no estaba participando en su Juego.
—Hay muchas barcazas de grano procedentes de Andor en el río.
—Mercaderes y comerciantes. ¿Quién iba a fijarse en gentes de su especie? Sería lo mismo que reparar en los escarabajos de las hojas. —La voz de Barthanes expresaba igual desdén por escarabajos que mercaderes, pero una vez más frunció el entrecejo como si Rand hubiera insinuado algo—. No hay muchos hombres que viajen en compañía de Aes Sedai. Parecéis demasiado joven para ser un Guardián. Supongo que lord Ingtar es el Guardián de Verin Sedai.
—Somos quienes hemos afirmado que éramos —aseguró Rand, que a continuación esbozó una mueca. «Salvo yo.»
Barthanes estaba escrutando la cara de Rand sin apenas disimulo.
—Joven, muy joven para llevar una espada con la marca de la garza.
—Tengo menos de un año —contestó Rand sin reflexionar, y de inmediato deseó no haberlo hecho. Aquello sonaba a sus oídos como una insensatez, pero Verin le había dicho que se comportara como lo había hecho ante la Sede Amyrlin, y ésa era la respuesta que Lan le había dado. Los hombres de las Tierras Fronterizas consideraban la fecha en que recibían su espada como el día de su bautizo.
—Curioso. Un andoriano, y sin embargo formado como un hombre de las Tierras Fronterizas. ¿O como un Guardián? —Barthanes entornó los ojos, examinando a Rand—. Tengo entendido que Morgase sólo tiene un hijo, de nombre Gawyn, me han dicho. Debéis de tener una edad cercana a la suya.
—Lo conozco —declaró prudentemente Rand.
Esos ojos, ese pelo… He oído decir que la estirpe real de Andor tiene un tono de cabello y de piel casi igual que el de los Aiel.
Rand tropezó, a pesar de la lisura del suelo de mármol.
—No soy Aiel, lord Barthanes, ni tampoco pertenezco al linaje real.
—Como vos digáis. Me habéis dado mucho que pensar. Creo que posiblemente encontraremos un terreno común cuando conversemos de nuevo. —Barthanes inclinó la cabeza y alzó la copa a modo de saludo y luego se volvió para charlar con un hombre de pelo gris que lucía numerosas bandas de color en la chaqueta.
Rand sacudió la cabeza y siguió caminando, rehuyendo entrar en conversación con alguien. Ya había sido suficiente mal trance hablar con un señor cairhienino y no quería correr el riesgo de hacerlo con dos. Por lo visto, Barthanes hallaba misteriosos significados en los más triviales comentarios. Rand cayó en la cuenta de que por entonces ya disponía de suficientes datos sobre el Da’es Daemar como para reconocer que ignoraba por completo su funcionamiento. «Mat, Hurin, encontrad algo deprisa, para que podamos salir de aquí. Esta gente está loca.»
Y entonces entró en otra estancia, y el juglar que actuaba al fondo, tañendo el arpa y recitando un relato de La Gran Cacería del Cuerno, era Thom Merrilin. Rand se paró en seco. Thom no pareció verlo, a pesar de que su mirada pasó dos veces por encima de él. Al parecer, Thom había hablado en serio: una separación drástica.
Cuando se giró para marcharse, una mujer se acercó suavemente a él y le puso una mano rodeada de blonda en el pecho. Su cabeza no le llegaba al hombro, pero su alto tocado de bucles casi alcanzaba la altura de sus ojos. La elevada gorguera de su vestido de color azul oscuro, cuya parte delantera estaba cubierta de rayas bajo el pecho, le rozaba la barbilla.
—Soy Alaine Chuliandred, y vos sois el célebre Rand al’Thor. En su propia morada, supongo que Barthanes tiene derecho a hablar con vos el primero, pero todos estamos fascinados por lo que hemos oído contar de vos. Incluso me han dicho que tocáis la flauta. ¿Es posible que sea cierto?
