mansión de Barthanes. Si localizamos el Cuerno, tal vez hallemos también la manera de recuperarlo. Sí, Mat; y la daga. Cuando se sepa que hay una Aes Sedai en la ciudad… Bueno, por lo general evito este tipo de cosas, pero, si sugiero a Tiedra que me gustaría ver la nueva mansión de Barthanes, dentro de un par de días dispondría de una invitación. No sería difícil entrar en compañía de al menos algunos de vosotros. ¿Qué ocurre, Hurin?
El husmeador había estado basculando ansiosamente el cuerpo sobre los talones desde el momento en que ella había mencionado una invitación.
—Lord Rand ya tiene una. De lord Barthanes.
Perrin miró con asombro a Rand, y no fue el único.
Rand sacó del bolsillo los dos pergaminos sellados y los tendió a la Aes Sedai sin decir palabra alguna. Ingtar se acercó para mirarlos con admiración por encima de su hombro.
—Barthanes y… ¡Y Galldrain! Rand, ¿cómo te has hecho con ellas? ¿Qué has estado haciendo?
—Nada —repuso Rand—. No he hecho nada. Simplemente, me las enviaron. —Ingtar lanzó un resoplido. Mat estaba boquiabierto—. Bueno, me las enviaron sin más —agregó Rand con voz calma.
Tenía una dignidad que Perrin no recordaba en él; Rand estaba mirando a la Aes Sedai y al señor shienariano como si estuviera en su mismo nivel. «Cada vez te queda mejor esa chaqueta —dijo para sí Perrin—. Todos estamos cambiando.»
—Lord Rand quemó las otras —explicó Hurin—. Llegaban cada día, y cada día las quemaba. Menos éstas, claro está. Cada día llegaban de casas más poderosas. —Su tono de voz denotaba orgullo.
—La Rueda del Tiempo ajusta nuestros hilos al Entramado según su voluntad —sentenció Verin, mirando los pergaminos—, pero a veces nos proporciona lo que precisamos antes de que nosotros seamos conscientes de la necesidad.
Arrugó desenfadadamente la invitación del rey y la arrojó a la chimenea, donde permaneció ofreciendo el contraste del blanco sobre los fríos leños. Tras romper el otro sello con el pulgar, leyó.
—Sí. Sí, esto es lo que necesitamos.
—¿Cómo puedo ir? —le preguntó Rand—. Sabrán que no soy un señor. Soy un pastor, y un campesino. —Ingtar lo miró con aire escéptico—. Lo soy, Ingtar. Ya os lo dije. —Ingtar se encogió de hombros; aún no parecía convencido. Hurin observaba a Rand con patente incredulidad.
«Caramba —pensó Perrin—, si no lo conociera, yo tampoco lo creería.» Mat contemplaba ceñudo a Rand, con la cabeza ladeada, como si mirara algo que no había visto antes. «Ahora él también lo percibe.»
—Puedes hacerlo, Rand —opinó Perrin.
—Convendrá —observó Verin— que no digas a nadie que no eres un señor. La gente ve lo que espera ver. Aparte de eso, míralos a los ojos y habla con firmeza. De la manera como me has hablado a mí —añadió secamente. A Rand se le arrebolaron las mejillas, pero no bajó la mirada—. No importa lo que digas, pues cualquier cosa que desentone la atribuirán al hecho de que eres extranjero. También te ayudará recordar cómo te comportaste ante la Amyrlin. Si actúas con la misma arrogancia, probablemente creerán que eres un señor aunque vayas vestido con harapos. —Mat soltó una risita.
—De acuerdo. —Rand, con gesto de resignación, levantó las manos—. Lo haré. Pero sigo pensando que lo averiguarán cinco minutos después de que haya abierto la boca. ¿Cuándo?
—Barthanes te ha propuesto cinco fechas distintas, y una de ellas es mañana por la noche.
—¡Mañana! —estalló Ingtar—. Mañana por la noche el Cuerno podría estar a ciento cincuenta kilómetros de aquí, a bordo de un barco, o…
—Ino y vuestros soldados pueden vigilar la casa solariega —lo atajó Verin—. Si intentan llevar el Cuerno a otro lugar, podremos seguirlos, y tal vez recuperarlo más fácilmente que en el interior de los muros de Barthanes.
