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  2. El Despertar de los Heroes
  3. Capítulo 82
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no vuelvo y les cuento otra historia, ése hará salir sin duda al malabarista y esta pandilla destrozará el local. Ven al Racimo de Uvas, justo después de la puerta de Jangai. Tengo una habitación allí. Tendrán que contentarse con otro relato. —Ascendió de nuevo los escalones—. ¡Y tráeme el arpa y la flauta! —le recordó.

CAPÍTULO 26

Discordia

Rand se precipitó en la sala principal del Defensor de las Murallas del Dragón y subió presuroso las escaleras, sonriendo al advertir la mirada de estupor que le había dirigido el posadero. Rand sentía deseos de sonreír por todo. «¡Thom está vivo!»

Abrió de golpe la puerta de su dormitorio y se encaminó directamente al armario.

Loial y Hurin se asomaron por la otra puerta, ambos en mangas de camisa y con pipas en la boca que exhalaban finas volutas de humo.

—¿Ha ocurrido algo, lord Rand? —inquirió ansiosamente Hurin.

Rand se colgó al hombro el hatillo formado con la capa de Thom.

—Lo mejor que podía suceder, dejando a un lado la llegada de Ingtar. Thom Merrilin está vivo. Y está aquí, en Cairhien.

—¿El juglar del que me hablaste? —dijo Loial—. Eso es fantástico, Rand. Me gustaría conocerlo.

—Entonces ven conmigo, si Hurin quiere quedarse a vigilar.

—Será un placer, lord Rand. —Hurin se sacó la pipa de los labios—. Esa gente de la sala de abajo no ha parado de tratar de sonsacarme, sin dejar traslucir sus actividades, claro está: quién sois, mi señor, y por qué estáis en Cairhien. Les he dicho que estábamos esperando a unos amigos pero, siendo cairhieninos, han imaginado que estaba encubriendo algo más importante.

—Que piensen lo que quieran. Vamos, Loial.

—Creo que no. —El Ogier suspiró—. De veras preferiría quedarme aquí. —Alzó un libro, una de cuyas páginas marcaba con uno de sus gruesos dedos—. Puedo conocer a Thom Merrilin en otra ocasión.

—Loial, no puedes quedarte encerrado aquí para siempre. Ni siquiera sabemos cuánto tiempo estaremos en Cairhien. De todas maneras, no hemos visto ningún Ogier. Y, si los vemos, no irán a perseguirte, ¿verdad?

—No a perseguirme exactamente, pero… Rand, tal vez me precipité al abandonar el stedding Shangtai de ese modo. Es posible que me vea envuelto en problemas cuando vuelva a casa. —Sus orejas languidecieron—. Aunque espere a ser tan viejo como el abuelo Halan. Quizás encuentre un stedding abandonado para quedarme allí hasta entonces.

—Si el abuelo Halan no te deja regresar, podrías vivir en el Campo de Emond. Es un sitio bonito.

—Estoy seguro de que lo es, Rand, pero ésa no sería una buena solución. Verás…

—Ya hablaremos de ello cuando llegue el momento, Loial. Ahora vas a venir a visitar a Thom.

El Ogier duplicaba la altura de Rand, pese a lo cual éste lo obligó a ponerse su larga túnica y la capa y bajar las escaleras. Al llegar al comedor, Rand guiñó el ojo al posadero y luego rió al ver su desconcertado semblante. «Que piense que salgo a interpretar ese maldito Gran Juego. Que piense lo que le venga en gana. Thom está vivo.»

Una vez que hubieron transpuesto la puerta de Jangai, en la muralla oriental de la ciudad, todo el mundo parecía conocer el Racimo de Uvas. Rand y Loial pronto se encontraron allí, en una calle tranquila, considerando que era de extramuros, con el sol habiendo cumplido la mitad de su curso en el cielo de la tarde.