—Toco la flauta. —«¿Cómo habrá…? Por Caldevwin. Luz, todo el mundo se entera de todo en Cairhien»—. Si me dispensáis…
—He oído decir que algunos aristócratas extranjeros interpretan música, pero nunca lo había creído. Me encantaría oíros tocar. Tal vez habléis conmigo, un poco de todo. Por lo visto Barthanes ha encontrado fascinante vuestra conversación. Mi marido se pasa el día tomando muestras de sus vides, y me deja bastante sola. Nunca está en casa para charlar conmigo.
—Debéis echarlo de menos —dijo Rand, tratando de hallar la manera de proseguir su camino, sorteando a la mujer y sus amplias faldas. Ésta soltó una aguda carcajada como si hubiera dicho lo más gracioso del mundo.
Otra mujer se sumó a la primera, y también posó la mano en su pecho. Lucía tantas listas como Alaine, y tenía aproximadamente igual edad, como mínimo unos diez años más que él.
—¿Creéis que vais a retenerlo para vos sola, Alaine? —Las dos mujeres se sonrieron mientras arrojaban dagas con la mirada. La segunda volvió su sonrisa hacia Rand—. Soy Belevaere Osiellin. ¿Son tan altos todos los andorianos? ¿Y tan guapos?
—Ah… algunos son altos —respondió, tras aclararse la garganta—. Perdonadme, pero si sois…
—Os he visto hablar con Barthanes. Dicen que conocéis a Galldrain también. Debéis venir a verme y charlaremos. Mi marido está visitando nuestras haciendas del sur.
—Tenéis la sutileza de una moza de taberna —le musitó Alaine, que enseguida agasajó con una sonrisa a Rand—. Carece de modales. A ningún hombre podría gustarle una mujer tan ruda. Traed la flauta a mi casa y conversaremos. ¿Tal vez me enseñaréis a tocar?
—Lo que Alaine considera sutileza —observó con tono meloso Belevaere es falta de coraje. Un hombre que lleva una espada con la marca de la garza ha de tener arrojo. Es en verdad una espada con la marca de la garza, ¿no es cierto?
—Si me excusáis, voy… —Rand intentó retroceder, pero ellas lo siguieron paso a paso hasta que chocó de espaldas con la pared; sus anchas faldas componían otro muro frente a él.
Tuvo un sobresalto cuando una tercera fémina se reunió con las otras dos, agregando al muro la tela de su falda. Era mayor que las otras, pero igualmente hermosa, con una sonrisa pícara que no suavizaba la dureza de sus ojos. También tenía tantas rayas en el vestido como Alaine y Belevaere, las cuales realizaron ligeras reverencias y la miraron hoscamente.
—¿Están intentando estas arañas apresaros en sus redes? —se mofó la mujer de más edad—. La mitad de las veces ellas mismas quedan atrapadas con mayor firmeza que los demás. Venid conmigo, mi distinguido joven andoriano, y os explicaré algunos de los problemas que podrían ocasionaros. En primer lugar, yo no tengo marido del que preocuparme. Los maridos siempre provocan problemas.
Por encima de la cabeza de Alaine vio a Thom, que erguía el cuerpo tras realizar una reverencia que no recibió ningún aplauso ni ninguna clase de atención. Con una mueca, el juglar tomó una copa de la bandeja de un estupefacto criado.
—He visto a alguien con quien he de hablar —anunció Rand a las mujeres, y se deslizó del cerco que habían formado en torno a él cuando la última de ellas trataba de agarrarlo del brazo.
Las tres lo siguieron con la vista mientras se acercaba apresuradamente al juglar.
Thom, al ver que se acercaba, lo miró por encima del borde de la copa y luego tomó un largo trago.
—Thom, ya sé que queríais una separación drástica, pero tenía que librarme de esas mujeres. Sólo querían hablar de que sus maridos están ausentes, pero ya estaban insinuando otros temas. —A Thom se le atragantó el vino, y Rand le dio una palmada en la espalda—. Bebéis demasiado deprisa, y parte del líquido toma siempre el conducto equivocado. Thom, piensan que estoy intrigando con Barthanes, o quizá con Galldrain, y me parece que no van a creerme cuando diga que no. Sólo necesitaba una excusa para alejarme de ellas.
