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  2. El Dragón Renacido
  3. Capítulo 106
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Amo» que quería la cabeza de Elayne. «Ella lo ha llamado Gaebril. ¿Su consejero quiere asesinar a Elayne? ¡Luz!» Y Morgase levantaba embelesada la vista hacia él como un perro acariciado por su amo.

Gaebril clavó unos ojos casi negros en Mat. Tenía una mirada vigorosa en la que se advertía sabiduría.

—¿Qué puedes decirnos de esto, muchacho?

—Nada… eh…, mi señor. —Mat carraspeó; era peor padecer el escrutinio de aquel hombre que el de la Amyrlin—. Fui a Tar Valon a ver a mi hermana. Es una novicia. Elsa Grinwell, se llama. Yo soy Thom Grinwell, mi señor. Lady Elayne se enteró de que tenía intención de visitar Caemlyn de regreso a casa… Soy de Comfrey, mi señor, un pueblecito situado al norte de Baerlon; nunca había visto una población mayor que Baerlon antes de ir a Tar Valon… y me dio… lady Elayne, me refiero… esa carta para que la trajera.

Le pareció que Morgase lo había mirado fijamente al decir que era de la zona del norte de Baerlon, pero sabía que había un pueblo llamado Comfrey allí, porque recordaba haberlo oído mencionar.

—¿Sabes adónde iba a ir Elayne, muchacho? —preguntó Gaebril tras asentir con la cabeza—. ¿O a qué se debía su viaje? Di la verdad y no tendrás nada que temer. Miente y serás sometido a interrogatorio.

—Mi señor —respondió Mat con expresión de preocupación que no hubo de fingir—, sólo vi a la heredera del trono una vez. Me dio la carta… ¡y un marco de oro!… y me dijo que la llevara a la reina. Sólo sé que ponía en ella lo que he oído ahora.

Gaebril adoptó un ademán reflexivo, y Mat no pudo distinguir en su sombrío rostro si había creído algo de lo que había dicho o no.

—No, Gaebril —dijo de improviso Morgase—. Ya son demasiados los que han padecido interrogatorios. He visto la necesidad de ello que vos me habéis hecho comprender, pero no en este caso. No tratándose de un muchacho que ha traído una carta cuyo contenido desconoce.

—Se hará como ordene mi reina —acató el hombre moreno.

Había utilizado un tono respetuoso, pero le rozó la mejilla de un modo que le hizo subir los colores a la cara y abrir los labios como si esperara recibir un beso.

—Dime, Thom Grinwell —inquirió Morgase tras inspirar entrecortadamente—, ¿tenía buen aspecto mi hija cuando la viste?

—Sí, mi reina. Sonreía, reía, tenía un hablar descarado… quiero decir…

Morgase rió quedamente al advertir su embarazo.

—No temas, joven. Elayne se muestra descarada, más a menudo de lo conveniente. Me alegra que esté bien. —Aquellos ojos azules lo observaron con atención—. A un joven que sale de su pueblo suele costarle volver a él. Me parece que viajarás hasta tierras más lejanas antes de retornar a Comfrey. Puede que incluso regreses a Tar Valon. Si lo haces, y ves a mi hija, dile que la gente se arrepiente casi siempre de lo que dicen en los arrebatos de ira. No la sacaré prematuramente de la Torre Blanca. Dile que con frecuencia recuerdo el tiempo que pasé allí y que añoro las tranquilas conversaciones sostenidas con Sheriam en su estudio. Dile que he dicho esto, Thom Grinwell.

—Sí, mi reina. —Mat se encogió de hombros, azorado—. Pero… eh… no tengo intención de volver a Tar Valon. Una vez en la vida es suficiente. Mi padre me necesita para ayudar en el trabajo de la granja y, estando yo fuera, mis hermanas tienen que ordeñar las vacas.

Gaebril se echó a reír, divertido.

—¿Estás ansioso por ordeñar vacas, chico? Quizá deberías ver un poco de mundo antes de que cambie. ¡Toma! —Sacó una bolsa y se la tiró; Mat notó las monedas a través de la gamuza al recogerla—. Si Elayne puede darte un marco de oro por llevar su carta, yo te daré diez por traerla a su destino. Conoce mundo antes de volver con tus vacas.