Era un viejo edificio destartalado de tres pisos, en madera, pero la sala principal estaba limpia y llena de gente. Algunos hombres jugaban a los dados en un rincón y varias mujeres a los dardos en otro. La mitad de ellos, delgados y pálidos, tenían aspecto de ser cairhieninos, pero Rand escuchó acentos de Andor, así como otros que no identificó. Todos vestían a la usanza de extramuros, entremezclando estilos de una docena de países distintos. Unos cuantos volvieron la cabeza al entrar ellos, pero enseguida volvieron a centrar la atención en sus dedicaciones.

La posadera era una mujer de pelo tan blanco como el de Thom y unos vivos ojos que examinaron a Loial y a Rand. No era cairhienina, a juzgar por su piel oscura y su acento.

—¿Thom Merrilin? Sí, tiene una habitación. Al final de las escaleras, la primera puerta a la derecha. Seguramente Dena os dejará esperarlo allí… —Miró la roja chaqueta de Rand, con las garzas en el cuello y las doradas zarzas bordadas en la manga, y la espada—, mi señor.

Las escaleras crujían de tal modo bajo las botas de Rand, por no mencionar las de Loial, que aquél temió que el edificio no resistiera mucho tiempo más.

Halló la puerta y llamó, preguntándose quién sería Dena.

—Adelante —respondió una voz femenina—. Yo no puedo abrirla.

Rand empujó dubitativamente la puerta y asomó la cabeza. Una gran cama destartalada pegada a una de las paredes, un par de armarios, varios baúles y cofres, una mesa y dos sillas de madera abarrotaban la habitación. Una esbelta mujer estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas haciendo girar en círculo seis bolas de colores.

—Sea lo que sea —indicó, con la mirada centrada en sus ejercicios—, dejadlo en la mesa. Thom os pagará cuando esté de regreso.

—¿Sois Dena? —preguntó Rand.

La mujer cazó las pelotas al vuelo y se volvió para mirarlo. Sólo tenía algunos años más que él y era guapa, con una clara piel cairhienina y una melena oscura que le llegaba a los hombros.

—No os conozco. Ésta es mi habitación, mía y de Thom Merrilin.

—La posadera ha dicho que tal vez nos permitierais esperar aquí a Thom —dijo Rand—. Si sois Dena.

—¿Nos? —Rand entró en la habitación a fin de que Loial pudiera asomarse. La mujer enarcó las cejas entonces—. De modo que los Ogier han regresado. Soy Dena. ¿Qué queréis? —Miró la chaqueta de Rand de manera tan deliberada que resultó evidente su propósito de no añadir «mi señor», aun cuando volvió a enarcar las cejas al advertir las garzas de la empuñadura y la vaina de su espada.

—Le he traído a Thom el arpa y la flauta —explicó Rand, levantando el hatillo—. Y quería visitarlo además —se apresuró a añadir, pues la mujer parecía a punto de decirle que se fuera—. Hacía mucho tiempo que no lo veía.

—Thom siempre se queja de que perdió la mejor flauta y la más preciosa arpa que tuvo nunca. Diríase que fue un bardo de corte, por la manera como las elogia. Muy bien. Podéis esperar, pero yo debo practicar. Thom dice que me dejará dar una representación en las salas la próxima semana. —Se levantó grácilmente y tomó una de las dos sillas, haciendo señas a Loial para que se sentara en la cama—. Zera le haría pagar a Thom por seis sillas si rompierais una de éstas, amigo Ogier.

Rand le dio sus nombres mientras tomaba asiento en la otra silla, que crujió de manera alarmante bajo su peso.

—¿Sois la aprendiza de Thom? —preguntó con cierta timidez.

Dena esbozó una sonrisa.

—Podría decirse. —Había reanudado los malabarismos y tenía fija la mirada en las danzantes bolas.

—Nunca he oído hablar de una mujer juglar —comentó Loial.

—Yo seré la primera. —El primer gran círculo se transformó en dos más pequeños que se entrecruzaban—. Voy a ver la totalidad del mundo antes de que acaben mis días. Thom dice que cuando tengamos bastante dinero iremos a Tear. —Se puso a hacer girar tres bolas en cada mano—. Y luego tal vez a las islas de los Marinos. Los Atha’an Miere pagan bien a los juglares.

