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  3. Capítulo 84
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había encontrado solo. Sólo hay un tipo de conflicto que enfrente a los hombres con las Aes Sedai.

Thom observó la mesa con labios fruncidos.

—Supongo que carece de sentido negarlo. Compréndelo, no es el tipo de cosas que suelen divulgarse, el tener un pariente varón capaz de encauzar el Poder. ¡Aaagh! El Ajah Rojo no le dio ninguna oportunidad a Owyn. Lo amansaron y luego murió. Simplemente perdió las ganas de vivir… —Suspiró con tristeza.

Rand se estremeció. «¿Por qué no me hizo Moraine lo mismo a mí?»

—¿Una oportunidad, Thom? ¿Insinuáis que existe algún medio con el que hubiera podido afrontar su condición? ¿Sin volverse loco? ¿Sin morir al final?

—Owyn lo mantuvo a raya durante casi tres años. Nunca hizo daño a nadie. No utilizó el Poder a menos que se viera obligado y en esos casos siempre lo hizo para ayudar al pueblo. Él… —Thom extendió las manos—. Supongo que no había más alternativa. Los habitantes del lugar donde vivía me contaron que se comportó de un modo extraño a lo largo de ese último año. Se mostraban reacios a hablar de ello, y casi me apedrearon cuando se enteraron de que yo era su tío. Supongo que estaba enloqueciendo. Pero era de mi linaje, muchacho. No puedo tener en buen concepto a las Aes Sedai por lo que le hicieron, aun cuando cumplieran con su obligación. Si Moraine te ha dejado marchar, entonces te has zafado de ese asunto.

Rand guardó silencio un momento. «¡Imbécil! Por supuesto que no hay manera de afrontarlo. Vas a enloquecer y a morir hagas lo que hagas. Pero Ba’alzemon dijo…»

—¡No! —Se sonrojó ante la mirada escrutadora de Thom—. Me refiero a que… me he librado de ellas, Thom, pero todavía tengo el Cuerno de Valere. Pensad en ello, Thom: el Cuerno de Valere. Otros juglares podrían contar historias al respecto, pero vos podríais afirmar que lo tuvisteis en vuestras manos. —Advirtió que hablaba como Selene, y ello lo indujo a preguntarse dónde estaría ella—. Actualmente no hay compañía que prefiera a la vuestra, Thom.

Thom frunció el entrecejo, como si reflexionara, pero al final sacudió con firmeza la cabeza.

—Chico, me caes bien, pero sabes tan bien como yo que si os ayudé fue sólo porque había implicada una Aes Sedai. Seaghan no intenta estafarme más de lo que yo preveo, y, añadiendo a esas ganancias el Donativo Real, gano más de lo que obtendría en los pueblos. Para mi sorpresa, Dena parece amarme y, lo que es igual de sorprendente, yo correspondo a sus sentimientos. Entonces, ¿por qué debería dejar todo esto e irme para que me persigan trollocs y Amigos Siniestros? ¿Por el Cuerno de Valere? Oh, es una tentación, lo reconozco, pero no. No, no volveré a involucrarme en eso.

Se inclinó para recoger uno de los estuches de madera, largo y estrecho. Al abrirlo, dejó al descubierto una flauta, de factura sencilla pero montada con plata. Volvió a cerrarlo y lo deslizó sobre la mesa.

—Tal vez hayas de volver a costearte la cena con la música algún día, muchacho.

—Es posible —admitió Rand—. Al menos podemos hablar. Me hospedo en… —El juglar hizo un gesto para interrumpirlo.

—Una separación drástica es lo mejor, chico. Si sigues viniendo por aquí, no podré sacarme el Cuerno de la cabeza, aunque no lo menciones nunca. Y no pienso mezclarme en ello. No voy a hacerlo.

Cuando se hubo ido Rand, Thom arrojó la capa sobre la cama y se sentó acodado en la mesa. «El Cuerno de Valere. ¿Cómo consiguió encontrar ese campesino…?» Desechó rápidamente esa línea de pensamiento. Si pensaba demasiado en el Cuerno, al final se escaparía con Rand para llevarlo a Shienar. «Ése sería material digno de una historia: el traslado del Cuerno de Valere a las Tierras Fronterizas con la persecución de trollocs y Amigos Siniestros.» Se acordó, ceñudo, de Dena. Aun cuando ella no lo hubiera amado, un talento como el suyo no se hallaba cada día. Y ella lo amaba, a pesar de que él no acertara a comprender por qué.