—Sí, mi señor. —Mat levantó la bolsa y esbozó una débil sonrisa—. Gracias, mi señor.

El hombre ya lo había despedido con un gesto y se había girado hacia Morgase con los puños apoyados en las caderas.

—Creo que ha llegado el momento, Morgase, de abrir esa llaga purulenta instalada en la frontera de Andor. Por vuestro matrimonio con Taringail Damodred, tenéis derecho a ocupar el Trono del Sol. La guardia real puede apoyar esa aspiración con fundadas bases. Tal vez yo pueda incluso ayudarlos, en cierta insignificante manera. Escuchadme.

Tallanvor tocó a Mat en el brazo y ambos retrocedieron, ofreciendo reverencias que Mat no creyó que nadie advirtiera. Gaebril seguía hablando, y todos los señores y damas estaban pendientes de sus palabras. Morgase fruncía el entrecejo al escuchar, pero asentía con tanta vehemencia como los demás.

CAPÍTULO 47 Una carrera contra la Sombra

Tallanvor condujo rápidamente a Mat desde el patio con el estanque de peces a otro, de grandes dimensiones, situado en la parte delantera del palacio al cual daban acceso las altas puertas doradas que resplandecían entonces bajo un sol próximo al mediodía. Impelido por un angustiante apremio, un ansia de ganar tiempo, Mat hubo de esforzarse por mantener el mismo paso que el oficial. Si echaba a correr, alguien podría extrañarse, y no era absolutamente seguro que la realidad coincidiera con la apariencia en lo que respectaba a la conversación sostenida con la reina y su consejero. Tal vez Gaebril no sospechara que él conocía sus planes. «Tal vez.» Conteniendo su prisa, caminó como si tuviera todo el tiempo del mundo —«Como un simple patán de pueblo que se queda deslumbrado con las alfombras y el oro. Como un pobre destripaterrones a quien jamás se le ocurriría que alguien pudiera apuñalarlo por la espalda»— hasta que Tallanvor lo hizo pasar por la poterna de una de las puertas y salió tras él. El obeso oficial con ojos de ratón, que seguía allí con los guardias, volvió a ponerse rojo al ver a Mat.

—Ha entregado una carta de la heredera del trono a la reina —informó Tallanvor sin darle tiempo a abrir la boca—. Puedes estar contento, Elber, de que ni Morgase ni Gaebril sepan que has intentado impedir que llegase hasta ellos. Lord Gaebril estaba sumamente interesado en la misiva de la dama.

El rostro de Elber adoptó entonces una tonalidad tan blanca como la del cuello de su camisa. Después lanzó una enojada mirada a Mat y se puso a andar apresuradamente frente a la hilera de guardias, escrutando con sus saltones ojos tras sus viseras como si quisiera determinar si alguno de ellos había advertido su temor.

—Gracias —dijo Mat sinceramente a Tallanvor. Había olvidado por completo al gordo jefe de la guardia hasta que volvió a mirarlo a la cara—. Quedad con la Luz, Tallanvor.

Comenzó a atravesar la ovalada plaza, tratando de no caminar demasiado deprisa, y vio con sorpresa que Tallanvor lo seguía. «Luz, ¿será un hombre de Gaebril, o de Morgase?» Ya empezaba a sentir un hormigueo en la espalda, la aprensión de una puñalada —«¡Él lo ignora, diantre! ¡Gaebril no sospecha que lo sé!»—, cuando el joven oficial se decidió a hablar.

—¿Pasaste mucho tiempo en Tar Valon?, ¿en la Torre Blanca? ¿El tiempo suficiente para enterarte de algo?

—Sólo estuve tres días —respondió con cautela Mat. Habría abreviado el tiempo, habría negado incluso haber estado en Tar Valon si ello hubiera sido compatible con el hecho de entregar la carta, pero intuyó que el hombre no creería que hubiera realizado un viaje tan largo para ver a su hermana y se hubiera marchado el mismo día. «¿Qué diablos querrá?»—. Sólo me enteré de lo que vi. Nada de importancia. No me guiaron por las dependencias ni me dieron explicaciones. Sólo fui para ver a Elsa.