Rand observó la habitación, con todos sus baúles y cofres. No parecía la morada de alguien que pretendiera mudarse pronto. En la ventana había incluso una flor en una maceta. Posó la mirada en la gran cama en la que estaba sentado Loial. «Ésta es mi habitación, mía y de Thom Merrilin.» Dena le dirigió una mirada retadora a través de la gran rueda que había vuelto a componer, y Rand se sonrojó.

—Tal vez deberíamos aguardar abajo —insinuó tras aclararse la garganta. Entonces se abrió la puerta y Thom entró con la capa ondeándole en torno a los tobillos y los parches agitados por el movimiento. Llevaba unas fundas de flauta y arpa a la espalda, de madera rojiza, pulida por el roce de la mano.

Dena hizo desaparecer las pelotas en su vestido y corrió a arrojarse a los brazos de Thom.

—Te he echado de menos —dijo, antes de besarlo.

El beso duró cierto tiempo, tanto que Rand comenzaba a plantearse la conveniencia de que él y Loial salieran, pero entonces Dena se apartó de Thom con un suspiro.

—¿Sabes lo que ha hecho ese necio de Seaghan, muchacha? —preguntó Thom, mirándola—. Pues ha contratado un grupo de patanes que se autodenominan «actores» y que van por ahí con la pretensión de ser Rogosh Ojo de Águila, Blaes, Gaidal Cain y… ¡Aaagh! Llevan trozos de lona pintada detrás de ellos, que hace que los espectadores crean supuestamente que esos idiotas están en la Sala de Matuchin o en los altos puertos de las Montañas Funestas. Yo hago que el oyente vea cada estandarte, cada batalla, que sienta todas las emociones posibles. Yo les hago creer que ellos son Gaidin Cain. Le van a destruir el local a Seaghan si presenta a esa pandilla después de mi representación.

—Thom, tenemos visita. Loial, hijo de Arent hijo de Halan. Oh, y un muchacho que se hace llamar Rand al’Thor.

Thom miró con entrecejo fruncido a Rand por encima de la cabeza de la chica.

—Déjanos solos un rato, Dena. Toma. —Le puso unas monedas de plata en la mano—. Tus cuchillos están listos. ¿Por qué no vas a pagarlos a Ivon? —Le acarició la tersa mejilla con un nudoso dedo—. Ve. Te recompensaré la ausencia.

Ella lo miró con aire sombrío, pero se colocó la capa sobre los hombros y salió, murmurando:

—Mejor será que Ivon tenga la balanza en condiciones.

—Un día será un bardo —anunció Thom con una nota de orgullo cuando se hubo ido—. Escucha un cuento una vez, sólo una vez, fíjate en lo que te digo, y ya lo ha aprendido, no sólo las palabras, sino cada matiz, cada fluctuación de ritmo. Tiene buena mano con el arpa y ya tocaba mejor la flauta la primera vez que la cogió de lo que tú has logrado nunca. —Dejó las fundas de los instrumentos sobre uno de los grandes baúles y luego se dejó caer en la silla que ella había dejado vacía—. Cuando pasé por Caemlyn de camino hacia aquí, Basel Gill me comunicó que te habías ido en compañía de un Ogier. Entre otros. —Inclinó la cabeza en dirección a Loial, haciendo un floreo con la capa a pesar de estar sentado—. Es un placer conocerte, Loial, hijo de Arent hijo de Halan.

—El placer es mío, Thom Merrilin. —Loial se levantó para hacer una reverencia a su vez; cuando estuvo de pie, su cabeza casi rozó el techo, y se apresuró a volver a sentarse—. La joven ha dicho que quiere ser juglar.

La sacudida de cabeza de Thom fue despreciativa.

—Ésa no es vida para una mujer. Tampoco es muy indicada para un hombre, a decir verdad: vagar de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, preguntándote de qué manera te van a timar la próxima vez, sin saber la mayoría de las veces cuándo vas a ingerir la siguiente comida. No, voy a quitárselo de la cabeza. Será un bardo de la corte de un rey o una reina algún día. ¡Aaaah! No habéis venido aquí para charlar acerca de Dena. Mis instrumentos, chico.

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