—Viejo estúpido —murmuró.

—Sí, un viejo estúpido —convino Zera desde la puerta. Thom dio un respingo; había estado tan sumido en sus cavilaciones que no había oído cómo se abría la puerta. Hacía años que conocía a Zera, a quien siempre veía de regreso de sus vagabundeos, y ella siempre sacaba provecho de su grado de amistad para decirle abiertamente lo que pensaba—. Un viejo estúpido que está inmiscuyéndose otra vez en el Juego de las Casas. A menos que esté volviéndome sorda, ese joven señor tiene acento andoreño. No es cairhienino, de eso no hay duda. El Da’es Daemar ya es bastante peligroso sin que un aristócrata extranjero lo implique a uno en sus intrigas.

Thom parpadeó y luego recapacitó en el aspecto que lucía Rand. Aquella chaqueta era sin duda tan fina como la de un noble. Estaba volviéndose viejo al pasar por alto detalles como ése. Pesaroso, cayó en la cuenta de que estaba planteándose si le contaba la verdad a Zera o dejaba que continuase sosteniendo el punto de vista que ya tenía. «Sólo con que comience a pensar en el Gran Juego, ya estaré participando en él.»

—El chico es un pastor, Zera, de Dos Ríos.

—Y yo soy la reina de Ghealdan —se mofó la mujer con desdén—. Ya te lo he advertido: el Juego se ha vuelto más peligroso en Cairhien estos últimos años. No tiene nada que ver con lo que tú conociste en Caemlyn. Ahora se llevan a cabo asesinatos. Vas a hacer que te corten el cuello, si no andas con cuidado.

—Te he dicho que ya no participo en el Gran Juego. De eso hará pronto veinte años.

—Sí. —Su afirmación carecía de convicción—. Pero sea como fuere, y dejando aparte a los jóvenes señores extranjeros, has comenzado a dar representaciones en las haciendas de los aristócratas.

—Pagan bien.

—Y te arrastrarán a sus intrigas tan pronto como descubran el modo de hacerlo. Ven a un hombre y, con tanta naturalidad como respiran, ya están tramando cómo servirse de él. Ese joven señor que te ha visitado no va a ayudarte; van a comérselo vivo.

Desistió de tratar de convencerla de que él estaba al margen.

—¿Es eso lo que has venido a decirme, Zera?

—Sí. Olvida el Gran Juego, Thom, y cásate con Dena. Ella te aceptará, aunque sea una insensatez, considerando que no eres más que un saco de huesos con el pelo blanco. Cásate con ella y olvida a ese joven señor y el Da’es Daemar.

—Te agradezco el consejo —replicó secamente. «¿Casarme con ella? ¿Cargarla con el peso de un marido viejo? Nunca será un bardo con la amenaza de que se descubra mi pasado»—. Si no te importa, Zera, querría quedarme solo un rato. Esta noche voy a dar un espectáculo para lady Arilyn y sus huéspedes, y necesito prepararme.

La posadera le dedicó un resoplido y una sacudida de cabeza y salió dando un portazo.

Thom martilleó los dedos en la mesa. Con o sin chaqueta, Rand seguía siendo un pastor. Si hubiera sido algo más, si hubiera sido lo que Thom había sospechado, un hombre capaz de encauzar el Poder, ni Moraine ni ninguna otra Aes Sedai lo hubieran dejado suelto y sin amansar. Con Cuerno o sin él, el muchacho no era más que un pastor.

—Él se ha librado de esas cuestiones —concluyó en voz alta— y yo también.

CAPÍTULO 27

La Sombra en la noche

—No lo comprendo —dijo Loial—. Estaba ganando casi todo el rato. Y entonces ha venido Dena y se ha sumado al juego y ha ganado todas las tiradas, todas. Lo ha llamado una pequeña lección. ¿Qué ha querido decir?

