo cariño, que incluso la amo tal vez un poco, pero ya no se trata de una gran pasión.

—Y yo que casi esperaba que salierais corriendo hacia palacio para avisarle. — Emitió una carcajada y vio con sorpresa que Thom se unía a sus risas.

—No soy tan insensato como para eso, muchacho. Cualquier idiota sabe que los hombres y las mujeres piensan a veces de forma distinta, pero la mayor diferencia es ésta: los hombres olvidan, pero nunca perdonan; las mujeres perdonan, pero nunca olvidan. Puede que Morgase me besara la mejilla, me ofreciera una copa de vino y me confesara lo mucho que me ha echado de menos. Y luego podría igualmente dejar que los guardias me encarcelaran y me entregaran al verdugo. No. Morgase es una de las mujeres más capacitadas que he conocido, lo cual no es poca cosa. Casi compadeceré a Gaebril cuando se entere de lo que está tramando. ¿A Tear, has dicho? ¿Cabe la posibilidad de que esperes a partir mañana? No me vendría mal dormir una noche.

—Quiero estar lo más lejos posible en dirección a Tear antes del anochecer. — Mat pestañeó—. ¿Vais a venir conmigo? Pensaba que queríais quedaros aquí.

—¿No acabas de oírme decir que he decidido que no me decapiten? Tear se me antoja un lugar más seguro para mí que Caemlyn, y así, de improviso, me parece una buena alternativa. Además, me caen bien esas chicas. —En su mano apareció un cuchillo que desapareció de forma igual de repentina—. No me gustaría que les ocurriera nada. Ahora bien, si deseas llegar rápidamente a Tear, te conviene ir a Aringill. Un barco veloz nos dejará tres días antes en Tear que cualquier caballo, aun si cabalgáramos hasta reventarlos. Y no lo digo sólo porque ya tenga en las nalgas grabada la forma de la silla.

—Será Aringill, pues. Siempre que sea rápido.

—Bien —dijo Gill—, supongo que si te marchas, chico, será mejor que vaya a hacer que te sirvan esa comida. —Se levantó y se encaminó a la puerta.

—Guardadme esto, maese Gill —pidió Mat, lanzándole la bolsa de gamuza.

—¿Qué es esto, muchacho? ¿Dinero?

—Una apuesta. Aunque Gaebril no lo sabe, él y yo tenemos una apuesta pendiente. —El gato bajó de un salto cuando Mat tomó el cubilete de madera y arrojó los dados encima de la mesa. Cinco seises—. Y yo siempre gano.

CAPÍTULO 48 En el mismo oficio

El Rayo se aproximaba a los muelles de Tear, situados en la orilla occidental del río Erinin pero, aun estando en cubierta, Egwene no vio nada de la ciudad. Apoyada con la cabeza gacha en la barandilla, contemplaba las aguas del Erinin

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