—Quizá sea así —acordó a regañadientes Ingtar—. El problema es que no me gusta esperar, ahora que el Cuerno está casi al alcance de mi mano. Voy a hacerme con él. ¡Debo hacerlo! ¡Debo conseguirlo!
—Pero, lord Ingtar —apuntó Hurin—, ésa no es la manera. Lo que ocurre, ocurre, y lo que ha de suceder, suc… —La furiosa mirada de Ingtar lo instó a guardar silencio, a pesar de lo cual continuó murmurando para sí—. Ésa no es la manera, hablando de «deber».
Ingtar se volvió rígidamente hacia Verin.
—Verin Sedai, los cairhieninos son muy estrictos en su protocolo. Si Rand no envía una respuesta, es posible que Barthanes se sienta tan ofendido que no nos deje entrar, aun con ese pergamino en la mano. Pero si Rand entrega una respuesta… Bueno, Fain lo conoce, y podríamos ponerlos sobre aviso para que prepararan una encerrona.
—Los sorprenderemos. —Su leve sonrisa era algo forzada—. Pero creo que Barthanes querrá ver a Rand de todas maneras. Sea o no un Amigo Siniestro, dudo que haya renunciado a tramar intrigas contra el trono. Rand, Barthanes dice que mostraste interés por uno de los proyectos del rey, pero no especifica cuál. ¿A qué se refiere?
—No lo sé —respondió lentamente Rand—. No he hecho nada en absoluto desde que llegué, aparte de esperar. Tal vez se refiera a la estatua. Pasamos por un pueblo donde estaban desenterrando una enorme estatua. De la Era de Leyenda, dijeron. El rey pretende trasladarla a Cairhien, aunque no sé cómo va a mover algo de tales dimensiones. Pero todo cuanto hice fue preguntar qué era.
—Nosotros pasamos ante ella de día y no nos detuvimos a preguntar. —Verin dejó caer la invitación en su regazo—. Quizá no sea algo sensato que Galldrain la desentierre. No es que entrañe un peligro concreto, pero nunca es prudente que quienes ignoran lo que hacen se inmiscuyan en cosas de la Era de Leyenda.
—¿Qué es? —inquirió Rand.
—Un sa’angreal. —Hablaba como si careciera de mayor importancia, pero Perrin tuvo la súbita sensación de que los dos habían iniciado una conversación privada, en la que decían cosas que nadie más podía oír—. Uno de los integrantes de una pareja, los mayores que se hayan creado jamás, según la información de que disponemos. Y un par muy curioso, asimismo. Uno, todavía enterrado en Tremalking, sólo puede utilizarlo una mujer. Éste sólo puede usarlo un hombre. Fueron construidos durante la Guerra del Poder, como armas, pero si hay algo que debamos agradecer al hecho de que finalizara esa era o de que se desmembrara el mundo, es que la conclusión llegó antes de que pudieran ponerlas en acción. Las dos juntas podrían tener el poder suficiente como para desmembrar de nuevo el mundo, de manera aún más catastrófica que la vez anterior.
Perrin cerró con fuerza las manos. Evitaba mirar directamente a Rand, pero incluso de soslayo advertía la palidez en torno a la boca de su amigo. Creyó que tal vez Rand sintiera temor, y no le extrañó lo más mínimo.
Ingtar parecía consternado, y con razón.
—Eso debería volver a enterrarse, y a una profundidad mayor. ¿Qué habría ocurrido si lo hubiera encontrado Logain? O cualquier desdichado varón capaz de encauzar el Poder, por no hablar del que pretende ser el Dragón Renacido. Verin Sedai, debéis prevenir a Galldrain de las consecuencias que puede traer lo que hace.