Rand y el Ogier caminaban por extramuros, dejando atrás el Racimo de Uvas. El sol, una roja bola que se ocultaba en el horizonte, proyectaba largas sombras a sus espaldas. La calle estaba desierta, con excepción de una de las grandes marionetas, un trolloc con cuernos de cabra con una espada al cinto, y de los cinco hombres que controlaban sus movimientos, pero los sonidos de júbilo se oían aún en otras partes del barrio, en donde se hallaban las salas de espectáculos y las tabernas. Aquí, las puertas ya estaban atrancadas y los postigos de las ventanas cerrados.

Rand dejó de manosear el estuche de madera de la flauta y se lo colgó al hombro. «Supongo que no podía esperar que tirara todo por la borda para venir conmigo, pero al menos podríamos conversar. ¡Luz, qué ganas tengo de que venga Ingtar!» Se puso las manos en los bolsillos y notó el tacto de la nota de Selene.

—No creo que… —Loial guardó silencio, incómodo—. No creerás que ha hecho trampa, ¿verdad? Todo el mundo sonreía como si estuviera haciendo algo gracioso.

Rand se encogió de hombros debajo de la capa. «He de tomar el Cuerno y salir de aquí. Si esperamos a Ingtar, puede ocurrir cualquier cosa. Fain vendrá tarde o temprano. Debo tomarle la delantera.» Los hombres que transportaban el títere se encontraban casi a su lado.

—Rand —observó de repente Loial—, no me parece que eso sea una…

De súbito los hombres dejaron caer las varas al suelo y, en lugar de derrumbarse, el trolloc dio un salto hacia Rand con las manos extendidas.

No había tiempo para reflexionar. Como un acto reflejo, desenvainó raudamente la espada: La luna se eleva sobre los lagos. El trolloc retrocedió a trompicones, chillando, y se desplomó con un rictus amenazador.

Por un instante todos permanecieron paralizados. Entonces los desconocidos, Amigos Siniestros sin duda, miraron alternativamente al trolloc tendido en la calle y a Rand, con la espada en las manos y Loial a su lado, y, girándose, echaron a correr.

Rand también observó al trolloc. El vacío lo había rodeado antes de que su mano tocara el acero; el Saidin refulgía en su mente, insinuante, repugnante. Logró, no sin esfuerzo, ahuyentar el vacío y luego se mordió los labios. Sin la vacuidad, el miedo le recorría el cuerpo.

—Loial, debemos regresar a la posada. Hurin está solo y ellos…

Emitió un gruñido cuando un recio brazo lo levantó por los aires, un brazo tan largo que podía sujetar los dos suyos contra el pecho. Una peluda mano le atenazó la garganta. Percibió un hocico con colmillos justo encima de su cabeza, y un fétido olor agridulce, como de pocilga, le impregnó la nariz.

Tan velozmente como lo había aferrado, la mano le soltó la garganta. Estupefacto, Rand la miró y vio cómo los gruesos dedos del Ogier asían la muñeca del trolloc.

—Aguanta, Rand. —La voz de Loial sonaba tensa. La otra mano del Ogier agarró el brazo que aún tenía levantado a Rand—. Aguanta.

Rand fue zarandeado mientras el Ogier y el trolloc forcejeaban. De improviso cayó. Tambaleante, dio dos pasos para ganar espacio y regresó con la espada en alto.

De pie tras el trolloc de hocico de jabalí, Loial lo retenía por la muñeca y el antebrazo, manteniéndole los brazos abiertos, respirando afanosamente a causa del esfuerzo. El trolloc gruñía en la discordante lengua trolloc, echando la cabeza hacia atrás con intención de golpear a Loial con el hocico. Sus botas se arrastraban sobre la tierra de la calle.

Rand trató de encontrar un punto donde clavar la hoja al trolloc sin herir a Loial, pero Ogier y trolloc giraban tanto en su pulso de fuerza que no hallaba un lugar seguro.

Con un gruñido, el trolloc hurtó el brazo izquierdo, pero, antes de que consiguiera soltarse por completo, Loial le rodeó el cuello con el brazo y lo apretó

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