Thom se atusó los largos bigotes y dirigió una ojeada a las tres mujeres, que todavía estaban de pie juntas, observándolos.
—Las reconozco, muchacho. Breane Taborwin sola te enseñaría cosas que todo hombre debe aprender alguna vez en la vida, si logra sobrevivir. Preocupado por sus maridos… Eso me gusta, chico. —De pronto su mirada se endureció—. Me habías dicho que ya no tenías contacto con las Aes Sedai. La mitad de las conversaciones de esta noche tienen como centro el señor andoriano que se ha presentado sin previo aviso y con una Aes Sedai a su lado. Barthanes y Galldrain… Esta vez has dejado que la Torre Blanca te meta en la olla.
—Llegó ayer, Thom. Y tan pronto como el Cuerno esté en buenas manos, me libraré de ellas. Primero quiero contribuir a que el Cuerno se halle en lugar seguro.
—Hablas como si no lo estuviera —dedujo Thom—. No lo expresaste así el otro día.
—Los Amigos Siniestros nos lo robaron, Thom. Lo han traído aquí. Barthanes es uno de ellos.
Thom pareció observar su vino, pero sus ojos se desviaron velozmente para cerciorarse de que nadie se hallaba bastante cerca para escuchar. Aparte de las tres mujeres, había más personas que los miraban de soslayo mientras fingían hablar entre ellas, pero todos los grupos mantenían la distancia entre sí. Con todo, Thom habló con voz queda.
—Una afirmación muy peligrosa si no es veraz, y aún más si es cierta. Una acusación como ésta, contra el hombre más poderoso del reino… ¿Dices que tiene el Cuerno? Supongo que vienes a solicitarme ayuda nuevamente, ahora que has vuelto a caer en las garras de la Torre Blanca.
—No. —Había llegado a la conclusión de que Thom tenía razón, aun cuando el juglar desconociera el motivo. No podía implicar a nadie más en sus conflictos—. Sólo quería alejarme de esas mujeres.
El juglar se atusó los bigotes, tomado por sorpresa.
—Bien. Sí. Eso está bien. La última vez que te ayudé, me quedó la secuela de una cojera, y al parecer has permitido que Tar Valon te ate con sus hilos. Tendrás que arreglártelas solo esta vez. —Hablaba como si tratara de convencerse a sí mismo.
—Lo haré, Thom. Lo haré. —«Tan pronto como el Cuerno esté a buen recaudo y Mat haya recobrado esa maldita daga. Mat, Hurin, ¿dónde os habéis metido?»
Como si lo hubiera invocado con el pensamiento, Hurin apareció en la sala, escrutando entre señores y damas. Éstos no parecieron verlo siquiera; los criados no existían a menos que uno los necesitara. Cuando localizó a Rand y Thom, se abrió camino entre los pequeños grupos de nobles y se inclinó ante Rand.
—Mi señor, me han mandado comunicaros que vuestro ayuda de cámara ha caído y se ha torcido la rodilla. No sé si es grave, mi señor.
Rand lo observó un momento antes de comprender. Consciente de que todos los ojos se centraban en él, habló con voz lo suficientemente alta para que lo oyeran los aristócratas más próximos.
—Torpe insensato. ¿De qué va a servirme si no puede andar? Supongo que será mejor que vaya a ver si está herido de consideración.
Parecía la respuesta adecuada que había de dar. Hurin reflejaba alivio en la voz cuando volvió a dedicarle una reverencia y dijo:
—Como desee mi señor. Si mi señor es tan amable de seguirme… lo conduciré hasta él.
—Representas muy bien el papel de señor —dijo en voz baja Thom—. Pero recuerda esto: los cairhieninos juegan al Da’es Daemar, pero fue la Torre Blanca la que inventó el Gran Juego. Vigila tus pasos, muchacho. —Asestando una airada mirada a los nobles, dejó la copa vacía en la bandeja de un sirviente que pasaba y se alejó, pulsando las cuerdas del arpa. Luego comenzó a recitar La Comadre Mili y el mercader de seda.
—Llévame hasta él —ordenó Rand a Hurin, sintiéndose como un idiota. Mientras abandonaba la habitación tras