—Debes de haber oído algo. ¿Quién es Sheriam? ¿Tiene algún significado hablar con ella en su estudio?

Mat sacudió vigorosamente la cabeza para disimular la expresión de alivio de su cara.

—No sé quién es —contestó sin mentir. Tal vez había oído mencionar su nombre a Egwene o a Nynaeve. ¿Una Aes Sedai, tal vez?—. ¿Por qué habría de tener algún significado especial?

—No lo sé —reconoció en voz baja Tallanvor—. Son muchas las cosas que ignoro. A veces pienso que la reina intenta decir algo… —Dirigió una acerada mirada a Mat—. ¿Eres un fiel súbdito andoriano, Thom Grinwell?

—Por supuesto que sí. —«Luz, si voy repitiéndolo con más frecuencia, puede que acabe creyéndolo»—. ¿Y vos? ¿Servís lealmente a Morgase y Gaebril?

—Yo sirvo a Morgase, Thom Grinwell —declaró Tallanvor asestándole una dura mirada—. La serviría hasta el punto de entregar la vida por ella. ¡Adiós! —Se giró y se fue en dirección al palacio con una mano crispada sobre la empuñadura de la espada.

—Apuesto esto —murmuró para sí Mat, mirándolo y sacudiendo la bolsa de gamuza de Gaebril— a que Gaebril asegura lo mismo.

Fueran cuales fuesen los juegos que se traían entre manos en palacio, él no tenía interés en participar en ellos. Y era su propósito cerciorarse de que Egwene y las demás no entraran a formar parte de aquellas argucias. «¡Insensatas mujeres! ¡Ahora tengo que salvarles el pellejo en vez de cuidar del mío!» No echó a correr hasta que las calles lo taparon ante cualquiera que mirara desde palacio.

Cuando entró precipitadamente en La Bendición de la Reina, apenas se habían producido cambios en la biblioteca. Thom y el posadero seguían sentados frente al tablero, concentrados en un juego distinto, según vio por las posiciones de las piezas, pero con perspectivas de victoria igualmente malas para Gill, y el gato volvía a estar encima de la mesa, lavándose con la lengua. Junto al animal había una bandeja con sus pipas apagadas y los restos de una comida para dos, y su equipaje había desaparecido de la silla. Cada uno de ellos tenía una copa de vino al lado.

—Voy a marcharme, maese Gill —anunció—. Podéis quedaros con la moneda y restar el precio de una comida. Me quedaré el tiempo suficiente para comer, pero luego me pondré en camino hacia Tear.

—¿A qué viene tanta prisa, chico? —Thom daba más la impresión de observar al gato que al tablero—. Si acabamos de llegar.

—¿Has entregado entonces la carta de lady Elayne? —inquirió ansiosamente el posadero—. Y has salido bien parado, por lo que veo. ¿De veras has trepado por ese muro igual que lo hizo el otro joven? No, eso da igual. ¿Ha apaciguado la carta a Morgase? ¿Aún tenemos que seguir andando de puntillas?

—Supongo que sí la ha apaciguado —respondió Mat—. Creo que sí. —Dudó un instante, haciendo rebotar en la mano la bolsa de Gaebril, que produjo un tintineo metálico. No había mirado adentro para comprobar si contenía realmente diez marcos de oro, aunque, por el peso, ésa debía de ser la suma—. Maese Gill, ¿qué podéis decirme acerca de Gaebril? Aparte del hecho de que no le gustan las Aes Sedai. ¿Dijisteis que llevaba poco tiempo en Caemlyn?

—¿Para qué quieres saber detalles sobre él? —preguntó Thom—. Basel, ¿vas a mover de una vez? —El posadero suspiró y colocó una pieza negra, ante lo cual el juglar sacudió la cabeza.

—Bueno, chico —contestó Gill—, no hay mucho que contar. Vino del oeste durante el verano, de algún sitio de tu región, creo. Quizá fuera Dos Ríos. He oído mencionar las montañas.

—No tenemos aristócratas en Dos Ríos —observó Mat—. Tal vez los haya en la zona de Baerlon. No lo sé.

—Es posible, chico. Yo ni siquiera había oído hablar anteriormente de él, pero tampoco estoy al corriente de las actividades de la nobleza rural. Vino mientras Morgase estaba todavía

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