—¿Cómo? Oh, no creo que sea preciso. Los dos deben utilizarse al unísono para encauzar suficiente Poder Único para desmembrar el mundo… Así se trabajaba en la Era de Leyenda; un hombre y una mujer que actuaban juntos multiplicaban por diez su fuerza… ¿Y qué Aes Sedai ayudaría hoy en día a encauzar a un hombre? Una de esas estatuas sola es bastante poderosa, pero son pocas las mujeres con la fortaleza necesaria para sobrevivir a la potencia que fluiría en la de Tremalking. La Amyrlin, por supuesto, Moraine y Elaida. Tal vez una o dos más. Y tres que aún reciben entrenamiento. En cuanto a Logain, habría debido poner en juego toda su fuerza solamente para evitar quedar reducido a cenizas, sin capacidad para hacer nada. No, Ingtar, no me parece que debamos preocuparnos. Al menos, no hasta que el verdadero Dragón Renacido se autoproclame, y entonces ya tendremos suficientes quebraderos de cabeza. Ahora ocupémonos de lo que haremos cuando nos hallemos en el interior de la mansión de Barthanes.
Sus palabras habían estado destinadas a Rand. Perrin lo sabía y, a juzgar por el desasosiego reflejado en los ojos de Mat, éste también lo había interpretado así. Incluso Loial se revolvía inquieto en la silla.
«¡Oh, Luz! —pensó Perrin—. Rand, no permitas que ella te utilice.»
Las manos de Rand apretaban con tanta fuerza la mesa que tenía blancos los nudillos, pero su voz era firme. Sus ojos no se desviaron en ningún momento ante los de la Aes Sedai.
—Primero debemos recuperar el Cuerno y la daga. Y después habremos acabado, Verin. Entonces se habrá acabado.
Observando la breve y misteriosa sonrisa de Verin, Perrin sintió un estremecimiento. No le parecía que Rand conociera la mitad de lo que creía hacer. Ni la mitad.
CAPÍTULO 32
Palabras peligrosas
La mansión de Barthanes permanecía agazapada como un enorme sapo bajo el cielo nocturno, ocupando tanto terreno como una fortaleza, con todas sus murallas y edificios adyacentes. No era, empero, una fortaleza; había altas ventanas por doquier, y de ella emanaban luces, música y risas. Sin embargo, Rand vio guardias moviéndose en lo alto de las torres y los tejados, y observó que ninguna de las ventanas se hallaba próxima al suelo. Bajó de lomos de Rojo, se alisó la chaqueta y ajustó la correa de la espada. Los demás desmontaron a su alrededor, al pie de unas amplias escalinatas de piedra blanca que conducían a las grandes puertas labradas de la residencia.
Diez shienarianos, al mando de Ino, componían una escolta. El tuerto intercambió breves señales de asentimiento antes de unirse con sus hombres a los otros miembros de escoltas, donde los aguardaban cerveza y un buey entero ensartado en un asador junto a una fogata…
La restante decena de shienarianos se había quedado atrás, junto con Perrin. Todos debían acudir allí con un objetivo, según Verin, y Perrin no debía cumplir ninguna función específica aquella noche. Era necesaria una escolta para mostrarse digno a los ojos de los cairhieninos, pero más de diez componentes hubieran parecido sospechosos. Rand se encontraba allí porque él era el destinatario de la invitación. Ingtar había ido para aportar el prestigio de su título, mientras que Loial servía de pieza de interés, dado que los Ogier eran buscados entre las altas esferas de la nobleza cairhienina. Hurin fingía ser el ayuda de cámara de Ingtar, si bien su cometido, era captar el olor de los Amigos Siniestros y trollocs, ya que el Cuerno de Valere no se hallaría lejos de ellos. Mat, a regañadientes, hacía las veces de criado de Rand, dado que era capaz de detectar la proximidad de la daga. Si Hurin no lo conseguía, tal vez él pudiera encontrar a los Amigos Siniestros.
Cuando Rand había preguntado a Verin por qué estaba ella allí, ella se había limitado a sonreír y a responder:
—Para sacaros de apuros a todos.
—Todavía no veo por qué motivo he de ser un criado —murmuró Mat mientras subía las escaleras al lado de Hurin, detrás de los demás—. Diantre, si Rand puede ser un señor, yo también puedo ponerme una ostentosa chaqueta.
—Un criado —apuntó Verin sin volver la mirada hacia él— puede ir a muchos lugares a los que no tiene acceso otro hombre, y muchos nobles ni siquiera repararán en él. Tú y Hurin tenéis asignada una función.
—Cállate ahora, Mat —terció Ingtar—, a no ser que quieras estropearlo todo. —Estaban acercándose a las puertas, donde había media docena